Thursday, January 31, 2008

Tacna y Arica

Historia, madre y maestra
31-1-2008

La tragedia del 79, Alfonso Bouroncle Carreón, Studium, Lima

Tacna y Arica

26 Actividades de Piérola

La campaña del sur o de Tacna y Arica, constituye el segundo gran
capítulo de la infausta guerra, ya que el primero estuvo constituido
por la heroicidad del "Huáscar" y su invicto comandante y la
desastrosa campaña del extremo sur, en la cual, Pisagua y Tarapacá son
expresiones de valor y pericia, doblegada por los desaciertos propios
y el número y armamento del enemigo. Por la ineptitud de los
gobernantes peruanos de 1872 a ese momento, que, prefirieron jugar con
sus intereses económicos, acomodos políticos y anhelos de poder en
detrimento del país, al cual dejaron inerme en mar y tierra, en
bancarrota económica, con manejo irresponsable de la cosa pública,
carentes de lo más elemental en una línea coherente de diplomacia, con
pleno apoyo al enriquecimiento ilícito a expensas de la explotación
guanera y total abandono del Perú profundo, aldeano y campesino, al
cual se le siguió considerando en forma denigrante como elementos —ni
siquiera personas— sólo aptos para bestias de carga, perforadores en
los socavones mineros o herramientas agrícolas, con la servidumbre
disfrazada en la mita y práctica desembozada del pongaje.

Esa campaña se inició con los peores auspicios, donde sólo los
delirios demenciales de grandeza de Piérola podían pretender una
victoria, tal como lo manifestó al inepto Santiago Leyva por escrito,
al decirle en carta del 15 de mayo de 1880, que el segundo ejército
del sur a su mando, y que debiendo actuar coordinadamente y a órdenes
del ejército de Tacna, se encontraba en situación excepcional: (64).

"están llamados a darnos un día de verdadera gloria y a salvar la
situación actual cambiándola por entero a nuestro favor. . . Si contra
toda previsión es vencido el primer ejército. Ud. puede caer sobre el
enemigo acaso vencedor pero diezmado y en el desorden consiguiente al
triunfo, derrotarlo".

Por un lado estuvo el denominado primer ejército del sur a cargo de
Montero, carente de toda ayuda, abandonado a su suerte y al cual
incluso se le hizo escarnio, como la visita que con gran riesgo
efectuara la "Unión" enviada especialmente por Piérola y el 17 de
marzo logró burlar el bloqueo chileno de Arica; al alba de ese día
logró penetrar en puerto, al mando del comandante y hábil marino
Manuel Villavicencio, causando la admiración de propios y extraños,
pero, ¿qué llevó el barco en tan riesgoso viaje? dos ametralladoras,
una de ellas malograda; 400 pares de zapatos y tela blanca en cantidad
y sin ninguna utilidad: (65). Piérola seguía empeñado en sacrificar a
las guarniciones de Tacna y Arica. Al respecto el historiador chileno
Diego Barros Arana escribe en su "Historia de la Guerra del Pacífico"
p. 243: trascrito por Caivano, Tomás: (66).

"Los oficiales peruanos de Tacna y Arica, que veían a sus soldados
casi desnudos, y que conocían todas las necesidades del ejército, se
persuadieron de que las mezquinas rivalidades de los hombres públicos
del Perú, no se habían acallado en medio de los conflictos de la
guerra exterior. A juicio de ellos, el dictador Piérola estaba
resuelto a sacrificarlos, para evitar un triunfo que debía enaltecer a
Montero, y que podía ser una amenaza al gobierno de la dictadura. Así,
pues, el viaje de la "Unión", sin importar un auxilio de mediana
importancia para el ejército de Tacna y Arica, vino a fomentar la
desconfianza de los oficiales".

Sobre el mismo tema se pronunció Caivano: (67).

"el ejército Perú-boliviano de Tacna y Arica ascendía en diciembre de
1879 a 12,000 hombres, de los cuales, 9,000 peruanos y 3,000
bolivianos. Pero si en mayo de 1880 la división boliviana podía contar
con el mismo número de soldados, y quizá con algunos centenares más,
gracias a unas cuantas compañías de refuerzo que había traído consigo
el General Campero, nuevo presidente de Bolivia, no sucedía lo mismo
respecto del ejército peruano. Sin haber recibido jamás ni siquiera el
más modesto refuerzo, y debilitado todos los días por las víctimas que
le causaba la tisis, y que subían ya a más de mil, el ejército
peruano, en el mes de mayo, alcanzaba con dificultad a 8,000 hombres.
De estos, cerca de 2,000 guarnecía Arica".

Montero desde Arica, donde se había establecido como jefe del primer
ejército, comunicó al Supremo Gobierno las condiciones en el teatro de
operaciones a sus órdenes, señalando lo precario de su situación y que
el enemigo ya había iniciado operaciones terrestres en su contra, tal
como lo señala en carta del 4 de marzo: (68).

"He leído con suma atención su apreciable carta.. por la que quedo
impuesto de los motivos que ha tenido el gobierno para hacer los
cambios de personal y nombramientos que se me han comunicado en la
misma fecha de una manera oficial.

Dejando para posteriores apreciaciones todo aquello de carácter
puramente político, he creído un deber de patriotismo, pedir al
gobierno la reconsideración de las disposiciones relativa a la
reorganización del primer ejército del Sur, por encontrarme ya al
frente del enemigo y ser por este motivo esencialmente peligroso
ejecutar semejante reforma. . .

El ejército enemigo desembarcó en Pacocha no sabemos hasta hoy si con
el fin de emprender desde el Hospicio su marcha directa a Tacna, o de
tomar primero posesión de Moquegua, cuya defensa le está confiada a
una pequeña fuerza que comanda el coronel Gamarra, perteneciente de
una manera inmediata al segundo ejercito del Sur...

Hasta la fecha no he recibido refuerzo de tropas, ni armas, ni dinero
para el desmantelado ejército que me obedece; así pues, puramente, con
los escasos elementos de que dispongo voy a librar por fin la batalla
a que el enemigo nos provoca; veremos, pues, si la Providencia nos
ayuda".

Montero, frente a la batalla que inevitablemente se le venía encima,
sólo puede confiar en la "Providencia", pues Piérola no daba ninguna
señal de ayudarlo.

Casi en la misma fecha, el día 5, José L. Inclán, coronel destacado en
Tacna, comunicó sus apreciaciones sobre el teatro de operaciones y
situación prevalente a su jefe Montero: (69).

"Creo, amigo mío, llegada la vez de que vayan ingresando a esta plaza
todos los cuerpos que (no) sean indispensables para guarnecer este
puerto, por las razones siguientes: 1. porque mejoren de clima y de
condiciones higiénicas, 2. porque se por diversos conductos que los
soldados están muy violentos por su escasa y mala alimentación, así
como por las fatigas que sufren a la intemperie, recibiendo ración
escasa de agua, descontento que se explica con la deserción que están
sufriendo los cuerpos, y 3. porqué ha llegado el caso de concentrar
acá las fuerzas que deban obrar o esperar al enemigo, pues hay más
recursos y elementos para su completa organización. Por otra parte no
me parece necesario ni conveniente que estés corriendo los peligros
que presenta el diario y desventajoso bombardeo, exponiéndote a una
desgracia que daría por consecuencia la desorganización del ejército y
con ella la ruina de la patria. .. Nuestra situación es delicadísima y
requiere aprovechar los instantes y concentrar el mayor número de
elementos ya que nada podemos esperar del gobierno de Lima, que por su
inercia parece que quisiera nuestro sacrificio. Estamos pues reducidos
a nosotros mismos y a lo que puedan ofrecernos nuestros aliados para
los que eres un lazo de unión indispensable... Los reconocimientos que
ha practicado con los jefes que hay en esta plaza de las posiciones
que dominan este valle, nos han manifestado que no hay una sola
posición ventajosa...

Dadas tales condiciones topográficas, parece lo más conveniente
anticiparse a ocupar el valle de Sama..

Por propia iniciativa o influenciado por la carta de Inclán, Montero
cambió de Arica a Tacna el lugar de su comando, y desde esa última
ciudad, siguió escribiendo a Piérola, así el 17 de marzo expresa:
(70).

"He sentido sobremanera que la "Unión" no me haya traído algunos
rifles y una batería de campaña siquiera, para reforzar este
ejército.. .

El ejército enemigo continúa su marcha a Moquegua, y nuestras
deficientes avanzadas cumplen con su deber. ..

La situación económica, no puede ser más desesperante. . ."

El día 25 de marzo en nueva carta a Piérola exponía: (71)

"La escasez de fondos para el sostenimiento del ejército es
abrumadora, habiéndome visto obligado a pedir prestado al comandante
en jefe del ejército boliviano veinte mil soles, porque ya no tenía en
comisaría ni un centavo para diario de la tropa.

Hoy también pido instrucciones al gobierno sobre mis ulteriores
operaciones, pues hasta la fecha todo lo que se me ha dicho es que me
mantenga indefinidamente en este departamento, ... es por esto que
necesito, por lo menos, que se me faculte ampliamente para toda
emergencia, de una manera expresa".

Piérola, al conocer el derrocamiento de Daza y temeroso del
encumbramiento que pudiera lograr Montero como jefe del Primer
ejército del Sur, escribe a Campero, nuevo presidente de Bolivia,
instándolo ir a Tacna y colocarse al frente de la defensa aliada.
Gestión efectuada por el ministro plenipotenciario del Perú,
Bustamante, quien no sólo convence al presidente a realizar el viaje,
sino que a instancias de éste, lo acompaña a Tacna. Antes de salir de
La Paz, el presidente boliviano escribe, el 2 de abril, a Piérola,
diciendo: (72)

"Con grata complacencia he recibido su apreciable del 8 del mes pasado
de manos del Sr. Enrique Bustamante y Salazar, nuevo ministro
plenipotenciario; acreditado por el gobierno de Ud. cerca del mío.

Hago votos porque lleve Ud. a cabo la formación de un gran ejército
terrestre, según me lo anuncia; y ojalá se realicen también sus
previsiones respecto a elementos navales, con lo que nuestro triunfo
definitivo sería infalible".

Se aprecia que el ejército del Sur estuvo en las peores condiciones
que era dable imaginar. Enfermos, faltos de adecuada vestimenta y,
especialmente mal armados y escasos de municiones, además de una
jefatura carente de dinero y lo elemental para su buen desempeño.
Mientras Bolivia logró reforzar en algo a sus combatientes, los
peruanos quedaron en completo olvido por la dictadura pierolista. En
esas circunstancias debieron enfrentarse a un enemigo que casi los
duplicaba en número y en el cual no se escatimaron los recursos,
incluso la presencia de mercenarios extranjeros como artilleros
ingleses y alemanes.

Para comprender el porqué de esta absurda situación, se debe tener
presente dos componentes: La alteración mental de Piérola, que
médicamente sólo puede ser catalogado como un paranoide con delirios
de grandeza y manía persecutoria, en otra forma habría que
considerarlo aliado a los chilenos, por lo cual es preferible
considerarlo como un esquizofrénico. Justamente esa perturbación es la
que explicó su aversión a Montero en forma especial, debiendo
señalarse:

Que Prado nombró a Montero poco antes de salir de Arica, el 25 de
noviembre de 1879 como: "Jefe Supremo Político y Militar de los
departamentos de Tarapacá, Tacna, Moquegua, Arequipa, Puno y Cusco".
Piérola lo reduce a sólo el mando militar de Tacna y Arica, entregando
poder absoluto a los prefectos colocándolos por encima del mando
castrense y creando el segundo ejército del Sur con nuevos jefes
militares entre sus adictos e independientes al mando de Montero.

Que en la contienda electoral de 1871-72, Montero fue candidato y
resultó electo senador por Piura del partido civilista del cual fue
fundador y uno de sus mejores defensores, pese a vestir uniforme.

Que en la intentona golpista de Piérola en 1874, estando en Torata
(Moquegua), Montero fue el encargado y logró debelar dicho conato,
obligando a huir a su cabecilla.

Que en 1876, el partido civilista nominó en primer lugar como
candidato a la presidencia por el partido civilista a Montero y, para
evitar el enfrentamiento electoral con Piérola, apoyado por los
militares, cambiaron de nominación por Prado.

Que al asumir el mando en diciembre del 79, no destituyó a Montero,
por temor a la reacción del ejército del sur, pero le redujo el mando
y ámbito de su comando, probablemente pensando que renunciaría.

Debemos recordar que a Grau, máximo héroe nacional, tan sólo le
concedió una condecoración de segunda clase. Hasta ese extremo llegó
el odio al civilismo, del cual el Almirante fue miembro y
parlamentario. (Anexo 18).

27 Recavarren

Combatiente del 2 de Mayo y héroe de Pisagua y Tarapacá, donde fue
herido en un brazo. Coronel por méritos a los 40 años, era el más
joven de ellos y uno de los más entusiastas defensores de la patria.
Para la campaña del sur, logró que le dieran en Lima algunos
pertrechos que condujo a Arequipa donde tomó el mando del segundo
ejército del sur y decidió llevarlo a Tacna, lugar que se suponía
sería atacado por Chile y su captura le permitiría adueñarse
definitivamente de los departamentos sureños; al mismo tiempo, evitar
cualquier avance de tropas sobre Tarapacá, razón de su agresión.

La historia del coronel Isaac Recavarren para formar, organizar y
movilizar al segundo ejército del sur, es una de las tantas páginas
increíbles de la tragedia del 79.

Por un lado estuvo la decisión, empeño y presencia de ánimo del joven
coronel arequipeño, empeños que lo llevan a la prisión. En segundo
lugar, la acción de varios coroneles, entre ellos y principalmente
López y Sequera que, cumpliendo órdenes prefecturales o directas de
Piérola, hicieron lo imposible para entorpecer la labor de Recavarren
y como no pudieron conseguirlo, le desconocieron su mando y autoridad,
mediatizaron y entrabaron todo el operativo que culminó con la
vergonzosa salida del coronel Segundo Leyva y el encarcelamiento de
Recavarren. En último término, quedó la acción antipatriótica,
pusilánime y de total entreguismo al dictador, del prefecto de
Arequipa, el norteño Carlos Gonzales Orbegozo, cuya falta de espíritu
de lucha a la defensa nacional, se mostró cuando el ataque chileno a
Mollendo, Mejía e Islay.

Después de la pérdida de Tarapacá, en el Perú sólo cabían dos acciones
a cumplirse: adquirir barcos de guerra capaces de superar a la flota
chilena y reforzar el ejército del sur. Lo primero quedó librado al
empeño del supremo gobierno, mientras que lo segundo fue
responsabilidad de todos aquellos comprometidos en una u otra forma a
la mejor reorganización y refuerzo del ejército que en Tacna y Arica
esperaba el ataque enemigo.

Con la finalidad de organizar el segundo ejército, Piérola encargó al
general Beingolea para conducir pertrechos hacia Arequipa y el 11 de
marzo de 1880, en el "Talismán", acompañado de jefes y oficiales que
le servirían de cuadro al nuevo ejército, partieron de Lima, llevando
una dotación de fusiles. No pudiendo desembarcar en Quilca, que era el
propósito, por temor a que en ese puerto estuviera algún barco
chileno, el comandante de la nave regresó a Pisco donde descendieron a
tierra y dirigieron a lea, pero el prefecto puso dificultades para
proseguir la marcha. Una vez superadas, estando a un día de jornada en
Ocucaje, Beingolea recibió un telegrama comunicándole que había sido
reemplazado por el coronel Leyva. Beingolea regresó a Lima y, frente a
las imputaciones que Piérola hizo sobre su conducta, el general
solicitó una investigación para esclarecer su situación y, en el
juicio instaurado, se declaró intachable la conducta de Beingolea,
pero Piérola había logrado su propósito, de retirar a ese general la
autoridad y reemplazarlo por un incondicional. Leyva al tomar posesión
del mando, en lugar de proseguir por la ruta trazada por su
predecesor, optó por un camino mucho más largo, a través de Lucanas.

En Lima, Piérola el 29 de marzo igualmente comisionó al coronel
Recavarren que del sur acababa de llegar a Lima, para que organizara
una división de ejército en Arequipa, para lo cual, el joven coronel
logró que le entregaran 1800 fusiles, 6 cañones con ánima rayada y 4
ametralladoras, cargamento que embarcó en el "Oroya". Una semana
después partió con su cargamento y a los cuatro días desembarcó en la
caleta de la Chira en Camaná. Al llegar a esa ciudad se enteró del
desastre sufrido por la división del general Gamarra en Los Angeles,
lo cual dejó a los chilenos dueños de Moquegua. Debido a la noticia se
dirigió apresuradamente a Arequipa donde llegó el 12 de abril y,
después de hacerse reconocer como jefe de la expedición proyectada, se
dedicó de inmediato a reunir a la tropa que en forma dispersa llegó a
la ciudad procedente de Los Angeles y, en esa forma, contar con
elementos que pudieran combatir al enemigo. Igualmente logró que en
diez días, las armas desembarcadas en La Chira llegarán a Arequipa.

Debido a su empeño, iniciativa y decisión, logró en una semana
disponer de un ejército de cerca de tres mil hombres a los cuales,
incluso vistió a su costa hipotecando sus bienes personales y, con la
ayuda del prefecto de Puno y algunos comerciantes, logró colocarlos en
pie de guerra, adecuadamente pertrechados, ya que para él, no hubieron
obstáculos y, conforme se presentaron los fue superando. Para ello
contó con la ayuda de la mayor parte de coroneles y oficiales
patriotas y del subprefecto señor Bruno Abril, quien movilizó recursos
y consiguió las muías para el transporte.

Algunos coroneles comenzaron a poner obstáculos e intrigaron en su
contra, fuere por celos o cumpliendo órdenes superiores, pero trabaron
las iniciativas y quien se hizo cargo de llevar a efecto esas
maquinaciones fue nada menos que el Jefe del Estado Mayor General,
coronel Mariano Martín López secundado por el coronel Sequera y en
parte, por el viejo coronel Marcelino Gutiérrez, el sobreviviente de
los cuatro hermanos de 1872. Como no pudieron impedir el ímpetu de
Recavarren, López dispone, en ordenanza del Estado Mayor General, que
salgan dos divisiones en vanguardia a órdenes de Recavarren y que el
grueso del ejército partiera después. Seguidamente le desconoció el
cargo de jefe del segundo ejército, con el pretexto que Leyva está
pronto a llegar y, por lo tanto debe sujetarse a sus órdenes; terminó
desposeyéndole del mando de las dos divisiones próximas a salir y
ordenó por escrito: (73).

"Art. 1. Teniendo en conocimiento este E.M.G. que el señor general en
jefe del 2° Ejército del Sur se halla próximo a ingresar a esta ciudad
y debiendo esperar sus órdenes para la movilidad de las fuerzas de
este ejército, se ordena que el subjefe de este E.M.G., encargado del
mando de ellas, vuelva a su anterior condición y que los cuerpos que
componen las dos divisiones se entiendan en lo sucesivo directamente
con este E.M.G.— el coronel jefe, López".

Los atropellos, a los deseos de defender la patria a la llegada de
Leyva se agudizaron, revelándose tal situación en la carta acusatoria
que Recavarren envió a Piérola: (74) y (Anexos 19-20).

"Para la completa organización del cuerpo del ejército que yo debía
conducir, llamé a varios jefes para saber si estaban aptos para el
servicio; muchos de ellos se fingieron enfermos (de donde resultaba la
rareza de que el mes de abril fuera de enfermedad para los militares),
y para cohonestar su conducta, por no decir su cobardía, principiaron
a desacreditar mi expedición, propalando que los rifles que había
traído eran malos, porque eran recompuestos en Lima; que los cañones
no servían, y, por último, que yo por ambición de gloria iba a
sacrificar la gente que llevaba. A otros jefes no quise colocar por
sus malos antecedentes y conducta reprobada, y entre estos estaba el
coronel Sequera, quien había sido tomado en flagrante delito de
defraudación al Estado por una suma de 2000 a 2400 soles, con motivo
de una comisión que se le dio de que trajera de Puno unos 2,000 pares
de zapatos; en cada uno de ellos recargaba el precio legítimo con dos
soles.

Pues bien, todos estos jefes se aunaron no sólo para propalar lo que
anteriormente tengo relatado a usted, sino que excitaron el amor
propio de los jefes que me obedecían, y entre ellos al coronel
Gutiérrez, . . Pero no pararon en eso, sino que azuzaron los celos del
coronel López, jefe del estado mayor general, haciéndole creer que yo
despreciaba su autoridad.. . Ayer. . . el coronel López me pasó un
oficio en que me decía: que por razones de alta significación y por
convenir a la mejor organización del segundo ejército del Sur,
disponía que dejara el mando de las fuerzas y que quedara en mi
primera colocación. . . Contestaba yo, el citado oficio, de la manera
conveniente, cuando tuve que interrumpir para comer. Eran las 7 de la
noche y me hallaba sentado a la mesa en unión de algunos amigos y
señoras, cuando se cometió en mi casa el escándalo más inaudito de
(que) pueda formarse idea. Una compañía del batallón Legión Peruana,
que manda el coronel Gutiérrez, acompañada de una turba de malvados,
recogidos de la hez del pueblo, penetraron en mi domicilio, dando
gritos feroces y sin respetar mi posición, ni la presencia de señoras,
maltrataron gravemente a culatazos a los amigos que conmigo estaban,
dispararon tiros sobre varios de ellos y sobre mí, lo que es un
asesinato frustrado, y me redujeron a prisión,. . en un calabozo del
cuartel del coronel Gutiérrez que se constituyó en mi cancerbero. En
la calle del tránsito a la prisión, los corónelos López y Gutiérrez,
excitaban a la muchedumbre diciéndole que era necesario matar a los
traidores. Así, pues, me conducían como a un criminal en medio de una
turba desenfrenada, y se gritaba de voz en cuello que yo era el
traidor. . . .".

Durante las intrigas del coronel López llegó Leyva a Arequipa y en
exposición escrita de Recavarren sobre lo acontecido, refirió su
entrevista con el recién llegado: (75).

"Al "presentarme en Arequipa a este jefe, le manifesté el objeto de mi
viaje, las instrucciones que tenía, los elementos que había llevado y
el pie en que se encontraba el ejército; al mismo tiempo le hice
presente que tenía determinada la marcha para el 27 de este mes
(abril), como lo había anunciado ya a S.E. el jefe supremo y al
general Montero. El Sr. coronel Leyva me contestó, entonces, que su
misión era distinta: que si yo tenía instrucciones, él tenía las suyas
y que su objeto era organizar un ejército por lo menos de 10,000
hombres; que él no era de opinión de salir sino con fuerzas que
ofrecieran toda clase de seguridades, porque no quería exponer su
crédito adquirido en largos años de carrera militar.

A los pocos días recibí de Piérola la carta de 24 de abril y fui a
mostrársela inmediatamente a Leyva. Impuesto de su contenido,
reconoció la necesidad de que el ejército saliera en auxilio del de
Tacna, y me propuso que mientras él se disponía a seguirme, saliera yo
con dos columnas ligeras de vanguardia".

Esos atropellos se ejecutaron con plena aprobación del prefecto, quien
incluso se negó a reconocer los gastos para mantener el ejército fuera
de su jurisdicción política. Tampoco quiso entregar las armas y
municiones depositadas en los almacenes del ferrocarril.

Se aprecia que la confabulación no es contra Recavarren, sino contra
el primer ejército del Sur, al cual se le condenó a luchar en las
peores condiciones físicas y de armamentos, además de manifiesta
inferioridad numérica. Es difícil pensar que en momentos tan
peligrosos para el país, con un enemigo mostrando cada día mayor
agresividad y mejor armamento, además de corregir sus errores tácticos
y estratégicos iniciales, por lo cual, para hacerles frente se
requería la utilización de todos los recursos que pudieran
concentrarse y que el mando estuviera unificado y en las mejores
manos. En lugar de ello, el Perú presentaba un caos organizado desde
el dictador de Lima, hasta los ejércitos del Sur y en ellos, la
cobardía plena del prefecto Gonzáles Orbegozo y de los coroneles
Leyva, López, Sequera, Gutiérrez, quienes prefirieron seguir en la
molicie a salir en la defensa del territorio nacional, al cual juraron
defender.

Se cometió el atropello de enviar a la cárcel al único hombre en el
ejército acantonado en Arequipa que, basado en su espíritu y la orden
recibida, quiso salir en ayuda de sus compañeros de armas con los
cuales habían luchado contra el invasor en Tarapacá y, el día previo a
que partiera, se le revocaron las órdenes e incluso quedó encarcelado.
Mientras sus ofensores quedaron tranquilos al amparo de Piérola y de
un prefecto inepto. Para culminar la pantomima y cinismo con el que se
jugó el destino del país, y también para acallar críticas, el coronel
Leyva salió de Arequipa en los últimos días de abril o primeros de
mayo.

Sensiblemente, toda la documentación que existió en los archivos
prefecturales de Arequipa, en los cuales hubo valiosísima información
sobre la correspondencia cursada con Piérola y las órdenes recibidas
para el movimiento de tropas, además de las impartidas por el prefecto
Gonzáles Orbegozo y hubieran explicado, si la cobardía de los
coroneles mencionados y del prefecto, fue por propia decisión o
cumpliendo órdenes superiores. Esa documentación se perdió cuando en
1894, las huestes pierolistas capturaron la prefectura de la ciudad
blanca y dedicaron a quemar muebles, cuadros y enseres de la
Prefectura del Departamento, y para avivar el fuego, colocaron en la
hoguera el archivo prefectural, cometiendo un grave atentado a la
preservación de la información histórica y cultural. Incendiaron los
documentos referentes a la Confederación Perú-Boliviana, sobre la
primera invasión chilena que fuera derrotada por Santa Cruz en
Paucarpata; sobre las diferentes revoluciones de Arequipa y por
último, lo referente a la Guerra con Chile y los acontecimientos que
sucedieron en los años siguientes, como el pronunciamiento de la
ciudad por Cáceres en contra de Iglesias y el inicio de lucha
montonera. Toda esa valiosa información desapareció por la acción del
pierolismo, ¿Fue adrede el siniestro? ¿Por qué sólo se destruyó la
prefectura? ¿El vandálico incendio del mobiliario era para disimular
la desaparición del archivo?

Cuando Recavarren recobró su libertad por disposición de la autoridad
local, debió dirigirse a Lima a órdenes del Gobierno.

28 Leyva

Ese decrépito coronel, que sólo había mostrado ineptitud; que siempre
fue considerado como oficial de segunda calidad y de muy baja
preparación militar, resultó elegido por Piérola para comandar el
segundo ejército del Sur. Su mérito residió en haber rendido pleitesía
al nuevo dictador cuando el golpe de estado de diciembre, por eso
recibió un mando que estaba muy por encima de su capacidad. Lo había
mostrado al recibir los pertrechos de manos del general Beingolea en
la proximidad de lea, llevándolos por la parte más abrupta y difícil
de la serranía, con la consiguiente pérdida de tiempo.

En Arequipa siguió adulando a Piérola en cartas continuas y, al mismo
tiempo, por el temor que le produjo el medio, solicitó el día 7 de
mayo que le enviaran: (76) "un buen número de jefes y oficiales de
toda confianza". En la comunicación del 2 de junio, escrita desde
Mirave, Moquegua, se queja amargamente de la tropa que encontró en
Arequipa, mintiendo sobre su situación y queriendo hacer parecer que
de la nada logró un ejército, que si bien no era lo mejor, por lo
menos tenía los atributos de una fuerza armada. Igualmente comunicó
que regresó a Arequipa al enterarse de la derrota de Tacna
Seguidamente se dedicó a impedir que las fuerzas del primer ejército
que salvaron de la derrota, y se encontraban en Puno a órdenes de
Montero, prosiguieran sobre Arequipa.

La carta del 18 de junio de Leyva a Piérola y los telegramas que se
cursan entre Montero, Leyva y Villena, por la importancia que tienen
para comprender lo que realmente sucedía en esos días con el ejército
del Sur, se presentan como Anexo No. 21 y la exposición de Recavarren
en el Anexo 22.

Se aprecia que Leyva careció de respeto a sus superiores o tuvo
órdenes terminantes para proceder como lo hizo, pretendiendo dejar
abandonado al remanente del primer ejército del Sur en Puno. Se suma a
lo anterior la acusatoria carta del comandante Antonio Rodríguez
Ramírez (Anexo 23), quien por un lado lo tilda de inútil y en acápite
siguiente de cobarde al decir: "Nada hizo sino huir, sin que nadie le
persiguiera, al saber el descalabro de Tacna y perder en su fuga más
de la mitad de la fuerza". Calificativos muy duros y que jamás fueron
corregidos porque las evidencias impidieron hacerlo.

Se debe tener presente que tardó de 25 a 30 días en trasladarse desde
Arequipa al punto máximo de aproximación a las fuerzas de Tacna que
fue la "Cuesta del Bronce", pero de ese lugar retornaron a su punto de
partida y "sin que nadie le persiguiera", sólo demoró 14 días.
Posiblemente la velocidad del retorno se debió a que cada día era
mayor la cantidad de soldados que desertaban de filas y, como su
capacidad de mando le impidió evitarlo, pudo caminar más rápidamente.

El general Campero, presidente de Bolivia y Comandante en Jefe del
ejército aliado, en el análisis que hizo sobre la batalla de Tacna y
el triste papel de Leyva, lo acusa incluso de haber falsificado la
fecha del documento que le remitió y cumpliera con su deber.

Con el malhadado comportamiento, surge, en contra de Arequipa, una
leyenda negra, acrecentada por otros episodios ocurridos en la
infausta guerra. Los enemigos de Arequipa han pretendido confundir el
desventurado comportamiento del Dictador, de su prefecto en esa ciudad
Carlos Gonzáles Orbegozo y de los cobardes coroneles Segundo Leyva,
Mariano Martín López, Sequera, Gutiérrez y otros, que rehusaron
defender a la patria, con el comportamiento del pueblo y ciudad de
Arequipa que en todo momento y en forma generosa ofrendaron la sangre
y vida de sus hijos, quienes, como un solo hombre salieron al llamado
del deber que el Perú les demandó, así como supieron honrar a los
héroes, como las exequias a Grau y cuya descripción la hizo la gran
novelista María Nieves y Bustamante, documento que amerita ser
conservado y difundido.

29 Tacna

La batalla de Tacna ha sido descrita en detalle por múltiples
historiadores, no viniendo al caso repetir lo ya manifestado, por lo
cual, se presenta breve crítica y comentarios sobre el suceso.

En primer lugar se tiene la falta de unidad de comando en el ejército
aliado. Por un lado la jefatura de Tacna estuvo en razón de qué
presidente del Perú o Bolivia se encontrare presente en la localidad,
en base al acuerdo entre los aliados, resultando que, Montero fue el
jefe del ejército hasta días antes de la batalla en que llegó a Tacna
el Presidente de Bolivia, pasando a sus manos el comando. Además,
entre los ejércitos primero y segundo del Sur, no había vínculo
alguno, ya que el segundo con sede en Arequipa, dependía de su
comandante en jefe, y éste sólo obedecía a Piérola. Esa situación
determinó que las tropas de Gamarra en Moquegua, dependían de Arequipa
y no de Tacna, pese a conformar con este último un solo frente contra
el enemigo que, justamente, inició sus operaciones en ese departamento
y, al producirse la derrota de Los Angeles, los restos del ejército de
Gamarra y sus jefes y oficiales se retiraron hacia Arequipa, en lugar
de ir a reforzar al primer ejército. Por último, había una separación
entre los mandos militares y el civil representado por los prefectos,
quienes podían o no apoyar las operaciones militares.

En segundo lugar, los chilenos meticulosamente concentraron todas las
fuerzas que consideraron necesarias hasta lograr una superioridad
numérica de dos a uno, superioridad acrecentada por la unidad de
armamento y la calidad y efectividad de este. Los rifles chilenos eran
exclusivamente Comblain, mientras que el ejército aliado disponía en
el lado peruano de fusiles Comblain y Chassepot y algunos cuerpos
utilizaron los rifles Beaumont, Peabody y Minié. Esta diversidad de
armas determinó el comentario de Vicuña Mackenna: (77)

el rifle Comblain "Hizo maravillas en Tacna... Los peruanos por el
contrario, armados más como una turba que como ejército, lucharon con
la irredimible desventaja de la variedad de sus rifles de precisión.
Sólo el "Zepita" y el "Pisagua" estaban armados de rifles
Comblain.'Los "Cazadores del Cusco" y el batallón de Morales Bermúdez
tenían Peabody americano de largo pero fatigoso tiro, mientras que los
cuerpos organizados en el sur se batían con el ya anticuado Chassepot
y los demás, especialmente los bolivianos, con el Remington".

La artillería fue la segunda arma en jugar decisivo papel en esa
batalla, motivando que el coronel chileno José Velásquez, jefe del
Estado Mayor chileno manifestara: (78)

"Para que le digo el papel brillante que desempeñó' la artillería,
hizo prodigios".

Contaron con 20 cañones Krupp de campaña y 17 de montaña y 4
ametralladoras, contra 16 cañones de los aliados, 6 de ellos Krupp y 6
ametralladoras. Otro elemento relevante fue que la artillería chilena
estuvo servida parcialmente por artilleros ingleses y alemanes, fueron
mercenarios de vasta experiencia.

El ejército chileno quedó magníficamente bien organizado en lo
correspondiente a servicios de intendencia, permitiéndoles adecuado y
pronto abastecimiento de armas y vituallas.

Estratégicamente, los chilenos tuvieron a su favor el dar la batalla
en el lugar que eligieron. En el Perú no había uniformidad de
criterios sobre dónde esperar al enemigo. Los coroneles Inclán y
Camacho, este último boliviano, insistían en avanzar sobre el valle de
Sama y dar la batalla en ese lugar que ofrecía múltiples ventajas.
Montero creía que la proximidad de Tacna, en el Alto de la Alianza,
era el lugar indicado e hizo prevalecer su criterio.

Dada la batalla, cuyos resultados oscilaron por momentos, hasta que la
superioridad numérica de dos a uno y la eficacia de la artillería
definieron el resultado, desbordándose el terror sobre la población
civil de la ciudad de Tacna que se vio sometida a todas las
manifestaciones del vandalismo.

30 El terror en Moquegua y en Tacna

Parece que Chile inició la guerra con un gran temor al Perú, motivando
que el presidente Pinto escribiera a su Ministro de Guerra Sotomayor
con motivo de la captura del transporte "Rímac" por el "Huáscar":
(79).

"las escenas vergonzosas acaecidas con motivo de la pérdida del
"Rímac" me han dejado la convicción de que nunca debimos
comprometernos en guerra".

Temor no carente de justificación al haberse desarrollado
probablemente en la dirigencia chilena un complejo de inferioridad
durante los tres siglos de pequeña capitanía y a trasmano frente a la
opulencia y boato del virreinato de Lima, lo cual los movió, al surgir
a la independencia, a oponerse a todo aquello que representara un
crecimiento del Perú, por lo cual desde 1830 surgen acciones y
agresiones manifiestas algunas, como la intervención, con
participación de peruanos, en contra de la Confederación Perú
Boliviana, o la labor diplomática sostenida en contra del Perú en los
diferentes países, en especial los limítrofes como el azuzamiento al
Ecuador para que reclamara o provocara rozamientos. Después surgieron
francas expresiones inamistosas de la prensa chilena contra el Perú a
más de diez años del inicio del conflicto, para terminar con las
maniobras de seducción a Bolivia, antes y durante el conflicto, para
regalarle Arica y Tacna primero y Moquegua después, y ellos poderse
apropiar de Tarapacá, Arica y Tacna.

Esa situación de sentirse disminuidos a través de la historia que los
llevó a temer y al mismo tiempo odiar al vecino del norte, al cual
debían destruir a como de lugar, pero hacerlo y librarse del complejo
y temor para siempre o por lo menos los siguientes cien años. Complejo
y temor que motivaron la política de tierra arrasada y genocidio con
las poblaciones que el gobierno dispuso y la tropa de mar o tierra
cumplió a cabalidad. Si no es por el complejo de inferioridad y temor
desarrollado en centurias, es imposible explicarse el vandalismo
desatado desde la más alta esfera del gobierno de La Moneda.

Analizando los acontecimientos vandálicos tendríamos en primer lugar
lo ocurrido en Moquegua, donde después de la derrota de Los Angeles
por la imprevisión del coronel Chocano al dejar desguarnecida la
retaguardia, el ejército chileno, ingresó a la ciudad que carecía de
defensas, que en ningún momento les hizo resistencia y estaba inerme.
Pese a ello, la ciudad fue entregada al pillaje, robo y saqueo de la
soldadesca, depredación y atropello extendido a las haciendas vecinas
y fuera justificada la devastación por los jefes de la expedición,
entre los que se encontraron el ministro de guerra chileno Rafael
Sotomayor y los generales Escala y Baquedano entre otros, manifestando
que les fue imposible contener a la tropa desbordada en franca
borrachera, latrocinio, asesinato y violación. Incluso en la, reunión
de ese estado mayor, el que pasará a ser tristemente célebre
destructor, comandante Federico Stuvens, quien planteó hacer volar a
la población. No fue aceptada la idea pero se destruyó la ciudad por
el saqueo.

Días después, el coronel José Francisco Vergara, para vengar la muerte
de algunos soldados, y, en cumplimiento de las ordenanzas dispuestas
por su ministro Sotomayor en Pisagua el 3 de febrero de 1880, (Anexos
25 y 26) quien dispuso la destrucción total del enemigo para obligarlo
a firmar la paz. Transcribimos de Paz Soldán el siguiente párrafo
escrito por Vicuña Mackenna, historiador y periodista chileno que
estuvo de testigo ocular en los hechos que relata: (80)

"Para reparar esta pérdida y limpiar el camino de fuerzas peruanas
salió el coronel José Francisco Vergara (abril 7) con un regimiento de
500 jinetes; recorrió el valle de Locumba, y pasó al de Sama, sin
encontrar ninguna resistencia. Aquí tuvo noticias de que el
guerrillero Albarracín se encontraba en observación con una pequeña
fuerza cívica en el pueblo de Buenavista; marchó sobre él habiéndolo
encontrado en el mencionado lugar, lo atacó y obligó a replegarse
sobre Tacna (abril 18) perdiendo unos cuantos hombres (Doc. num. 65),
que a juzgar por el parte de Vergara fueron sableados impunemente. El
mismo Vergara mando fusilar a uno de los prisioneros para regularizar
la guerra.

Más que salvaje fue inhumano lo que la columna Vergara ejecutó en ese
reconocimiento; no queremos referir esos atentados, preferimos oír a
uno de los más prolijos narradores de Chile en vista de los documentos
que posee: "Dispersada la caballería peruana, quedaban únicamente los
desventurados infantes abandonados en Buenavista, y aún que hubiera
sido fácil rodearlos y "capturarlos" se prefirió el ataque conforme a
la índole chilena. Encerrados por el sur, y con su retirada cortada
por el comandante Yábar que coronaba la ladera que conducía a Tacna,
avanzó de frente la retaguardia del comandante Echevarría, y así el
cerco fue completo. Hecho esto comenzó el destrozo a sable de los
infortunados peruanos, hijos del valle. Defendiéronse estos tan mal,
que exceptuando al cabo de cazadores Domingo Zúñiga, a quien mato un
paisano traidoramente desde dentro de una casa, y un carabinero que
cayó en la loma, no sacó la columna chilena un solo rasguño. En cambio
fueron acuchillados en los pajonales donde se metieron a la
desesperada no menos de 40 o 50 cívicos, o cultivadores de algodón.
Distinguióse en este tiroteo de encrucijada el alférez Baldevino que
con diez granaderos se metió entre las totoras, sin dar cuartel, y aún
contóse en aquel tiempo que para obligar a salir de los matorrales del
pantano a los infantes, un soldado chileno arrojó sus calzoncillos
encendidos, en los matorrales ya maduros, y cuando por la sofocación
del fuego y del humo salían, sin conmiseración los mataban".

"De la columna de Sama recogiéronse de esa cruel manera solo 35
prisioneros; de estos 7 heridos, agregándose un paisano, que fue
fusilado inmediatamente por encontrársele el cinto lleno de cápsulas
de rifle, y otro que fue despachado a Tacna como aviso irregular y
desautorizado de aquel fulminante escarmiento".

Y lo sucedido en Moquegua y Buenavista, magníficadamente volvió a
suceder en Tacna, cuando la heroica ciudad, después de la batalla del
Alto de la Alianza quedó a merced de los invasores, quienes con odio
despiadado e inmisericorde se enseñaron contra la población. Un pueblo
que con dolor debió soportar lo que el ministro Sotomayor había
manifestado: (81).

"haciéndole sentir en las propiedades e intereses de sus habitantes
todo el peso de la guerra".

En esa forma se comportaron y, el pueblo con su sangre y sacrificio,
debió sufrir los efectos de la ineptitud y corrupción de sus
gobernantes que de Pardo a Piérola y en el medio Prado, sólo actuaron
con fatuidad. Pardo recibió de manos de los Gutiérrez un ejército bien
adiestrado de 12,000 hombres y cuatro años después entregaba un remedo
compuesto de 3.800 y lleno de coroneles corruptos, incapaces y algunos
cobardes. Felizmente había entre esa escoria, oficiales de temple y
pasta de héroes que desgraciadamente fueron sacrificados a la
mezquindad de quienes deshicieron el país en aras de sus apetitos,
egolatrías e incapacidad; quienes desoyendo principios elementales
dejaron al Perú desarmado frente a un enemigo que cada día y en forma
abierta se preparó a su guerra de conquista, pero el señor Pardo
estaba más interesado en jugar al versallismo y acrecentar su fortuna,
que en adquirir los dos acorazados que el parlamento había aprobado y
que Grau exigió con entereza y voz airada, pero a Pardo no le
interesaba incrementar la fuerza naval, pese a que la marina siempre
le fue adicta.

Prado sólo actuó al compás de su ineptitud e inmoralidad, fuera de
cobijarse en sueños de grandeza que, justamente para que parecieran
más grandes no compartió con nadie, sino que en el fondo de su mente
soñaba y esperaba en Arica a la escuadra chilena para destruirla, por
eso dejó pasar meses en completa inactividad y con abandono del
gobierno. Buscó en sus sueños una hora de gloria, por eso sacrificó a
Grau al mandarlo al fracaso en la última misión que, el héroe, con
plena conciencia del sacrificio que se le impuso, aceptó el reto del
destino, sabiendo que su barco estaba en malas condiciones, con
velocidad disminuida en dos millas, lo cual era enorme ventaja para el
enemigo y sin las granadas especiales capaces de perforarles el
blindaje. Pese a ello zarpó en la última misión. Sólo cuando el
Caballero de los Mares desapareció, recién Prado se acordó que también
con barcos se combatía en el mar y, saltando por encima de todos los
principios de pundonor, huyó del país con el pretexto de ir a
buscarlos, cuando otros comisionados podían hacerlo mejor.

En cuanto a Piérola, resultó la síntesis de todos los desaciertos,
pero su megalomanía no le permitió contemplarlos. Estuvo obnubilado
con sus delirios de grandeza, soñando con una mascaipacha a falta de
corona real, por eso se proclamó "protector de los indios" y al mismo
tiempo promulgó su derecho a señalar su sucesor. Sus actos serían
sainetilleros, ridículos, moviendo a risa, si no fuera que el Perú se
desangró por su culpa y la heroica Tacna fue asolada al haberle negado
lo más elemental de la ayuda e incluso, para colmar el vejamen, envía
al decrépito Leyva mientras le escribe que "están llamados a darnos un
día de gloria". ¿El Dictador era mitómano? ¿con qué gloria soñaba
Piérola? Mientras el Perú era asolado por la soldadesca chilena. Sobre
el martirologio de Tacna, Caivano escribió: (82).

"Seguros de que en Tacna no corrían peligro alguno, tanto porque
habían presenciado la salida del derrotado ejército enemigo, cuanto
por la notificación que les enviara el cuerpo consular extranjero,
después de los primeros cañonazos disparados contra la ciudad, de que
ésta no se hallaba defendida en modo alguno y que podían ocuparla
libremente, los chilenos entraron en la ciudad, no formados, sino a la
desbandada, dedicándose inmediatamente, en todas direcciones, a echar
abajo las puertas de las casas y saquearlas, abusar bárbaramente de
las mujeres, y asesinar a cuantos procuraban defenderlas y a cuantos
se negaban a revelar donde se encontraban las sumas y objetos
preciosos que suponían tuvieran escondidos".

Sobre el mismo tema, en la obra de Paz Soldán se lee (83)

"A la vez que los soldados chilenos hacían el repaso en el campo de
batalla, la artillería principió a bombardear la inmediata ciudad de
Tacna, temiendo que allí se reconcentraran los restos del ejército
aliado. Muchos soldados chilenos abandonaron sus filas, y se
dirigieron a la ciudad a saquear, matar y satisfacer su lubricidad,
sin respetar la ancianidad ni la infancia. Aterrorizados los
extranjeros, se reunieron los cónsules inglés, francés, alemán y
manifestaron al general Baquedano, que aún permanecía en el campo de
batalla, que la ciudad estaba rendida, y pedían garantías. La noche
con su negro manto vino a favorecer escenas aterradoras. Las
ambulancias peruanas 1, 2, 3 y 4 establecidas en la ciudad estaban
llenas de centenares de heridos, tendidos en el suelo, los cirujanos
se ocupaban en curar a los que encontraban en mayor peligro, cuando se
presentó a caballo un soldado chileno; preguntó: ¿qué ambulancias son
éstas? y al contestarle: peruanas, sacó el sable, arrebató su caballo,
y dio tajos a diestra y siniestra diciendo: "hoy no queda ni un solo
cholo"; desde el patio hasta la puerta falsa de la casa, recorría
destrozando cráneos, dividiendo cuerpos, tanto con su sable como con
las patas del caballo, y como los heridos estaban en el suelo, los
destrozos fueron espantosos. Esto pasaba a las doce de la noche.
Elevada la queja al cónsul francés M. Lariu y el jefe de la plaza
coronel Martínez, éste envió a su ayudante Larraín, quien al ver lo
que había pasado exclamó "estoy viendo este lago de sangre en donde
hay un tendal de cadáveres y no lo creo".

El escritor periodista chileno Vicuña Mackenna, en su "Historia de la
Guerra" tomo II, p. 717. Tomado de Paz Soldán, obra citada, define lo
que es el "repaso". : (84)

"Los soldados chilenos son por instinto feroces y carniceros, no se
satisfacen con ver muertos a sus enemigos; creen que se hacen los
muertos y para dejar bien muertos a los muertos terminada la batalla
recorren el campo, y ultiman a los heridos; a este acto de barbarie
casi increíble le dan el nombre de repaso; y de ello se jactan".

31 Arica

Bolognesi sobre el Morro, así como Grau en el "Huáscar" son, en su
sacrificio y grandeza, lo que los llevó a la inmortalidad, fue la
respuesta del pueblo peruano a la ineptitud de sus gobernantes que
permitieron la invasión agresiva de Chile y Arica, es el epílogo de la
campaña del Sur, donde la sumación de desastres sólo podía concluir
con la inmolación de los defensores del Morro. A ellos se les dejó la
alternativa de: rendirse o perecer luchando, al ser imposible la
victoria dadas las condiciones y antecedentes en que se dio la
batalla.

Después de la derrota del Alto de la Alianza y subsiguiente ocupación
de Tacna, que los restos del ejército aliado se dirigieron a Puno y
que Leyva, en su cobardía, en lugar de avanzar y amagar la retaguardia
chilena, salió en precipitada huida; a Bolognesi se le dejó como la
siguiente víctima del agresor, y solo, con entereza, aceptó el reto,
sabiendo que la derrota habría de envolverlo; fue, por esas
circunstancias, que se elevó por encima del destino y los desaciertos
gubernamentales.

En tiempos de Castilla colaboró en la preparación militar del país,
convirtiéndose en hábil artillero y adquiriendo modernos cañones para
la defensa del país. Cumpliendo su deber no tuvo reparos de asediar y
asaltar Arequipa, su ciudad natal. Primero estaba el deber, que el
cariño al terruño y, justamente, por su heroico comportamiento en la
captura de la Ciudad Blanca, fue ascendido a coronel de artillería el
10 de marzo de 1858, igualmente se ganó el mote de "macamama" término
con el que se denominó a quienes pegan a su madre y, por extensión, a
los arequipeños que atacaron a su ciudad.

Acompañó al viejo mariscal en la campaña del Ecuador y prosiguió en el
servicio activo hasta el 30 de octubre de 1871, cuando se retiró del
ejército a su solicitud, a los 49 años de edad.

Fue hombre de pocas palabras pero decidido actuar. Temerario, sin
temor a las batallas ni balas como lo demostró en la batalla de Carmen
Alto, en la proximidad de Arequipa, el 22 de julio de 1844, cuando
chocaron las tropas de Vivanco y Castilla. Bolognesi, en ese entonces
era comerciante, ajeno al ejército, sin embargo, sobre su caballo
blanco contempló desde una loma y al lado del campo de batalla, cómo
se desarrolló ésta, para terminar galopando entre los dos
contendientes hasta que una descarga le voló el sombrero y derribó al
caballo. Por ese gesto, Castilla admirando la actitud del hombre, lo
invitó a incorporarse al ejército, rehusando. Nueve años después
recién lo hizo cuando en 1853 Echenique formó en Arequipa un batallón
de la Guardia Nacional, incorporándose a ella como segundo comandante
y el grado de teniente coronel a la edad de 31 años, habiendo
fallecido a los 58 al haber nacido en 1822, y no como registran
erradamente algunos historiadores que incluso lo señalan como un
anciano de 71 y otros de 65.

Sobre la epopeya del Morro, de la cual tampoco vamos a repetir los
incidentes de la batalla, descrita con profusión por otros
historiógrafos y, excluyendo el abandono en que Piérola había dejado a
los defensores, vamos a considerar dos aspectos, el salvajismo
chileno, y las frases del héroe.

En breve paréntesis exponemos, sin pretender dilucidar en forma
definitiva, la controversia del lugar de nacimiento de Bolognesi.
Según unos, nació en Lima en 1816. Quien nació fue un hermano mayor
fallecido en Lima a los cinco años de edad en 1821. El héroe nació en
Arequipa en la segunda quincena de diciembre de 1822, cuando su madre
debió regresar a la ciudad del Misti por las dificultades por las que
atravesaba su esposo que fue detenido por las autoridades
republicanas, debido a su amistad con el régimen virreynal.

El interrogante surge en relación a su matrimonio. ¿Por qué oculta su
nacimiento en Arequipa en 1822 y presenta la partida de nacimiento de
su hermano fallecido y del mismo nombre que naciera en Lima en 1816?
La razón es una. Deseaba o necesitaba contraer matrimonio con Doña
María Josefa Rivero de 32 años de edad, boda efectuada el 17 de junio
de 1839, resultando que la contrayente era mayor en 17 años al novio
que sólo tenia 16. Que según las disposiciones eclesiásticas a esa
edad no podía casarse, por lo cual sólo quedó el subterfugio de
presentar la partida de nacimiento del hermano fallecido, apareciendo
con 22 años de edad. Con posterioridad al matrimonio, no tuvo reparos
en presentar su verdadera edad y lugar de nacimiento, como aparece en
su hoja de servicios del ejército del 31 de octubre de 1871, donde
queda registrado como coronel de 49 años de edad y natural de
Arequipa. Igualmente en su ingreso en la logia masónica en Lima, el 29
de julio de 1860, documento en el cual, su introductor Vidal García lo
presenta como natural de Arequipa y de 38 años de edad. En ambos
documentos su nacimiento corresponde a 1822 y Arequipa como su lugar
de nacimiento.

32 Salvajismo chileno

Lo primero no es sino la continuación del vandalismo desatado por el
ejército chileno, que con ensañamiento y bajo la orden del día de "hoy
no hay prisioneros" al término de la acción, en la cual, la gran
ventaja numérica sumada a la calidad del armamento, definió la
situación tras ardua lucha y varias horas de duración, los vencedores
se dedicaron al degüello de los prisioneros, heridos y no sólo
aquellos encontrados en el campo de batalla, sino quienes, como los
destacamentos del Fuerte del Norte, que prácticamente no actuaron en
la contienda, al ver el desastre producido abandonaron sus armas y se
refugiaron en la población, consulados y templos, de donde fueron
extraídos para ser fusilados en masa en la plaza de armas y las
calles. Del consulado de Estados Unidos sacaron a más de 70 refugiados
para fusilarlos así como del de Inglaterra. Quienes trataron de buscar
refugio en la catedral fueron fusilados en sus escalones y ningún
peruano salió con vida del perímetro de la plaza de armas. Incluso se
dio muerte a pedradas a algunos civiles refugiados en un pozo. Se
cumplió la orden de que no hubieran prisioneros. La llegada a la
ciudad de los batallones "Lautaro" y "Bulnes" logró imponer cierto
orden sobre sus compañeros, pero no al saqueo y vandalismo desatado
contra la población, donde robos y violaciones fueron cometidos como
parte de la orden del día. Después del latrocinio comenzaron los
incendios, sin respetarse si las propiedades eran de peruanos o
extranjeros, en esa forma muchos establecimientos de italianos y
españoles e incluso algunos ingleses o viviendas de ellos fueron
depredadas e incendiadas mientras a las mujeres se les sometió a
excesos como nunca se habían producido.

Nuevamente el temor y miedo frente al combate, posibilidad de la
muerte o derrota motivó, en la victoria, el más despiadado desenfreno
y crimen y ello como "orden del día". (Anexo 27)

La crueldad del jefe chileno coronel Pedro Lagos que reflejó la orden
del comando chileno, quedó marcada en las palabras del escritor
chileno Molinari al referirse al sanguinario comportamiento de sus
tropas: (85)

"Los muertos subieron de mil en el Morro, para que se den cuenta los
que estos lean del delirio de matanza que dominó al 4to. de línea".

El mismo escritor Molinari, escribe sobre el degüello efectuado en la
"Ciudadela": (86)

"Fue tal y tan espantosa aquella represalia, que el vasto e inmenso
recinto del "Ciudadela" se convirtió en humeante poza, charco horrible
de sangre humana, y tanto subió el nivel de aquel lago, que el caballo
del general en jefe, don Manuel Baquedano, cuando más tarde penetró en
aquel mudo y desolado lugar, se perdió en la sangre peruana, hasta los
mismos nudillos".

Baquedano después de salir de ese pozo de sangre elogió al regimiento
tercero, autor de esa carnicería.

Dando cuenta a su gobierno de la captura de Arica, el Ministro de
Estados Unidos de Norte América en el Perú, decía entre otras cosas.
(87)

"Las tropas chilenas se han conducido no como un ejército formalmente
organizado por una nación que se llama civilizada, sino como una horda
de salvajes errantes, ultimando a los heridos. En el consulado
británico se refugiaron unos cuantos dispersos, los arrastraron hasta
la plaza y allí los fusilaron, y después saquearon la casa (Consulado
inglés) Esto no ha sido guerra, sino una matanza por mayor".

Realmente es nauseabundo recordar esos episodios, pero es necesario
que en el Perú nunca se olvide lo que sucede cuando un invasor pisa
nuestro suelo en afán de conquista.

Así fue la historia y continua siendo, y seguirá en lo futuro,
mientras el egoísmo individual convertido en colectivo y traducido a
país no desaparezca, mientras eso no suceda, debemos estar preparados
y nunca confiar en nadie. El Perú aprendió en forma muy dolorosa lo
que representa la imprevisión y el desgobierno y, que en los momentos
álgidos de la tragedia, nadie acude en ayuda y que las expresiones de
hermandad y amistad son simples expresiones de lirismo declamativo en
banquetes, periódicos y foros nacionales e internacionales que, bien
sabemos, no sirven para nada, ya que la única voz escuchada, es la del
fuerte, que impone su ley y al débil sólo le toca obedecer. Y en cien
años, la historia no ha cambiado y Chile sigue siendo el mismo
potencial agresor, sólo que ahora busca el cobre y pesca de Tacna y
Moquegua, las aguas del Titicaca y posiblemente un punto límite con el
Brasil. Se debe tener presente que Chile tiene estudios sobre el
aprovechamiento de las aguas del Titicaca para utilizarla en generar
energía hidroeléctrica en el valle de Azapa y regar los desiertos de
Arica y Tarapacá, para ello deberán drenar el Titicaca, bajándole el
espejo de agua en 8 metros y esas aguas bombearlas sobre la quebrada
de Azapa. Esa disminución del nivel de las aguas, de producirse,
significaría que Puno y el íntegro del altiplano se convertirían en un
páramo de vida imposible y un millón de púnenos desaparecerían. En esa
forma los chilenos no necesitarían utilizar el corvo para degollar
prisioneros como en Arica, sino que dejarían actuar al frío para
extinguir la vida.

33 El último cartucho

La frase de Bolognesi dando fin a la entrevista con el parlamentario
chileno Salvo, cierra igualmente toda esperanza que le pudiera llegar
ayuda, aquella que en forma reiterada solicitó al prefecto de
Arequipa, Carlos Gonzales Orbegozo que, al decir de Paz Soldán fue:
(88)

"joven recién salido a la política, y mas afecto a los pasatiempos de
pompas aristocráticas y a tertulias de salón, que a las rudas tareas y
peligros de la guerra".

Incluso el telegrama del 5 de junio cuando escribe Bolognesi: (89)

"Apure Leyva. Todavía es posible hacer mayor estrago en el enemigo
victorioso. Arica no se rinde y resistirá hasta el último sacrificio".

Ultima comunicación del héroe de los varios telegramas cursados en
esos días, esperanzado que el gobierno y comando del segundo ejército
del Sur cumpliera con su deber, así como él y sus oficiales cumplían
con el suyo, resumidos en su frase: (90)

"Tengo deberes sagrados y los cumpliré hasta quemar el último cartucho".

La frase de Bolognesi no queda como simple respuesta a un
planteamiento de rendición. Por su laconismo, pero enorme fuerza
expresiva, trasciende el momento, convirtiéndose, por su sencillez, en
manifestación de sublimidad.

No es la expresión literal de continuar las operaciones de defensa
mientras queden municiones. Representa la voz altanera, plena de
convicción que expresa el estado de ánimo de jamás ser intimado; que
la amenaza de enfrentarse a rival de poderío en situación muy superior
a las tropas que comanda, no lo atemorizan; que el fin adverso en que
podrá desenvolverse la contienda tampoco lo asustan. Es la declaración
clara y manifiesta de combatir al adversario en cualquier terreno o
circunstancia sin importar las diferencias numéricas o de armamentos.
Es la síntesis del espíritu inconquistable que anima al peruano,
quien, sacando fuerzas de los golpes del destino encuentra nuevas
oportunidades para enfrentarse al enemigo. Es el temple hecho voz
expresando que la derrota puede producirse una y muchas veces, pero la
rendición ¡jamás!. Ni siquiera la muerte podrá acallar ese espíritu,
que, por heredad pasará y será trasmitido a quienes se encuentren en
la vecindad, o a los distantes paisanos y por último a los
descendientes y en ellos volverá a emerger con fuerza casi telúrica
indicando que cada peruano en el momento que le toque actuar, deberá
seguir en el combate, sin importar cuanto tiempo podrá durar; ni
cuantos hombres podrán sucumbir, no importa, lo que interesa es
proseguir en la lucha hasta que al final se logre la victoria.

La serenidad lo envolvió en todo momento y fríamente, como buen
artillero, analizó la situación, determinando cuales son las
posibilidades y como éstas pueden modificarse si otros factores
entraran en juego. Es el frío jugador de ajedrez que evalúa cada
movimiento y conoce o prevé los resultados, por eso, días antes de la
batalla de Tacna, parece intuir lo que habrá de suceder cuanto
escribió a su hijo Enrique el 21 de mayo de 1880 desde Arica: (91)

"Querido Enrique:

He recibido la tuya y ayer mismo me fui donde el señor Coloma para
pedirle víveres para ti; me ha contestado que no te manda, que él
mismo te hará dar.

Así es que manda donde él para que te auxilie.

Te remito diez soles con el mayor Luna y otros diez soles y un par de
zapatos con el capitán Ugarte.

Aquí estoy bien de salud, esperando solo que venga el enemigo para
recibirlo, sin que me importe su número.

Consérvate bien y manda en la voluntad de tu padre que te quiere mucho.

Bolognesi".

Carta sencilla y expresiva, mostrando lo precario de la situación en
general y de la familia Bolognesi en particular, ya que el hijo,
oficial del ejército en Tacna, carecía hasta de calzado y dos centavos
en el bolsillo. También nos muestra la entereza del hombre frente a lo
que podrá acontecer al escribir: "sin que me importe su número". Un
mes atrás, el 19 de abril, igualmente desde Arica y también a su hijo
le manifestó por carta: (92)

"Yo no tengo para su defensa mas que 1,400 infantes; ellos pueden en
horas traer de Pacocha 3 a 4 mil hombres y a la vez comprometer
combate por mar y tierra... Ya estoy fastidiado, deseo que llegue el
momento de un ataque para descansar del modo que quieras
entenderlo..." y en el siguiente párrafo expreso: (93) "Mientras estén
los nuestros en Tacna quizá no habrá nada aquí". Manifestación de un
análisis de la situación, que le indicaron lo que sucedería, por eso,
meticulosamente preparó las defensas en la mejor forma con los
recursos que contaba. Para apreciar los esfuerzos efectuados por
Bolognesi, merece transcribir lo que sobre esa situación dijo el
escritor chileno Vicuña Mackenna en su obra "Historia de la campaña de
Tarapacá y Arica", tomado de Eduardo Congrains: (94) Refiriéndose a
Bolognesi:

"Sin embargo llama la atención que gracias a la probidad y constancia
de aquel digno hombre de guerra, poderosamente secundado por el
comandante de marina Moore, jefe de las baterías del Morro y los
coroneles Inclán y Ugarte, que mandaban las 7a. y 8a. divisiones allí
dejadas, logró formar una valla de resistencia bastante considerable
en toda la prolongación de los cerros que forman la península o punta
saliente del morro, desde el mar hasta tres kilómetros hacia el
oriente.

Para esto el coronel Bolognesi había hecho construir parapetos de
sacos, dos grandes fuertes o cuadrilongos en los que cabían unos 500
hombres con holgura, y construido por el lado de tierra como los dos
puestos avanzados del morro...

El primero de esos reductos o mas propiamente dichos campos
fortificados, se llamó por su forma casi cuadrada Fuerte Ciudadela...

En cambio, se formaron varios atrincheramientos sucesivos y bien
dispuestos que iban uniendo al morro con los fuertes avanzados del
oriente y en especial con el Cerro Gordo..."

El íntegro de esta transcripción se presenta en Anexo 27.

El mismo autor Vicuña Mackenna en otra parte del mismo escrito expresó
refiriéndose al nombramiento de Bolognesi como defensor de la plaza:
(95)

"Su designación, bajo el punto de vista militar, había sido, por
tanto, perfectamente acertado. Mas abandonado por Montero, como éste
había sido por Piérola, sin dinero, con tropas bisoñas, sin noticias,
y sólo con sobra de dinamita, pues, ahora toda su preocupación
consiste en fortificar la plaza por el lado de tierra, que era el de
su flaqueza. Montero le había dejado 250 quintales de dinamita y un
ingeniero encargado de usarlas, sin más instrucciones que estas
palabras: "Es preciso hacer volar a Arica con todos sus defensores y
todos sus asaltantes. Necesitamos un hecho que, como el estertor de la
muerte, sacuda hasta las últimas fibras del corazón de la patria".

Una vez más, la descripción de la situación por los escritores
chilenos no pudo ser más ajustada a la realidad. Por un lado la
referencia de la capacidad técnica y decisión combativa del héroe y
por otro, el increíble abandono en que los habían dejado en acto
premeditado por la dictadura de Piérola quien, parecía tenerle más
temor al ejército del Sur mandado por Montero que a los desmanes del
invasor, por eso, cobra especial significado el comentario que hace
Caivano quien incluso transcribe a Vicuña Mackenna: (96).

"Mas tarde, habiendo caído en poder del ejército chileno todo el
archivo del Dictador Piérola, el escritor Vicuña Mackenna escribía,
sobre datos que aquel le procurara, en abril de 1881, un artículo
publicado por los diarios chilenos, con el título Montero y Piérola,
que concluye así: "En diversos artículos, publicados mucho antes que
los archivos de Lima cayeran junto con sus secretos en nuestras manos,
habíamos sostenido, guiados más bien por la intuición del corazón
humano y las situaciones que crea la ambición a los caudillos, que
hubo un hombre en la capital del Perú, por la segunda vez vencido, que
sintió a escondidas vivo regocijo en su alma al saber la derrota de
Montero en Tacna, y que ese hombre fue don Nicolás de Piérola. Esa
convicción nuestra estaba reflejada en una serie fragmentada de
hechos, de confidencias y de medidas subalternas, especialmente en la
estudiada tardanza de los movimientos auxiliares del segundo ejército
del sur, que mandaba el coronel Leyva en Arequipa. Pero hoy, los que
hayan leído con ánimo tranquilo y espíritu perspicaz los documentos
que quedan publicados, podrán decir si entonces nos engañamos o no en
nuestros vaticinios y en nuestra apreciación del segundo Túpac Amaru
del desdichado Perú".

Sería ocioso insistir mas sobre este tema: para sacrificar en aras de
sus pueriles temores de tiranuelo feudal al contralmirante Montero
cuyo experimentado patriotismo y lealtad debían ser más que
suficientes para tranquilizarlo, Piérola, según parece, sacrificó
irreparablemente a su país y a sí mismo, regalando al ejército chileno
una importante y decisiva victoria".

En la misma obra, se encuentra un fragmento del Manifiesto del ex
ministro de Hacienda J.M. Químper dirigido a la nación, quien expresó
como peruano similares conceptos que el historiador chileno: (97)

"El Dictador sacrificó, a su ambición a aquel puñado de héroes (el
ejército de Montero), hostilizándolo cuanto le fue posible y negándole
todo refuerzo o ayuda de cualquier clase. La noticia del desastre se
recibió con dolor profundo por todos (de la derrota de Tacna); pero
Piérola y los suyos no supieron siquiera disimular su alegría. No
existía ya ni sombra de oposición al régimen dictatorial, que dominaba
sin rival en un vasto cementerio. "La Patria", órgano de Piérola, con
un cinismo que rayaba en demencia, calificó placenteramente la derrota
de Tacna como "la destrucción del único elemento que restaba del
anterior carcomido régimen": se refería al constitucional".

Los comentarios presentados no pueden ser mas elocuentes de lo que
realmente sucedió en la tragedia del 79, cuando las derrotas se
produjeron, no por la superioridad chilena de armas y número de
hombres y mucho menos por la calidad de su comando.

Es curioso que en Chile sucediera un fenómeno similar al del Perú, que
la dirigencia política se irrogó el liderazgo militar. El presidente
Pinto asumió el control de las operaciones militares las cuales se
desenvolvieron a su criterio. Igualmente primaron los celos hacia sus
oficiales. En Chile, Pinto dejó de lado al general Villagrán, hábil
militar con plena capacidad y conocimientos para dirigir la guerra, y
se le encargó la ejecución de tareas secundarias para que su nombre no
creciera con las victorias que pudiera obtener y convertirse en
peligroso rival a la candidatura de la presidencia de la república, en
elecciones que se avecinaban, en oposición a los ministros Santa María
en Relaciones Exteriores y Sotomayor en Guerra, hombres con gran
influencia en el gobierno y en el poder de decisión. En el Perú tanto
Prado como Piérola, pospusieron a otro brillante general de división
don Fermín del Castillo, quien, a pesar de haber sido nombrado como
comandante en jefe del ejército por Prado, por la desorganización y
desorden creciente en las filas del ejército a manos del general
Buendía, pero, la figura del general del Castillo sembró temores y, la
oposición a que se efectivizara el nombramiento fue tal en palacio y
niveles de decisión, comenzando por el ministro de Guerra, que su
nombramiento quedó sin efecto y Buendía prosiguió en el comando.

En Chile, los dos ministros mencionados se disputaron la prioridad en
la nominación como candidato, por lo cual trataron de lograr los
mejores y mayores méritos para obtenerla, motivando que se sumaran a
la posición del presidente Pinto en dirigir la guerra desde Santiago,
imprimiéndole su manera de pensar, como partidario de las operaciones
defensivas, por eso dejó a su ejército en esa condición de defensa
táctica, pensando que deberían posesionarse en algún punto del litoral
peruano, al respecto escribió al ministro Sotomayor: (98)

"¿Porqué fue vencido Buendía en Dolores? porque tomó la ofensiva.
¿Porqué fueron rechazados los chilenos en Tarapacá? Porque tomaron la
ofensiva".

Días después, en nueva carta al ministro Sotomayor:

"La ofensiva requiere inteligencia, combinación, cálculos, ejército
veterano, es decir, lo que Chile no tiene ... con el arma moderna que
permite al agredido disparar rápidamente y a gran distancia, el
atacante necesita mas audacia, táctica... ¿De dónde sacamos jefes
capaces de reunir estas condiciones? ... Nuestra táctica debe
consistir en obligar al enemigo a que nos ataque".

El 17 de enero de 1880 Pinto ratifica su concepto, escribiendo a Sotomayor:

"Estamos haciendo la guerra en condiciones bien raras: sin General en
Jefe, sin jefes secundarios que estén por su inteligencia y
conocimiento a la altura de! puesto que ocupan. Para todas las
operaciones de guerra es preciso tener a la vista estas
circunstancias. No debemos emprender operaciones que exijan a los
jefes mas de lo que los nuestros puedan dar".

Es difícil encontrar en la historia un paralelo a lo acontecido en el
Perú del 79. Países que hayan sido avasallados, por cientos están en
la historia. Otros que después de una cuantas derrotas se hayan
rendido, también. En cada caso siempre se encuentra que pese a la
inferioridad física o de comando, hay un espíritu corporativo de mutua
defensa apoyándose dirigentes y dirigidos para enfrentarse al atacante
y, ya lo dijo Atahualpa, "azares de la guerra son vencer o ser
vencido". En el caso peruano, es completamente diferente. Hay un
pueblo dispuesto al sacrificio y lucha contra el enemigo. Hay un grupo
de valientes oficiales de mar y tierra que superando dificultades
hicieron pagar cara su derrota, pero manteniendo siempre los
estandartes en alto hasta que la muerte los dominó. Desgraciadamente,
junto a ese pueblo y esos militares o marinos de pundonor y calidad,
hubieron gobiernos que sólo buscaron su conveniencia.

Frente a la calamidad e infortunio, emergía el valiente arequipeño,
así como Grau lo hizo sobre el "Huáscar". Ambos en la plenitud de la
vida, Bolognesi a los 58 años de edad y Grau sucumbiendo a los 45, se
levantaron del medio de la desgracia en que se encontraba sumido el
país, señalando con su valor y comportamiento y sin más horizonte que
el de servir a la patria, se enfrentaron al destino.`

Los dos conocían de antemano cual era el fin que les esperaba y
estoicamente lo aceptaron al así exigirlo las circunstancias, que
desde el 2 de abril, en que se inició la guerra, como inmenso circulo
que progresiva e inexorablemente los fuera estrechando hasta dejarlos
reducidos a un enfrentamiento final sin dilaciones ni escapatorias.
Uno y otro conocieron lo que les esperaba y, con la serenidad propia
del hombre de bien, consintieron que se les sacrificara. Conocían los
errores cometidos por los gobernantes, pero sabían también que no eran
ellos los llamados a superarlos al encontrarse enfrentados al enemigo.
Cada uno en su oportunidad hizo lo que su deber les impuso para
fortalecer y salvaguardar la seguridad del país, más allá de esas
acciones, sabían que no podían avanzar sin resquebrajar la disciplina
y producir el caos. Eran honestos consigo mismos y para ellos, primero
estaba el deber, por eso, en un país de múltiples revoluciones, jamás
complotaron ni pretendieron erigirse por encima de los demás por la
fuerza de las armas para imponer su voluntad. Eran legítimos hombres
de armas, técnicos en sus mandos y celosos de su responsabilidad, para
dedicarse a veleidades golpistas. Tal vez por eso mismo, los
gobernantes les exigieron el rendimiento del máximo de sus capacidades
y habiendo llegado a ellas, que aceptaran la muerte y ellos lo
hicieron, sin conocer, que con ello, redimieron a la patria, que,
hundida en la más grande ignominia de su historia, pisoteada por el
invasor y abandonada por sus dirigentes, enseñaron el camino del
pundonor, entereza y valor, y con su sacrificio, levantaron las
banderas de la resistencia y orgullo nacionales a donde nadie pudiera
alcanzarlas para que siempre fueran emblemas de integridad. Con su
sacrificio y muerte, hacían realidad una vez más las frases del
mariscal Ney en Waterloo: "La guardia muere pero no se rinde", así
fueron ellos, primero la muerte que la rendición, en sus códigos de
honor no existía esa palabra y esa es justamente la significativa y
trascendente enseñanza que, con su ejemplo, legaron a futuras
generaciones, y no sólo referido a los actos bélicos, sino a todos
aquellos que impliquen la superación para sacar adelante al país; es
la responsabilidad frente al deber e incluso es la superación del ser
frente al destino. Esa es la enseñanza que nos legaron con su ejemplo.
Es el trascendente significado de las frases de Bolognesi pronunciadas
en el morro y que nos legó como el más grande presente a nuestra
historia.

34 Traición

En un país donde el civilismo había desorganizado y disminuyó al
ejército, que igualmente lo envileció en 1872, cuando el pardismo
sobornó a los comandantes de los cuarteles de Lima por cincuenta mil
soles a cada uno para que desertaran de sus responsabilidades y
cuarteles dejándolos casi abandonados y, que la reducción de efectivos
fue en la cantidad de soldados, mas no en la de oficiales y menos en
los jefes, por eso, al comenzar la contienda del 79, al Perú le
sobraban coroneles, muchos llegados a la ancianidad, otros proclives
al acomodo o la deshonestidad, en contraste con algunos de alta
calidad técnica, responsabilidad y patriotismo, por lo cual, no es de
extrañar que también se diera un traidor. El coronel que abandonó el
campo de batalla y huyó para no ser sometido a una corte marcial y
posiblemente fusilado; que fuera apedreado tres años después de su
incalificable comportamiento por las vendedoras del mercado de Tacna
y, que, en premio de su felonía, recibió de Piérola el honroso cargo
de ser diputado por Tayacaja en 1895. Este personaje que salpica el
brillo de la batalla de Arica es Carlos Agustín Belaunde, oriundo de
Tacna.

Cuando Bolognesi convocó el 26 de mayo de 1880 a los jefes del Morro e
instó a que se pronunciaran, el acuerdo de defender Arica fue casi
unánime. La voz discrepante surgió en el coronel Carlos Agustín
Belaunde, que tal como escribe G. Vargas Hurtado en su obra (99):

"del acuerdo que adoptó la junta precitada, en la que, como antes
hemos visto, todos opinaron como el coronel Bolognesi, menos uno,
acaso, por ignorancia, falta de patriotismo o porque el miedo se
adueñó de su ser, ya que se trataba de un jefe improvisado elevado a
la categoría de tal, con mando de cuerpo, por el favoritismo
político".

El coronel discrepante era el comandante del batallón "Cazadores de
Piérola". Frente a tal situación por medida disciplinaria y ser
sometido a juicio, al no haber reconsiderado su opinión durante las 48
horas de plazo que le dieron Bolognesi dio la orden de que se le
confinara en el "Manco Cápac", por ser hora avanzada no se cumplió la
orden y, el coronel Inclán, encargado de ejecutarla, obtuvo de
Belaunde la palabra que habría de permanecer en el recinto del
batallón Iquique hasta el día siguiente.

Pese a la palabra comprometida, en coordinación con el Mayor Manuel
Revollar, tercer jefe del batallón a sus órdenes, decidieron desertar
de la plaza y, durante la noche, logran burlar las líneas chilenas y
en compañía del capitán Pedro Hume, huyen del Morro y del enemigo el
lo de junio de 1880. Acto de cobardía y muestra la mezquindad de
quienes lo cometieron, mayor ironía tiene esta bajeza si se tiene en
cuenta una estrofa de la carta que Belaunde escribió a Piérola el 30
de mayo desde Arica: (100).

"En cuanto a mi, compadre, ya sabe Ud. que cuenta conmigo y con mi
batallón y que si aquí perdemos y quedo vivo y puedo escapar, marcharé
a formar otro batallón a otra parte, a fin de defender siempre a Ud. y
su gobierno, pues esa sola es mi única consigna".

En el Anexo 28 se presentan las narraciones que sobre este indigno
suceso presenta Gerardo Vargas Hurtado en su obra ya citada.

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