Informe
Señal de Alerta-Herbert Mujica Rojas
20-9-2024
¡Envidia jode al Perú!
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Un líder uro me dijo, en
plena travesía por el Lago Titicaca, ¡la envidia jode al Perú! Y hasta se dio
el lujo, ante múltiples preguntas limeñas, de responder desdeñoso: ¿no leen
ustedes los libros de historia?
En momentos en que el
gobierno de doña Dina Boluarte, cuyo desempeño en el Altiplano fuera arrasador
de los derechos humanos de decenas de compatriotas muertos por bala militar, en
meses pasados, y cuando aún hay duda si declarar en emergencia las regiones con
incendios forestales atroces, pertinente recordar sucesos de los que fui
testigo in situ.
Cualquier periplo hacia el
interior del Perú equivale a la lectura de las edades que la historia registra.
Desde la humedad enfermiza de Lima, a los calores atroces de la Selva o las
altiplanicies gélidas del Titicaca o los monumentos pétreos y bellísimos del
Cusco imperial.
Pocos reparan en que
poseemos todos los pisos ecológicos, la biodiversidad más prodigiosa y
despensas de agua y árboles que o cuidamos o lamentaremos su depredación por
mano criminal.
Cavilé, mientras escuchaba
la voz bronca del amigo uro, sobre cuánta razón tenía el compatriota. Y la
explicación de su altanería orgullosa. Los peruanos del Altiplano son
vencedores de la naturaleza, dominan las punas con su agricultura y a pesar de
los 20 ó más grados bajo cero, siguen pujantes con su comercio y lejanísimos de
la capital o del resto del país.
Una de las peores
costumbres peruanas consiste en maquillar las realidades y las más feas exhiben
cosmética pero reza el dicho: aunque la mona se vista de seda ¡mona se queda!
¡Y es cierto! El peruano
cuando nace no mama, aprende a envidiar lo que tiene el del costado y a
blasfemar, balbuceando sus primeras frases, del prójimo o del de más allá.
No soportamos el éxito
ajeno y le arrebatamos -¡no importan los medios!- cualquier brillo o valor.
Nuestro blasón es la codicia, la estupidez de sentirnos buenos haciendo el mal
o promoviendo el fracaso ajeno.
Y la aberración es más
frecuente cuando desde nuestra estrecha visión capitalina, nos referimos al
compatricio del interior. Presumiendo de una superioridad inventada desde el
argumento que “así son las cosas”.
Acabamos de contemplar, en
nuestra atarantada capital Lima, el espectáculo ridículo y racista de unos
estudiantes universitarios con el cerebro en las patas porque en el cabeza sólo
albergan estiércol blancoide y banal. Y aquello es una muestra “cultural” de
pobredumbre cívica y nulidad humanista.
El peruano de la
altiplanicie tiene un tiempo subjetivo distinto al del resto del país. Su día
es largo pero provechoso.
Nuestro contertulio uro
era patrón de una lancha para el transporte turístico. Además tenía negocios de
ropa, víveres entre las distintas islas del Titicaca y era uno de los más
entusiastas cooperadores en las fiestas regionales. Cuando éstas ocurren, todos
son iguales (quechuas y aymaras) y aportan al sostenimiento de los convites.
Para los puneños, los de
la Costa –especialmente los de Lima- son débiles, afeminados, incapaces de
pelear con la naturaleza. Y........ ¡racistas! ¡Y no hay nada más estúpido ni
inapropiado!
En Puno hay de todo y
mejor que en la capital y que en buena parte del país. Se encuentra comida
sana, ropa excelente, historia y sentimiento de nación altiva e irreductible,
pero son tercamente peruanos de bandera blanquirroja y con su espíritu
indoblegable de titanes atrevidos.
En la Plaza de Armas de
Puno, el monumento a Bolognesi recuerda la gesta del 7 de junio de 1880 y
aunque las placas de literatura casi ni se notan, en cambio brillan por el
cuidado con que se las mantiene.
Recuérdese que Puno
también sufrió la bota invasora en la guerra de rapiña (1879-1883) y que aquí
llegaron, en lugar de combatir en Arequipa, que cayó sin disparar un tiro, las
tropas al mando de Lizardo Montero. País de extrañas paradojas el nuestro.
Juliaca asemeja a Lima
pero con un desorden multiplicado y peor. Mototaxis por cientos o miles, ruido
ensordecedor, negocios abiertos desde muy temprano, gente en la calle, tren
atronador de actividades mil, es una ciudad gélida con calor humano
impresionante.
En pocos años más y con
una concepción urbanística mejor que la actual, está destinada a convertirse en
la gran urbe comercial de todo el sur del Perú.
Hay que confundirnos con
el altiplánico y seguir lo que son sus enseñanzas. ¡Y no al revés! Entonces
aprenderemos a conocer una parte fundamental del Alto Perú que aún aguarda este
reconocimiento a su espacio y a su tiempo.
Una formidable lección de
cómo el hombre y mujer valientes y amantes de Madre Naturaleza, conquistaron su
entorno, está en el Altiplano. Los desdenes, mohínes y adefesios de los tarados
racistas o perversos ambulantes, debieran archivarse en el gran Museo del
Desprecio que habremos de crear algún día en el Perú.