Señal de Alerta-Herbert Mujica Rojas
8-10-2023
Grau
https://senaldealerta.pe/grau/
Honor y gloria a un auténtico héroe:
Miguel Grau Seminario. Esa mañana, un día como hoy, en Punta Angamos, 1879, el
recio marino afrontó un combate desigual perennizando con su gesto, cómo se
pelea y cómo se forjan los caminos genuinos y honorables.
Escribió Manuel González Prada, el
texto Grau que figura en Pájinas Libres, 1885, y del cual extraemos párrafos de
tremenda vibración y recuerdo, (consérvase ortografía original).
Grau
Épocas hai en que todo un pueblo se personifica en un solo
individuo: Grecia en Alejandro, Roma en César, España en Carlos V, Inglaterra
en Cromwell, Francia en Napoleón, América en Bolívar. El Perú en 1879 no era
Prado,
Cuando el Huáscar zarpaba de algún puerto en busca de
aventuras, siempre arriesgadas, aunque a veces infructuosas, todos volvían los
ojos al Comandante de la nave, todos le seguían con las alas del corazón, todos
estaban con él. Nadie ignoraba que el triunfo rayaba en lo imposible, atendida
la superioridad de la escuadra chilena; pero el orgullo nacional se lisonjeaba
de ver en el Huáscar un caballero andante de los mares, una imajen del famoso
paladín que no contaba sus enemigos antes del combate, porque aguardaba
contarles vencidos o muertos.
El Huáscar forzaba los bloqueos, daba caza a los transportes,
sorprendía las escuadras, bombardeaba los puertos, escapaba ileso de las
celadas o persecuciones, i más que nave, parecía un ser viviente con vuelo de
águila, vista de lince i astucia de zorro. Merced al Huáscar, el mundo que
sigue la causa de los vencedores, olvidaba nuestros desastres i nos quemaba
incienso; merced al Huáscar, los corazones menos abiertos a la esperanza
cobraban entusiasmo i sentían el jeneroso estímulo del sacrificio; merced al
Huáscar, en fin, el enemigo se desconcertaba en sus planes, tenía vacilaciones
desalentadoras i devoraba el despecho de la vanidad humillada, porque el
monitor, vijilando las costas del Sur, apareciendo en el instante menos
aguardado, parecía decir a la ambición de Chile: "Tú no pasarás de
aquí". Todo esto debimos al Huáscar, i el alma del monitor era Grau.
Humano hasta el exceso, practicaba jenerosidades que en el
fragor de la guerra concluían por sublevar nuestra cólera. Hoi mismo, al
recordar la saña implacable del chileno vencedor, deploramos la exajerada
clemencia de Grau en la noche de Iquique. Para comprenderle i disculparle, se
necesita realizar un esfuerzo, acallar las punzadas de la herida entreabierta,
ver los acontecimientos desde mayor altura. Entonces se reconoce que no merecen
llamarse grandes los tigres que matan por matar o hieren por herir, sino los
hombres que hasta en el vértigo de la lucha saben economizar vidas i ahorrar
dolores.
Tal era el hombre que en buque mal artillado, con marinería
inesperta, se vió rodeado i acometido por toda la escuadra chilena el 8 de octubre
de 1879.
En el combate homérico de uno contra siete, pudo Grau
rendirse al enemigo; pero comprendió que por voluntad nacional estaba condenado
a morir, que sus compatriotas no le habrían perdonado el mendigar la vida en la
escala de los buques vencedores.
Todo podía sufrirse con estoica resignación, menos el
Huáscar a flote con su Comandante vivo. Necesitábamos el sacrificio de los
buenos i humildes para borrar el oprobio de malos i soberbios. Sin Grau en
En la guerra con Chile, no sólo derramamos la sangre,
exhibimos la lepra. Se disculpa el encalle de una fragata con tripulación novel
i capitán atolondrado, se perdona la derrota de un ejército indisciplinado con
jefes ineptos o cobardes, se concibe el amilanamiento de un pueblo por los
continuos descalabros en mar i tierra; pero no se disculpa, no se perdona ni se
concibe la reversión del orden moral, el completo desbarajuste de la vida
pública, la danza macabra de polichinelas con disfraz de Alejandros i Césares.
Sin embargo, en el grotesco i sombrío drama de la derrota,
surjieron de cuando en cuando figuras luminosas i simpáticas. La guerra, con
todos sus males, nos hizo el bien de probar que todavía sabemos enjendrar
hombres de temple viril. Alentémonos, pues: la rosa no florece en el pantano; i
el pueblo en que nacen un Grau i un Bolognesi no está ni muerto ni
completamente dejenerado.”