por Herbert Mujica Rojas
30-1-2007
La cultura: un patrimonio difícil de colonizar
por José María Arguedas*
Durante el XXXVII Congreso de Americanistas realizado en la ciudad de
La Plata, en septiembre del presente año, se organizó una reunión de
mesa redonda para tratar acerca de la Antropología de Urgencia. Diez
profesores de diferentes países, todos americanos, fueron elegidos
para estudiar el tema delante de un público numeroso de especialistas
en todos los campos de las ciencias sociales.
Se denominó Antropología de Urgencia al estudio que debía hacerse de
los grupos étnicos que, a causa de la penetración de la cultura
llamada occidental, están sometidos a un proceso de cambio tan
violento que existe el riesgo de que desaparezcan. Se especificó que
este tipo de riesgo afectaba especialmente a pueblos rezagados en su
evolución como, por ejemplo, las tribus amazónicas, constituidas por
grupos humanos pequeños y dispersos. Se consideró urgente que la
etnología dejara una imagen lo más completa posible de estos pueblos,
del conjunto de sus creaciones, de sus normas de vida, de su
concepción del mundo, etc., a fin de que quedara este testimonio para
la ciencia y para las artes en el inmenso fichero de la variedad de la
cultura humana.
Algunos antropólogos señalaron con objetividad que la desaparición de
estos grupos era inevitable por cuanto los individuos de la
civilización occidental, organizados en empresas de omnímodo poder,
estaban aniquilando físicamente a estos pueblos, despojándolos de sus
tierras, lanzándolos a lo desconocido, o asimilándolos, luego de
convertirlos en simples instrumentos fenecibles.
El antropólogo mexicano Cámara Barbachano manifestó que la
antropología de urgencia debía extenderse también a culturas menos
vulnerables a estos riesgos extremos. Que en México, lo indígena y lo
indio era y seguiría siendo uno de los fundamentos, y el más
importante, de la nacionalidad mexicana. Por mi parte, decidí exponer
que los pueblos quechua y aymara habían ingresado a un período de
cambios intensos y rápidos, especialmente en Perú y Bolivia. Tales
cambios toman direcciones todavía confusas. Las generaciones jóvenes,
relativamente más libres que las generaciones pasadas, en contacto más
activo con las ciudades, con medios de subsistencia más
diversificados, aunque no mucho mejores, y bajo la presión social que
considera al campesino quechua o aymara como algo inferior y
menospreciable, han adoptado una conducta inestable: dinamismo,
agresividad, simulación de pasividad y un no bien esclarecido tipo de
aparente y contradictorio menosprecio por sus viejas tradiciones.
Manifesté que los estudios etnológicos, por estas razones, eran de
gran urgencia en ambos países, especialmente en el Perú, porque
estaban siendo olvidados muy antiguos patrones de conducta, de formas
de expresión artística, de técnicas agrícolas, de sabiduría en todos
los campos de la actividad humana.
Hice resaltar el hecho de cómo, en los casos del Perú y Bolivia, la
llamada antropología de urgencia no podía tener un objetivo limitado
al registro. Se trata de pueblos con varias decenas de siglos de
ejercicio de la inteligencia y de la habitabilidad física ilimitada
del ser humano, que en los casi cinco siglos de dominación política y
económica no habían sido culturalmente avasallados; ninguno de los
métodos empleados para reducirlos a la condición de simples
instrumentos tuvo éxito y se mantuvieron, durante el coloniaje más
riguroso, como un pueblo creador. Que, si se examinaba cuidadosamente
la historia de los pueblos andinos, podía acaso comprobarse como,
hasta hoy, el pueblo autóctono mantuvo su actividad creadora;
transformó casi todos los materiales o normas que, por codicia o por
razón de método de dominio, se había tratado de imponerles y los que
tomó voluntariamente, por conveniencia propia, en tanto que las clases
o castas dominantes se habían comportado como sectores
predominantemente imitadores de las metrópolis colonizadoras.
Siguiendo el pensamiento de un antropólogo norteamericano allí
presente, en la Mesa, sostuvo que el estudio de estos pueblos debía
hacerse con la posibilidad de que, en el caudal de sus creaciones de
toda especie y de todos los tiempos, la cultura occidental podría
encontrar en América fuentes de inspiración para orientarse ella
misma, especialmente en sus versiones o estilos nacionales.
Como resultado de la intervención de Cámara Barbachano y de la mía
surgió, entonces, una inesperada polémica con otro profesor
norteamericano.
Objetó el "nacionalismo" de Cámara Barbachano y mi "indigenismo".
Afirmó que el "indigenismo" no trataba sino de tomar ventajas para los
indios y consideró al nacionalismo mexicano como algo excesivo. Pero
no fueron éstos los únicos argumentos que desencadenaron la polémica,
sino la enérgica seguridad con que este profesor expresó su convicción
de cómo la cultura "occidental" se impondría con todos sus caracteres
"feos" y "crueles". Nuestra cultura es "fea" –dijo, empleando su
castellano defectuoso pero muy lúcidamente expresivo-, nuestra cultura
es cruel, pero ella avanza sin que nadie pueda contenerla. Los
nacionalismos serán poca resistencia; el indigenismo es sólo una forma
política de sacar ventajas para los indios… Usted (se dirigió a mí)
pertenece a nuestra cultura "fea"…. Le respondí inmediatamente que "no
pertenecía por entero a esa cultura, pues era un bilingüe quechua".
No dejó de causar cierta tensión la forma algo inusitadamente enfática
con que este distinguido antropólogo sostuvo una tesis que daba
tácitamente por excluidas las posibilidades de que las culturas
indígenas del Perú, México o Bolivia influyeran sobre la llamada
"occidental" criolla, como habían influido evidentemente, a lo largo
de la historia.
En mi réplica, hice constar que me había sentado a la mesa con la
decisión y el estado de ánimo característicos de quien, habiendo
egresado de alguna universidad, ha de considerar con otros
especialistas un tema controvertible; es decir, descarnado de toda
contingencia subjetiva. El caso del cambio de la cultura quechua era
evidentemente tan urgente como el de una tribu amazónica, pero sus
proyecciones dentro de la sociedad nacional del Perú o Bolivia no
podían dejar de ser mucho más importantes. Y esta afirmación la hacía
no como "indigenista" sino como un estudioso de las ciencias sociales.
Puse a la consideración de los colegas que una cultura superviviente a
pesar de los varios siglos de vasallaje absoluto de sus portadores
bien podía ofrecer valores y elementos que siguieran influyendo y
acaso convendría que persistieran, por lo mismo que la cultura de los
grupos dominantes tenía, sin duda, rasgos y características "feas" y
"crueles". Y de eso trataremos en este brevísimo trabajo con el que he
de acompañar a Fernando de Szysszlo y Francisco Miró Quesada en el
presente folleto, dedicado a exponer algunas notas sobre la cultura
latinoamericana y su destino.
Creo no hacer una afirmación subversiva, ni mucho menos nueva u
original, cuando sostengo que Latinoamérica está siendo disputada por
las grandes potencias mundialmente dominantes y que pertenecemos, en
la distribución más o menos estable y más o menos concertada que de
los países de oriente y occidente se ha efectuado, a la esfera de
predominio de los Estados Unidos y de Europa occidental. Asimismo, no
es nada nuevo afirmar –lo hacen todos los días en centenares de
publicaciones intelectuales de las más diversas tendencias- que las
grandes empresas o consorcios occidentales dan un trato muy desigual a
los países latinoamericanos, conducta "normal" en las relaciones entre
vecinos pobres y ricos. Desearía a este respecto citar una anécdota.
Un auki (sacerdote) de la comunidad de Puquio (Ayacucho) nos explicaba
que el campesino recibía muchos bienes del dios Wamani (montaña); que
sin la protección del Wamani, el comunero de Puquio caería en el
desamparo. Le pregunté, entonces, cómo era posible que si el Wamani
era tan bondadoso, exigiera a los comuneros le entregaran ofrendas
cruentas todos los años. El auki meditó un instante y me contestó:
"Todos los poderosos son bravos y caprichosos, así como es bravo y
caprichoso el hombre rico, el que tiene mucho dinero. Y ellos, los
poderosos, han establecido de qué modo se puede ganar su voluntad".
En el caso de Latinoamérica se trata de demostrar la imposibilidad de
que, en la actualidad, poderes foráneos, cualquiera sea su origen,
logren el avasallamiento cultural de sus principales núcleos indígenas
a pesar de la dominación política y económica.
A los colonizadores españoles les convenía que las culturas autóctonas
se mantuvieran aisladas y en condiciones de "inferioridad". Este hecho
constituía una ventaja para la colonización. Se ha podido demostrar
cómo, aun en el campo de la religión, la Colonia aceptó las prácticas
de las religiones antiguas siempre que presentaran una especie de
máscara o un simple signo que la hiciera "aparecer" como destinadas a
algún personaje del santoral católico. Actualmente, en Guatemala, los
sacerdotes "ofician" dentro de los mismos templos católicos; en el
caso citado de los aukis de la comunidad de Puquio, estos sacerdotes,
que sacrifican llamas y ovejas durante el culto al dios Wamani, llevan
por insignia una cruz adornada de flores de kantuta.
Pero la actual realidad de los países latinoamericanos es inversa. Y
no somos nosotros quienes lo decimos por primera vez. Es un hecho
"natural", como habría afirmado incluso el auki de Puquio, en el trato
entre vecinos y aun hermanos de poderío muy diferente. Las potencias
que dominan económica y políticamente a los países débiles intentan
consolidar tal dominio mediante la aplicación de un proceso de
colonización cultural. Por medio del cine, de la televisión, de la
radiodifusión, de millones de publicaciones, se trata de condicionar
la mentalidad del pueblo latinoamericano. Esta gran empresa tiene
auxiliares influyentes y poderosos entre los socios latinoamericanos
de los grandes consorcios, porque tales socios están ya, no diremos
"colonizados", sino identificados con los intereses y, por tanto, con
el tipo de vida, con las preferencias y conceptos respecto del bien y
del mal, de lo bello y de lo feo, de lo conveniente o inconveniente.
Constituyen una extensión de los núcleos que tratan de "colonizar" a
los países sobre los cuales ejercen un casi pleno dominio económico y
político.
Los escritores y artistas latinoamericanos más representativos han
seguido, en cambio, un destino inverso: de la imitación más o menos
inspirada de los modelos occidentales han llegado a la creación
original mediante la asimilación de las grandes ideas, de las no
definibles expresiones, de los métodos del arte occidental. Por eso no
puede sorprendernos que el creador auténtico latinoamericano en todos
los campos resulte, en última instancia, un nacionalista por el simple
hecho de ser original y auténtico, tal los casos de Juan Rulfo y Mario
Vargas Llosa o de Rufino Tamayo o Wilfredo Lam.
Los países latinoamericanos sustentados por una tradición indígena
milenaria, como México, Perú, Bolivia o Guatemala y Ecuador, han
logrado nutrir a sus creadores con el fondo total de esta tradición
que no es sólo india sino que contiene una confluencia originalísima
de elementos prehispánicos y occidentales. Quienes han realizado la
hazaña de hacer obras que son ahora parte del patrimonio universal del
arte humano, como Vallejo u Orozco, trabajaron con el total de estos
materiales, viviéndolos y manejándolos con sabiduría e inspiración
máximas. En países como Argentina, Chile o Brasil, el escritor y el
artista han alcanzado el nivel de los autores occidentales y
contemporáneos. Ya no son "colonizables".
¿A quiénes se dirige, entonces, la empresa "colonizadora"? A la gran
masa. Se trata de hacer impermeable a la gran masa para la
comunicación con los creadores de su propio país y, al mismo tiempo,
con los de todos los países del mundo. En este sentido la empresa es
de tipo universal. Por consecuencia de este proceso se considera que
habrá de desarraigarse de la vinculación secular con sus propias
tradiciones nacionales, con su arte popular, con su arte típico o
criollo; convertirlo de ese modo en un ente influenciable, de tal modo
estandarizado que sus reacciones puedan ser previsibles y
precalculadas. Como toda empresa antihumana, no tiene ésta las
garantías del éxito y mucho menos en países como el Perú, donde los
propios instrumentos que fortalecen la dominación económica y política
determinan inevitablemente la apertura de nuevos canales para la
difusión más vasta de las expresiones de la cultura tradicional y de
su influencia nacionalizante.
Sin embargo, los gerentes de las gigantescas empresas de difusión de
material destinado a la estandarización de la mentalidad de las masas
no están desanimados. Han ganado clientela en las ciudades. Estas
urbes repentinas, como Lima, son por eso, campos de lucha intensa. Se
"modernizan" y deben "modernizarse" a toda marcha, por la misma razón
de que en veinte años multiplican su población con aluviones humanos
de origen campesino, que, asentados en la ciudad padecen de
desconcierto y están semidesgarrados aunque pujantes y agresivos. Y,
ya hemos citado a Lima, que es un museo completo del trance en que se
encuentra el hombre que debe saltar uno o dos siglos de evolución en
una o dos décadas, podemos afirmar que la masa algo desconcertada al
tiempo de ingresar en la urbe, encuentra pronto su lugar en ella, su
punto de apoyo para asentarse en la ciudad y modificarla. Encuentra
tal punto de apoyo en sus propias tradiciones antiguas, organizándose
conforme a ellas y dándoles nuevas formas y funciones; manteniendo una
corriente viva, bilateral, entre la urbe y las viejas comunidades
rurales de las cuales emigraron. La antigua danza, la antigua fiesta,
los antiguos símbolos se renuevan en la urbe latinoamericana,
negándose a sí mismos primero y transformándose luego.
Sobre este sector convulsionado lanzan sus reflectores y sus
instrumentos altamente especializados los colonizadores ultramodernos.
Pero las culturas lenta y fatigosamente creadas por el hombre en su
triunfal lucha contra los elementos y la muerte no son fácilmente
avasallables. Los más recientes censos parecen demostrar que, por
ejemplo, en el Perú, la lengua quechua, en lugar de extinguirse, se
fortalece, gana prestigio; y ya es evidente para todos que la música
andina, predominantemente indígena, alcanza un grado de difusión
inversa a la prevista hace unos cuarenta años, cuando constituía una
vergüenza y una aventura interpretarla públicamente en la capital; que
el vals criollo ha conquistado todos los círculos sociales, habiendo
sido, en el mismo periodo vergonzante de la música andina, patrimonio
de los barrios marginales de Lima; que la música y danzas costeñas de
origen negro siguen el mismo curso de afirmación e influencia masivas.
Los instrumentos más eficaces por medio de los cuales se intenta
condicionar la mentalidad de las masas y desarraigarlas de su
tradición singularizante, nacionalista (la radio, la TV, etc.), se
convierten en vehículos poderosos de transmisión y de contagio, de
afirmación de lo típico, de lo incolonizable. El creador tradicional y
el creador que domina los medios de expresión "occidentales"
mantienen, así, un vínculo profundo no avasallable para bien del
destino de sus propias naciones y de las mismas naciones donde se han
organizado los grandes consorcios, muchos de los cuales parecen haber
olvidado que el hombre tiene de veras alma y ella muy raras veces es
negociable.
Lima, noviembre de 1966.
*Notas sobre la cultura latinoamericana y su destino, con Miró
Quesada, Francisco; y, Szyszlo, Fernando, Lima Industrial Gráfica,
1966. En pp. 549-555, ¡Kachkaniraqmi! ¡Sigo siendo!, Arguedas, Carmen
Pinilla Cisneros, Lima, 2004, Fondo Editorial del Congreso.