Señal de Alerta
por Herbert Mujica Rojas
5-3-2018
¡No a la impunidad.
Que se vayan todos!
Para no pocos beber de la cansada ubre del Estado es una
forma de vida. ¿De qué otro modo se explican los parlamentarios reelectos,
alcaldes reincidentes, presidentes tozudos, autoridades que se aferran a
ministerios o puestos claves? No hay excelsa vocación de servicio al público,
sino descarada angurria.
Muchos se pasan de la raya y transitan por los vituperables
senderos del delito, coima, cohecho, asalto, crimen y asesinato de la fe del
pueblo. ¡Y encima tienen la desverguenza de creer que la gente es boba o débil
mental!
Por un lado las termitas expolian el aparato del Estado y
los cacos de gran formato (con abogángsters por decenas de respaldo) urden sus
estafas porque saben que la impunidad también es un negocio que compra jueces,
policías, testimonios, al peso y al paso.
Que se vayan todos es un magnífico lema aunque, valgan
verdades, posee poca savia. ¿Se imagina usted que los rateros van a dejar sus
“puestos de trabajo” que les dan placeres, títulos profesionales, doctorados
honoris causa, dineros abultados y por millones? A estas sanguijuelas ¡hay que
botarlas a foetazo limpio y no votarlas nunca más!
El 20 de setiembre de
1956, el senador Raúl Porras Barrenechea pronunció un brillante discurso que
entre otras cosas decía:
“Es absurdo que se nos diga que no hay responsabilidad por
razones ajenas a la validez de la norma jurídica. De acuerdo con las razones
alegadas por el dictamen en mayoría, así como no se puede juzgar la
responsabilidad de un presidente, podría, en el derecho civil, impedirse que se
tome cuentas al empleado de una hacienda, porque esto no es constructivo y
porque perjudica a la convivencia. El impunismo ha sido uno de los mayores
defectos peruanos y una muestra de nuestro débil sentido jurídico y moral, que
debemos reforzar mediante una política más conciente y orgánica. Por falta de
un sentido profundo del deber, vivimos políticamente a la deriva, aceptando que
al final de tanto desconcierto no hay otro camino para nuestros problemas que
el de la violencia o la sangre. Frente a esta inercia moral cabe escuchar, por
lo menos, el consejo del jurista alemán Ihering: “Entre las dos máximas, no
cometas ninguna injusticia y no toleres ninguna injusticia”, yo diría que
primero es: No toleres ninguna injusticia y segundo, No cometas ninguna
injusticia”. (Aplausos)
La impunidad debe ser combatida. Voces más autorizadas y que
tienen el prestigio del sufrimiento y de la inteligencia, por la profunda
moralidad de su vida, han protestado anticipadamente contra la posibilidad de
una impunidad del régimen restaurador. Entre ellas está la palabra de Felipe
Barreda y Laos, maestro y periodista, desterrado permanentemente del Perú, que
acaso me escuche en este recinto y quien, al regresar al Perú después de una
verdadera odisea y de haber sido sacado a empellones de su patria, ha escrito:
“El desgarramiento moral se intensifica al constatar que los autores de tales
agravios no sólo aseguran siempre su impunidad, sino que exhiben cínicamente la
ilícita prosperidad que atesoraron merced a tan delictuosos abusos de la
fuerza, que tiene por finalidad amordazar la fiscalización de la opinión
pública sobre la gestión gubernativa”.
¿No nos vienen diciendo algunos huérfanos de cualquier
calidad moral, capitanes de taifas oportunistas, que ellos NO recibieron nada y
que son otros a los que hay que tomar cuentas? ¿Cómo adquirieron bienes
inmuebles, viajes al por mayor, tren de vida superior, cuando, por decenios
¡jamás! trabajaron?
Perú no debe seguir siendo una guarida para la impunidad y
para la mimetización de cacos que se guardan ante las tormentas y reaparecen
para las elecciones. El pueblo tiene que echar a las cúpulas de agrupaciones
electorales que sólo tienen un propósito avieso: robar.
Política no es equivalente de asesinar a una nación. Y lo
que ocurre en el Perú de nuestros días brinda la extraordinaria oportunidad de
enviar al basurero de la historia a una casta indigna y mediocre por la comisión
de sus latrocinios.
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