Crónica tercermundista
por Zully Pinchi
Ramírez; alertasenhal@gmail.com
6-5-2016
Cuando llevaba las
maletas en dirección a la puerta del avión, hacia una de las aventuras más
grandes de mi vida, tenía en mente sólo una cosa, que pasara lo que pasara,
debía sobrevivir.
En el mismo avión
partía también un hombre que ha dejado en alto el nombre del Perú, Juan Diego
Flórez quien, en persona, se ve más joven y delgado, no obstante, no llevo ni
creo en amuletos ni sortilegios y menos en las señales de la buena suerte.
Al aterrizar y llegar a
destino, nunca imaginé que el viaje sería tan largo y que el camino tan difícil
de andar. Desde ser confundida con una terrorista turca hasta la gran
usurpadora de trabajos y oportunidades que sólo corresponden a los europeos.
La mujer europea es muy
hermosa, pero hay el no sé qué inexplicable que tienen las mujeres latinas que
provoca celos y envidias entre las más cotizadas del antiguo continente y ese
pequeño detalle es una pieza clave para finalmente sentirte, excluida,
descartada y marginada.
Un buen día me disponía
a pagar algunos alimentos que consistían en un poco de salmón crudo, arroz
blanco, agua embotellada, té verde, verduras y frutas, una cena que sería
preparada en una pequeña olla arrocera y digerida en el cuarto de hotel donde
vivía, cuando, después de hacer como media hora de cola, me interrogaron por no
tener mi nombre impreso en la tarjeta de débito emitida por el sistema bancario
de Perú y, para agravar la situación, no tenía efectivo, el cajero más próximo
se encontraba a diez minutos y en cinco ya cerraban el establecimiento y por
más que expliqué y di todos los argumentos fidedignos no tuve más opción que
devolver todo, sonreír amablemente y retirarme para después, literalmente,
morirme de hambre toda la noche.
Sin contar que cuando
llegas debes tramitar una serie de papeles que demoran unos cuatro meses y
mientras tanto te olvidas de tu gran sala, tu impresionante cocina, tu comedor
de 10 sillas, de tu baño grande y lindo y los más de 200 metros cuadrados que
tenías a tu libre disposición en Perú, para acomodarte, como sea, en un cuarto
de no más de 30 metros cuadrados, sin nada más que te acompañe que tus libros,
tus lágrimas de impotencia y las terribles ganas de que bajo la presión más
extrema, no debes claudicar jamás ni abandonar tu anhelo.
No he olvidado el cambio
de horario y los horrores que cuesta adaptarse, logrando convertir los sueños
en pesadillas y con ello las mil y una noches de desvelo hacen que lo único que
quieras hacer es pensar en regresar, pero claro esa debilidad no te la debes
permitir ni de broma hasta quemar el último cartucho.
Dentro del sinnúmero de
pericias me tocó resignarme a ser: ¨la sudaca (por ser de Suramérica)
tercermundista¨, adjetivo que he tomado de la mejor forma y que hoy comparto
con buena onda sin resentimiento alguno.
Interesante descubrir
que el europeo es más machista que un acérrimo celoso latino, que la moda que
tanto nos venden, nunca las ves caminando por las calles, en definitiva, lo
mejor de los diseñadores de renombre se queda exclusivamente en los desfiles,
porque la mayoría de damas va vestida de jeans y zapatillas desde la más joven
a la más experimentada.
Las mujeres europeas no
están para nada interesadas ni en casarse ni en tener hijos hasta después de
los 40 años, algo que ya sabía desde hacía mucho tiempo pero ahora confirmé a
diestra y siniestra, finalmente caminar por las calles de Madrid es muy
pintoresco, sueles cruzarte con gente de todas las culturas, con lo cual
después de no estar como tantas veces de paso o de turista, estuve como una
persona que reconoce que en el lugar donde sea que uno se encuentre, se
requiere de mucho sacrificio y esfuerzo cumplir los retos y descubrir que ni
estamos tan atrasados, ni somos tan diferentes, somos más creativos, innovadores,
amables, enseñables, adaptables y con un gran deseo de superación.
He concluido con que
los latinos somos una gran sangre, indios, mestizos y criollos invencibles que
no somos compatibles con la mediocridad, que en nuestro corazón peruano tenemos
grandes motivos de orgullo: un tenor, un chef, un premio Nobel, una miss
universo, y el gran Inca Garcilaso de la Vega.