Informe
Señal de Alerta-Herbert Mujica Rojas
1-4-2023
¡No a los abogángsteres!
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Para variar, la nación se
ha visto conmovida por la acción delictiva, manipuladora, aviesa, fraudulenta
de los abogángsteres, esa raza maldita que denigra la virtud genuina de aquella
profesión pero que la eleva –si a eso puede llamarse altura- a los planos del
crimen organizado.
E ilustres miembros de esa
mafia se pasean por canales, aulas universitarias, foros en que pronuncian
conferencias y dan “ejemplo” de su trabajo bien remunerado y mejor auspiciado
por los grupos de interés.
Y eso se traduce en
concesiones, audios, vídeos, asesorías, coberturas, complicidades y, en suma,
maromas todas para inclumplir la ley, ganar mucho dinero e imponer a fantoches
como “referentes” porque tienen prensa adicta –y comprada-, compinches en
múltiples giros y una desverguenza que ya no asombra.
Probablemente sean miles
de millones de soles los que no recaudará el Estado peruano porque los
abogángsteres lograron la prescripción de tales deudas y muy felices ellos
contra la Patria.
¿Cómo puede una sociedad
aguantar la acción negativa e insolente de semejante cáfila de rateros?
Mientras que siga silenciosa e impávida, nada podrá hacerse no obstante la
urgente necesidad de acabar con los abogánsgteres.
¿No hay, por ejemplo, la
jugada de caraduras que trabajaron para el Estado y que luego se fueron
jugosamente contratados a las empresas que antes “cuestionaban”?
La famosa y lamentable
puerta giratoria funciona ¡a las mil maravillas en Perú!
¿No es el caso de un
miserable petiso que fungió de Defensor del Pueblo y que luego terminó al lado de
Telefónica y regalándole varios millones de soles al dueño de un canal en Jesús
María?
¿No es bueno recordar el
caso de dos procuradores de Fujimori que luego se voltearon y aparecieron como moralistas,
con prensa y bombos, persiguiendo a Kenya?
¿Se ha preguntado por
causa de qué no se les cuestiona y siguen saliendo en portadas, respondiendo a
micrófonos y dando entrevistas?, ¿lecciones de qué podrían dar estos individuos?
La prensa en nuestro país,
informa muy parcialmente. Más bien endiosa a mediocres que sí pagan la
publicidad de muchas maneras. No hay que ser parlamentario para practicar el
tráfico de influencias.
Lo dramático y
desvergonzado es que todos saben de qué barro salieron esos ídolos falsos que
sin dinero no serían sino anónimos ilustres.
Lo antedicho tan solo a
guisa de referencia. Lo objetivo es cómo, cuando se trata no de la ley sino de
cómo birlarla y sacarle la vuelta para imponer el rédito y el delito, así sea
asesinando en vida, silenciando a secas, a los que se crucen en el camino, allí
están los abogángsteres.
Los abogángsteres se
encargan del trabajo sucio, de la presión en los juzgados, de la compra de
secretarios obtusos o de la sorpresa de decentes inexpertos. De las
liberaciones insólitas por “exceso de carcelería”. ¿No está por abandonar la
cárcel un ilustre traficantes de propiedades?
¿Cómo permite el grueso de
abogados sin mácula que una minoría de pillos gobierne desde la comisión de
actos delincuenciales, el ejercicio de la profesión? Los cacos actúan porque el
resto mira, calla y silencia cualquier protesta o acción orgánica. ¿De qué se
quejan entonces si son parte por omisión, de la fiesta corrupta?
O ¿no sabemos toda la
historia de la corrupción?
Es hora de acabar con los
abogángsteres y sus bufetes coactivos e integrados por hampones que acosan a
sus “clientes” y a los amigos, parientes, etc.
Y es el momento de
aplicarles el castigo moral mucho más efectivo que las leyes hechas en Perú
para incumplirlas y horadarlas todo el tiempo. El día que se expulse a los
abogángsteres de sitios públicos, se les escupa y arroje al ostracismo de sus
tristes vidas por farsantes y estafadores, entonces, Perú habrá adquirido el
pasaporte a los fastos morales que tanto reclama su humilde como oprimido
pueblo.
La sociedad civil, raras
veces tiene acceso a la cosa pública sino como motivo o pretexto de discurso
plazoletero o convidado de piedra.
El cinismo político ha
hecho creer por centurias al pueblo peruano que su “suerte” fatal ya está
escrita y que “no vale la pena”, luchar contra semejante infundio. Entrenar a
un pueblo en la ignorancia es el mejor negocio de los abogángsteres y sus
patrocinados.
En cambio, ganan en
calidad de vida y dignidad cuando se alzan sobre sus problemas y acometen la
revolución moral que dé ejemplo sembrando el paradigma de limpieza que anhela
la nación. Por tanto el grito: ¡no a los abogángsteres, es de plena justicia y
razón!