Informe
Señal de Alerta-Herbert Mujica Rojas
4-10-2024
Gobernabilidad: ¡cuántos crímenes en tu nombre!
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¡Oh libertad! ¡Cuántos crímenes se
cometen en tu nombre!
Madame Roland, guillotinada el
8-11-1793, París, Francia
Gobernabilidad, nos remite a la capacidad del gobierno para procesar
demandas de la sociedad y darle respuesta oportuna,
Hay términos que por el
abuso que se hace de ellos, devienen fallidos, huecos, garabatos que nada
representan. La gobernabilidad es uno de ellos, acaso el más popular. Desde la
presidencia hacia abajo, todos invocan la palabreja y se le atribuye virtudes
mágicas, políticas, socio-económicas hasta milagrosas.
Cuando un hombre público
se refiere a la gobernabilidad la presenta como la piedra filosofal de la cual
se obtendrán los remedios más eficaces contra las enfermedades que padecen las
sociedades.
Entonces gobernabilidad
para esto y lo otro; la anomia señalada que aqueja al Perú y que tiene decenios
de vigencia desde mucho antes del 28 de julio de 1821, no se resuelve con
palabrejas eufónicas, de sonido impactante e invocación oratoria en el
discurso.
Fundamentalmente los
gobiernos abusan del término; una simple contabilidad demostraría que la
demagogia y sus mentiras tienen abundancia, en cambio la gobernabilidad brilla
por su cuasi total ausencia.
Pruebas al canto. A diario
las noticias en todos los miedos de comunicación refieren crímenes,
violaciones, abusos, trasgresión de mil y un formas de los derechos elementales
de los ciudadanos. Ergo, la gobernabilidad en esos ámbitos NO EXISTE.
La presencia del Estado es
fantasmal, impele a que la justicia se distribuya por mano propia que no
siempre se encuadra con lealtad y se usa para venganzas y rencores supérstites.
Los bancos imponen las
tasas que les viene en gana y el cliente –el público- paga hasta por respirar
en esas entidades financieras. Decenas de asaltos electrónicos, desaparecen
fondos y reivindicarlos, constituye una lucha encarnizada con el banco que
alega que siempre es culpa del usuario. Esto es violencia.
Entidades reconocidas por
su pasado y presente en la corrupción, contratan estudios de abogángsteres para
que judicialicen sus deudas y con la ambición de no pagar NUNCA los impuestos
al Estado. ¿No vemos a diario que empresas internacionales usan estratagemas
inmorales pero que los pillos de saco y corbata, convierten en procesos por
lustros y lustros? Eso también es violencia, solapada pero consentida.
Volvamos a la fabla
palurda que embrutece y no edifica a ninguna sociedad.
El vergonzoso y nada
ejemplar empleo de los términos da “equivalencias” que muestran ignorancia
plena y falta de autocrítica. En televisión, diarios y miedos de comunicación,
para hablar de los barrios se dice “barruntos” y ni ¡siquiera hay conexión
entre uno y otro. Barrunto es la aproximación o cercanía a algo.
Otro tanto parece ocurrir
con la palabra central. Todos los políticos, cuando quieren denotar la evidente
pobreza de su léxico, aluden a lo central de esto o aquello. Aunque parezca
divertido, ellos se solazan en la pegada aparente que la palabra tiene y se
sienten sabios y apotegmáticos conferenciantes de naderías mal impostadas.
Otro abuso es el uso de
histórico. Se llama líder histórico a cualquier hampón que supere los 60 años,
tenga cara de palo y se maneje como pez en el agua cuando incurre en sus hurtos
y robos. ¿No los vemos con frecuencia declarando en la televisión?
Me contaron que un
expositor brillante, de verbo galano y fraseo delicioso que no exageraba ni
amenguaba la fortaleza documentada de su oración, fue Raúl Porras Barrenechea.
Mito, tradición e historia del Perú, fue una exposición que, de cabo a rabo, se
convirtió en libro y con respeto integral al discurso conferencia que
pronunciara el ilustre peruano.
Por eso, cuando “habla” un
político hay que esperar cualquier cosa, menos una definición interesante,
creadora y desafiante para los retos contemporáneos de la asaz ultra complicada
situación nacional.
La gobernabilidad en el
Perú es torpedeada por la oposición y por el oficialismo que llama a colaborar
a prontuariados con largo desempeño en las zonas oscuras de la administración
pública.
Además, la gobernabilidad,
entendiéndola como un sistema en que gobernados y gobernantes suscriben un
pacto social con metas claras y designios nacionales por lustros o decenios, no
es una invocación literaria o muletilla de malos discursos. Se la construye, se
la fabrica desde la base a las cúpulas, y se la mantiene como un menú del cual
no hay que salirse salvo que se quiera incurrir en el lento suicidio en que
estamos hoy en día.