Señal de Alerta
por Herbert Mujica Rojas
29-9-2015
Perú se mueve a pesar
del Estado
Incontestable apotegma del avatar político peruano es que el
Estado no representa a los 30 o más millones de ciudadanos. En algunos casos,
basta con alejarse pocos cientos de kilómetros del centro de poder, la ruidosa
Lima, para entender que el Estado no existe. En muchas provincias campean
pandillas locales con su propia ley formal, su sistema de cooptación y sus
dinámicas para recaudar fondos a troche y moche. Mosaico insalvable, hasta hoy,
no obstante el Perú se mueve.
¿Qué es el Estado peruano? Una maquinaria elefantiásica,
poco moderna, nutrida de miles de leyes contradictorias entre sí, hambrienta de
recursos pero que a los poderosos serviles y correas de transmisión del genuino
poder en ultramar, allende y aquende, no les cobra impuestos completos. En cambio
al hombre y mujer común le exacciona hasta chuparle la sangre íntegra y robarle
su economía por varias generaciones.
Hay definiciones clásicas de cómo el Estado es el intrumento
de opresión de una clase o varias clases sobre las otras menos poderosas o
escuálidas de cualquier atisbo de mando o influencia. ¿Discute nuestra fauna
política acerca de Estado de qué clase y qué clase de Estado quieren o anhelan
como parte de su diseño económico y político? En su mayoría los muy idiotas se
creyeron el cuento de los acérrimos del libre mercado que cacarean que esa
polémica es bizantina o inane. ¡Desdichados!
En no pocos casos, el burócrata que representa al Estado en
las oficinas públicas, es un individuo capaz de reptar, hábil en la fabricación
de coimas o dineros sucios e integérrimo para apisonar el camino al pariente, a
la amante, al hijo que aún estudia y egoísta como para olvidar que es pagado
por el dinero de los tributos de los peruanos y derrochar recursos que no son
suyos y que dispendia con la facilidad de quien jamás hizo esfuerzo por
ganarlo. En América Latina, el burócrata peruano debe estar entre los más
grandes vendepatrias de que se tenga memoria.
El Perú profundo no está muy lejos de las capitales o de la
metrópoli central Lima. En el 2005 asistí a Huacho a un evento político que me
tuvo entre sus oradores. Conocí personas que venían de la Sierra de Lima en
viaje de algo así como 8 horas. Así como lo lee ¡8 horas!, el lapso que demora
tomar una avión hacia Santiago de Chile y volver al Perú. Falta de caminos
impecables, orfandad de autoridad política, el habitante del interior con su
tiempo subjetivo, Ich zeit, improvisa sus propias dinámicas, vive su vida y
logra no pocas conquistas. Es decir, se mueve. A pesar del Estado y su inacción
escandalosa.
¿Sirve el Congreso que no cesa de proclamarse como el ágora
donde se reúne la "representación nacional"? Merced al acopio de
escándalos protagonizados durante el quinquenio que está por terminar el 2016,
hay que repetir con González Prada que hasta el caballo de Calígula se
avergonzaría de ser parte de semejante corporación. ¿No nos hemos enterado de
algo más de 100 ciudadanos de los que nadie sabía que eran legisladores en los
últimos 3 ó 4 meses?
El Estado nacional peruano no funciona sino en pequeñas
porciones tradicionales y siempre bajo la premisa que es insuficiente, paquidérmico,
incapaz de procesar el reclamo ciudadano por salud, trabajo, educación y
seguridad. En este último acápite hay que subrayar que hay amigos de lo ajeno
en altas instancias y aunque visten saco y corbata son tan rateros como los
proletarios que arranchan monederos, rompen vidrios o cabezas y escapan a toda
velocidad.
Un Estado que por pura inercia sólo obedece el comando de
gobiernos entreguistas, claudicantes, aventureros, se resigna a oír y acatar
los mandatos que vienen desde los centros de poder financiero, económico e
industrial de todo el orbe. Ellos deciden qué produce Perú, qué precios pone a
sus exportaciones primarias, qué límites debe acatar cuando ejerce su
"soberanía" y cómo regala en bandeja de plata los grandes negocios
del país, verbi gracia, Telefónica. La ilusión de libertad conmueve a todos y
satisface la mentira republicana de independencia desde el mismísimo 28 de
julio de 1821 cuando los españoles americanos dijeron haberse liberado de los
ibéricos que ocupaban media Lima y buena parte del Perú iniciático.
Leo y releo las ofertas electorales más desopilantes, unas
peores que las otras. Los rostros, los de siempre, canosos y avejentados,
improductivos pero parte del Perú cosmético, de vitrina. El otro Perú, el
profundo, el multicolor, aquél casi siempre despreciado y devaluado por razón
de su color de tez o forma de rostro, se mueve y lo hace casi siempre ignorando
qué dicta el Estado inepto y colonial que sigue obedeciendo órdenes desde las matrices
lejanas.
Perú se mueve a pesar del Estado.