Señal de Alerta
por Herbert Mujica Rojas
7-1-2005
¡Yo también soy ambulante!*
¿Con delincuentes
prontuariados que figuran en planillas de empresas de amigotes, pretenden
algunos alcaldes poner orden en las calles de sus distritos? ¿Sólo decir que
fue un lamentable accidente el crimen del que fue víctima Cristian Venancio en
San Isidro, basta? Mi solidaridad absoluta con los ambulantes del Perú porque
yo también soy ambulante. Ellos venden por calles y plazas artículos concretos.
Yo ofrezco intangibles pero camino igual que ellos, toco puertas, transpiro con
el calor y me mezclo con el hombre de a pie como cualquier otro, en la forja
esforzada diaria de hacer del Perú madre y no madrastra de sus hijos.
Escuché ayer, precisamente
en San Isidro, a dos viejas asquerosas (y el término es el más benigno que me
viene a la mente) que declaraban que este distrito era uno “decente” y que
había que “limpiarlo” de ambulantes. A continuación una de ellas manifestó: “a
ese Antauro hay que darle vuelta”. ¿Qué es decente y qué hay que limpiar según algunas
momias en el Perú? ¿No será al revés? ¿Que hay que exterminar a todos los que
han hecho de este país una chacra en que minorías gobiernan con sus códigos,
con sus armas y con sus empréstitos, contratos-leyes, con sus TLCs, y con todas
sus concesiones y privatizaciones?
Si habemos ambulantes es
porque no hay industrias que absorban la mano de obra que pulula sin trabajo
por todo el país. Si existe esta clase de capa urbana es porque las empresas
vienen cerrando en nombre de una globalización que privilegia el lucro y la
calidad total que se refiere a grupos selectos que hablan en inglés y que son
grandes conocedores de Nueva York, Londres y Roma, pero que jamás han ido,
siquiera por casualidad al Cusco. ¡Ni hablemos de Andahuaylas!
Gracias a los ambulantes,
no sólo aquí en Perú, la riqueza aún circula premuniendo a sus gestores de
algún pan y de esperanza para los suyos. Por la existencia de los ambulantes es
que hasta hoy no cuelgan de los postes de Lima y del resto del país, a todos
aquellos que tienen algo de riqueza, a veces conseguida de mala manera, lo que
aquí tampoco se castiga. A veces el ambulante trasciende y se convierte en
pequeño y mediano empresario pero es un fenómeno real aunque por ahora de baja
incidencia.
Me pregunto, ¿por causa de
qué no se rinde homenaje a Cristian Venancio que cayó muerto por un abusivo y
se llama a su deceso un lamentable accidente? ¿Quién va a revivir a Cristian?
Cuando los que no tienen apellido “notable”, color de piel blanca (aunque sea
por casualidad), vivienda en barrio residencial y carecen, por completo, de
algún acceso a los medios, coto de caza de pandillas muy bien pagadas, su vida
no vale un cobre. Si muere, no pasa nada. Es estadística y será un cholo menos.
Un país que reniega, en nombre de la modernidad, de la gente que lo hizo grande
desde las culturas preíncas hasta el imperio, está como estamos. ¡Una vergüenza
absoluta!
Para aquellos que caminan
por las calles, que tocan puertas e ingresan también a oficinas ofreciendo sus
productos tangibles e intangibles, que hacen del sufrimiento cotidiano, piedra
y espoleo de sus mejores voluntades por un Perú que los rechaza oficialmente,
mi homenaje en estas horas de dolor transido de indignación.
¡También soy ambulante!
¡Atentos a la historia;
las tribunas aplauden lo que suena bien!
¡Ataquemos al poder; el
gobierno lo tiene cualquiera!
¡Rompamos el pacto infame
y tácito de hablar a media voz!
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*Publicado
originalmente en la Red Voltaire el 7-1-2005 https://www.voltairenet.org/article123461.html