El botín de la Buena
Muerte
por Jorge Rendón Vásquez; jrvcoment@gmail.com
17-2-2015
El 27 de octubre de 1948, se
entroniza en el Perú una dictadura. Federico Camerano Cannero, conspicuo
dirigente de la oligarquía del algodón y del azúcar, es uno de los
organizadores de ese golpe de Estado. Más tarde, ejerciendo un alto cargo en el
Banco Central de Reserva y con la complicidad de otros jerarcas del régimen, se
apodera de de diez millones de dólares d esta entidad. La resistencia contra la
dictadura y la defensa del patrimonio del pueblo son asumidas por un grupo de
jóvenes universitarios, trabajadores, militares y habitantes del los
vecindarios, un destacamento del pueblo, con el cual se desencadena la furia y
el odio de la oligarquía y la dictadura.
"Asparta sorbió un buen trago del whisky que Camerano
le había servido con generosidad, como otras veces.
-He venido para el asunto que ya sabes- dijo.
-Lo tengo todo previsto -repuso Camerano, colocando su vaso
sobre la mesa.
Estaban en el escritorio de éste, en la residencia de la
Avenida Orrantia.
-El jefe aludió a un plan cuya ejecución estará a mi cargo.
-La mirada de Asparta interrogaba a Camerano.
-Es algo sumamente confidencial. ¡Claro!, después se
enterarán los que trabajen en esto, pero sólo de los aspectos que les toquen.
-¿De qué se trata?
-De sacar una parte de la reserva del Banco Central, en
billetes.
-¡Ah! -Un relumbrón de codicia cruzó la mirada de Asparta-.
¿De cuánto estamos hablando?
-De diez millones de dólares.
-¡Es bastante! ¿Qué volumen y peso se tendrá que movilizar?
-Veinte cajas de unos ocho kilos cada una.
-Y luego de retirar ese dinero, ¿qué se haría con él?
-Lo enviaremos al extranjero.
-Sacar el dinero del Banco es una operación muy peligrosa y,
para ejecutarla, se requerirá gente muy segura." p. 264
"Para la operación especial en el Banco Central,
Camerano disponía de otra libreta más pequeña con tapas de marroquín de color
marrón de la que no se desprendía ni un instante y guardaba en la caja fuerte
de su escritorio, en su casa. Era un registro cronológico de cada paso, con los
nombres de las personas que intervenía o a las que llamaba por teléfono, los
acuerdos adoptados, los pagos en dinero y otros gastos, las direcciones de los
locales a utilizarse, la suma de dinero que se sustraería y los cálculos
relativos a la operación: todo anotado con la prolijidad de un ecónomo, para no
olvidar nada, y con la claridad indispensable para identificar fácilmente cada
actividad. En algún momento, había pensado que estas anotaciones debían estar
codificadas, pero había desestimado la idea por el temor de confundir u olvidar
las claves y complicar, o en el límite, echar a perder una operación de debía
desarrollarse lo más diáfanamente posible y sin tropiezos." p. 274
"Recorrieron los pasadizos, las escaleras y los otros
ambientes del edificio. En el sótano, Camerano abrió la puerta con su juego de
llaves, hizo girar la llave en la cerradura de la bóveda y movió el botón a
clave en ambas direcciones, siguiendo los datos anotados en su libreta. Tiró de
la manilla y la gruesa puerta metálica rectangular se abrió hacia el exterior.
La bóveda se extendía en un espacio de más de doscientos metros cuadrados, y
los lingotes de oro estaban arrumados en pilas que llegaban a la altura de una
persona. En los andamios, que recubrían las paredes, descansaban las cajas con
los dólares. A un lado se veían también rimeros de cajas que, con las pilas de lingotes,
formaban pasadizos. Ya Camerano había identificado las cajas que retirarían.
Cada una contenía quinientos mil dólares. De cada rimero se tomaría una de la
parte superior, de manera que de veinte rimeros se retirarían las veinte cajas.
Su menor altura podría pasar desapercibida, a primera vista.
Dejando abiertas las puertas de acceso a la bóveda y al
sótano, Camerano salió al estacionamiento de vehículos, le dijo a Lucilo, que
tuviese listo el portón para abrirlo, y esperó.
A las once, miró el exterior. Un camión avanzaba lentamente
por el jirón Ucayali. Camerano le dijo a Lucilo que abriera el portón y, con
una señal a Lacerto y al chofer, les indicó que ingresasen.
El vehículo fue estacionado cerca de la entrada al sótano.
Un policía subió a la plataforma. Los otros siguieron a Camerano. Una vez en la
bóveda, éste les ordenó que llevara las cajas señalando los rimeros de donde
debían tomarlas". p. 295
"Camerano dedujo que los asaltantes del depósito sólo
podían ser los cinco polícias que habían intervenido en el operativo del Banco.
Sólo ellos sabían que allí estaban las cajas. Lo que no pudo colegir fue si lo
hicieron por su cuenta o enviados por Asparta o por el jefe. Para todos ellos,
el botín era tentador. Daba por descontado que una indagación podría desatar
una desastrosa fuga de información. Concluyó que más le convenía quedarse en
silencio, esperando que sus autores se delataran, empujados por su impaciencia
y codicia. La intervención de Asparta y, por ende, la de los cinco policías
había sido una imposición del jefe, que sólo se explicaba por su desconfianza.
Quería controlar la cantidad de dinero que saldría del Banco. La operación hubiera
podido hacerla él solo con su gente. Súbitamente, comenzó a resonar en su mente
la alarma. Los asaltantes o quien los hubiera enviado tratarían de seguirlo o,
si eso no les daba resultado, intentarían, tal vez, secuestrarlo, torturarlo
hasta que les revelara el sitio donde había ocultado las cajas, y luego podrían
matarlo. Por lo tanto, tendría que extremar su protección, y eso quería decir
que, además de Lucilo, debían acompañarlo uno o dos guardaespaldas
armados". p. 299
"Marzo de 1953
El alto y desgarbado policía de civil observó las cajas y
los hombres atados y amordazados, y leyó el cartel en la cúspide del rimero. En
las cajas se leía en letras rojas: Banco Central de Reserva del Perú, y, en un
papel pegado en cada una, la cantidad: 500,000 dólares. Contó las cajas. Habían
diecinueve. Por lo tanto -pensó-, en esta Plazuela, alguien ha dejado nada
menos que nueve millones quinientos mil dólares, recuperados de quienes los
robaron al Banco Central, según decía el cartel. La presencia del enjambre de
ávidos corresponsales, periodistas y fotógrafos y de la misma policía, indicaba
que los autores de esta quijotesca operación, habían planeado revelarla al
público. Era una cantidad fabulosa de dinero, inalcanzable para cualquier banda
de ladrones comunes del país. El robo pudo haber sido cometido por un experto
equipo de ladrones extranjeros o por gente del propio gobierno peruano, y,
ahora, por la circunstancia de haberse quedado él a dormir en la comisaría,
abrumado por el trabajo y contrariando el deseo de Andrea, su enamorada, de
pasar la noche juntos e irse a Mala a desayunar con chicharrones, la suerte o
la fatalidad, le endilgaban el desafío de descubrirlos y de descubrir también a
los generosos autores de la devolución". p. 325