Señal de Alerta
por Herbert Mujica Rojas
25-11-2013
Péndulo y política
En los días adolescentes marchábamos por las calles
protestando contra la dictadura militar y clamando por elecciones y entonces
nuestro lema era: la revolución es el sufragio. No pocos hoy vigentes y
reciclados militaban apoyando aquella administración entre 1968-1980.
La Asamblea Constituyente de 1978 representó una salida con
votos, masas, protestas y, sobre todo, esperanzas. Haya de la Torre, en el
único cargo público que ostentó en sus 84 años de vida, dijo al país que se
procuraba una Constitución para el Siglo XXI.
El péndulo va de un lado a otro y pareciera ser que su
dinámica también ha impregnado no poco del ADN social peruano. Queríamos
elecciones, protestábamos por su realización, incurrimos en ella desde 1978 a
la fecha y hoy por hoy, como ocurrió ayer domingo, una buena parte del pueblo
peruano no cree en la democracia electoral porque la siente mediocre, falaz,
hueca. Nos fuimos del amor y anhelo a la desaprensión decepcionada. El
movimiento pendular hizo lo suyo.
Vale la pena preguntarse si son las urnas camino legítimo a
un cambio radical y esperanzado en Perú. Sólo el compendio de alzamientos y
protestas violentas a lo largo de la historia nacional parecieran sugerir que
no es así.
Pruebas al canto: en elecciones depositamos la confianza a
varios que hoy son ex presidentes y que gozan por todo prestigio de inmensos
cúmulos de sospechas acerca de cómo obtuvieron sus patrimonios en millones de
dólares y en la administración de fortunas vía testaferros a quienes no se les
puede echar el guante y meterlos a la cárcel.
¿Quién explica dónde fueron a parar los miles de millones de
dólares de las privatizaciones durante la dictadura de Kenya Fujimori? ¿no fue
acaso su régimen la destrucción cultural del Perú convertido en guarismo y en
coto de caza de banqueros desaforados?
Todos esos ex jefes de Estado advinieron a la administración
de Palacio por la vía electoral.
El ilusionante poder del que dicen gozar una vez instalados
en la presidencia no es más que una quimera. Preguntemos ¿cuánto manda
realmente un jefe de Estado? Acaso musitar que ante cualquier arrebato
insurgente, los bomberos transnacionales vía organismos internacionales ponen
en vereda al más guapo, no sea atrevimiento. Y que se sepa no hay ninguno de
ese jaez en los últimos 40 años.
Los partidos políticos son apenas anacrónicos clubes
electorales al viejo estilo civilista. Es decir su único cometido es encaramar
a sus esbirros en los puestos de la maquinaria estatal y asegurar, primero, el
silencio ante cualquier desmán y, segundo, la prosecución de pingues negocios
iniciados desde lustros atrás. Tomar a lo serio cosas del Perú, rezongaba
Manuel González Prada.
Si la democracia electoral es insuficiente, hay otros
entusiastas que elucubran sobre formas directas, no se sabe bien cómo ni con
qué legitimidad y el péndulo vuelve a funcionar: entonces hay que apelar a las
arcaicas formas violentas con botas, vetos y a rajatabla con tanques y tropas. Dicen
corrillos que más de uno y una alientan quedarse en Palacio por los próximos 20
años.
La convocatoria a pensar y a hacerlo en términos críticos y
auto-críticos no pareciera emocionar a nadie. En Perú NO se piensa, se actúa por inercia y porque -dicen- la
política es sucia y entonces todo vale. Cierto que los primeros gonfaloneros de
esta barbaridad son los Atilas que están listos a depredar el país otra vez con
sus bárbaros hunos y sus potros salvajes.
La jornada electoral del domingo para reemplazar a los
munícipes tuvo todos los ingredientes de una fecha para el olvido.
¡Atentos a la historia, las tribunas aplauden lo que suena
bien!
¡Ataquemos al poder, el gobierno lo tiene cualquiera!
¡Rompamos el pacto infame y tácito de hablar a media voz!
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