Informe
Señal de
Alerta-Herbert Mujica Rojas
18-7-2024
Asaltantes de cuello y corbata
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Cuando un funcionario o empleado público recibe coimas o
aprovecha negociaciones para favorecer su faltriquera, no le roba a su
institución solamente: ¡enajena recursos-tributos que son del pueblo!
Los vemos en las dependencias públicas, tienen años de años
asaltando el dinero de los contribuyentes, enriquecen a vista y paciencia de
los usuarios y procuran reconocimiento de toda clase.
O sea ¡la mala acción del ratero, se comete contra el total
del pueblo pagante!
El cuento de la proporcionalidad favorece tanto al
delincuente avieso como al abogado mañoso y no pocas veces, secuaz.
En Perú, hace más de 200 años que vivimos la fantasía de una
democracia representativa con senadores, diputados, alcaldes, gobernadores de
pantalla.
Los reales mandones, otros, que disponen a través de sus
mandarines cómo se lleva la economía, qué y qué no se produce y cuando se firma
y con quiénes los grandes contratos millonarios.
El pueblo que paga impuestos sufraga todo hasta los errores
de estos malos burócratas.
La masa tributante, de monstruosa asimetría porque los más
chicos pagan impuestos mientras que los grandazos tienen la opción de
judicializar sus deudas, hacerlas viejas y prescriptibles y la ecuación
“salvadora” es descarada pero “normal”.
¡Siempre los honorarios de éxito de los abogángsters (o sea
cómo no pagarle al Estado, bajo miles de pretextos) serán mucho más baratos que
el impuesto hecho envejecer y judicializado por hampones al servicio de los que
se hacen ricos muy rápido!
Regodeada la sociedad peruana en lenguajes burocráticos
dificilísimos, que no dicen nada, que jamás responsabilizan a ninguno y que por
el contrario, premian a los grandes pericotes, la sociedad duerme indolente y
asimila que le roben, estafen, exaccionen ¡y hasta colabora sonriente y sin
saberlo, en la mala acción!
Alguna vez Bolívar planteó el fusilamiento del funcionario
deshonesto. Aquí sería algo difícil por mil razones, las que existen y otras
mil que los abogángsteres inventarían, previo pago de sus infaltables
honorarios.
Cuando el ciudadano paga sus impuestos, colabora de forma
individual a la masa dineraria con que funciona el Estado.
Lo propio ocurre cuando las empresas (no todas, las
tramposas hacen lo que quieren) honran los tributos.
Con base en esos ingresos se hacen los presupuestos que la
burocracia pública tiene la obligación sagrada de cautelar para evitar su
dispendio o mal uso o trampa o cohecho.
El ciudadano común tiene como “doctrina” desde pequeño que
el “Estado es ineficiente”, que “aquí todos roban”, que “así es la política” y
“se roba, pero se hace obra”.
Todo eso está en el aire, se normaliza como parte de nuestra
vida cotidiana y no se analiza que estas monstruosidades asimiladas como extensiones
de nuestro comportamiento, nos retratan como vulgares depredadores,
exaccionadores del bien común y miserables.
O sea, es probable que una de las claves de lucha contra
estas taras, esté en casa y desde muy pequeños hay que enseñar lo correcto y
castigar lo malo y destructivo.
El que nunca respetó el paso de las personas mayores o las
esquinas para cruzar o dio el asiento a los ancianos o no saluda cuando entra a
alguna parte, será el actor potencial y efectivo de muchas inconductas.
Quien no supo comprender que el dinero es solo un medio y no
una meta que ambicionar para “comprar lo que se le dé la gana”, es un
inescrupuloso a quien no importan las formas sino los “resultados”. Y si tiene
que matar, lo hará.
Hay dinastías, de abuelos a nietos, en algunas reparticiones
del Estado. Han vivido succionando los recursos del Estado y hasta tienen
especialización en las técnicas más delin
cuenciales que se hacen pasar por sabiduría administrativa.
El burócrata estatal, empleado o funcionario o gerente, si
roba, no sólo tiene que pasar juicio administrativo, sino el penal, aplicarle
el rigor máximo del Código pero también quedar fuera, vitaliciamente, del
Estado.
Y si se probara la comisión de delitos, casi siempre muy
bien enmascarados por decenas de abogángsteres, amén de la punición legal,
debiera dársele castigo moral y ser reconocido como un estafador contra el
Estado.
¿Se acuerdan de un ex presidente que nunca pudo justificar
las decenas de propiedades que repartió antes de meterse un tiro y hoy lo
quieren canonizar y presentar como un héroe?
¡Es hora de arreglar al Perú pero no con poesía o
discursitos que suenan bien y que no dicen nada, más que píldoras palurdas para
oídos necios!