Señal de Alerta
por Herbert Mujica Rojas
27-12-2019
¡Yo soy boricua
señores!
No importa la hora, menos el crucero, calle, avenida o
paraje, todos te dicen buenos días, buenas tardes, felicidades o que le vaya
bien. Si hay un paraíso con gente bailando en las calles desde las 5 de la
tarde, ese se llama San Juan de Puerto Rico.
Es probable que Puerto Rico tenga, como todos los demás
Estados latinoamericanos, dificultades innúmeras, complicadas, difíciles. Sin
embargo nadie puede dejar de destacar la alegría combativa con que la gente de
aquí afronta los retos.
Cierto que algo más de 800 mil boricuas dejaron la isla para
buscar futuros mejores especialmente en Estados Unidos y las huellas se notan
por todas partes: casas destruidas y abandonadas, vehículos al garete en
cualquier calle, techos destartalados, edificios sin ocupantes, energía eléctrica
para el alumbrado público muy deficiente, no obstante hay una especie de
batería perenne que anida en el alma boricua, invencible y musical.
En cualquier momento se produce un chubasco que no dura más
de 15 ó 20 minutos y siempre avisa con sus nubes negras y viento fuerte y el
chaparrón sí que moja y es mejor que lo piense dos veces antes de salir en
plena lluvia tropical ¡ni el alma le quedará seca!
El turismo es básicamente estadounidense, luego de varios
días en San Juan vi por vez primera a unos brasileros caminando orondos y
comprando con entusiasmo. Norteamericanos, japoneses y chinos conforma la
andanada visitante. Cuando cuento que soy peruano me miran con alegría y gritan
Machu Picchu aunque de cada 10 ¡ni uno! haya ido a nuestra tierra.
Puerto Rico es oficialmente Estado Libre Asociado a los
Estados Unidos y aunque no vota en el comicio para renovar presidente y
cámaras, sí posee su propio Congreso con representantes y senadores. La
polémica acerca de qué conviene más a los portorriqueños en su relación con
Gringolandia es un asunto que lleva muchos años en debate.
Pero a nadie se le ocurriría que “este pedacito de patria”
carece del son latinoamericano en sus cantatas alegres y bailes –o mejor dicho
ballets- de requiebros coquetos, elegancia en piruetas y galantería en parejas
que hacen que la danza popular reverbere en compases de tremendo frenesí en
todas partes.
Fui a La Vergüenza, bar en Comunidad La Perla, al pie del
mar y dónde se filmó “Despacito” de Daddy Yanqui y Luis Fonsi, y –puede no
creerme pero es cierto- una octogenaria con andador bailaba sin parar. Otro
señor con no menos de 85 años daba clases de cómo moverse y envidiaba la
rapidez de sus piernas, la agilidad de su cintura y sabia orientación que daba
a su pareja una chiquilla de no más de 20 años pero que tenía lo suyo en
belleza y agilidad inigualables.
Otro fue el propósito que me trajo a San Juan para ser pasto
de unos mosquitos feroces que me agarraron de punto y dejaron su impronta en brazos
y piernas.
Algo debía hacer la comunidad latinoamericana para alentar
el turismo a esta isla paradisiaca y tan latinoamericana, cuya alma se
identifica plenamente con el castellano –aunque todos son también
angloparlantes-, la vitalidad de sus bailes, el encanto de bellezas naturales y
de mujeres bellísimas que pasean su fina estampa por doquier.
Esta primera visita a San Juan tiene otros aspectos que
narraré en otro momento. Estas impresiones iniciales signan lo que ha sido
hasta hoy júbilo inusitado, la Navidad con seres muy queridos en esta tierra y
por tanto exclamo en la poesía de una tonada popular: ¡yo soy boricua señores!