Friday, February 13, 2009

¡Ese Establo!

Señal de Alerta
por Herbert Mujica Rojas
13-2-2009

¡Ese Establo!

Leí en alguna parte que el egregio presidente del Congreso, Javier
Velásquez Quesquén, albergaba serias esperanzas en la aprobación de
una ley que le permitiese renunciar a su cargo con el loable y
anhelado objetivo de aspirar al liderazgo de la Región Lambayeque. Así
como lo oyen, el señor de marras, ascendió a lo alto para luego
definir el retorno al pago parroquial del hermoso departamento
norteño. ¡Qué interesante! Entonces el Establo no es más que una
pascana, un jirón efímero, una hilacha deleznable en el cuadro de
ambiciones en que incurren nuestros políticos criollos. ¿Cómo pueden
quejarse de campañas de desprestigio los legiferantes si los
principales fautores de éstas están en la mismísima cabeza del Poder
Legislativo?

No sólo perpetra Javier Velásquez recurrentes asesinatos del
castellano, tal como lo ha hecho notar con puntual detalle César
Hildebrandt, sino que también se ha encargado muy mucho de notificar
al país que la presidencia del Establo que ocupa es un trampolín y
nada más que un vulgar tabladillo desde donde concretar la realización
de sus expectativas regnícolas. En cualquier país normal las vallas
conducen hacia planos superiores, aquí es al revés: se escala todo lo
posible para volver a la capillita modesta.

Nótese que si así piensa –es una forma de decirlo, sólo eso- el
titular del Establo ¿qué majestad puede hallarse en el resto? Poco o
casi nada. Las corrosivas palabras de don Manuel González Prada (Los
honorables, Bajo el oprobio, Lima 1914), conservan vigencia y generan
un asco para el cual no hay remedio y con respecto a un organismo de
eterna mala salud:

"¿Qué es un Congreso peruano? La cloaca máxima de Tarquino, el gran
colector donde vienen a reunirse los albañales de toda la República.
Hombre entrado ahí, hombre perdido. Antes de mucho, adquiere los
estigmas profesionales: de hombre social degenera en gorila
politicante. Raros, rarísimos, permanecen sanos e incólumes; seres
anacrónicos o inadaptables al medio, actúan en el vacío, y lejos de
infundir estima y consideración, sirven de mofa a los histriones de la
mayoría palaciega. Las gentes acabarán por reconocer que la techumbre
de un parlamento viene demasiado baja para la estatura de un hombre
honrado. Hasta el caballo de Calígula rabiaría de ser enrolado en
semejante corporación.

¿Ven ustedes al pobre diablo de recién venido que se aboba con el
sombrero de pelo, no cabe en la levita, se asusta con el teléfono,
pregunta por los caballos del automóvil y se figura tomar champagne
cuando bebe soda revuelta con jerez falsificado? Pues a los pocos
meses de vida parlamentaria se afina tanto y adquiere tales agallas
que divide un cabello en cuatro, pasa por el ojo de una aguja y
desuella caimanes con las uñas. Ese pobre diablo (lo mismo que sus
demás compañeros) realiza un imposible zoológico, se metamorfosea en
algo como una sanguijuela que succionara por los dos extremos.

El congresante nacional no es un hombre sino un racimo humano. Poco
satisfecho de conseguir para sí judicaturas, vocalías, plenipotencias,
consulados, tesorerías fiscales, prefecturas, etc; demanda lo mismo, y
acaso más, para su interminable séquito de parientes sanguíneos y
consanguíneos, compadres, ahijados, amigos, correligionarios,
convecinos, acreedores, etc. Verdadera calamidad de las oficinas
públicas, señaladamente los ministerios, el honorable asedia, fatiga y
encocora a todo el mundo, empezando con el ministro y acabando con el
portero. Vence a garrapatas, ladillas, pulgas penetrantes, romadizo
crónico y fiebres incurables. Si no pide la destitución de un
subprefecto, exige el cambio de alguna institutriz, y si no demanda
los medios de asegurar su reelección, mendiga el adelanto de dietas o
el pago de una deuda imaginaria. Donde entra, saca algo. Hay que darle
gusto: si de la mayoría, para conservarle; si de la minoría, para
ganarle. Dádivas quebrantan penas, y ¿cómo no ablandarán a senadores y
diputados?."

¡Bah! ¿qué más decir? Poco o casi nada. Ya anticipó don Manuel con
fuego atroz la realidad esperpéntica del Establo. Y el señor Velásquez
Quesquén acaba de demostrarlo, una vez más.

¡Atentos a la historia, las tribunas aplauden lo que suena bien!

¡Ataquemos al poder, el gobierno lo tiene cualquiera!

¡Rompamos el pacto infame y tácito de hablar a media voz!

¡Sólo el talento salvará al Perú!

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