Informe
Señal de
Alerta-Herbert Mujica Rojas
18-11-2025
¡Perú: zafarrancho nuestro de cada día!
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Los desbarajustes en
forma de crímenes, abaleamientos, asaltos al presupuesto para aumentar el
sueldo a quienes no lo merecen, incomprensiones en la sociedad, maduran y
crecen en el zafarrancho nuestro de cada día.
Una comprobación
inmediata revela que las figuras jóvenes atraen más que los veteranos y que el
vuelco del electorado puede expedirse por esa ruta con la cancelación
definitiva de rémoras que merecen el piadoso silencio del adiós sin votos.
La mítica Torre de Babel con sus mil y un idiomas,
ininteligibles entre sí, divorciados cada cual a su suerte, es una analogía
válida con Perú.
No lo es menos el campo de Agramante de todas las regiones
de nuestro país, descoyuntado y a la voluntad de burócratas ladrones y
oportunistas, sin sentido de Patria ni unidad ni horizonte de futuro.
La combinación o licuefacción de Babel y Agramante dan
rostro a un país que como el nuestro, carece de dirección y se estremece en los
yerros de minusválidos mentales que no aciertan ¡una en el gobierno! Y en
general en toda la cosa pública.
Tal como se conducen los autos, produciendo un choque en
cada esquina y muertos a granel como en ninguna otra parte en el mundo, así es
como se expide la Nación peruana donde cualquiera es un señor, lo mismo un
burro que un gran profesor. Pocas horas de la muerte de decenas de pasajeros en
un transporte interprovincial.
El país entero contempla con asombro espeluznante cómo las
reyertas a puñalada limpia, entre las instituciones del Estado, producen
apresamientos, desautorizaciones, órdenes contradictorias y la ciudadanía, en
la mitad exacta del campo de batalla, recibe flechazos por angas o por mangas.
Buena parte de la casta “dirigente” concibe al Perú como un
bocado para darle de dentelladas y secar el fruto, léase, no dejar nada por
aprovechar y que las coimas cumplan con su rol corruptor.
¿Cómo aguantó Perú la consistencia pétrea de una perenne
falta de dirección? Desde los rudimentos mismos de la Independencia, cuando no
eran los generales de charreteras muchas veces fabricadas, eran los notables
hispanos o hijos de españoles, los que manejaban a su antojo esta confusión
gigante llamada Perú.
La anarquía tornó en modus operandi y se ha transmitido de
generación en generación que esa es la forma en que hay que vivir, que es
normal y connatural. ¡Y nada más monstruoso que vivir como animales! Tal es la
triste realidad en que navega el cuerpo social peruano.
Los chispazos de inteligencia, rebelión y revolución han
sido muchos a lo largo de nuestra historia pero, bien sea por claudicación o por
aniquilación, estos esfuerzos constructores amainaron y desaparecieron, dejando
al garete a millones de hombres y mujeres dispuestos a prestar su concurso
entusiasta.
En su magnífica obra Historia económica del Perú, en
su página 205, Carlos Contreras Carranza, apunta:
“En el Perú la independencia no produjo la prosperidad que
prometía, porque la revolución social que debió acompañarla quedó pasmada, como
una aeronave que corre por la pista para levantar el vuelo, pero no llega a
despegar en virtud de algún extraño magnetismo. Los negros prosiguieron siendo
esclavos por 30 años más después de la victoria de Ayacucho y los indios (que
representaban el 60% de la población) fueron mantenidos en su monolinguismo
quechua, su analfabetismo y, lo que se consideraba, su natural “abyección”. Con
dos siglos de distancia podríamos decir que, hasta cierto punto, se trató de un
resultado previsible por haber sido el caso de una independencia más forzada
por los vecinos y por las circunstancias internacionales, que el resultado de
una vocación interna”.
No obstante la certidumbre de esa clave de interpretación
que da cuenta de cómo el esfuerzo internacional gatilla, más que un origen
local, la independencia, luego de dos centurias debieron haber conformado una
catarsis nacional intensa.
Ayer el país tomó nota de sus guarismos económicos y el
retroceso es clamoroso, la pobreza aumentó y en general, vamos cuesta abajo la
rodada. ¿Por casualidad en esas cifras hay algunas que midan la putrefacción
espiritual del Perú?
Miedo, temor reverencial, conformismo y ociosidad para
decirnos sin ambages nuestros defectos, fallas, taras y dolencias. Y la
explicación es sencilla: ¡el miedo al cambio no solo alborota el gallinero, le
dice a los gallos y a las gallinas viejas que su hora ya llegó y que es tiempo
que dejen paso a la renovación!
Los grandes “líderes” no lideran nada a excepción de sus
negociados sucios y sus robos legales y escudados por abogángsteres que cobran
por resultados o tarifas planas para sus servicios lucrativos.
Los más jóvenes tienen ante sí el gran reto de preguntarse:
¿vamos a dejar que los grandes dogos de la corrupción, esquilmen las últimas
reservas y clausuren el espacio Perú?
La estadística fría define que cerca de 400 mil peruanos
jóvenes abandonaron el país para ir a buscar suerte al extranjero.
Profesionales capaces pero con la dura realidad de comprobar que, como dicen
los muchachos, ¡en Perú no la hacen!
Los mayores deben inocular en sus familias la semilla de la
rebelión, de la indignación, del fanal que alumbre los derroteros victoriosos
de las promociones que merecen una mejor herencia que la colección de harapos
que estamos dejando hoy en esta década.
Con González Prada:
¡Rompamos el pacto infame y tácito de hablar a media voz!
