Informe
Señal de Alerta-Herbert Mujica Rojas
11-8-2023
¡La corrupción no soy yo!
https://senaldealerta.pe/la-corrupcion-no-soy-yo/
El 2019, el colega
ecuatoriano Rubén Montoya, escribió el texto cuyo título reproduzco por su
plena –y lamentable- vigencia reveladora. La corrupción, esa dinámica delictiva,
está muy metida en el ADN social latinoamericano.
El primer acto de corrupción
lo protagonizaron en Cajamarca los españoles que estafaron a Atahualpa y le
prometieron libertad. Una vez conseguido o acopiado el oro del cuarto del
rescate, simplemente asesinaron al rey inca. Los socios se llamaban Francisco
Pizarro, Diego de Almagro y el religioso Hernando de Luque.
De manera que los
hispanófilos no nos cuenten fábulas o pergeñen adefesios sobre cómo, para qué y
qué hicieron aquellos por nuestros lares, explotando y asesinando. La historia,
madre y maestra, se remite a los hechos y prescinde de los panegíricos sobones.
La corrupción en forma de
violencia armada, acabó a tiros con la vida de un candidato presidencial en
Ecuador, Fernando Villavicencio, menos de 48 horas atrás. Lustros antes había
pasado en México, Luis Donaldo Colosio; y en Colombia, Luis Carlos Galán,
acribillados a plomazos. El sistema opta por salidas de ese jaez macabro cuando
la amenaza del voto popular quiere expresar su fuerza genuina.
En Perú ya no es novedad
la contabilidad de las muertes violentas de manera diaria. Siempre la apostilla
noticiosa subraya: presunto ajuste de cuentas. Las víctimas no pierden
billeteras, celulares o relojes, solo albergan por voluntad ajena, balas en la
cabeza o en el tórax, de necesidad mortal.
La Policía Nacional del
Perú que cuenta con miles de hombres y mujeres entrenados en la lucha contra la
delincuencia ¿no puede afinar sus programas, redadas, cacería y exterminio de
los hampones?
Recuérdese, para
equipamiento y labores de inteligencia y contrainteligencia en julio reciente,
los bancos, entidades privadas, donaron varios millones a la PNP. ¿Por qué no
facilitan, estas entidades financieras, diez o veinte veces más, para mejorar
el accionar policial? O ¿tienen algún pacto de no agresión con los
delincuentes?
Cuando jueces venales
expiden órdenes de desalojo y estas se hacen con el soporte de matones armados
hasta los dientes, ¿no es la constatación de cómo sí “cumplen” los rufianes de
cuello y corbata? ¿Y no embargan y enajenan propiedades con abuso hamponesco y
en nombre de medidas cautelares antes, mientras y después de planteadas las
demandas?
¿No son los bancos los que
siempre están detrás de esta clase de violencia?
¿Y esa violencia quién la
para? Una sociedad que se acostumbra a ver familias enteras durmiendo a la
intemperie y niños desvalidos por calles y avenidas, es una organización civil
precarísima, en vías de extinción de cualquier forma civilizada de vivir.
La violencia de la
corrupción engloba a múltiples casos de robos, coimas, enriquecimiento indebido,
tráfico de influencias y otros crímenes a lo largo y ancho del país. Las
estadísticas de supuesta eficacia en su combate, revelan que hasta hoy casi
todo ha sido finta y apariencia, acrobacia y mentira.
La ciudadanía tiene el
derecho de exigir soluciones drásticas de acuerdo a ley y no fachadas
propagandísticas de que se quiere hacer algo pero nunca pasa nada y los
sinverguenzas continúan felices y disfrutando de los dineros mal venidos e
ilegales.
Y los fautores,
sinverguenzas, se pasean como si nada fuera producto de sus uñas largas y
ambiciones desmedidas. ¿No tuvimos a uno de esos que se autoeliminó
cobardemente?
La violencia callejera a
tiros y siempre con resultados trágicos, NO puede demostrar que es más
“eficiente” y “letal” que la Policía Nacional. Y hay que ayudar a ese cuerpo
institucional para que se libre también de corruptelas internas a todo nivel.
Un policía tiene que ser una persona de confianza de la ciudadanía.
De la lectura del artículo
de Montoya, es fácil colegir que los patrones de corrupción se reiteran con
insolencia letal contra todas las sociedades latinoamericanas. Tenemos males
comunes, ergo, hay que idear soluciones similares en su eficacia y capaces de
reivindicar la personalidad constructora de la civilidad.
La violencia no construye,
sólo fulmina y nos inmiscuye en el crimen con cuotas de sangre y eliminación de
personas.
La otra violencia, la que
ejercen los Estados cuando reprimen las legítimas manifestaciones protestantes
de los pueblos, requiere de un combate ideológico, doctrinario y la persuasión
sabia de políticos de Estado y en la lucha perenne por un Perú justo, culto,
digno y libre.
En Perú, más que en
cualquier otro sitio, donde tuvimos la expresión enloquecida del terrorismo,
preservar la paz y reconquistarla, es la gran tarea nacional. Así exterminaremos
a la corrupción y a sus portaestandartes hamponescos.