Informe
Señal de
Alerta-Herbert Mujica Rojas
13-5-2024
Meritocracia de burros y delincuentes
https://senaldealerta.pe/meritocracia-de-burros-y-delincuentes/
Que en Perú llueva para arriba es una tesis que nadie
discute y no pocos se “enorgullecen” de semejante aberración.
La meritocracia al estilo nuestro, no es que los más
capacitados ocupen las direcciones y afiaten sus habilidades en pro de la
sociedad. No. No es así. Un inmenso cúmulo de burros, amén que delincuentes,
cuanto más han robado, más calificados están para hacerse de los cargos.
Lo insólito y atrabiliario ocurre aquí: siempre
hay abogados, literatos, intelectuales, politólogos, periodistas, estrategas y
toda clase de …istas, capaces de dar sustento a barrabasadas mayúsculas.
La hoja de vida, sirve poco, muy poco. La
garantía la presta y otorga el prontuario.
Enrique Santos Discépolo en 1934, fue autor del
inmortal tango Cambalache y ¡diga usted si no se aplica lo de Argentina en los
años 30, a nuestra realidad nacional en el 2024!:
“Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor, ignorante, sabio,
chorro, generoso, estafador. ¡Todo es igual, nada es mejor, lo mismo un burro
que un gran profesor! No hay aplazaos ni escalafón, los inmorales nos han
igualao... Si uno vive en la impostura y otro roba en su ambición, da lo mismo
que si es cura, colchonero, rey de bastos, caradura o polizón.”
Luis Felipe Angell, Sofocleto en su célebre Los cojudos, ensayó los
siguientes conceptos:
“Aquí en el Perú la cojudez se respira, se huele, tiene color y
temperatura, dimensión, forma y hasta sabor, diría. Se lanza un “¡cojudo!” al
aire y es como si el idioma pusiera un huevo o pariera un “algo” capaz de
hablar, moverse, crecer y multiplicarse en miles y miles de otros “cojudos”
poliformes.
Más allá del idioma, la cojudez nos penetró en la sangre y, a través de
ella, nos invadió el cerebro. Se nos hizo indispensable para vivir,
comunicarnos y resumir en sus tres sílabas todo el contexto espiritual, social,
intelectual y material de nuestro pueblo.
Poco a poco nos fuimos impregnando de cojudez en todas sus posibilidades y
variantes. Hicimos de ella un verbo, un adjetivo, un sustantivo, un título, una
marca de fábrica y una gallarda frontera que separaba a los demás cojudos de
nosotros.
Sin darnos cuenta fuimos elevando la cojudez al grado místico de
abracadabra, de las varitas mágicas, del curalotodo y de la penicilina verbal.
Pronto el cojudeo surgió como una de las profesiones liberales y como base
inamovible de nuestro ordenamiento sociológico.
De la noche a la mañana comenzamos a fabricar cojudos en serie, exportando
a los más completos (muchos de ellos a través del Servicio Diplomático), para
infiltrar la cojudez en los países vecinos, como hizo Inglaterra con China
cuando introdujo el opio para desmoralizarla.
El clima, el aire, el mar de nuestras costas, los microbios, el agua, el
cielo e, inclusive, los rayos de
¿Navegaríamos en la historia como una flotilla de cojudos a la vela? No.
Pero suicidarse era tan cojudo como seguir viviendo y sólo nos quedaba la
resignación, que es otra reverenda cojudez. También nos quedaba el consuelo de
acostumbrarnos a la idea de enfrentarnos a ella, de aceptar la realidad y de
cojudearnos los unos a los otros proclamando ante la humanidad que éramos
diferentes y originales....
Para esto era indispensable limpiar a la cojudez de toda implicancia
escatológica y elevar su condición folclórica a la categoría de ciencia o
filosofía social. Era necesario clasificar, definir, organizar, remontarse
hasta los orígenes etimológicos de “lo cojudo” químicamente puro y legar ese
estudio a las futuras generaciones, para que nuestros nietos se fueran
acostumbrando a la idea de ser unos solemnes cojudos por los siglos de los
siglos, amén”. Los cojudos, Lima 1976, pp. 13-14-15
En Huérfanos de
horizonte histórico, 2005: https://www.voltairenet.org/article126610.html
escribí:
“Ha dicho con la habitual ferocidad inteligente que le
es característica, Javier Valle Riestra: “Es que la casta política no tiene más
visión ni más meta que el reparto de escaños, de fajines ministeriales y de
embajadas.
Ellos aspiran a ser los príncipes de una monarquía
siútica (cursi), hortera (de mal gusto), huachafa, que dura cinco años. Entre
ellos se aplauden; entre ellos se festejan, entre ellos se encuestan.
Lógicamente que están totalmente engañados.
Por un lado el Perú de la bancocracia y de