Señal de Alerta
por Herbert Mujica Rojas
22-1-2003
¡Despresidencialicemos el Perú!
A todas luces, dados los
acontecimientos recientes y también otros de muy vieja data, la presidencia, no
sólo del Perú sino también de casi todas las naciones latinoamericanas,
constituye no un mérito sino más bien
una presea, una pieza codiciada, la llave mágica para supuestas soluciones que
no llegan nunca, que demoran lo indecible y que simbolizan los fracasos más
estentóreos de nuestra política.
Entonces ¿qué debiera
ser la presidencia en lugar de lo que es hoy?: apenas un puesto directriz, con
responsabilidad administrativa y penal en caso de mala dirección y derroche de
fondos públicos. Nada más que el estandarte de que hay un timón pero cuyos
contralores tienen que ser como la mujer del César, no sólo serlo, sino también
demostrarlo al escrutinio de la sociedad, del periodismo, de los organismos de
control.
Por tanto: ¡despresidencialicemos el Perú!
La idea no es nueva,
hace más de cuarenta años, cuando por segunda vez se dejó participar en un
comicio a Víctor Raúl Haya de la Torre, él propuso esta iniciativa, sin mayor
éxito por cierto. Tal el fiasco que apenas ganó los comicios por una leve mayoría
a su contendor Fernando Belaunde y el 18 de julio de 1962, los tanques
relevaron del puesto a Manuel Prado, anularon las elecciones y Víctor Raúl no
pudo seguir en aquella liza.
Hasta hoy lo único que hemos tenido de los personajes que
han arribado a la presidencia, es una colección de desencantos, pasajeros y
perennes, depresiones de la ética, violaciones flagrantes de la sindéresis
ciudadana y una absoluta patanería según los estilos y las procedencias. Del régimen militar a Toledo, son varias las
estaciones y los lustros, como muchos los vicios jamás superados.
Velasco imponía la voz
de los cuarteles y a pesar de sus múltiples yerros, era un hombre de carácter.
Belaúnde edulcoraba en poemas, debilidades que le costaron mucho al país y a su
pacificación. García elevó la oratoria a recurso grotesco porque la realidad le
abofeteaba a diario con su tozudo perfil indomeñable. Fujimori fue un caco y un delincuente envilecido hasta el tuétano y
representó poco menos que el cáncer más fétido del latrocinio. Toledo es un
fenómeno vigente y controversial.
La democracia siempre ha sido un recurso manido de
políticos cazurros. Jamás fue la expresión de los más, sino de los menos,
castas blancas y radicaloides aunque a la hora de tomar decisiones siempre lo
hicieran cuidando el bolsillo, las sinecuras y a los parientes. ¿Qué ha
cambiado hoy? Todo sigue en lo mismo y eso es lamentable.
Despresidencializar el
Perú significaría sólo encargar la primera magistratura a un capitán de equipo.
Los hombres providenciales ya han muerto, todos sin excepción, y los que quedan
han demostrado su estupidez a raudales. Entender
que al Perú no lo sacan del hoyo unos cuantos charlatanes es la primera tesis
que habría de fundamentar un futuro sostenido, científico, firme y realmente
revolucionario.
Necesitamos hacer una
severa reflexión. Navegar por aguas procelosas de océanos de miasma y
pestilencia equivale a almirantes de pantanos y ciénagas. Si las generaciones
actuales claudicaron por fracasadas, hay juventudes nuevas que advienen a la
lid y al terreno. Seamos más limpios y más puros y dejemos a otros la posta si
no nos sentimos capaces de dirigir un buen
proyecto nacional.
¡Rompamos el pacto
infame y tácito de hablar a media voz!
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