Sobre Alan García: NO
al borrón y cuenta nueva
por Jesús Guzmán Gallardo; jeguzga@hotmail.com
19-4-2020
Los epígonos del alanismo de adentro y de afuera, se untan
la frente de ceniza y se rasgan las vestiduras al más puro estilo bíblico,
cuando al llegar el 17 de abril recuerdan el suicidio cobarde de un parásito de
la política como si se tratara de un mártir o de un héroe.
¡Pamplinas!, la verdad monda y lironda es que los verdaderos
apristas y la opinión pública, sin considerar a la fiscalía, identificaban a
García Pérez como el más corrupto de los políticos peruanos de estos tiempos.
Alan García fue el más preclaro discípulo de Carlos Andrés
Pérez y de Felipe Gonzales y no de Haya de la Torre, como quisieron falsificar
los necios e ignorantes que por dinero o prebendas torcieron la historia a su
antojo o al gusto del cliente.
Soy testigo de excepción y puedo dar fe que durante los
últimos seis meses que precedieron a la muerte del jefe del PAP, éste le
prohibió como a otros, el ingreso a Villa Mercedes que era casa prestada por una
pariente. La razón fue que traicionó la confianza de Víctor Raúl al no poder
mantener el secreto de su enfermedad que el partido estableció como secreto de
Estado. La traición fue pues una muy antigua felonía de García al ideario de
Haya y a su contenido transversal ético y moral.
A lo dicho líneas arriba podríamos agregar muchas cosas como
que el sujeto de marras nunca trabajó y su vida privada fue muy desordenada,
pero eso será materia de futuros análisis históricos y psicológicos para
lección a los más jóvenes que deben tenerlo en cuenta si quieren incursionar en
la política, porque en resumen, fue un mal ejemplo que jamás debe repetirse a
cuento que si se repitiese ya sería una maldición más para este sufrido y
olvidado Perú.
Este apunte, es necesario habida cuenta que hay lambiscones
hundidos en la estulticia que pregonan que no debe tocarse ni recordarse “la
vida y hechos” de quien hizo tanto daño al partido que lo cobijó, al extremo de
destrozarlo y al país al cual desprestigió y exaccionó.
Viene a la memoria lo que Manuel González Prada dijo de
Miguel Grau “fue un hombre honesto en la sala de su casa y en el camarote de su
barco”. García no llega ni a la primera letra de esa sentencia. Los simplones,
aduciendo una contrita piedad, no quieren que se diga la verdad que construye,
sino la mentira que encubre y santifica a los proditores y recurren al dicho de
los monjes medievales: “borrón y cuenta nueva”. Estas frases aludidas
cohonestaron a lo largo de nuestra historia tantas apostasías, traiciones y
entreguismos que nos envolvieron en el atraso, la anomia y la inopia.
Haya de la Torre, en su permanente docencia nos repetía las
frases de un famoso reaccionario de comienzos del siglo XX: “en el Perú nadie
sabe amar ni odiar, sólo olvidar”. Algunos, felizmente son pocos, quisieran que
se olviden de los latrocinios e iniquidades que cometió García, según en qué
círculo del infierno del Dante se encuentren.
Pero se hace muy necesario insistir en una pedagogía
reiterativa que refresque lo imperioso que es denunciar a los ídolos con pies
de barro que seducen y encantan intonsos para ocultar sus fechorías.
En algunas inolvidables lecciones del recordado maestro
Víctor Raúl cuando de ilustrar la ética política se trataba, nos hacía el
recuerdo de lo sucedido con el insigne antimperialista Eduardo Chibás, jefe del
Partido Ortodoxo cubano en 1947. Los Judas que siempre rodean a los mejores
hombres, le tendieron una trampa dándole información falsa que él utilizó en su
programa radial; esa inducción al error lo afectó de tal manera en su impecable
honestidad que en el programa radial siguiente pidió disculpas y se suicidó.
El lector que saque su cuenta si lo compara con el suicidio
de García.
A manera de epílogo debo insistir que es un deber histórico decirle la verdad,
sobre todo a los jóvenes, de quién fue este personaje que en su ego gigantesco
y narcisismo patológico, propició la traición a los ideales y a la ética que
juró seguir y que aceitó su entreguismo y derechización sin ningún rubor.
Como si fuera poco Alan García diluyó la fraternidad y la
disciplina de un movimiento que luchó contra las fuerzas oscuras de nuestra
política criolla, dejando un partido anémico y al borde de su extinción. Su
cobardía, compañera de su personalidad lo aconsejó cuando al tocarle la puerta
la fiscalía, optó por quitarse la vida.
Estas líneas no trasuntan odio, que sería un homenaje, sino
desprecio.