¿Tenemos Academia de la Lengua?
por Joan Guimaray; joanguimaray@gmail.com
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24-6-2022
En el Perú, país entrañablemente nuestro, no sólo padecemos
de la crisis política, económica y moral, sino también, adolecemos de una
Academia de la Lengua, aquélla que con legítima autoridad y genuina potestad
nos pueda observar, sugerir, exhortar o corregir constantemente, si alteramos
sus normas, si violentamos sus reglas y si no usamos con propiedad el idioma
que hablamos.
Pues, desde que desapareció de la pantalla electrónica, esa
colosal institución que era don Marco Aurelio Denegri, nos hemos quedado sin
ese escrupuloso ilustrador, sin acucioso humanista, sin incisivo desrueznador,
y sobre todo, sin el luminoso erudito de la lengua.
De modo que, como actualmente ya no tenemos hablando ni
escribiendo a esa respetable figura iluminadora que hacía veces de nuestra
escuela de idioma, ahora requerimos tener una verdadera Academia de la Lengua,
a fin que ella, aparte de recordarnos las normas, las reglas, las pautas del
idioma, no cese de exhortarnos para que tratemos de usarlo con un poco de
corrección y hablarlo con algo de propiedad, consecuentemente, evitemos
maltratarlo, violentarlo y deformarlo.
Ya es hora de decirlo. Pues, en el país nuestro, hasta el
idioma que la mayoría hablamos, va alterándose, transformándose, desfigurándose
muy velozmente, y no como parte de la natural dinámica de su evolución, sino,
como consecuencia de la idiocia que padecemos y como efecto de la parda
ideología que nos viene penetrando desde hace algunos años. Por eso ahora, no
es posible que podamos sostener ni siquiera una conversación de cinco minutos,
sin alterar el nivel de la comunicación en el que empezamos a hablar. Es decir,
no podemos mantener una conversación de cinco minutos en el modo indirecto ni
en la manera directa de la comunicación.
Basta ver la televisión y escuchar la radio, donde la
mayoría de los entrevistadores y entrevistados, aparte de omitir la preposición
‘de’, de la estructura de todas las frases –como de: “es momento que alguien
escuche…”, en lugar de: “es momento de que alguien escuche”–, se
desgañitan diciéndose, unas veces, “usted”, y otras, “tú”.
Si antes enriquecíamos nuestro lenguaje, mirando a los
comunicadores de la televisión, escuchando a los periodistas de la radio y
leyendo a los cronistas de periódicos y revistas, más ahora, luego de verlos,
oírlos y leerlos, podemos terminar balbuceando ordinarieces, mascullando
sandeces, paporreando disparates. Ya que, de nuestros egocéntricos periodistas
de hoy, no hay nada que apreciar, ni admirar, mucho menos aprender. La
indigencia verbal de la que padecen, la carencia de cultura que muestran, la
pobreza mental de la que sufren son tan evidentes, que no les extrañaríamos si
las universidades cerraran sus escuelas de comunicación y sus facultades de
periodismo. Pues cualquier vendedor informal que trota las calles y cualquier
cómico de plazas y parques, podría reemplazarlos sin ningún problema.
No es posible que
ignoren con minuciosa rigurosidad, que “preguntar” no es igual a “consultar”, que
“brindar” no significa “conceder”, que “indicar” no tiene el mismo sentido de
“decir”, y que la palabra “severo” es distinta de la expresión “grave”.
Desde luego, a los entrevistados no se les “consulta”, sino,
se le pregunta. Puesto que, la palabra “consultar” significa considerar y
deliberar, mientras que la expresión “preguntar” sugiere interrogar a alguien
para que éste diga o explique lo que sabe y entiende. Asimismo, una autoridad
no “brinda” una entrevista, sino, “concede”. Pues, la palabra “brindar” expresa
ofrecer una oportunidad y provecho, y en tanto que el término “conceder”
significa dar y otorgar. Y, también por eso, un personaje que presta
declaraciones frente a los micrófonos, no “indica”, sino, “dice”, “señala” o
“sostiene”. Ya que “indicar” denota mostrar o significar algo con indicios y
señales, mientras que “decir”, “señalar” o “sostener” significa manifestar con
palabras el pensamiento y las ideas.
Aunque claro está, en el deterioro o en la deformación del
idioma, casi todos somos responsables y cómplices. Unos, por decir “severo” en
vez de “grave”. Otros, por mencionar “super” o “súper” en lugar de “bien”, “muy
bien”, “excelente” o “genial”. Algunos, por llamar “pedófilo” al “pederasta”. Y
muchos, por decir “hola señor” y seguir repitiendo mecánicamente todo lo que
escuchan de otros. Incluso, el doctor Lezcano, especialista en la salud mental,
dice la “líbido” en lugar de la “libido”. Otro galeno insiste en decir
“sintoma” en vez de “síntoma”. Y, hasta el ex superintendente de la SUNEDU (el
hombre que no sé si por pura voluntad o por real capacidad desea que la
“educación” universitaria sea de calidad) don Martín Benavides, no deja de
omitir la preposición “de”, cada vez que habla. Pues, él dice: “…es momento que
el ejecutivo escuche”, en lugar de decir: “…es momento de que el
ejecutivo escuche…”.
Precisamente por eso, nos preguntamos por la existencia de
la Academia de la Lengua. En estos momentos en que el idioma está siendo
estropeado, nos aconseje respetarlo, nos sugiera apreciarlo, y nos persuada a
amarlo.