Monday, July 07, 2025

Cancillería: inmoralidad repetida en el tiempo

 

Informe

Señal de Alerta-Herbert Mujica Rojas

7-7-2025

 


Cancillería: inmoralidad repetida en el tiempo

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Definición simple: la inmoralidad se refiere a la falta de moralidad, al comportamiento que contradice las normas éticas o morales aceptadas en una sociedad o contexto específico.

 

Implica actuar de manera contraria a lo que se considera correcto, bueno o justo.

 

La inmoralidad puede manifestarse de diversas formas, incluyendo:

Acciones: Robo, mentira, asesinato, corrupción, abuso, etc.

Actitudes: Falta de respeto, falta de empatía, egoísmo, crueldad, etc.

Situaciones: Desigualdad social, explotación, destrucción del medio ambiente, etc.

 

La inmoralidad no solo se refiere a actos individuales, sino que también puede afectar a grupos, instituciones e incluso a la sociedad en su conjunto.

 

El 29 de diciembre de 1992, con abuso e inmoralidad manifiestas, el gobierno de Alberto Fujimori, consumó el cese de 117 funcionarios de la Cancillería. Diplomáticos y embajadores de carrera, ministros, consejeros, fueron golpeados y en un tris tras, puestos de patitas en la calle.

 

El complot se urdió en la residencia del embajador del Perú en Washington D.C., Estados Unidos, Ricardo Luna, y contó con la complicidad manifiesta de personajes cuya ligazón al gobierno de Fujimori fue inocultable como fueran escandalosos sus silencios frente a multitud de iniquidades.

 

El embajador Roberto Villarán Koechlin, a la sazón, secretario general de Cancillería, cargó sobre sí buena parte de la responsabilidad en los abusos que frustraron decenas de proyectos de vida. Lo cierto es que su participación cómplice le marcó para siempre.

 

En 1992 hubo concertación, complicidad, designios aviesos para echar, a como diera lugar a personas de las que era absurdo poner en tela de juicio su profesionalismo y limpia ejecutoria pública. No se pudo decir nunca lo mismo de los asaltantes comisionados para el zarpazo.

 

Imposible no decir que en el 2018, en la embajada del Perú en Tel Aviv, Israel, se produjo un complot, una inmoralidad y una participación de hasta 4 ó 5 embajadores para, vía grabaciones ilegales, defenestrar de su cargo en la misión al embajador Fortunato Quesada.

 

Los embajadores Hugo de Zela, Néstor Popolizio, José Boza (+) y el ministro Pedro Rubín fueron parte del tinglado que convenientemente coordinado con un programa político en Lima, difundió expresiones bobas por las que luego pidió disculpas Quesada, pero que bastaron para incendiar la pradera.

 

Las jugarretas fueron muchas. Se grabó inconsultamente al diplomático Quesada, se tejió entre Tel Aviv y Lima, el momento más adecuado para hacer estallar el escándalo y, lo que es peor, casi en cuestión de días, se echó literalmente al funcionario mencionado, porque el propósito era botarlo de la embajada ¡a como diera lugar!

 

¿Cómo puede llamarse a este cúmulo de majaderías de callejón para deshacerse de alguien que les era o incómodo o duro de convencer para, quién sabe qué oscuros designios, los que tenían en mente los complotados?

 

Los 31 folios con la transcripción completa en Whatsapp de muchas conversaciones fueron palmaria muestra que los que formaron parte del clan, tuvieron la película muy clara ¡desde el principio!

 

Otro informe interno con la investigación de Recursos Humanos de la Cancillería, arrojó resultados vergonzosamente sorprendentes: hubo complot, los del plan eran Hugo de Zela, Néstor Popolizio, José Boza y Pedro Rubín.

 

La inmoral pasada consistió en hacer pisar palitos a Quesada y provocar una salida a trompicones, como efectivamente ocurrió, bajo el supuesto que nunca iba a descubrirse la urdimbre clarísima y quién fue quién en este plan malvado.

 

Quesada planteó en el plano judicial su indignada protesta y ganó en primera y segunda instancia. Se advirtió a Cancillería que lo único que estaba haciendo era prolongar una agonía cuyo pronóstico era muy malo para la institución.

 

La casación (pretexto para demorar el caso) de Cancillería fue declarada improcedente, por lo cual Quesada debía retornar a su puesto con los derechos abrupta y abusivamente cortados desde el 2018.

 

Con los dados jugados y tras varias derrotas contundentes ¿no es hora que la Cancillería enmiende rumbos y use el buen juicio lejano de toda clase de inmoralidades y componga caminos de avenida con uno de los suyos, el embajador Fortunato Quesada?

 

El canciller Schialer, de cuya inexperiencia internacional hay muchos casos plenos de yerro y dubitación al frente del Ministerio de Relaciones Exteriores, no puede seguir jugándose por su amigo Hugo de Zela.

 

El embajador de Perú en Portugal aún no hace maletas y por eso el reemplazo, nunca desmentido desde meses atrás, de la esposa del embajador de Zela a ocupar esa plaza, no debe quitarle el sueño.

 

La oportunidad es muy interesante porque la tensión persiste y son vitales las mejores buenas voluntades e intenciones, pero sobre todo ¡acciones sin compadrazgos, blindajes ociosos y más desprestigio para nuestra diplomacia!

 

¿No es hora de castigar a los responsables cuya inmoralidad está a ojos vista y exhibida sin vergüenza, afeando una cartera tan importante como Relaciones Exteriores?

 

Así como se desagravió a buena parte de los 117 defenestrados de 1992, hoy se hace imperativo, como prueba de una decencia obligatoria, reparar la imagen pública de Quesada, zaherida con violencia por unos complotados de pacotilla.

 

Cuando hay moralidad, todas las opiniones son bienvenidas pero no para taparse las faltas sino para señalarlas, corregirlas, castigar a los fautores y ¡nunca más cometerlas!