Sunday, October 08, 2006

GRAU

GRAU
por Manuel González Prada
Pájinas Libres, 1885
8-10-2006

I

Épocas hai en que todo un pueblo se personifica en un solo individuo:
Grecia en Alejandro, Roma en César, España en Carlos V, Inglaterra en
Cromwell, Francia en Napoleón, América en Bolívar. El Perú en 1879 no
era Prado, La Puerta ni Piérola, era Grau.

Cuando el Huáscar zarpaba de algún puerto en busca de aventuras,
siempre arriesgadas, aunque a veces infructuosas, todos volvían los
ojos al Comandante de la nave, todos le seguían con las alas del
corazón, todos estaban con él. Nadie ignoraba que el triunfo rayaba en
lo imposible, atendida la superioridad de la escuadra chilena; pero el
orgullo nacional se lisonjeaba de ver en el Huáscar un caballero
andante de los mares, una imajen del famoso paladín que no contaba sus
enemigos antes del combate, porque aguardaba contarles vencidos o
muertos.

Nosotros, lejítimos herederos de la caballerosidad española, nos
embriagábamos con el perfume de acciones heroicas, en tanto que otros,
menos ilusos que nosotros i más imbuidos en las máximas del siglo,
desdeñaban el humo de la gloria i s'engolosinaban con el manjar de
victorias fáciles i baratas.

I merecíamos disculpa!

El Huáscar forzaba los bloqueos, daba caza a los transportes,
sorprendía las escuadras, bombardeaba los puertos, escapaba ileso de
las celadas o persecuciones, i más que nave, parecía un ser viviente
con vuelo de águila, vista de lince i astucia de zorro. Merced al
Huáscar, el mundo que sigue la causa de los vencedores, olvidaba
nuestros desastres i nos quemaba incienso; merced al Huáscar, los
corazones menos abiertos a la esperanza cobraban entusiasmo i sentían
el jeneroso estímulo del sacrificio; merced al Huáscar, en fin, el
enemigo se desconcertaba en sus planes, tenía,vacilaciones
desalentadoras i devoraba el despecho de la vanidad humillada, porque
el monitor, vijilando las costas del Sur, apareciendo en el instante
menos aguardado, parecía decir a la ambición de Chile: "Tú no pasarás
de aquí". Todo esto debimos al Huáscar, i el alma del monitor era
Grau.

II

Nació Miguel Grau en Piura el año 1834. Nada notable ocurre en su
infancia, i sólo merece consignarse que, después de recibir la
instrucción primaria en la Escuela Náutica de Paita, se trasladó a
Lima para continuar su educación en el colejio del poeta Fernando
Velarde.

A la muerte del discípulo, el maestro le consagró una entusiasta
composición en verso. Descartando las exajeraciones, naturales a un
poeta sentimental i romántico, se puede colejir por los endecasílabos
de Velarde, que Grau era un niño tranquilo i silencioso, quien sabe
taciturno.

Nunca fuiste risueño ni elocuente
Y tu faz pocas veces sonreía
Pero inspirabas entusiasmo ardiente,
Cariñosa y profunda simpatía
(Fernando Velarde)

Mui pronto debió de hastiarse con los estudios i más aún con el
réjimen escolar, cuando al empezar la adolescencia s'enrola en la
tripulación de un buque mercante. Seis o siete años navegó por
América, Europa i Asia, queriendo ser piloto práctico antes que marino
teórico, prefiriendo costear continentes i correr temporales a navegar
mecido constantemente por las olas del Pacífico.

Consideró la marina mercante como una escuela transitoria, no como una
profesión estable, pues al creerse con aptitudes para gobernar un
buque, ingresó a la Armada nacional. ¿A qué seguir paso a paso la
carrera del guardia marina en 1857, del capitán de navío en 1873, del
contralmirante en 1879? Reconstituir conforme a plan matemático la
existencia de un personaje, conceder intención al más insignificante
de sus actos, ver augurios de proezas en los juegos inocentes del
niño, es fantasear una leyenda, no escribir una biografía. En el
ordinario curso de la vida, el hombre camina prosaicamente, a ras del
suelo, i sólo se descubre superior a los demás, con intermitencias, en
los instantes supremos.

El año 1865 hubo momento en que Grau se atrajo las miradas de toda la
nación, en que tuvo pendiente de sus manos la suerte del país.
Conducía de los astilleros ingleses un buque de guerra a tiempo que la
República se había revolucionado para deshacer el tratado
Vivanco-Pareja. Plegándose a los revolucionarios, entregándoles el
dominio del mar, Grau contribuyó eficazmente al derrumbamiento de
Pezet.

La popularidad de Grau empieza al encenderse la guerra contra Chile.
Antes pudo confundirse con sus émulos i compañeros de armas o
diseñarse con las figuras más notables del cuadro; pero en los días de
la prueba se dibujó de cuerpo entero, se destacó sobre todos, les
eclipsó a todos. Fué comparado con Noel y Gálvez, i disfrutó como
Washington la dicha de ser "el primero en el amor de sus
conciudadanos". El Perú todo le apostrofaba como, Napoleón a Goethe:
"Eres un hombre".

III

Y lo era, tanto por el valor como por las otras cualidades morales. En
su vida, en su persona, en la más insignificante sus acciones, se
conformaba con el tipo lejendario del marino.

Humano hasta el exceso, practicaba jenerosidades que en el fragor de
la guerra concluían por sublevar nuestra cólera. Hoi mismo, al
recordar la saña implacable del chileno vencedor, deploramos la
exajerada clemencia de Grau en la noche de Iquique. Para comprenderle
i disculparle, se necesita realizar un esfuerzo, acallar las punzadas
de la herida entreabierta, ver los acontecimientos desde mayor altura.
Entonces se reconoce que no merecen llamarse grandes los tigres que
matan por matar o hieren por herir, sino los hombres que hasta en el
vértigo de la lucha saben economizar vidas i ahorrar dolores.

Sencillo, arraigado a las tradiciones relijiosas, ajeno a las dudas
del filósofo, hacía gala de cristiano i demandaba la absolución del
sacerdote antes de partir con la bendición de todos los corazones.
Siendo sinceramente relijioso, no conocía la codicia --esa vitalidad
de los hombres yertos--, ni la cólera violenta --ese momentáneo valor
de los cobardes--, ni la soberbia --ese calor maldito que sólo
enjendra víboras en el pecho--. A tanto llegaba la humildad de su
carácter que, hostigado un día por las alabanzas de los necios que
asedian a los hombres de mérito, esclamó: "Vamos, yo no soi más que un
pobre marinero que trata de servir a su patria".

Por su silencio en el peligro, parecía hijo de otros climas, pues
nunca daba indicios del bullicioso atolondramiento que distingue a los
pueblos meridionales. Si alguna vez hubiera querido arengar a su
tripulación, habría dicho espartanamente, como Nelson en Trafalgar:
"La patria confía en que todos cumplan con su deber". Hasta en el
porte familiar se manifestaba sobrio de palabras: lejos dél la
verbosidad que falsifica la elocuencia i remeda el talento. Hablaba
como anticipándose al pensamiento de sus con la más leve
contradicción. Su cerebro discernía con lentitud, su palabra fluía con
largos intervalos de silencio, i su voz de timbre femenino contrastaba
notablemente con sus facciones varoniles i toscas.

Ese marino forjado en el yunque de los espíritus fuertes, inflexible
en aplicar a los culpables todo el rigor de las ordenanzas, se hallaba
dotado de sensibilidad esquisita, amaba tiernamente a sus hijos, tenía
marcada predilección por los niños. Sin embargo, su enerjía moral no
s'enervaba con el sentimiento como lo probó en 1865 al adherirse a la
revolución: rechazando ascensos i pingües ofertas de oro, desoyendo
las sujestiones o consejos de sus más íntimos amigos, resistiendo a
los ruegos e intimaciones de su mismo padre, hizo lo que le parecía
mejor, cumplió con su deber.

Tan inmaculado en la vida privada como en la pública, tan honrado en
el salón de la casa como en el camarote del buque, formaba contraste
con nuestros políticos i nuestros guerreros, existía como un verdadero
anacronismo.

Como flor de sus virtudes, trascendía la resignación: nadie conocía
más el peligro, i marchaba de frente, con los ojos abiertos, con la
serenidad en el semblante. En él, nada cómico ni estudiado:
personificaba la naturalidad. Al ver su rostro leal i abierto, al
cojer su mano áspera i encallecida, se palpaba que la sangre venía de
un corazón noble i jeneroso.

Tal era el hombre que en buque mal artillado, con marinería inesperta,
se vió rodeado i acometido por toda la escuadra chilena el 8 de
octubre de 1879.

IV

En el combate homérico de uno contra siete, pudo Grau rendirse al
enemigo; pero comprendió que por voluntad nacional estaba condenado a
morir, que sus compatriotas no le habrían perdonado el mendigar la
vida en la escala de los buques vencedores. Efectivamente. Si a los
admiradores de Grau se les hubiera preguntado qué exijían del
Comandante del Huáscar el 8 de Octubre, todos habrían respondido con
el Horacio de Corneille: Que muriera!".

Todo podía sufrirse con estoica resignación, menos el Huáscar a flote
con su Comandante vivo. Necesitábamos el sacrificio de los buenos i
humildes para borrar el oprobio de malos i soberbios. Sin Grau en la
Punta de Angamos, sin Bolognesi en el Morro de Arica ¿tendríamos
derecho de llamarnos nación? ¡Qué escándalo no dimos al mundo, desde
las ridículas escaramuzas hasta las inesplicables dispersiones en
masa, desde la fuga traidora de los caudillos hasta las sediciones
bizantinas, desde la maquinaciones subterráneas de los ambiciosos
vulgares hasta las tristes arlequinadas de los héroes funambulescos!

En la guerra con Chile, no sólo derramamos la sangre, exhibimos la
lepra. Se disculpa el encalle de una fragata con tripulación novel i
capitán atolondrado, se perdona la derrota de un ejército
indisciplinado con jefes ineptos o cobardes, se concibe el
amilanamiento de un pueblo por los continuos descalabros en mar i
tierra; pero no se disculpa, no se perdona ni se concibe la reversión
del orden moral, el completo desbarajuste de la vida pública, la danza
macabra de polichinelas con disfraz de Alejandros i Césares.

Sin embargo, en el grotesco i sombrío drama de la derrota, surjieron
de cuando en cuando figuras luminosas i simpáticas. La guerra, con
todos sus males, nos hizo el bien de probar que todavía sabemos
enjendrar hombres de temple viril. Alentémonos, pues: la rosa no
florece en el pantano; i el pueblo en que nacen un Grau i un Bolognesi
no está ni muerto ni completamente dejenerado. Regocijémonos, si es
posible: la tristeza de los injustamente vencidos conoce alegrías
sinceras, así como el sueño de los vencedores implacables tiene
despertamientos amargos, pesadillas horrorosas.

La columna rostral erijida para conmemorar el 2 de Mayo se corona con
la victoria en actitud de subir al cielo, es decir, a la rejión
impasible que no escucha los ayes de la víctima ni las imprecaciones
del verdugo. El futuro monumento de Grau ostentará en su parte más
encumbrada un coloso en ademán d'estender el brazo derecho hacia los
mares del Sur.

Catalina de Rusia fijó en una calle meridional de San Petersburgo un
cartel que decía: "Por aquí es el camino a Constantinopla". Cuando la
raza eslava siente impulsos de caminar hacia las tierras verdes" ¿no
recuerda las tentadoras palabras de Catalina? Si Grau se levantara hoi
del sepulcro, nos diría... Es inútil repetir sus palabras: todos
adivinamos ya qué deberes hemos de cumplir, adónde tenemos que
dirijirnos mañana.
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