25-2-2008
La tragedia del 79, Alfonso Bouroncle Carreón, Studium, Lima
61 Actividades en el norte
El general Iglesias, al quedar como jefe político y militar del norte,
prosiguió con la organización del ejército, que nunca llegó a ser muy
numeroso, al disponer de sólo dos divisiones de infantería que, pese
al nombre, no pasaban de ser simples batallones por el número de su
contingente al disponer de 400 la una mandaba por Lorenzo Iglesias y
200 la otra, al mando del coronel Callirgos Quiroga. Esas tropas, en
forma separada se aproximaron al pueblo de San Pablo, en la cercanía
de Cajamarca, ocupado por los chilenos. Estos, enterados de la
aproximación que hacía Iglesias, lo esperaron en emboscada el 13 de
julio. Encuentro que lo obligó a retirarse, siendo perseguido por el
mayor Saldes, jefe chileno. El coronel Callirgos, en el cerro Cardón,
organizó una estratagema con los sanmiguelinos, engañando al enemigo,
quienes, confiados en su victoria, se encontraron de pronto atacados
por el nuevo contingente y seguidamente las tropas de Iglesias
contraatacaron, motivando que Saldes saliera huido de la batalla.
Para vengarse, pidió refuerzos a Lynch, quien le envió el batallón
"Coquimbo", con el cual, procediendo a la chilena, saquearon e
incendiaron las ciudades y pueblos de Cajamarca, Chota, San Luis y San
Pablo. Por pago de cupos evitaron ser destruidos Hualgayoc, Ichocan y
San Miguel.
Iglesias, después de ese hecho de armas, se retiró de las actividades
guerrilleras y, el primero de abril, lanzó una proclama en la cual
expresa la necesidad de lograr la paz. En su escrito manifestó entre
otros aspectos: (181)
"Llegó un momento en que aniquilados nuestros elementos de combate,
vacilante la fe de los hombres verdaderamente patriotas y alterado el
orden interior del país por incalificables rivalidades, le amenazaban
un porvenir de desorganización y ruina.
Se trataba de una cuestión meramente interna. Se trataba de impedir
que el Perú se presentase ante el mundo como una horda de insensatos
devorándose entre sí, cuando precisamente reclamaba el común peligro
que nuestra sociedad afianzase sus vínculos de cohesión para salvarse
en un esfuerzo común, a la sombra del orden, de la justicia y de la
ley.
A situación semejante yo no podía, como ningún buen peruano,
permanecer indiferente. Fomentando indefinidamente la idea de una
guerra insensata, después de San Juan, de Miraflores y de las crueles
revueltas de Lima y Arequipa, las fuerzas nacionales se debilitan cada
día, alejándose cada vez más el ambicionado período de
convalecencia...
Pero mi espada no ha lucido ni lucirá jamás en los campos estériles de
la anarquía, para ensangrentar el suelo patrio en servicio de pasiones
personales. . .
Afortunadamente, para realizar estas nobles aspiraciones, me siento
rodeado de hombres que piensan y quieren como yo; , . . consagrados
están por entero a la obra santa de la rehabilitación del país. . .".
Esta primera proclama, muestra un aspecto singular del grupo que rodeó
a Iglesias, la de apoderarse del poder surgiendo la pregunta, de si lo
hicieron por iniciativa patriótica o empujados por los chilenos. Se
debe tener presente que el cuñado y pariente de Iglesias, Mariano
Castro Zaldívar Iglesias, mantenía buenas relaciones y situaciones de
confidencia con los chilenos Lynch y Novoa, este último, enviado para
lograr la paz en el Perú. Además, con posterioridad, surgió la noticia
que alguien había recibido suma elevada de dinero de Chile para
concertar la paz, y la acusación recayó en Castro Zaldívar. Hay una
carta de Castro a Iglesias, fechada el 24 de mayo de 1883 que muestra
las vinculaciones del primero con los chilenos, llegándose al extremo
que Lynch prestó dinero a Castro en apoyo a Iglesias. De la
documentación y sucesos posteriores, surge la impresión que Iglesias
fue un patriota a quien sus colaboradores lo engañaron malamente.
Hacerlo aparecer como salvador de la patria, mientras un pequeño grupo
medró a sus espaldas, y el cerebro directriz de esas maniobras fue
Castro Zaldívar.
Téngase presente que Iglesias se lanzó por cuenta propia junto a un
pequeño grupo a lo que llamaron la salvación de la patria, sin más
apoyo que el de las armas chilenas y, para definir la situación, en su
hacienda Montán, el 31 de agosto de 1882, presentó un manifiesto,
conocido como el "Grito de Montán", en el cual expresó: (182)
"Siempre he creído que no es el Perú la nación vencida, humillada,
escarnecida y befada por las huestes de Chile insaciable. El Perú no
ha combatido. La guerra, la debilidad y el vencimiento ha sido
provocado por las pasiones, las miserias y los crímenes de una parte
nomás de sus degenerados hijos".
A continuación hace una recapitulación de lo acontecido, en especial
desde la batalla de San Juan. Critica a Montero por su actuar y en
seguida, frente a la situación desgraciada y sangrante del país
solicitó la unión, y la necesidad de terminar con el conflicto. El
texto de esta proclama se presenta en el Anexo 49.
El Grito de Montán dividió aún más al país. Unos buscando la paz a los
cuales Chile les dio el mayor apoyo para lograr sus propósitos
expansionistas y desligarse al mismo tiempo de la guerrilla que le fue
minando sus fuerzas. Otros rechazaron y repudiaron el manifiesto,
expresando la necesidad de continuar la resistencia hasta lograr que
el enemigo se retire del país; resultando los líderes antagónicos
Iglesias y Cáceres. Y el Grito de Montán, en medio de la guerra, da
lugar al inicio de una franca guerra civil que duraría hasta fines de
1885. Epílogo que formó parte de la horrorosa pesadilla que constituyó
la tragedia del 79, cuando el Perú fue desangrado y asolado por los
invasores y en medio de esa conflagración, surgió la peor de todas las
guerras, la confrontación fratricida. Duro precio que se pagó por la
incapacidad de los gobiernos y clases dirigentes que sólo miraron al
país como elemento a usufructuar sus riquezas. La guerra civil entre
Cáceres e Iglesias no fue sino la continuación, aunque con diferentes
personajes, de la iniciada entre Pardo y Piérola. De la confrontación
permanente entre caudillos que asolaron al país desde que emergió a la
vida republicana pero con hondas raíces fratricidas en la conquista e
incario. Tormento que acompañó al Perú desde sus orígenes, y del cual
pareciera que es muy difícil desprenderse. Páginas dolorosas de la
historia que no llaman a vituperaciones ni vindicaciones, sino a
profunda reflexión que permita encontrar el camino que mejor
corresponda al desarrollo integral de la nación.
El manifiesto de Iglesias publicado por el "Diario Oficial" y en
especial la proclama del 31 de agosto, determinaron que algunos grupos
se pronunciaran a su favor, como el coronel Vento en Canta, quien, no
sólo apoyó la celebración de la paz que pudiera lograrse, sino que
desde ese momento se convirtió en fiel apoyo a los chilenos, traición
execrable que permitió el paso franco del invasor por una de las dos
rutas de acceso a la sierra.
Cáceres por su parte, rechazó dichos documentos, en los cuales se
insultaba su actuar, por lo que se sintió obligado a responder con una
carta que la convierte en circular dirigida a las autoridades de la
jurisdicción de su mando: (183)
"Los pueblos del Perú —decía en el último párrafo de esta circular— y
en particular los pueblos del centro, que me obedecen, no hacen la
guerra por el deseo de continuarla y llenar el territorio de luto y de
miseria; no derraman la sangre preciosa de sus hijos por el incesante
placer de sacrificar estérilmente víctimas en los altares de la
patria; prosiguen la guerra y hostilizan infatigablemente al enemigo
con el único objeto que se proponen los pueblos y que prescriben las
leyes eternas del derecho internacional respecto de la guerra, con el
fin de alcanzar el desagravio de sus derechos, por medio de un tratado
que no esté en pugna con su dignidad y soberanía nacional".
Esa comunicación es reiterada en la "Memoria" enviada al gobierno de
Arequipa en enero de 1883: (184)
"El infortunio sufrido con nobleza y dignidad es preferible a un
cobarde y vergonzoso abatimiento; si la guerra impone sacrificios,
fuerza es apurarlos hasta la última gota de sangre, cuando la paz no
ofrece mas expectativa que un porvenir sombrío. En vez de legar a las
generaciones venideras la herencia de una transacción oprobiosa
condenada por la conciencia nacional, es preferible sucumbir en la
demanda, dejando abierto el campo de la lucha, para que nuestros hijos
se encarguen de vengar la sangre de sus antepasados..."
En esa forma terminó el año 1882, con el Perú ensangrentado y
postrado, y su representación dividida en tres gobiernos y un
pretendiente a tal. Iglesias en Cajamarca inició sus actividades
gubernamentales orientadas a conseguir la paz, había cesado de
enfrentarse al enemigo y por el contrario, éste se convirtió en su
fuerza defensora. García Calderón prisionero en el exilio y
prácticamente sin comunicación con el país, ya que estas eran
filtradas y calificadas por sus carceleros, el gobierno de Santiago. Y
Montero, que como primer vicepresidente del anterior, actuó para lo
que le interesaba, como presidente. Así como en Cajamarca, en Arequipa
igualmente mostró su completa y total inoperancia, tanto en el manejo
de la cosa pública, como, sobre todo, en la defensa de la patria. No
realizó ni una sola intentona de atacar a los enemigos posesionados de
Tacna; tampoco hizo ningún esfuerzo por apoyar o ayudar a Cáceres que
denodadamente luchaba en el centro y, por último, tampoco organizó las
defensas de la ciudad de Arequipa o mejoró las deplorables condiciones
del ejército acantonado en esa ciudad. Es más, los sillares donados
por la población para construir las fortificaciones que se requerían y
poder repeler exitosamente cualquier ataque enemigo, por disposición
gubernamental fueron cedidos a la Beneficencia de la localidad y
utilizados en la construcción o refacción de asilos y locales de esa
institución, apreciándose que no sólo hubo incuria o desidia para
actuar como soldado o gobernante, sino que, igualmente, se atentó por
inercia o deliberadamente a debilitar o disminuir la resistencia del
país frente al invasor.
Frente al caos nacional representado por los tres gobiernos
enumerados, a la distancia, el pretendiente Piérola no perdió
oportunidad de hacerse presente en cualquier forma que pudiera,
deseoso de recuperar el derecho a la cortesanía en la ciudad virreinal
y satisfacer su paranoia convertida en delirio de grandeza. En medio
de ese desorden gubernamental con un país humillado, postrado y
vejado, el único hombre que siguió manteniendo en alto la defensa del
país y se respetara la dignidad que el Perú requería fue Cáceres,
quien, rodeado de un selecto grupo de colaboradores, se enfrentó al
enemigo externo que, en ese momento, contaba con el apoyo decidido o
tolerado de Iglesias, Montero y Piérola.