Informe
Señal
de Alerta-Herbert Mujica Rojas
24-9-2023
¡Salvajismo con ruedas!
https://senaldealerta.pe/salvajismo-con-ruedas/
No hay semana, ni siquiera los feriados, en
que las noticias trágicas de accidentes en las pistas, choques, carreras de
microbuses, dejen de acongojarnos y alerten sobre el salvajismo con ruedas del
que nadie está libre.
Al menos no, a los que viajamos en transporte
público.
Años atrás, escribí algunas opiniones en el
artículo Abajo del puente
http://www.voltairenet.org/article165271.html
4-5-2010 que, pesarosamente, lejos de amainar la violencia descrita, ve que
el crimen ha aumentado.
Leamos:
“El precio de ser independiente, (eufemismo
lindo para no decir desempleado), obliga a un traslado por la gran metrópoli
que es Lima y el pasaje por no pocos de sus puentes en avenidas que parecen
hormigueros peatonales, de enorme congestionamiento, ruido monstruoso y
gritones “llenadores” de combis y buses.
Abajo del puente –de cualquiera de ellos- hay
otro mundo, un caos neurótico y desestabilizador y un ejercicio de paciente
espera resignada hasta que los choferes se acomedan a quitar el pie del freno.
Debajo de los puentes no funcionan los
celulares, tampoco las llamadas a la cordura pues el cobrador de combi se
empeña en seguir llamando a víctimas a compartir la ruta y con la jaculatoria
“al fondo hay sitio”, encapsula al pobre viandante que quiere dejar de serlo,
en virtualmente un adorno sentado, de pie o pisando al prójimo.
Quien aborde su movilidad, de ida y de vuelta,
en –por citar un ejemplo cotidiano y horroroso- el Puente Primavera, en la
avenida de ese nombre y la carretera en Surco, sabe que en la estación el
vehículo asentará su férrea contextura no menos de 8 a 10 minutos.
No importa si salió temprano o tiene prisa,
para estos personajes –chofer y cobrador- sólo hay una motivación: llenar la
nave y si eso tarda más de 10 minutos ¡pues qué importa!
La cultura urbana permite que todo esto suceda
aunque sea irregular y hasta inhumano. No hay un reglamento –y si lo hay, nadie
lo cumple- que civilice esta clase de relaciones de clientelaje: el cobrador
suele ser grosero; el chofer es impasible y el pasajero aguanta el vejamen por
la simple razón que no tiene cómo ir a su trabajo o volver a su casa o cumplir
con la tarea encomendada.
Tiempo atrás se dijo que la enorme cantidad de
combis aliviaría la congestión e impediría la gente de pie en el transporte. No
sólo eso: se dieron normas para que los vehículos contratasen seguro para sus
clientes. No obstante aquello, es de amplio conocimiento que la mayor cantidad
de accidentes –no pocos fatales- ocurren por impericia de los choferes o por
esas malditas carreras en las avenidas.
Muy temprano los vendedores expenden desayuno
y menudean exquisitos panes y colaciones suficientes para saciar hambres de
todo calibre. Eso está muy bien.
Lo que está muy mal es que la gente elimine
las bolsas y servilletas en cualquier parte formando montículos y pudrideros
que expelen mal olor, atraen moscas y son signo inequívoco de barbarie.
Las municipalidades no incrementan el número
de tachos y, para colmo de males, no hay campañas educativas que instruyan a
los caminantes y consumidores en la sana costumbre de usar estos depósitos para
su fin específico: la basura.
La salvajización –de algún modo hay que
llamarla- es pan de cada día. No parece molestar ni incordiar a ningún tipo de
autoridades desde las sanitarias, municipales o de cualquier índole por la
simple sinrazón que nadie entiende que esta bestialización se inocula con mucha
facilidad e insolencia en el cuerpo colectivo que lo “asimila” y lo asume como
parte de sus vidas. Y no lo es.
Así como la gente hizo del uso del cinturón
una ley que cumple por varias razones: multa al chofer, o para preservar la
vida, entonces, la conducta con limpieza, decoro, cortesía, rapidez y
funcionalidad en los paraderos debía reemplazar todo lo narrado que es un
infierno diario de nunca acabar. ¿Cómo hacerlo? He allí la gran cuestión.
Lo primero y fundamental es reconocer que
estamos comportándonos como animales de la peor clase: sin ton ni son. Hay que
preguntarse: ¿se puede ser bestia en las carreteras y en los paraderos y
trabajadores, profesores o alumnos o gerentes en nuestros locales? ¿por causa
de qué tanta hipocresía e impostura?
Esto ocurre en múltiples escenarios de la vida
del país. En la política unos sinverguenzas sobre los cuales hay fundadas
sospechas de corrupción no se largan por decisión propia y en cambio practican
la vendetta de mafiosos que se sacan los trapos al aire y con la complicidad de
los medios de comunicación que a veces hasta gozan con estas bambalinas.
Este es un tema simple que muestra la
desgarradora situación de embrutecimiento masivo en que vive el país. No
reconocerlo es parte de esa hipocresía colectiva tan beneficiosa para las
castas gobernantes que no saben sino decir: “así es el Perú”. ¡Bah!”