Señal de Alerta
por Herbert Mujica Rojas
22-7-2019
¡Crímenes castigados!
Puede que no sea para un país muy agradable asimilar que sus
ex presidentes hayan incurrido en latrocinios de diverso calibre. Y mucho peor
que la justicia internacional les eche el guante, los detenga y encarcele. No
obstante lo indecoroso que significa que un ex primer funcionario sea
sospechoso de raterías, sí es interesante –y vital- el suceso que demuestra que
ya no hay chance de actuar con la más descarada impunidad.
Perú y su historia dan cuenta de fortunas afincadas en la
comisión de exacciones, contratos con dedicatoria, favoritismos criminales. Y
los suertudos son, en muchos casos, gentuza con linaje depredador de bisabuelos
a bisnietos. No hay aristocracia ni realeza de sangre pero sí criminalidad
ejecutiva y estafadora del dinero que paga el pueblo.
Cuando un funcionario, de presidente al más modesto, roba,
maltrata, dispendia recursos del Estado –monetarios o materiales- incurre en
una acción malvada y perversa. El pueblo tributa y mantiene con sus impuestos el
aparato burocrático en que abundan sabios en trabar leyes o medidas que afecten
a sus intereses minúsculos y siempre delincuentes.
Y esto ocurre en un país en que los recursos del Estado
gozan de la “mala fama” y que son minimizados como si carecieran de valor. Para
nada importa que el insumo o recurso haya sido sufragado por el pueblo o, mejor
dicho, por el sector que tributa con sus impuestos. Es cierto que ámbitos
poderosos y muy ricos tienen pelotones de contadores y jurisconsultos muy bien
pagados para NO honrar obligaciones.
Por tanto, los sucesos que dan cuenta de enormes sospechas
en torno al mal accionar de ex presidentes o funcionarios incursos en
negociados sucios de alta escala son beneficiosos porque descubren una veta que
jamás debió ser opacada o disimulada: la
persecución al crimen como parte de la salud mental institucional del Estado.
¿Por qué la impunidad se instaló tanto en el alma
burocrática peruana? Es una buena pregunta que tiene mil o más respuestas. Desde
la Colonia y en la República, los asaltos al Estado son múltiples y muchos de
ellos mayúsculos. En no pocas veces el manto de impunidad barnizó los
acontecimientos y ¡NO PASO NADA!
La pátina que encubre los delitos contra el Estado tuvieron
entre sus patrocinadores aviesos a jueces, fiscales, procuradores,
parlamentarios, gerentes, ministros, presidentes y ex mandatarios. De tal forma
que el vil tejido garantizaba el dinero sucio y la tranquilidad de los fautores
del robo enquistados en los altos puestos. ¿Cuántos gerentes o presidentes de
directorios de empresas del Estado pagaron realmente sus culpas?
Diría que fue providencial que los escándalos y latrocinios
de empresas gigantes ocurriera en la forma que pasó. Ex presidentes,
burócratas, banqueros, toda clase de rateros han visto su nombre en los diarios
y medios de comunicación que también juegan su propio horizonte dictado ¡cuándo
no! por los intereses de parte y privados siempre querendones de sus fortunas y
millones delictivos.
Una nueva hora de realizaciones justicieras empezó no ha
mucho. Al mismo tiempo que felicitarnos de los sucesos, procuremos que toda
política del Estado conlleve también la
lucha contra el crimen como parte de la salud mental de la Nación.