por Herbert Mujica Rojas
11-2-2009
¿Nación de castrados?
¿Qué pueblo renuncia a su historia, declina el recuerdo de sus héroes
o modifica lo acontecido para tender "lazos de fraternidad" con sus
antiguos opresores los mismos que hoy repiten, bajo diferentes
métodos, idénticos regímenes de invasión y sujeción económica,
política, periodística, propagandística, mediática de sur a norte y
con algo más de 7 u 8 mil millones de dólares colocados en estas
tierras?: ¡sólo uno castrado y lobotomizado! En efecto, la
exclusividad y verguenza corresponden a semejante conjunto humano si
existe alguno con tales oprobiosas características.
Hasta hoy Perú, a pesar de los avances tecnológicos al alcance, no ha
confeccionado su versión fílmica en torno a lo más aproximado que el
rigor historiográfico puede dar acerca de la guerra de invasión
acaecida entre 1879-1883 y que pretextó Chile bajo razones que ni
ellos mismos repiten con gran entusiasmo. Para eso tienen a los
neo-historiadores que dicen construir castillos de fraternidad donde
antes hubo sangre, saqueo, expoliación, injusticia, absurdo
escarnecimiento. Y los años han pasado y nada ha cambiado. El sentido
del meridión al septentrión repite su escalada con el respaldo tácito
y móvil de una maquinaria armada de altísimo poder letal. Lo disuasivo
en este caso específico sólo es una broma del peor mal gusto.
¿Y cómo es que ocurre lo antedicho? ¿Querría decir que en nuestro país
no hay quienes puedan contar la genuina historia de esos hechos entre
1879-1883? ¿y lo que pasó desde entonces? Nada hay más importante en
la vida republicana que aquella huella. El Perú fue otro a partir de
aquellas fechas y la república volvió a fojas cero, a la ruina
material gracias a la riqueza de quienes sí cautelaron sus bienes aquí
y acullá y supieron aclimatarse a la invasión y fueron cómplices de la
pezuña foránea. Los peruanoides que definió el médico Pedro Villanueva
en libro recientemente reeditado escribieron páginas de lacerante
aberración contra la patria. ¿Dónde están los historiadores? ¿y los
periodistas? ¿y los hombres de bien? ¿y los embajadores y
especialistas en estrategia y geopolítica?
Llegó pocas semanas atrás la noticia que en Chile se ha logrado la
versión fílmica del combate de Iquique y hay hasta la interpretación
de Miguel Grau a cargo de nacionales del país del sur. Cada quien
maneja su libertad como quiere pero tengo la sospecha que debió ser
acá el lugar de génesis de semejantes iniciativas no sólo porque el
piurano murió bajo el pendón glorioso del Perú sino porque esa guerra
constituyó una de las más sucias claudicaciones de castas oligárquicas
ineptas y absolutamente miopes. Desposeídas de conceptos nacionales,
éstas, regalaron el país y tuvieron en traidores y aventureros como
Piérola, símbolos ocasionales de enorme improvisación sospechosa. Pero
los historiadores han cubierto de gloria a los felones y no pocas
plazas, calles, jirones y avenidas ostentan el nombre de quienes
dieron la espalda al país.
¿Cuántos filmes más hay que esperar desde Chile para comprender que en
ese terreno también hay que pelear? Debo reivindicar, porque no todo
es yerto y mustio, que pocos meses atrás el grupo de investigadores,
periodistas e historiadores nucleados en Perú Heroico y bajo la
acertada batuta de Plinio Esquinarila Bellido, planteó la iniciativa
de organizar la megaproducción nacional de la Guerra de Rapiña
1879-1883 con el propósito soberano –y desde todo punto de vista
pendiente- de poseer la lectura patria. El proyecto sigue caminando
con las monstruosas dificultades que se plantea siempre a las
dinámicas iconoclastas y hasta se pensó en algún momento emprender
desde las tribunas en que brilló el valor patrio del Alto de la
Alianza, Tacna, Concepción, Junín y Huamachuco, La Libertad, el
comienzo de la gran colecta nacional. De hecho Esquinarila anunció por
radio en la Ciudad Heroica semejante bella cruzada. ¿Tan difícil
embarcarse en la empresa?
Aquí faltan brazos y se requieren contribuciones de todo jaez e
índole, inteligencia y genialidad creadora. La voluntad hecha objetivo
supremo de levantar a la nación de su eterno marasmo y enfilarla en
una dinámica edificadora no es el deber de construirla con ciencia y
conciencia. Sobran, eso sí, esos historiadores que buscan editoriales
o paraguas sospechosas del sur porque no dan cuenta rigurosa de los
hechos sino los maquillan en nombre de fraternidades que no pueden
eludir lo ocurrido ni refundirlo para desterrarlo. Están demás los
peruanoides y los pusilánimes. En cambio, debe estar siempre en el
altar de la gloria, la memoria de los que cayeron por la patria.
¿Cuánto cuesta adormecer a un pueblo e idiotizarlo con placebos tecnológicos?
Volvamos a la génesis de esta modesta columna: ¿nación de castrados
reales y cerebrales?
¡Atentos a la historia, las tribunas aplauden lo que suena bien!
¡Ataquemos al poder, el gobierno lo tiene cualquiera!
¡Rompamos el pacto infame y tácito de hablar a media voz!
¡Sólo el talento salvará al Perú!
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