Informe
Señal de
Alerta-Herbert Mujica Rojas
8-5-2024
¿No se paga a los presidentes activos?
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Un presidente electo, incluso los dictadores ladronzuelos, o
un encargado, ¿no reciben mensualmente sueldo? Están en la planilla del Estado.
Sin contar con los muertos y heridos producto de sus latrocinios.
¿Por qué la tributación del pueblo tiene que “pagar” a
quienes dejaron de serlo? ¿O es que acaso es un derecho divino? La juridicidad
encomiástica es boba y ociosa.
El que llega a presidente, en las urnas y también en la
mesa, durante su tiempo de ejecutoria percibe mensualmente y por lo general ¡no
gasta nada! Todas son invitaciones o convites en el presupuesto de gobierno, en
protocolos y presentes. El dinero va directo a la faltriquera del jefe de
Estado.
En el caso de los que por alguna razón o casualidad,
resultaron con el mando de la Nación, es sabido que “gozan” de pensión de ex
presidente. El mismo cuestionamiento ¿por causa de qué?
Quien llega a la primera magistratura no viene de la nada
¡tiene un recorrido, malo o bueno, ya hecho! No se puede pretender que la
presidencia sea una boya económica para ineptos que fracasan y endosan lo que
les resta de existencia ¡al resto de peruanos!
Kenya Fujimori pretende pensión, un asistente y vales de
gasolina. Este ciudadano debe algo así como S/ 57 millones de soles por
reparaciones civiles que nunca ha pagado. Una retrasadita mental de su bancada,
afirmó suelta de huesos, que dicha suma debe salir de los impuestos que honra
el resto de peruanos.
Gustaba de repetir en sus numerosos alegatos patrióticos,
Alfonso Benavides Correa, que “la Patria es ara, no pedestal”. Es decir, la
presidencia es una herramienta en el liderazgo y no el arca generosa para que
los pillos saqueen al Estado.
El ladrón es genio y figura, hasta la sepultura. En el norte
hay un dicho divertido: el que nació para panzón ¡aunque lo fajen! Por tanto,
toda la literatura no entra en el cerebro rapaz de esas langostas humanas.
La galería de ex presidentes, que son muchos en los últimos
20 años, muestra a sospechosos de haberse enriquecido con el dinero público.
Sus andanzas y bailes destilan olores nauseabundos y siempre, o casi siempre,
contaron con la anuencia de los miedos de comunicación robustamente
gratificados.
Los crímenes desde las alturas han sido moneda común y los
signos exteriores de riqueza revelan patrimonio que nadie acierta a explicarse.
Quien gana por cien no puede comprar ni adquirir por diez mil.
La tabla de salvación que es la presidencia, el escaño en
diputados y más adelante en senadores, en las gobernaciones y alcaldías, se ha
convertido en la meta de muchas sabandijas que no pueden vivir de su trabajo
sino del dinero público. ¡Que es de otros!
¿Cuántos ex presidentes gozan de pensión vitalicia? Reitero,
el que fue mandatario lo hizo como empleado público, cobrando cada fin de mes
según lo establecido, por tanto, no realizó una obra bondadosa en su puesto
¡cumplió su deber remunerado!
Otra cosa es cuando se aprovecharon de la posición de
dominio, viajaban con los proveedores, recibían dólares en loncheras y
afirmaban cobrar decenas de miles de dólares por sus conferencias. A la hora de
la prueba, temblorosos hasta la náusea, miedosos de la ergástula, se pegaron un
tiro y ¡muerto el perro, se acaba la rabia!
Se entiende que los mercenarios operadores busquen de
justificar estas trapacerías a través de los miedos de comunicación y toda
tribuna disponible. Lo que no está muy claro es cómo gente con alguna
sindéresis, otorgue crédito a brulotes en la vida cotidiana.
Quien deje el puesto de presidente que vaya a buscarse la
vida en sus acostumbradas actividades o que se convierta en emprendedor,
inventor o ambulante. ¡Pero que no succione las cansadas ubres del Estado!
Y entre las farsas nacionales, no hay otras más escandalosas
que las públicas.
Escribió en Los honorables, en su libro Bajo el oprobio,
1914, Manuel González Prada:
“Porque en todas las instituciones nacionales y en todos los ramos de la
administración pública sucede lo mismo que en el Parlamento: los
reverendísimos, los excelentísimos, los ilustrísimos y los useseñorías valen
tanto como los honorables. Aquí ninguno vive su vida verdadera, que todos hacen
su papel en la gran farsa. El sabio no es tal sabio; el rico, tal rico; el
héroe, tal héroe; el católico, tal católico; ni el librepensador, tal
librepensador. Quizá los hombres no son tales hombres ni las mujeres son tales
mujeres. Sin embargo, no faltan personas graves que toman a lo serio las cosas.
¡Tomar a lo serio cosas del Perú!
Esto no es república sino mojiganga”.