por Herbert Mujica Rojas
30-5-2008
En Chile: ¡un cónsul descerebrado!
Cuando mañana sábado, si tiene a bien aceptar la invitación de ver el
programa Fuego Cruzado que le hago, usted pueda apreciar las sesudas,
sabihondas, científicas expresiones de un tal Juan Prieto, que funge
de cónsul del Perú en el país del sur, coincidirá conmigo que aquél es
un caso único en la historia mundial: ejerce sin materia alguna en la
caja craneana y regurgita lindezas como aquella de nominar a la
suciedad, a la falta de civismo en las calles, a la delincuencia, a la
ebriedad pública, como rasgos definitorios de la "cultura peruana".
Obvio, ¡éste debe ser enemigo del Perú! ¿Hay alguna forma de saber si
está en la nómina de pagos? Porque debiera estar, de acuerdo al
calibre de sus expresiones, barriendo en algún sótano anónimo o en una
puna peinando pelos a los auquénidos, antes que denigrar de ese modo a
un país con 28 millones de habitantes.
¿Qué aprenden en Torre Tagle? Pregunta válida, porque de un tiempo a
esta parte, son varios los cónsules que transitan por las protervas
avenidas del escándalo, del conchabo compadrero, de la estulticia
estridente y a la que motejan de trabajo diplomático. En Barcelona, un
ex involucrado en malos manejos de objetos de arte, se dio el lujo de
delatar ante sus patrones a un compatricio. A posteriori, como suele
ocurrir con los embragues automovilísticos, primero se presiona y
luego viene el cambio, han remendado el estropicio, pero el accidente,
la fractura y, en no pocos casos, las fallas y daños, son sucesos
lamentables y terminales. Ahora, en un sitio como la capital chilena
en que existe una tradicional observación puntillosa y hasta
antipática, razón de más, para acudir y vencer los retos planteados,
el despelote es descomunal. Pero no, los diplomáticos y los que no lo
son, se empeñan en ser como los monitos de la caricatura: mudos,
sordos, ciegos.
Si hay una fórmula o camino de avenida que nos haga reflexionar y,
mucho más que aquello, cambiar drásticamente patrones aviesos de mal
comportamiento, es criticarnos sin piedad y, con más dureza, si es que
esos colectivos peruanos están en otro país. ¿Cómo, con qué derecho,
bajo qué norma de simios atrabiliarios o palurdos sin educación
alguna, se puede permitir la forja de basurales, el arrojo de
botellas, la micción pública, el asalto, la monra, no sólo en Santiago
sino en cualquier ciudad de Chile o del mundo? ¡Ese es un
comportamiento de primitivos, de salvajes descompaginados de cualquier
orden social! Pero, en lugar de corregir, orientar, educar a esos
réprobos, el cónsul Juan Prieto, individuo sin un gramo de cerebro de
cualquier color, especie o marca, nomina a toda esa bestialidad
asquerosa: "parte de la cultura peruana". Su mirar extraviado, cuasi
tímido, con tartamudeos fronterizos, dan cuenta de un sujeto que acaso
podría ser muy eficiente como picador de papeles de parque público,
pero no en la delicadísima responsabilidad por la que el pueblo
peruano le paga la astronómica suma de US$ 10 ó 13 mil mensuales.
No se justifica, y lo verá en el espacio televisivo, la enorme
cantidad de groserías enderezadas a los peruanos y originadas en
chilenos. En las sociedades, siempre hay sectores fácilmente
manipulables y proclives al chillido gutural y a la escatología
disfrazada de nacionalismo. Pero no debemos concluir, de ninguna
manera, en el facilismo de "explicar" aberraciones que tienen que ser
eliminadas del comportamiento social.
Aterra pensar a qué riscos difíciles o abismos puede llevarnos la
falta de tino y la abundancia de estupidez cuando uno escucha a un
cónsul de las calidades abisales y subterráneas de Juan Prieto.
Definitivamente es un mal elemento, abúlico, ignorante, incapaz de
producir dos o tres frases idóneas y constructivas. ¿En ese sujeto,
disfrazado de cónsul, tiene Torre Tagle en Santiago de Chile,
depositada su confianza? ¿qué piensa el embajador Hugo Otero?
Hasta donde sé, si se le expulsa de Santiago, mejor dicho, si se
extrae de esa sede, a Juan Prieto, cuyo único mérito consiste en ser
compañero de promoción de Gonzalo Gutiérrez Reinel, el archipoderoso
vicecanciller que puso en ridículo al presidente Alan García y quien
se auto-proclama como el sucesor fijo e indiscutible de Joselo García
Belaunde, no sería un suceso nuevo en su precarísima hoja de
servicios: tal parece que hay precedentes y eso es muy grave. ¿Cómo,
habiendo esa presunción, enviaron a un inútil a un consulado como el
de Santiago de Chile? Una prueba más de cómo los pilotos de Torre
Tagle han perdido la brújula, ingirieron la bitácora, quemaron el mapa
y perdieron toda clase de papeles, como años atrás en Arica, en
narración que he contado. Y sobre la cual ¡jamás! he sido desmentido
¿no don Eduardo Ponce de Vivanco?
¡Atentos a la historia, las tribunas aplauden lo que suena bien!
¡Ataquemos al poder, el gobierno lo tiene cualquiera!
¡Rompamos el pacto infame y tácito de hablar a media voz!
¡Sólo el talento salvará al Perú!
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