Thursday, July 31, 2008

Idiotas modernos, facilismos retrógrados

Señal de Alerta
por Herbert Mujica Rojas
31-7-2008

Idiotas modernos, facilismos retrógrados

Siempre me he preguntado ¿cuáles las virtudes de esos personajes que
premunidos de una pantalla gigante y una computadora pequeña,
balbucean mecánicamente cuanto se ve reflejado en el plano? No pocas
veces los relatores son tartamudos, tienen pésima dicción y del
castellano no entienden gran cosa. Sólo pretenden leer cuanto refleja
el haz de luz en la superficie blanca. Estos idiotas modernos usan
facilismos retrógrados que envilecen el lenguaje a cacofonías
gestuales de las cuales les es imposible apartarse. Si acaso un corte
de luz o interrupción subitánea de su "presentación", entonces, acaece
la desgracia y el fracaso. Incapaces de improvisar, su disco duro no
admite semejante alternativa, hemos llegado al nivel en que apenas
superamos a los loros y la escala zoológica no nos favorece si nos
comparamos con estos pajarracos.

Algo parecido sucede con Internet. Los escolares de hoy y los
universitarios de estos días, han perdido el buen y constructor hábito
de la lectura. Todo se reduce al cut and paste y como original sólo
pueden reclamar que ponen su firma a textos que no revisan, que
asimilan acríticamente y que transcriben bajo el supuesto que por
estar en la red son datos exactos e impolutos. La ociosidad, madre de
todos los vicios, ha venido a instalarse en el colectivo juvenil que
ya no investiga y no ha aprendido a indagar con ojos de duda para
premunirse de verdades sólidas e imbatibles.

Un estudio privado en temas comunicacionales de larguísima experiencia
y trayectoria determina que sólo minúsculas porciones escuchan los
programas políticos y que más pequeños aún son los que aprehenden
algo. No poco de esto débese al lenguaje primario, casi simiesco de
nuestros políticos, absolutamente ignorantes, huérfanos de cultura
elemental y moderna y lastrados por arquetipos anclados en 30 ó 40
años atrás. Como las pirámides que se ríen del tiempo, a la inversa el
tiempo –y la modernidad- no fructificaron en los políticos.

Si unimos ambas circunstancias de comunicación insuficiente, mecánica
acrítica, entre quienes se suponen son los instructores y el público
llano, podemos explicarnos la aberrante pobreza del lenguaje de
nuestras juventudes que abomina del castellano para usar
interjecciones en cada frase o sentencia o de la falta de lógica que
los hombres y mujeres públicos denotan a cada instante. Los idiotas
modernos creen comunicarse merced a facilismos retrógrados cuando en
realidad lo que hacen es destruir los cimientos educativos y
culturales de cualquier sociedad reemplazándolos con muy frágiles y
anémicas sustituciones efímeras.

Días atrás me ofrecieron la chance de ir a un colegio y hablar sobre
el tema de la difícil vecindad con Chile y el contencioso jurídico en
la Corte Internacional de Justicia. Los invitantes preguntaron si
necesitaba del consabido cañón para las imágenes y de la computadora.
Mi categórica respuesta fue de negativa cortés. Agregué que era hora
de volver a los cánones antiguos en que la energía y habilidad del
ponente motivaban en el auditorio la comprensión merced al buen manejo
del lenguaje, a la precisión expositiva y, sobre todo, al esfuerzo
mayúsculo que demandaba entablar empatía con el oyente tan
acostumbrado, hoy por hoy, a las pantallas y a esos idiotas que
repiten como autómatas y que no acometen ¡esfuerzo de cualquier clase!
Sospecho que ese encuentro fue provechoso para todos.

¿No será hora de licenciar, aunque sea por horas, a esos idiotas
modernos que usan abusivamente facilismos retrógrados? Lo que llega
fácil, fácil se va. Las imágenes también se olvidan y, en todo caso,
afincan por algún tiempo hasta que advienen otras más impactantes. Los
conceptos también tienen que aterrizar, como era antes, por la
deseable vigorosidad del exponente y porque, además, tienen el reto
fundamental de confrontar la inteligencia del oyente que así practica
y razona. Y no repite servilmente cuanto hay en textos que otros
preparan.

Trasládese lo antedicho al cuadro general de un país que pretende ser
moderno pero que no puede, a pesar de cañones y pantallas, borrar de
sus calles tanta mendicidad, pulverizar taras delincuenciales y el
accionar de pandillas vinculadas al narcotráfico. Y no hablemos de
esas otras cáfilas de vendepatrias que regalan el país merced a
contratos con dedicatoria y concesiones sine die de término con
pingues ganancias. Pero la nación se desprende de su patrimonio con el
silencio cómplice de las múltiples castas que gobiernan regularmente
el Perú.

¡Atentos a la historia, las tribunas aplauden lo que suena bien!

¡Ataquemos al poder, el gobierno lo tiene cualquiera!

¡Rompamos el pacto infame y tácito de hablar a media voz!

¡Sólo el talento salvará al Perú!

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hcmujica.blogspot.com
Skype: hmujica

Tuesday, July 29, 2008

La obsesión de Simón Bolívar por Jaén y Maynas V

Señal de Alerta
por Herbert Mujica Rojas
29-7-2008

No pocas son las responsabilidades aún no aclaradas o individualizadas
de las miopes castas políticas peruanas que ayer, como hoy, ignoraban
asuntos fundamentales del drama nacional. Así surgieron conflictos
desde la misma génesis fundacional de la república. En Las veleidades
autocráticas de Simón Bolívar, Tomo IV La guerra de límites contra el
Perú, el embajador Félix C. Calderón revela por vez primera y con
abundancia de detalles estos intríngulis escabrosos. Y hay que decirlo
con voz bronca: aberrantes. Los artículos a continuación, a modo de
resumen, sintetizan capítulos mantenidos en tinieblas durante
decenios. (hmr)

La obsesión de Simón Bolívar por Jaén y Maynas V
por Félix C. Calderón

En la medida que Bolívar había asumido a título personal "preparar,
instruir (sic), y nombrar" la comisión de límites, tal como le
adelantó a Vergara el 20 de setiembre, debemos suponer la febrilidad
con que se abocó a ello, siendo los documentos que ha recogido
felizmente Ricardo Aranda, ante el silencio insólito de Vicente Lecuna
y Daniel O'Leary, entre otros, altamente demostrativos de la felonía
que guiaba al sicofante de la libertad. Veamos el único fragmento de
"las instrucciones a los comisionados (colombianos) para fijar la
línea divisoria entre esta República y la del Perú" que ha llegado
hasta nuestros días:

"Téngase presente que el Perú conviene en que el Marañón sea el límite
natural que ha de fijarse: en ese caso no hay cuestión (sic). En lo
que no hay acuerdo todavía es en que Colombia quiere que el río
Huancabamba sea límite occidental, y el Perú pretende (sic) que lo sea
el Chinchipe. No es posible convenir en esto porque se perdería una
parte del territorio de Jaén que, sin disputa alguna, es colombiano
(sic), y así lo confiesa el mismo Perú. Se puede ceder a esta
República la gran porción de territorio de Jaén situado a la orilla
derecha o meridional del Marañón, siempre que se convenga en cedernos
los terrenos situados a la orilla derecha del Huancabamba (sic), y en
tomar el río Quirós en lugar del Macará, único límite entre las dos
Repúblicas entre Loja y Piura. En este caso la línea divisoria se
fijará por el curso de este río Quiros hasta su origen, y desde éste
se marcará una línea hasta el Huancabamba."

Texto suficientemente explícito en cuanto a las ambiciones desmedidas
de Bolívar de querer tener un ingreso efectivo por Ayabaca a los
territorios que buscaba arrebatar de mala manera al Perú. Aflora, por
tanto, la primera pregunta: ¿cuándo Bolívar decidió exigir
temerariamente Huancabamba y Ayabaca? Si nos atenemos a los verbatim
recogidos para la historia por Ricardo Aranda, entre el 16 y 18 de
setiembre de 1829 el ambiente entre los negociadores en Guayaquil era
sumamente amical. Tenemos en nuestra memoria aquellas palabras de Gual
el 17 de setiembre, después de escuchar al ignaro Larrea: "cuán
agradable le era por la exposición que acaba de oír, que ambos países
se iban acercando ya al punto de conciliación." Y a continuación Gual
formuló la siguiente conclusión: "No entrará en una discusión prolija
sobre esta materia por defecto de noticias topográficas; cree, sin
embargo, que su Gobierno se prestará a dar instrucciones (sic) a los
comisionados para que establezcan una línea divisoria, siguiendo desde
Tumbes los límites conocidos de los antiguos Virreynatos de Santa Fé y
Lima, hasta encontrar el río Chinchipe (sic), cuyas aguas y las del
Marañón continuarán dividiendo ambas Repúblicas hasta los lineros del
Brasil."

Es decir, ni el 17 ni el 22 de setiembre se puso sobre el tapete el
untimely pedido de Bolívar con relación a la provincia de Huancabamba
y parte de Ayabaca (orilla izquierda del río Huancabamba). ¿En qué
momento, entonces, lo decidió y cómo? ¿Presionado o mal asesorado por
el general Flores que probablemente le remitió otra carta mucho más
dramática? O ¿actuaba movido por esa pulsión autodestructiva de querer
destruir todo lo que estaba por concluir? Son numerosos los casos en
que Bolívar tomó la iniciativa para cambiar el curso de la historia
que con tanto trabajo había urdido, precipitando hechos opuestos. El
asesinato de Sucre fue, en parte, provocado por el comentario en voz
alta del dictador, en plena crisis, de considerar a su lugarteniente
como el más honesto de todos los generales y, por tanto, su heredero
natural. Su construcción geopolítica fracasó por su miopía de creer
que se contrapesaba el hecho de tener la capital en Bogotá con jefes
de gobierno venezolanos. Es como si en vez de los founding fathers, en
Estados Unidos los presidentes hubiesen salido de Filadelfia a cambio
de dejar la capital en Nueva York. ¡Qué disparate! Soñaba con imponer
la constitución vitalicia y fue él quien le inseminó el bicho que
acabó con ella, pues la cesión territorial hasta Sama que le exigía al
Perú trajo abajo el precario castillo de naipes. Y en setiembre de
1829, sin ser exhaustivos, le había arrancado, en principio, a las
indolentes autoridades peruanas toda la margen izquierda del
Marañón-Amazonas, y solo por una minucia él mismo nuevamente
desbarataba lo obtenido.

Si recordamos la carta del general Mosquera de 26 de octubre de 1829,
podemos deducir que hasta esa fecha el dictador no había cambiado
todavía de parecer. Por eso, tentativamente puede concluirse que fue
en la carta que le remitió desde Ibarra a su enviado en Lima el 1 de
noviembre (carta que no aparece recogida en ninguna colección), que le
impartió nuevas instrucciones. Lo cual implica que el cambio en su
mente tuvo lugar en octubre de 1829, tal vez en la segunda quincena.
Por eso Mosquera le dijo en forma críptica en su carta de respuesta de
8 de diciembre: "y conforme a lo que V. E. me previene, procederé en
asunto a límites." Imaginamos que su master acababa de prevenir a
Mosquera de algo nuevo (su nueva toute petite ambición), y a éste solo
le quedaba acatar.

Al día siguiente de haber remitido esa misteriosa carta a Mosquera
desde Ibarra, el 2 de noviembre, el caraqueño se apresuró a responder
la carta que le cursara Gutiérrez de la Fuente el 16 de octubre, sin
regatearle elogios, como era su costumbre:

"(...). Con razón llamaremos siempre el día más venturoso de nuestra
vida aquél en que hemos sellado la paz de dos pueblos hermanos, ella
debe ser, y será, inalterable por todos los siglos (...). El Perú, por
medio de Ud. ha satisfecho la deuda de mi honor (sic)." (Vicente
Lecuna: Op. cit.- Tomo IX).

Encendidos elogios a su discípulo que fueron ampliados en otra carta
de 10 de noviembre, sepultando ex profeso a Gutiérrez de la Fuente en
el desván de la ignominia, junto con Gamarra, Larrea y otros:

"He recibido con sumo gozo la ratificación de los tratados y la
apreciable carta de Ud. Hemos vencido nuestros enemigos por una
victoria de flores (sic) . Hasta ellos quedarán satisfechos con
nuestra paz; pero la gloria será para Ud., porque Ud. es el que ha
sabido manejar hasta el cabo este negocio con una nobleza y una
franqueza digna de los tiempos heroicos, cuando la virtud se mostraba
con la sencillez de la naturaleza misma." (Ibid.).

El 1 de diciembre fue recibido oficialmente en Lima el general de
brigada Tomás Cipriano de Mosquera como Enviado Extraordinario y
Ministro Plenipotenciario de la Colombia bolivariana. El astuto
caudillo quería sobre caliente consumar la amputación de parte de Jaén
y Maynas al Perú. Irónicamente a fines de ese mes regresó como
canciller a Lima, el acomodaticio de José María Pando, mientras que
José Larrea fue premiado con la cartera de Hacienda. En una palabra,
se había instituido en el Perú el bolivarismo sin Bolívar. Eran las
mismas serpientes que se esmeraban en colaborar en vez de destrozarse,
al fin de cuentas era el Perú el que pagaba la factura sin merecerlo.

Mas, para suerte del Perú, el 13 de enero de 1830 el general Páez
consumó la separación de Venezuela como Estado soberano, asestándole
el golpe de gracia a la construcción geopolítica bolivariana de las
tres hermanas. Por eso es que muy pronto, en mayo de ese mismo año, ya
se hablaba en Ecuador de las "tres grandes secciones independientes",
situación que se precipitó de manera vertiginosa el 4 de junio con el
asesinato de Sucre en la montaña de Berruecos.

En Memorias sobre la vida del general Simón Bolívar (Consorcio
Editorial, 1940) escritas décadas más tarde, Tomás Cipriano de
Mosquera dejó para la posteridad en el Capítulo XXXII el siguiente
relato sobre lo esencial de la misión que le trajo a Lima: "tanto la
liquidación de la deuda colombiana como el negocio de la demarcación
de límites entre el Perú y Colombia estaban muy adelantados (sic)."
Como se puede apreciar, en ningún momento Mosquera hizo referencia en
el recuento antes citado a la conclusión con su contraparte peruana de
un supuesto protocolo con "la demarcación de límites." Anotó que el
negocio estaba adelantado, mas no terminado. Pues, de haberse
terminado habría sido un logro mayor de su gestión, digno de
registrarlo en ese libro de recuerdos, en tanto el objeto principal de
su misión en Lima fue ése.

¿Cómo así, entonces, uno o dos Estados que sucedieron a la Colombia
bolivariana pudieron esgrimir muchos años más tarde la existencia de
un supuesto protocolo que jugaba a su favor? ¿Llegó efectivamente a
firmar el enviado Mosquera junto con el cura Carlos Pedemonte en
representación del Perú, el 11 de agosto de 1830, un protocolo sobre
"demarcación de límites"? Al igual que lo que ocurrió en el Tratado de
Guayaquil en que dolosamente se convenció con facilidad a un ignaro
que decía representar al Perú, todo parece indicar que Mosquera quiso
hacer otro tanto en Lima con el intonso de Pedemonte, otro valido
peruano del bolivarismo. Pero, gracias al desmoronamiento de la
construcción geopolítica bolivariana desde enero de 1830, esa
tentativa artera nunca llegó a concretarse, perdiendo de este modo
legitimidad y validez el ambiguo artículo 5º del Tratado de Guayaquil,
fundado en el engaño o silencio culpable. Y decimos engaño, porque no
debe olvidarse, dentro de este contexto, lo que le manifestó el mismo
Mosquera a Bolívar el 26 de octubre de ese año, citado con
anterioridad, en cuanto a la gestión que se le encomendaba en Lima:
"(...). Por tanto, deberé manejar los negocios apoyándome en la Cédula
que agregó la Presidencia de Quito al Virreinato de Nueva Granada;
pero en caso de que me presenten documentos fehacientes, desearía
tener instrucciones sobre el particular, pues como el artículo 5 del
tratado sienta por bases el uti possidetis de 1809, podrían con
justicia (sic) reclamar la ribera izquierda del Marañón (sic)."

El 8 de diciembre, tras admitir en otra comunicación dirigida a
Bolívar que el artículo 5º del Tratado de Guayaquil era "indefinido",
Mosquera consideró conveniente que "para obviar más la demarcación a
las comisiones" debía negociarse un convenio que "sirva de base" y que
lo haría ceñido a sus instrucciones y a lo instruido en "la carta de
V. E. a la que contesto." Dicho de otra manera, como una forma de
precisar mejor lo que se quiso decir ambiguamente en el artículo 5º y
de conformidad con las nuevas instrucciones impartidas secretamente
por Bolívar el 1 de noviembre, su enviado en Lima concluyó en la
necesidad de un convenio ad hoc, para facilitar el trabajo de los
comisionados llamados a hacer la demarcación sobre el terreno. Por
tanto, el apócrifo protocolo de 1830 no surge del Tratado de
Guayaquil, sino es producto de la reflexión de Mosquera ese 8 de
diciembre como una forma de concluir el asunto "indefinido" de los
límites. Y fue este detalle extra lo que trajo abajo todo lo
precariamente armado por el hábil prestidigitador de voluntades
acomodaticias.

Con excepción de la reveladora carta a Bolívar de 26 de octubre de
1829, en ninguna otra se refirió el enviado bolivariano a una
discusión con los peruanos en que se hubiera traído a colación la real
Cédula de 1802. Ni Lecuna ni O'Leary ofrecen testimonios en sentido
contrario. Adicionalmente, ni Pando ni su predecesor hicieron tampoco
la más mínima referencia a la Real Cédula de 1802, tal como demuestra
fehacientemente quien esto escribe en el Tomo IV "La guerra de límites
contra el Perú", ¿cómo así entonces en ese apócrifo documento se hizo
mención a esa real decisión de 1802 y, en el colmo de la indolencia,
los peruanos solo reconocieron como punto álgido de la controversia el
Chinchipe?

En nuestra opinión y con base en las evidencias recogidas en el citado
Tomo IV, es posible que dicho documento apócrifo haya sido redactado
con posterioridad a 1830, tal vez treinta o cuarenta años más tarde.
Es verdad que la parte final de ese falso documento refleja en alguna
medida el estado de la discusión hasta abril de 1830 de acuerdo con el
recuento de las conversaciones que, epistolarmente, le hizo Mosquera a
su megalómano jefe; pero, la referencia explícita que se consignó en
la primera parte a la Real Cédula de 1802 es prueba contundente de su
carácter apócrifo, pues nunca estuvo en la versión de Mosquera
referencia alguna a ese valioso documento, sencillamente por ignorar
los peruanos hasta ese momento dicha decisión real que jugaba a su
favor. Además, resulta evidente que jamás pudo ser firmado texto
alguno el 11 de agosto de 1830, así haya estado Mosquera en Lima,
porque las condiciones de su plenipotencia habían cambiado
sustantivamente y él mismo pidió regresar a Bogotá el 1 de junio al
considerar en mayo, en otra comunicación, fracasada su misión. Vale
decir, si ya en mayo de 1830, de acuerdo con fuentes venezolanas,
Mosquera informaba que nada podía esperarse de los peruanos y que
debía darse por terminada su misión en Lima porque, además, observaba
cómo en la capital peruana se veía de manera ventajosa lo que venía
ocurriendo en el norte, ¿cómo así, por arte de qué conjuro fue capaz
de concluir con esos mismos peruanos dubitativos un protocolo el 11 de
agosto de 1830? En fin, tampoco creemos que Mosquera haya redactado
ese falso protocolo, aunque sí es dable suponer que años más tarde
narró a un imaginativo escribidor el estado en que dejó la negociación
en Lima, lo cual fue suficiente para que éste sacara de la nada un
documento y lo esgrimiera como existente, sin prestar atención a la
coherencia histórica y a la obvia inexistencia de la versión original.

Hay un historiador peruano que se ha esmerado en refutar la existencia
del apócrifo documento de agosto de 1830, poniendo el acento en la
fecha en que el general Mosquera se embarcó en el Callao; empero, este
esfuerzo presenta el serio inconveniente de dejar latente la pregunta
de si existió o no dicho documento. Pues, alguien podría retrucar
dando otra explicación sobre la aparente colisión de fechas y así
dejar en el tapete la presunta existencia de dicho documento. La
verdad de las cosas es que ese motejado protocolo nunca existió de
acuerdo con el testimonio dejado por el mismo Mosquera. El 8 mayo de
1830, no en agosto, sino tres meses antes, el general Mosquera se
manifestaba totalmente desalentado en cuanto a la obtención de su
objetivo en Lima, como ha quedado dicho, al extremo de confesarle a
Bolívar, el gran corifeo de este mejunje, que: "nada debemos esperar."
Y el 1 de junio, en otra carta a Bolívar consignó lo siguiente:
"Mediante a no haber recursos para sostener esta Legación, ni
necesidad urgente, suplico a V. E. me haga librar mis letras de retiro
para volver a Colombia." Nótese bien, "sin necesidad urgente" que
justifique permanecer en Lima sin recursos, Mosquera le suplicaba sus
letras de retiro el 1 de junio, con el añadido que ya para ese
entonces Bolívar había dejado de ser presidente y marchaba a
Cartagena. La imaginación, cuya cima la tiene indiscutiblemente García
Márquez, parece que trabajó para sacar de la manga lustros más tarde
un documento espurio, posible si se recuerda el background doloso
sobre el que se asienta esa triste y dolorosa controversia del Perú
con Colombia y Ecuador por culpa de ese megalómano y veleidoso
guerrero como fue Simón Bolívar.

Friday, July 25, 2008

La obsesión de Bolívar por Jaén y Maynas IV

Señal de Alerta
por Herbert Mujica Rojas
25-7-2008

No pocas son las responsabilidades aún no aclaradas o individualizadas
de las miopes castas políticas peruanas que ayer, como hoy, ignoraban
asuntos fundamentales del drama nacional. Así surgieron conflictos
desde la misma génesis fundacional de la república. En Las veleidades
autocráticas de Simón Bolívar, Tomo IV La guerra de límites contra el
Perú, el embajador Félix C. Calderón revela por vez primera y con
abundancia de detalles estos intríngulis escabrosos. Y hay que decirlo
con voz bronca: aberrantes. Los artículos a continuación, a modo de
resumen, sintetizan capítulos mantenidos en tinieblas durante
decenios. (hmr)

La obsesión de Bolívar por Jaén y Maynas IV
por Félix C. Calderón

Y para precipitar la secreción de bilis en nuestros lectores,
contrastemos lo dicho a Vergara con lo que le decía al general
Gutiérrez de la Fuente el 22 de setiembre, inter alia:

"Ya hemos concluido un tratado en el cual abunda la moderación y la
justicia (sic), sin menoscabo del honor de las partes. Yo no he podido
hacer más (sic) en obsequio de la reconciliación y de la armonía.
(...) Yo le aseguro a Ud., mi querido general, que estamos muy
distantes de pretender el menor daño a esa República (sic)."

Forma astuta de jugar con el lenguaje en que se presenta el caraqueño
como el hacedor de concesiones casi en exceso, de allí el solemne "no
he podido hacer más"combinado con el ungüento sicológico "estamos muy
distantes de pretender el menor daño a esa República (sic)", cuando en
los hechos se trataba de un triunfo fuera de lugar, conseguido
dolosamente, inclusive digitando quien sería el negociador peruano, su
"amigo íntimo" para hacer mejor las cosas, como le confesó al mismo
Vergara en otra carta el 10 de setiembre.

En gran parte ese triunfo se lo debía al felón Gutiérrez de la Fuente,
pues sobrevive la carta que Bolívar remitió a O'Leary, ya general, el
17 de agosto de 1829, en uno de cuyos párrafos hace la siguiente
revelación:
"Anoche ha llegado el señor Gual de Quito, y hoy mismo el Edecán
Demarquet de su comisión a Lima, quien me ha traído comunicaciones del
General La Fuente y de varios amigos (sic), bien interesantes y
lisonjeras (sic). Al General Urdaneta le remito copia de la carta
particular (sic) que me hace La Fuente: por ella podrá Ud. inferir
cuán a mi favor está todo aquello (sic).

Por su parte, el 16 de octubre, día en que el Gobierno peruano
ratificó ese perjudicial tratado (la Colombia bolivariana lo hizo
cinco días más tarde), Gutiérrez de la Fuente, como gran cosa, lanzó
la siguiente proclama "a los pueblos":
"¡Peruanos! La patria perecía sin recurso bajo una administración
débil, vacilante y obstinada en sostener guerra temeraria contra la
República de Colombia, fiel amiga del Perú en la paz (sic), aliada
poderosa en los campos de batalla. La salvé (sic) aventurando el bien
más precioso del hombre público-la reputación. (...) ¡Conciudadanos!
He colmado los votos queridos de mi corazón; dándoos una paz honrosa
(sic), sin comprarla al doloroso precio de vuestra sangre. Ya no
aspiro más que a descender del puesto a que me ha elevado la
Representación Nacional; dejando en mi conducta un ejemplo de
moderación, de vigor y de patriotismo." (Manuel de Odriozola: Op.
cit.- Tomo IX).

¿Ejemplo de vigor, patriotismo? ¿Era Gutiérrez de la Fuente despistado
o se hacía? La historia nos dice que el litigio limítrofe con Colombia
recién alcanzó a resolverse en 1922, y con el Ecuador en 1998 (ambos
Estados sucesores de la Colombia bolivariana), entonces, ¿de qué paz
honrosa hablaba ese mentecato? Solo la ignorancia de la diplomacia
peruana de la época permite explicar esa monumental concesión que
quedó implícita en el Tratado de Guayaquil. Sin embargo, para suerte
del Perú aquella concesión nunca llegó a materializarse, pues a los
pocos meses se desmoronó la Colombia de las tres hermanas sin llegar
las Partes a dar cumplimiento a los artículos 6º y 7º, conditio sine
qua nom para dar contenido al artículo 5º del Tratado de Guayaquil.

Durante la negociación del Tratado de Guayaquil, Ricardo Aranda dejó
para la historia el verbatim de la tercera conferencia del 17 de
setiembre, que a primera vista es engañoso porque deja la impresión
que el plenipotenciario colombiano parecía más bien Larrea en lugar de
Gual, a causa de la posición insólita que asumió en contradicción son
sus propias instrucciones. Veamos el texto que recoge Aranda:

"Presentes los Plenipotenciarios: se abrió la conferencia, exponiendo
el Plenipotenciario del Perú, que bien meditados los artículos
relativos a límites de las dos Repúblicas, y con la última persuasión
de que sometidos a la deliberación de una Comisión compuesta de
súbditos de los dos Gobiernos, como lo propuso en la anterior
conferencia, ni era decorosa a ellos ni menos tendía a terminar
definitivamente las disensiones que se suscitarían sin cesar en lo
venidero, por cuanto dejaba esta interesante cuestión en statu quo y
sin la menor esperanza de que los comisionados al efecto, ni el
árbitro extranjero, fueran capaces de comprenderla y concluirla; se
convenía (sic) con lo propuesto en ellos, bien persuadido de los
derechos de su Gobierno, a este respecto, como de la utilidad y
conveniencia que le resultaba de la medida. Igualmente observó que
debiendo partir las operaciones de los comisionados de la base
establecida, de que la línea divisoria de los dos Estados, es la misma
(sic) que regía cuando se nombraron Virreynatos de Lima y Nueva
Granada antes de su independencia, podían principiarse éstas por el
río Tumbes, tomando desde él una diagonal hasta el Chinchipe y
continuar con sus aguas hasta el Marañón que es el límite más natural
y marcado entre los territorios de ambos (sic), y el mismo que señalan
todas las cartas geográficas antiguas y modernas (sic). El
Plenipotenciario de Colombia le manifestó cuan agradable le era por la
exposición que acababa de oír, que ambos países se iban acercando ya
al punto de reconciliación que tanto se deseaba. (...) Colombia, pues,
no ha aspirado a otra cosa en sus relaciones con aquella República que
a defender lo que cree ser suyo y se encuentra apoyado en títulos
suficientes. A este efecto anunció al mundo, desde su creación (sic),
que en esta parte estaría al uti possidetis del año de 1810 (sic),
principio que no solamente es justo, sino eminentemente conservador de
la paz. (...)."

Trágica suerte la del Perú a la que hay que sumar los centenares de
peruanos muertos injustamente por culpa de este ignorante y cortesano
de Larrea y Loredo que en el colmo de la ignominia dio cabida para que
más tarde Colombia y Ecuador reclamaran un derecho que nunca tuvieron
si, efectivamente, debía respetarse "religiosamente" el uti possidetis
de 1809. Si Pedro Mendinueta al entregar el mando del Virreynato de
Santa Fe a su sucesor Antonio Amar y Borbón, el 17 de diciembre de
1803, reconoció en su Memoria o Relación la agregación al Perú de
vastos territorios en la cuenca del Marañón-Amazonas hasta Sucumbios,
como también lo hizo el Presidente de Quito, barón de Carondelet el 20
de febrero de 1803, resulta francamente insólito que años más tarde
con base en la astucia, la mentira y el ocultamiento de documentos,
sumado a la inopia e incompetencia del plenipotenciario peruano, se
haya trastocado lo que se preconizaba como piedra angular de la
delimitación territorial (el uti possidetis de 1809) para crear
derechos inexistentes y lo que es peor, propuestos por el mismo
negociador peruano que, además, como se verá enseguida, no se ruborizó
para repetir la misma monserga claudicante al Congreso peruano.

Un lego, podría preguntarse con derecho quien propuso primero en la
conferencia del 17 de setiembre el trazo de una línea "diagonal hasta
el Chinchipe y continuar con sus aguas hasta el Marañón" ¿Gual o
Larrea? Y pondría en primer lugar a Gual porque es lógico que el
representante del Estado usurpador avance sus pretensiones. Mas, la
respuesta que nos da Aranda con ese verbatim es que fue, al revés,
motu proprio el peruano Larrea tomó la iniciativa. Tal vez subyugado o
encandilado por las artes de seducción que tenía Bolívar, terminó
Larrea por hacer suyo lo que el megalómano guerrero debió pintarle
como paso para alcanzar la gloria y la posteridad, tal como lo hizo
con Unánue en febrero de 1826. No se puede entender de otra manera
tamaño disparate de lesa patria, aun cuando la ignorancia temeraria de
Larrea sobre lo que hablaba pudo haber sido el factor catalítico que
jugó a favor del caraqueño.

Pero, ese día el claudicante Larrea fue mucho más allá. Pues, renegó
en perjuicio del Perú del uti possidetis de 1809, retrotrayendo
graciosamente los derechos de la Colombia bolivariana a la época
"cuando se nombraron Virreynatos de Lima y Nueva Granada antes de su
independencia." Vale decir, se fue al siglo XVIII que era lo que le
convenía más a la Colombia bolivariana, habida cuenta del escollo que
representaba para Bolívar la real Cédula de 1802. Mas, como Gual
tampoco estaba tan seguro de la base en la que debía fundamentar lo
que quería arrebatarle al Perú, volvió a referirse esta vez al uti
possidetis de 1810 como referencia de su derecho sin percatarse que
complicaba su posición.

Planteada la ratificación del Tratado de Guayaquil, muy astuto el
complaciente presidente Gamarra sacó las manos del fuego, prefiriendo
viajar por esos días al norte, así Gutiérrez de la Fuente quedó solo
con esa terrible responsabilidad histórica de ratificar un tratado
infame, acompañado de un cura, José Armas, que fungía como canciller.
Pero, antes, el Congreso tuvo que dar su aprobación y es allí cuando
el sainete fue francamente de Ripley. Solo para tener una idea de la
ignorancia culpable en la que vivían los miembros de la mediocre casta
política que manejaba las instituciones en Lima, se trascriben a
continuación fragmentos del dictamen de la Comisión Diplomática:

"La Comisión Diplomática habiendo meditado con la más prolija
escrupulosidad (sic) los tratados de paz celebrados por el Ministro
Plenipotenciario de nuestra República con el de la de Colombia (sic),
los mismos que personalmente presentó en la Cámara el Ministro de
Relaciones Exteriores, juzga inoportuno detenerse en aquellos
artículos que versándose sobre puntos comunes del derecho
internacional, manifiestan ser los mismos que se estilan en los
tratados de igual clase (...). En orden a los artículos cinco, seis,
siete y ocho por los que se estipula el nombramiento de una Comisión
compuesta de dos individuos nombrados por cada Gobierno para que
recorra, rectifique y fije la línea divisoria bajo la base de los
linderos de los antiguos Virreynatos de Nueva Granada y el Perú,
cediéndose mutuamente las partes contratantes las pequeñas porciones
de territorio que contribuyan a determinar los confines de una manera
más exacta, natural e incuestionable, comenzando sus trabajos desde la
embocadura del río Tumbes, la Comisión opina que se ha elegido en este
delicado punto el medio más legal, prudente y recíprocamente útil a
ambas partes contratantes (sic). (...) Las provincias disputadas por
ambos Estados como partes integrantes de sus territorios, lejos de
considerarse ya bajo este aspecto, quedan sujetas a las
desmembraciones de que está encargada por su naturaleza toda comisión
de límites. El resultado debe ser la mutua compensación de las
pérdidas del Perú y Colombia, porque en la línea divisoria que se
trace ha de dividirse de necesidad uno y otro territorio y si, como es
natural, se tirase de Tumbes dicha línea por la cercanía de Loja hasta
la confluencia del río Chinchipe con el Marañón (sic), resultaría que
a más de tener bien marcados los linderos, y capaz de defenderse de
todo género (sic), quedarían al Perú los más vastos territorios de
Jaén y Maynas, no cediendo de la primera más que la capital que es de
ninguna importancia (sic), y de la segunda unas pequeñas reducciones a
la izquierda del Marañón (sic) compensándose esas cesiones con otras,
sino superiores, al menos notoriamente iguales interesantes (sic)
(...). En el debate mismo resaltará esta verdad y el eminente servicio
que ha hecho al Perú el Enviado en sus tareas diplomáticas (sic)."
(Ibid.).

Celosos por preservar el principio de la mutua compensación, no se
daban cuenta los imberbes de la Comisión Diplomática con Pedro Astete
a la cabeza, de los vastos territorios que perdía el Perú si ese
tratado quedaba perfeccionado. Veían el árbol, mas no el bosque. Y lo
más grave de esa ignorancia supina fue admitir que la capital de Jaén
era de "ninguna importancia" y podía perderse, como también las
"pequeñas reducciones a la izquierda del Marañón (sic)." A estos
aprovechados de médula cortesana no les importaba la histórica
Chachapoyas en cuyo corazón trasandino latía una peruanidad feroz. No,
a ellos lo que les importaba es justificar ante el master de turno lo
hecho por uno de los suyos en Guayaquil. No hay otra forma de
entender ese irresponsable entreguismo.

En una palabra, el Perú se encontraba en manos de gente sin sentido de
patria, incompetente y, encima, negligente en grado extremo. Por
tanto, podemos decir que los problemas limítrofes del Perú por cerca
de ciento setenta años fueron producto de la convergencia de un
megalómano obsesivo, como fue Simón Bolívar, con la cuasi estulticia
de una casta política peruana más proclive a la cortesanía que a
defender con sangre desde el primer grano de arena del territorio
patrio.

Y tan necio era Larrea, quizás obnubilado por su ignorancia, que el 23
de setiembre, día en que recibió una carta de Gual anunciándole que el
presidente de Colombia había "aprobado en todas sus partes" el tratado
firmado el 22, redactó un oficio al que acompañó los verbatim, dejando
en él consignadas las siguientes precisiones que solo sirven para
demostrar, una vez más, que no tenía idea de lo que había hecho ni
tampoco de la dimensión del perjuicio que con esas concesiones
monumentales le hacía al Perú hasta fines del siglo XX. Además, esa
carta es una prueba contundente de la correa de transmisión que
existía entre Larrea y la Comisión Diplomática del Congreso peruano.
Veamos lo que dejó para la posteridad ese infeliz:

"Tengo la honra de acompañar a US. el protocolo original de las
conferencias que hemos tenido con el señor Ministro Plenipotenciario
de esta República, sobre la paz ajustada con ella (...). No me parece
superfluo observar a US. dos puntos principales que no se desenvuelven
en ellos con la claridad y precisión que demanda su grave y delicada
entidad. Primera: En el conflicto de estas para tocar un inevitable
rompimiento, sin insistir en fijar la base que se me tenía dada en mis
instrucciones sobre los límites de la dos Repúblicas, de tener que
pasar ellas por su actual posesión, o en caso contrario someter la
decisión de este punto a la Comisión que debería nombrarse al efecto,
adopté las más sencilla y natural, cual es, la de reconocer por línea
divisoria de ambas, la misma que lo había sido cuando se denominaban
Virreynatos del Perú y de Nueva Granada antes de su independencia,
evitando con el más vivo empeño (sic) la calidad adoptada en el
artículo segundo del Convenio de Jirón, que es el uti possidetis del
año mil ochocientos nueve (...). Así es que la base dada por mí es
general e indeterminada (sic), admitiendo por tanto cualquiera
discusión, que pueda sernos favorable y quedando sometida la decisión
de los puntos controvertidos a este respecto a un Gobierno árbitro
según el artículo diez y nueve de dichos tratados. Mas no obstante
estas razones, opino particularmente y lo tengo dicho en las
expresadas conferencias (en cursivas en el original) que para cortar
definitivamente todo género de disturbios con esta República en lo
venidero, será muy útil y conveniente se fijasen por límites de los
dos Estados la embocadura del río Tumbes, por una línea paralela
tirada por las cercanías de Loja al origen del Chinchipe, cuyas aguas
confluentes con las del Marañón, cerrasen por esta parte nuestro
territorio. De esta manera poseeríamos límites bien marcados y
fácilmente definibles de todo género de incursiones contrarias (...)."
(Ibid).

Como dirían los franceses "n'importe quoi." Y podemos deducir de
quién copiaron los miembros de la Comisión Diplomática esas
vergonzosas e indignantes referencias a Jaén y a las misiones de
Maynas; pues es más que probable que este oficio de Larrea haya sido
leído previamente por los integrantes de dicha Comisión, repitiendo
como loros lo que el cortesano claudicante afirmaba muy seguro de sí
mismo, aunque sin conocimiento de causa. Por tanto, hay razón para
clamar ¡pobre Perú! Vemos el grave trance por el cual pasó la naciente
República con esa manga de ineptos y oportunistas que conformaron la
casta política gobernante y si el grandioso Perú milenario no se vio
reducido a su mínima expresión fue porque Dios es grande.

Thursday, July 24, 2008

La obsesión de Bolívar por Jaén y Maynas (III)

Señal de Alerta
por Herbert Mujica Rojas
24-7-2008

No pocas son las responsabilidades aún no aclaradas o individualizadas
de las miopes castas políticas peruanas que ayer, como hoy, ignoraban
asuntos fundamentales del drama nacional. Así surgieron conflictos
desde la misma génesis fundacional de la república. En Las veleidades
autocráticas de Simón Bolívar, Tomo IV La guerra de límites contra el
Perú, el embajador Félix C. Calderón revela por vez primera y con
abundancia de detalles estos intríngulis escabrosos. Y hay que decirlo
con voz bronca: aberrantes. Los artículos a continuación, a modo de
resumen, sintetizan capítulos mantenidos en tinieblas durante
decenios. (hmr)

La obsesión de Bolívar por Jaén y Maynas (III)
por Félix C. Calderón

Veamos la concesión mayor de Unánue hecha meses antes de la citada
carta de Bolívar a Santander, pero que parece inducida por el caudillo
caribeño, y que figura en el pliego de instrucciones de 18 de febrero
de 1826, impartido a la delegación peruana en el istmo, liderada por
Manuel Lorenzo Vidaurre:

"Novena.- La cuestión sobre límites entre las Repúblicas del Perú y
Colombia se ventilará en esta capital con el Gran Mariscal de Ayacucho
(sic), o con cualesquier otro comisionado legítimamente autorizado
para el efecto, en atención a existir aquí los documentos de la
materia (sic), y a que podrá adquirirse más fácilmente todas las
nociones precisas para tranzar cordial y amigablemente este negocio,
mediante a la federación y generosidad recíproca que ligan a ambos
Estados, cuyos inmensos terrenos ocupan gran parte de las márgenes del
Marañón (sic), y son inútiles en el día por la falta de pobladores
(sic)." (Tomo Segundo: La fanfarronada del Congreso de Panamá).

Nótese bien lo que se le hizo escribir al reblandecido Unánue: (i)
existían en Lima "los documentos de la materia", mas éste y todos los
peruanos aupados al carro del dictador seguían desconociendo el
contenido de la Real Cédula de 1802, como se ha demostrado; (ii) se
trataba de tranzar amigablemente mediante concesiones recíprocas, o lo
que es lo mismo se desconocía el enjeu territorial, pero ya se hablaba
de concesiones recíprocas: y, (iii) se partía del presupuesto, sin
duda alguna por ignorancia supina o inducción mefistofélica, que ambos
Estados ocupaban "gran parte de las márgenes del Marañón (sic)" y que,
además, se trataba de territorios "inútiles (...) por la falta de
pobladores."

Y lo paradójico es que Gual y Briceño, los delegados de Bolívar que
asistieron a Panamá tuvieron instrucciones "muy explícitas" basadas en
"el uti possidetis de la época en que comenzó la Revolución", según lo
manifestado por Vidaurre y José María Pando en un oficio remitido a
Lima el 24 de diciembre de 1825. Posición que venía acompañada del
señuelo que se podía "canjear" Jaén que supuestamente pertenecía a
"Colombia por derecho incontrovertible" por Maynas. (Ibid.).

Veremos en las siguientes páginas cómo esa misma argumentación que ya
la invocó Mosquera en diciembre de 1823 y que reiteró, luego, Bolívar
en mayo de 1826, fue exhibida como propia por el plenipotenciario
peruano José Larrea en Guayaquil en la segunda quincena de 1829 y, al
mes, repetida vergonzosamente en el Congreso peruano para escarnio de
la casta política de la época que incurrió en claudicación y, por
añadidura, en el colmo de la ignorancia pareció no darse cuenta.

Como es de suponer, luego de producirse la revuelta de la tropa
colombiana en Lima el 26 de enero de 1827, se volvieron a sentir los
reclamos territoriales de la Colombia bolivariana, llegando a ser
parte de la majadera argumentación del canciller colombiano J. R.
Revenga en la nota que le remitió el 3 de marzo de 1828 al ministro
plenipotenciario peruano José Villa. Es así como se llega a la Minuta
que presenta Sucre a La Mar el 3 de febrero de 1829, en que
sorpresivamente, tal vez desinformado el leal lugarteniente sobre los
pérfidos matices introducidos por Gual, regresó en términos muy
específicos al uti possidetis de 1809, como sigue:

"2ª. Las partes contratantes nombrarán una comisión para arreglar los
límites de los dos Estados sirviendo de base la división política y
civil de los virreinatos de Nueva Granada y el Perú en agosto de 1809
en que estalló la revolución de Quito, y se comprometerán los
contratantes a cederse recíprocamente aquellas pequeñas partes de
territorio que por los defectos de la antigua demarcación perjudiquen
a los habitantes."

Frase fatal para la obsesión bolivariana: "sirviendo de base la
división política y civil de los virreinatos de Nueva Granada y el
Perú en agosto de 1809 en que estalló la revolución de Quito"; por
cuanto, implicaba reconocer sin apelación posible los derechos del
Perú sobre Jaén y Maynas. Pero, es verdad que por esos días Sucre
estaba de su cuenta; pues, lo único que quería el veleidoso autócrata
era la victoria. Por eso, tras el fiasco en Portete de Tarqui, el
comedido lugarteniente reprodujo ad litteram el mismo texto de la
Minuta en el Tratado de Jirón.

Es decir, repetimos, involuntariamente Sucre dejaba intactos los
derechos territoriales del Perú sobre Jaén y Maynas, poniendo en
serios aprietos a Bolívar y a Gual, porque se supone que este tratado
fue ratificado por ambos jefes militares, como hemos visto. Más, el
golpe de estado en el Perú, el primero en la historia republicana,
resultó una bendición para la obsesión bolivariana, pues llegaron al
poder en Lima militares peruanos que le eran adictos, tal como no cesó
de repetir Bolívar en numerosas cartas. Ergo, las cosas se le
facilitaron porque al repudiar ese tratado tanto el general Gamarra
como Gutiérrez de la Fuente, se crearon las condiciones para que
Bogotá propugnara el borrón y cuenta nueva. Y nada más grata la
oportunidad para el veleidoso caudillo que tener a su pupilo y
cortesano Larrea como ministro plenipotenciario del Perú en Guayaquil,
quien debía hacer frente a Pedro Gual, mucho más versado en estos
menesteres.

Conviene, asimismo, tener presente que días más tarde de la conclusión
del Tratado de Jirón, el 22 de marzo de 1829, Flores remitió una carta
a Bolívar con la siguiente precisión:

"Desde Guaranda escribiré al general Heres lo que desea V. E., sin
embargo de que encuentro imposible ocupar en esta estación a Jaén y
Maynas por los caminos de Loja. Hace mucho tiempo a que encuentro
inclinado a V. E. a tomar aquella ruta en operaciones formales; y es
sin duda porque V. E. ha tenido informes inexactos, pues también casi
imposible (sic) conducir caballería y el bagaje del ejército por los
caminos que conducen de Loja a Jaén. Si V. E. quiere obrar por la
sierra, es indispensable marchar por Ayabaca o Piura, bien sea para
subir a Jaén o Cajamarca. El itinerario que formó el Coronel Paredes
es por Ayabaca, Provincia del Perú, no por el de Loja que es casi
intransitable." (O'Leary: Op. cit.- Tomo IV).

Es bueno retener esa aseveración de Flores sobre la importancia de
Ayabaca para ingresar a Jaén; por cuanto, a partir de ese momento
Ayabaca pasó a ser una obsesión para el usurpador contumaz que veía,
por fin, la gran oportunidad de arrebatarle al Perú toda la margen
izquierda del Marañón-Amazonas y, encima, en condiciones ventajosas
para su engendro geopolítico.

Por su lado, Larrea se sentía abrumado por las atenciones de que era
objeto desde su arribo a Guayaquil. Tan expeditivo fue el tratamiento
que se le confirió a este enviado peruano, que el 15 de setiembre de
1829 presentó sus cartas credenciales ante el autócrata, refiriéndose
en su discurso a "la Nación Colombiana y al jefe inmortal (sic) que
dirige sus destinos", y agregando que esa "transacción (iba) a fijar
la suerte de las repúblicas sudamericanas", con lo cual indirectamente
no se equivocó, pues el tratado que suscribió marcó adversamente la
suerte de la región andina. Ese mismo día tuvo lugar un suntuoso
banquete en su honor presidido por el mismísimo Bolívar, seguido de un
baile al mejor estilo virreynal. Lo que hacía el caraqueño, en
realidad, era preparar con fasto virreynal el "setting' de lo que
vendría al día siguiente. Se diría que entre trago y trago no dejó de
soplarle al oído al intonso Larrea la conveniencia de tirar desde
Tumbes una línea hacia el río Chinchipe y de allí pasar al Marañón. Y
fue tan efectivo el mefistofélico caraqueño en su prédica que el
infeliz plenipotenciario peruano no cejó de repetir a Lima días más
tarde, a guisa de justificación proditora, lo que él mismo no sabía lo
que significaba.

Como no podía ser de otra manera, al día siguiente, 16 de septiembre,
ya se tenía concertada la prórroga del armisticio por sesenta días
más. Y el segundo acto de este acólito de Bolívar fue concluir el 22
de ese mes, con el Ministro Plenipotenciario de Colombia, Pedro Gual,
el Tratado de Guayaquil. Y lo de acólito no es un estigma gratuito, en
tanto en cuanto en el Tomo Tercero Descodificando la creación de
Bolivia; así como en el Tomo IV La Guerra de Límites contra el Perú,
hemos demostrado que merece ese calificativo. Por consiguiente, no
debería llamar la atención el tiempo récord que puso Larrea para
transar con Gual: diez días.

El artículo 5º del Tratado de Guayaquil, prima facie, parecía la
repetición de la propuesta que le hizo Sucre a La Mar el 3 de febrero
en la Minuta adjunta a su carta, como se ha visto; pero mañosamente se
introdujo una variación de talla que el cortesano Larrea la aprobó con
facilidad. Como se sabe, en el artículo 2º de la Minuta de 3 de
febrero figuraba el siguiente miembro de párrafo: "sirviendo de base
la división política y civil de los virreinatos de Nueva Granada y el
Perú en agosto de 1809 (sic) en que estalló la revolución de Quito".
Nótese bien, "agosto de 1809 (sic) en que estalló la revolución de
Quito." Sin embargo, en el artículo 5º del Tratado de Guayaquil solo
se consignó: "los mismos que tenían antes (sic) de su independencia
los antiguos Virreinatos de Nueva Granada y del Perú." Dicho de otra
manera, sabedor el megalómano caudillo que en Lima por más amor que le
profesara Gutiérrez de la Fuente, era posible caer en la cuenta que
Jaén y Maynas en 1809 eran indiscutiblemente peruanos, de manera
deliberada se suprimió el año y se utilizó en forma vaga "que tenían
antes (sic)", con lo cual se podía retroceder obviamente hasta 1801 ó
1797, como hemos visto, para de este modo amputarle al Perú la margen
izquierda del Marañón-Amazonas. Forma dolosa de sorprender la buena fe
reconocida por el derecho de gentes de la época, y de aprovecharse de
la indolencia del negociador peruano, compartida por Gamarra y
Gutiérrez de la Fuente, en grave perjuicio del Perú. ¡Lo que le costó
al pueblo peruano durante más de cien años de República este
entreguismo de lesa patria!

De la lectura de las piezas documentales encontradas, hoy en día no
cabe duda que la razón por la cual Colombia no ratificó el tratado de
límites de 1823 fue precisamente por no asociar esa referencia del
"uti possidetis de 1809" a la línea transversal hasta la frontera con
el Brasil, con lo cual las cosas seguían en statu quo ante bellum en
beneficio del Perú. Linkage doloso sobre el que no cayó en la cuenta
la negligente diplomacia peruana de entonces por ignorar los alcances
de la Real Cédula de 1802.

Como no podía reprimirse ante el enorme triunfo conseguido en la mesa
de negociaciones, Bolívar escribió a Estanislao Vergara el 20 de
setiembre, dos días antes de que se concluya el Tratado de Guayaquil,
pero tras la famosa conferencia del 17, cuyo verbatim ha llegado hasta
nuestros días, una carta que contiene el siguiente relevante
fragmento:

"(...). Ya hemos convenido un tratado en que se aseguran o reconocen
los derechos más esenciales de Colombia. Hemos logrado como un triunfo
(en cursivas en el original) la integridad del virreynato de la Nueva
Granada. ¿Puede Ud. creerlo?, pues es así. El ministro (Larrea) ha
tenido que excederse (Idem.) en sus facultades (sic) para poder
convenir en este punto. Se ha asegurado también el reconocimiento de
la deuda." (Vicente Lecuna: Op. cit.- Tomo IX).

"¿Puede Ud. creerlo?, pues es así." No daba crédito, todavía, a lo que
venía de lograr con empeño y manejo doloso de la situación. Para el
sicofante de la libertad que había proclamado a los cuatro vientos su
plena adhesión al uti possidetis de 1809 ó 1810, presentaba ese 20 de
setiembre como un triunfo que el virreynato de Nueva Granada
recuperara su integridad territorial que no la tuvo desde 1802 ni
obviamente antes de su creación definitiva en 1740, en que todo
dependía del virreynato del Perú. Manipuló y sorprendió para
conseguirlo, pero claro necesitaba para eso en Guayaquil al fatuo
Larrea y Loredo, y como colaboracionistas a los indolentes Gamarra y
Gutiérrez de la Fuente, entre otros, en Lima. Mejor situación no tuvo
nunca, porque esta vez tampoco era válido el argumento que podía jugar
en su contra hasta el 26 de enero de 1827 de la ocupación por tropas
colombianas del territorio peruano. El triunfo era total, porque a
diferencia del Tratado de Jirón en que podría argumentarse que fue
dictado por la fuerza, aún cuando en la cuestión territorial era
favorable al Perú, esta vez era el Perú el que libre y gratuitamente
cedía en lo esencial, como se apresuró el caraqueño a confesarle a
Joaquín Mosquera en carta escrita en Guayaquil el 21 de setiembre. Y
encima decía en otra carta a Urdaneta ese mismo día que no podían
descansar muy enteramente "porque los peruanos son muy canallas, según
lo hemos visto antes (sic)." (Ibid.).

"Hemos logrado como un triunfo (en cursivas en el original) la
integridad del virreynato de la Nueva Granada. ¿Puede Ud. creerlo?,
pues es así." En su estilo de redacción, ese "hemos" era stricto sensu
él. Gual fue simplemente su plenipotenciario, como lo fue más tarde
Mosquera. Por tanto, es en esa carta a Vergara de 20 de setiembre que
Bolívar asumió íntegramente la responsabilidad del grave litigio
fronterizo que le creaba al Perú y que duró alrededor de 170 años,
guiado únicamente por su megalomanía temeraria. Lo que se había
propuesto debía conseguirlo a cualquier precio, aún a costa de hacerlo
dolosamente. "¿Puede Ud. creerlo?" Ni la Cancillería en Bogotá estaba
al tanto de ese arreglo denigrante para su legado de libertador. Y lo
que es peor ya no podía hablarse de la Colombia bolivariana si crujía
por todos lados la estructura geopolítica que había tejido el osado
caudillo precariamente. Allí, en esa carta de 20 de setiembre de 1829
Bolívar se reveló como el partero de la semilla del mal. Dejó a los
pueblos que en mala hora ocupó un entredicho imaginado por su propio
delirio.

Esto hace que sigamos sin entender por qué algunos peruanos, algunos
de ellos educados, le siguen rindiendo pleitesía este a veleidoso
caudillo. No creemos que ese culto se dé dentro de un contexto de
relaciones sado-masoquistas; pero sí de una inapelable ignorancia
supina. Pues, quien se entera de todo lo que hizo Bolívar para
malograrle la existencia al Perú cuando nacía la vida republicana, no
puede racional y conscientemente seguir mostrando su simpatía por ese
torcido autócrata. (Continuará).

Wednesday, July 23, 2008

La obsesión de Simón Bolívar por Jaén y Maynas (II)

Señal de Alerta
por Herbert Mujica Rojas
22-7-2008

No pocas son las responsabilidades aún no aclaradas o individualizadas
de las miopes castas políticas peruanas que ayer, como hoy, ignoraban
asuntos fundamentales del drama nacional. Así surgieron conflictos
desde la misma génesis fundacional de la república. En Las veleidades
autocráticas de Simón Bolívar, Tomo IV La guerra de límites contra el
Perú, el embajador Félix C. Calderón revela por vez primera y con
abundancia de detalles estos intríngulis escabrosos. Y hay que decirlo
con voz bronca: aberrantes. Los artículos a continuación, a modo de
resumen, sintetizan capítulos mantenidos en tinieblas durante
decenios. (hmr)

La obsesión de Simón Bolívar por Jaén y Maynas (II)
por Félix C. Calderón

El colapso administrativo del Perú se debió a la pérdida brutal en muy
poco tiempo del cogollo de los especialistas de la administración
colonial, ya sea por considerar prudente los más capaces regresar a
España, o porque fueron echados malamente de sus puestos de trabajo o
porque perecieron defendiendo sus intereses. Lo cierto es que en medio
de este zafarrancho administrativo aparecieron de la noche a la mañana
para reemplazarlos novatos, improvisados, aprovechados o extranjeros.
Muchos de ellos sin mayor conocimiento de la historia colonial peruana
inmediata o del manejo de la cosa administrativa, y no pocos con una
visión fanática del cambio. De allí esa contradicción aparente, si
creemos a Joaquín Mosquera, de utilizar como referencia electoral la
Guía de 1797 que excluía a Jaén y Maynas y, al mismo tiempo, convocar
al electorado de esos territorios para tener representantes en el
Congreso de Lima. Es decir, queda la impresión que se sabía de oídas
que Jaén y Maynas eran peruanos, pero no se hacía el linkage con la
Real Cédula de 1802. Desconocimiento que resultó fatal para el Perú
republicano.

Días más tarde, la perseverancia del plenipotenciario colombiano dio
frutos mitigados, firmándose el 22 de julio de 1822 el Tratado
Monteagudo-Mosquera, el cual en su artículo IX no hizo ninguna
referencia a la Real Cédula de 1802, limitándose tan solo a señalar
que "la demarcación de los límites precisos" se arreglaría "por un
convenio particular después que el próximo Congreso Constituyente del
Perú haya facultado al Poder Ejecutivo del mismo Estado para arreglar
este punto." Al parecer, muy acertadamente Bernardo de Monteagudo se
valió de lo estipulado en el artículo 6º de la Constitución de 1823
("El Congreso se reserva la facultad de fijar los límites de la
República, de inteligencia con los Estados limítrofes, verificada la
total independencia del Alto y Bajo Perú."), para sustraerse a la
alternativa de tener que prejuzgar límites que podían traducirse en
perjuicio del Perú. (Véase Tomo Segundo: La fanfarronada del Congreso
de Panamá).

La firma del Tratado Montegudo-Mosquera coincidió con la instrucción
antes mencionada de Sucre, impartida igualmente el 22 de julio. Más,
cuando se enteró en agosto este disciplinado lugarteniente por la
Gaceta de Lima que Jaén había sido convocada para enviar diputados al
Congreso peruano, decidió dar marcha atrás, pues era preferible
esperar que la situación se decantara en el Perú. Suponemos que,
también, por esa fecha recibió noticias de la firma en Lima del
Tratado Monteagudo-Mosquera que, literalmente, congelaba el supuesto
litigio fronterizo. Es por eso que en el recuento que hizo el
Ministerio de Relaciones Exteriores del Perú el 9 de octubre de 1822,
suscrito por Francisco Valdivieso, se consignó en el penúltimo párrafo
lo siguiente:

"El último oficio que se acaba de recibir del Presidente del
Departamento de Trujillo, con fecha 28 de setiembre anterior, relativo
a las mismas recientes comunicaciones del General Sucre con el
Gobernador de Jaén, manifiesta haberse cambiado el aspecto odioso de
este negocio; y que no se quiere turbar la armonía de la república de
Colombia con el Gobierno del Perú (sic)." (Ibid.).

Así las cosas, un nuevo intercambio de comunicaciones tuvo lugar entre
el plenipotenciario colombiano Joaquín Mosquera y el Ministro de
Guerra y Marina encargado de Relaciones Exteriores, Juan de
Berindoaga, Conde de San Donás, durante el lapso cercano a un mes (11
de octubre y 4 de noviembre de 1823), por el cual se acordó arreglar
"la demarcación de límites entre ambas Repúblicas."

Y cuando el Congreso Constituyente del Perú sesionaba en 1823, ya con
Bolívar autoproclamado libertador recorriendo el norte del territorio
peruano, y tan pronto como Colombia ratificó el tratado de 22 de julio
de 1822, Joaquín Mosquera volvió a activar en Lima, puntualmente, la
cuestión de límites pendiente, de conformidad con lo acordado en el
artículo IX del tratado antes citado, y fue éste mismo representante
colombiano quien tomó la iniciativa de presentar el 3 de diciembre de
1823 un proyecto de Convención no necesariamente exento de
ambigüedades. El texto se leía como sigue: "Ambas partes reconocerán
por límites de sus territorios respectivos, los mismos que tenían en
el año de mil ochocientos nueve los ex –Virreynatos del Perú y Nueva
Granada, desde la desembocadura del río Tumbes al mar Pacífico hasta
el territorio del Brasil." (Ibid.).

Como se puede apreciar, si bien había una referencia clara al uti
possidetis de 1809, se combinaba oscuramente ese principio con una
delimitación implícita mediante un trazo en el sentido latitudinal
desde la desembocadura del río Tumbes hasta la frontera con el Brasil.
Es decir, con este fraseo ambiguo se negaban los innegables derechos
del Perú prevalecientes en 1809 con base en la real Cédula de 1802,
modificándose de facto la posición que sostuvo el régimen bolivariano
en el Tratado Monteagudo-Mosquera en que no se prejuzgaba nada. Y lo
que es peor ese trazo arbitrario resultó ser también del gusto de
algunos peruanos, como se va a demostrar.

Pero, cuando Juan de Berindoaga sometió esa propuesta a consideración
de la Comisión Diplomática del Congreso peruano, el 12 de diciembre de
1823, ésta tuvo a bien introducir una importante enmienda que se lee
como sigue:

"La Comisión Diplomática ha examinado el proyecto de Convención que,
para el arreglo de límites con la República de Colombia, presentó al
Supremo Gobierno el Ministro Plenipotenciario señor Joaquín Mosquera,
el cual opina la Comisión puede admitirse suprimiéndose las
expresiones desde la desembocadura del río Tumbes al mar Pacífico
hasta el territorio del Brasil (en cursivas en el original); pues son
en concepto de los que suscriben contradictorias (sic) a lo que se
establece por base en la primera parte de dicho proyecto, y lo que en
cumplimiento de sus deberes expondrán al Congreso en la discusión de
una materia de tanta gravedad y trascendencia." (Ibid.).

Lógico y contundente dictamen promovido por Juan de Berindoaga, lo
cual fue a la postre probablemente la causa del odio a muerte que le
tuvo Bolívar quien no paró hasta mandarlo al cadalso. Ese histórico
dictamen firmado, entre otros, por Juan Antonio de Andueza, José
Gregorio Paredes, José María Galdiano y Bartolomé de Bedoya, tuvo el
acierto de detectar la contradicción que se daba en la propuesta de
Mosquera, razón por la cual optó por simplificarla, conservando tan
solo la primera parte del texto original, pese a que se ignoraban los
alcances de la Real Cédula de 1802. Es así como, aceptado formalmente
el nuevo texto por el enviado Mosquera a propuesta del
plenipotenciario peruano ad hoc José María Galdiano, el 18 de
diciembre de 1823 se suscribió la Convención de Límites consistente en
dos artículos, siendo el principal el artículo I que estipulaba lo
siguiente: "Ambas partes reconocen por límites de sus territorios
respectivos los mismos que tenían en el año mil ochocientos nueve los
ex – Virreynatos del Perú y Nueva Granada." (Ibid.).

Dicha convención fue aprobada por el Congreso Constituyente peruano al
día siguiente, 19 de diciembre. Más, ese no fue el caso del Congreso
de la Colombia bolivariana. El 7 de febrero de 1825 se produjo un coup
de theâtre. El Encargado de Negocios colombiano en Lima Cristóbal de
Armero puso en conocimiento de la Cancillería peruana por intermedio
de una nota fechada ese día que "elevado a la consideración del Cuerpo
Legislativo el tratado de límites concluido entre ésta y aquella
República el 18 de diciembre del año pasado de 1823, por los
Plenipotenciarios de ambas partes; no ha tenido a bien prestarle su
aprobación (sic), deja así la negociación abierta para que se haga
oportunamente una nueva Convención." (Ibid.). ¿Qué había ocurrido?
¿Por qué el país promotor de la Convención de Límites negaba su
aprobación a un tratado que en lo esencial retenía la tesis
bolivariana del respeto al uti possidetis de 1809? La respuesta la da
el mismo Bolívar en una carta remitida a Santander meses antes, el 29
de julio de 1822:

"A fines de este mes pienso pasar a Cuenca y Loja volviendo aquí por
Túmbez para examinar nuestra frontera (sic). El batallón Bogotá queda
de guarnición en aquellas provincias. (…) Tenga Ud. entendido que el
corregimiento de Jaén lo han ocupado los del Perú, y que Maynas
pertenece al Perú por una real orden muy moderna (sic); que también
está ocupada por fuerzas del Perú. Siempre tendremos que dejar a Jaén
por Maynas (sic) y adelantar si es posible nuestros límites de la
costa más allá de Túmbez (sic). Yo me informaré de todo en el viaje
que voy a hacer y daré parte al gobierno de mi opinión." (Vicente
Lecuna.- Op. cit.- Tomo III).

Es decir, la conducta que observó Sucre el 22 de julio era
perfectamente coherente con lo que pensaba su master por esos días.
Esto es, con cargo a prever un quid pro quo, puesto que se conocía los
alcances de la Real Cédula de 1802, era cuestión de anticiparse a
tomar posesión de Jaén para eventualmente cambiarlo por Maynas:
"Siempre tendremos que dejar a Jaén por Maynas (sic) y adelantar si es
posible nuestros límites de la costa más allá de Túmbez (sic)." El
esquema concebido no dejaba duda. Pero, goloso como era el osado
guerrero, después lo quiso todo y más, para terminar perdiendo.

Teniendo en cuenta lo admitido por Bolívar en esa carta de 29 de julio
de 1822, concordante con la Real Cédula de 1802 y con lo puntualizado
por Tomás Cipriano de Mosquera, la pretensión de Gual del status quo
ante bellum corroboraba, paradójicamente, que el territorio peruano
comprendía Jaén y Maynas. De donde se desprende que sostener lo
contrario era falaz y doloso. Doblemente falaz e inexcusablemente
doloso; por cuanto, por un lado, se le quería arrebatar al Perú
arbitrariamente esos importantes territorios y, por el otro, se daba
por todo argumento un supuesto derecho pretérito, aun cuando éste era
infundado, inexistente.

Como lógica consecuencia, es de imaginar la reprimenda que recibió
Joaquín Mosquera cuando regresó a Bogotá tras concluir la Convención
de 1823, porque al suprimirse en Lima la parte final de su texto,
quedaba intacto implícitamente el derecho territorial del Perú sobre
Jaén y Maynas en tanto se sabía en la capital bolivariana que Maynas
pertenecía otra vez al Perú "por una real orden muy moderna (sic)".

Por eso, con la experiencia del traspié de Joaquín Mosquera en Lima,
Bolívar y Gual volvieron a la carga en 1825. Primero se pensó
acreditar a Sucre como plenipotenciario en Lima para zanjar el asunto
de los límites y la supuesta deuda. Mas, como éste era indispensable
para el fiel cumplimiento de la agenda que tenía el ambicioso caudillo
en el Alto Perú, se optó por llevar la negociación al istmo de Panamá
al margen del Congreso convocado para disuadir a los españoles a no
emprender una expedición restauradora por Maracaibo (véase el Tomo
Segundo: La fanfarronada del Congreso de Panamá). En una comunicación
que desde Lima le remitió Bolívar a Santander, el 30 de mayo de 1826,
definió muy bien sus planes al respecto:

"(…) No hablo a Vd. del nuevo proyecto eclesiástico, porque todavía no
lo hemos presentado al gobierno del Perú para que lo considere. Se
espera al general Santa Cruz que es más despreocupado que el actual
presidente (sic). (…) El general Sucre quedará mandando en Bolivia por
dos o tres años. El general Santa Cruz se pondrá a la cabeza del
consejo de gobierno. En este país quedan las cosas muy poco seguras,
porque faltan por ejecutar las operaciones políticas más peligrosas y
de mayor interés. (…) Gual me ha escrito de Panamá, y toda su carta
(sic) se reduce a hablarme sobre la necesidad en que estamos de
apresurar la negociación de límites entre el Perú y Colombia; él es de
la opinión que por tal de que se consiga este tratado dejásemos la
provincia de Loja del lado peruano. Yo he contestado (sic) que no soy
de este parecer, ni que debemos perder a Mojos y Bracamoros (sic),
cuando estas provincias deben quedarnos porque nos pertenecen porque
no son desiertos como los del Marañón. Le digo que de Jaén al Marañón
se puede tirar una línea y este río puede servirnos de límites entre
los dos desiertos; los antiguos límites de las provincias de Quito y
los peruanos deberán servirnos de frontera (sic). Creo, pues, que
Colombia podría autorizar a Heres para que entablase esta negociación
sobre esta base, que puede y aun debe ser aceptada, siendo esto lo que
verdaderamente conviene a ambos (sic). Yo no dudo que Heres logre un
buen efecto en su misión, porque, además de la justicia del reclamo,
la amistad que tiene con el general Santa Cruz, que va a ser el
presidente del Consejo de Gobierno, le facilitará los medios de
obtener el buen resultado que desea Gual sin sacrificar nuestros
intereses (sic) perdiendo a Loja. Además para perder siempre hay
tiempo y mucho menos cuando esta pérdida es inexcusable." (Vicente
Lecuna: Op. cit.- Tomo V).

"Para perder siempre hay tiempo y mucho menos cuando esta pérdida es
inexcusable." Quien hablaba de ese modo era quien fungía en ese
momento de dictador supremo del Perú, esto es, ejercía en forma
ilimitada el poder en todos los ámbitos. Reténgase igualmente esta
frase: "Le digo que de Jaén al Marañón se puede tirar una línea y este
río puede servirnos de límites entre los dos desiertos; los antiguos
límites de las provincias de Quito y los peruanos deberán servirnos de
frontera (sic)." Y llamamos la atención de este párrafo porque muy
pronto, fue Hipólito Unánue, ese tránsfuga contumaz, quien se plegó a
esa tesis, siendo en esto ostensible la influencia nefasta de Bolívar
sobre los títeres que manejaba en Lima en el seno del fantasmal
Consejo de Gobierno. (Continuará).

Tuesday, July 22, 2008

La obsesión de Simón Bolívar por Jaén y Maynas (I)

Señal de Alerta
por Herbert Mujica Rojas
21-7-2008

No pocas son las responsabilidades aún no aclaradas o individualizadas
de las miopes castas políticas peruanas que ayer, como hoy, ignoraban
asuntos fundamentales del drama nacional. Así surgieron conflictos
desde la misma génesis fundacional de la república. En Las veleidades
autocráticas de Simón Bolívar, Tomo IV La guerra de límites contra el
Perú, el embajador Félix C. Calderón revela por vez primera y con
abundancia de detalles estos intríngulis escabrosos. Y hay que decirlo
con voz bronca: aberrantes. Los artículos a continuación, a modo de
resumen, sintetizan capítulos mantenidos en tinieblas durante
decenios. (hmr)

La obsesión de Simón Bolívar por Jaén y Maynas (I)
por Félix C. Calderón

"Peruanos: el campo de batalla que sea testigo del valor de nuestros
soldados, el triunfo de la libertad: ese campo afortunado me verá
arrojar de la mano la palma de la dictadura; y de allí me volveré a
Colombia con mis hermanos de armas, sin tomar un grano de arena del
Perú (sic), dejándoos la libertad (en cursivas en el original)."
(Proclama de Trujillo de 1 de marzo de 1824 en Manuel de Odriozola:
Op. cit.- Tomo VIII).

¿Por qué decimos que el dictador Simón Bolívar se obsesionó por
arrebatarle al Perú Jaén y Maynas, no obstante haberse comprometido de
diferentes maneras desde mucho antes a respetar el uti possidetis de
1809 y a no tomar un grano de arena del territorio peruano? La que
sigue es una historia de cómo, quien se decía respetuoso de los
derechos de los pueblos, obró clandestinamente para crear un derecho
allí donde no existía y, luego, trabajó para afirmarlo gracias al
colaboracionismo de peruanos intonsos, prestos a venerarlo por no
tener arraigado un elemental sentido de patria o vivir alienados por
la cortesanía colonial. Al parecer, el comportamiento de esta casta
política mediocre siguió siendo el mismo de la era colonial,
subordinado al poder supremo, con la diferencia que Bolívar jugaba
para sí en función de su propio proyecto, lo cual no tenía por qué ir
a favor del Perú. Y esto, no fue percibido por esos aprovechados
peruanos que lo rodearon como moscas desde su llegada a Lima en
setiembre de 1823.

Por eso, para explicar mejor esta historia absurda en que fueron
desgraciadamente representantes peruanos quienes contribuyeron a dar
pie a la osadía bolivariana, de allí las dotes de gran titiritero que
le reconocemos a Bolívar, parece conveniente, primero, recordar el
marco legal al final del periodo colonial que definía los límites o
fronteras entre los virreynatos del Perú y Santa Fe. A continuación se
hará un recuento de las negociaciones bilaterales, prematuramente
precipitadas por Bolívar en 1822 y continuadas en 1823 y 1826.
Finalmente, se analizará el Tratado de Guayaquil y la zaga vergonzosa
que descalifica por siempre jamás a los peruanos que se prestaron a
esa temeraria componenda.

Por Real Cédula de 15 de julio de 1802, las Misiones de Maynas fueron
anexadas al Perú, mejor dicho regresaron a su jurisdicción. Los
territorios involucrados en ese real mandato eran inmensos: "el
Gobierno y Comandancia General de Maynas (sic), con los pueblos del
Gobierno de Quijos, excepto el de Papallacta, por estar todos ellos a
orillas del río Napo o en sus inmediaciones, extendiéndose aquella
Comandancia General, no solo por el río Marañón abajo, hasta las
fronteras de las colonias portuguesas, sino también por todos los
demás ríos que entran al mismo Marañón por sus márgenes septentrional
y meridional, como son Morona, Huallaga, Pastaza, Ucayali, Napo,
Yavarí, Putumayo, Yapurá y otros menos considerables, hasta el paraje
en que estos mismos por sus saltos y raudales inaccesibles dejan de
ser navegables; debiendo quedar también a la misma Comandancia General
los pueblos de Lamas y Moyobamba, para confrontar en lo posible."
(Ricardo Aranda: Colección de Tratados, Convenciones, Capitulaciones y
Armisticios.- Tomo I.- Imprenta del Estado.- Lima, 1890).

Es decir, la Comandancia General de Maynas, aparte de comprender el
vasto territorio de Quijos, se extendía "hasta las fronteras de las
colonias portuguesas." Asimismo, comprendía las márgenes izquierda y
derecha del Marañón-Amazonas, involucrando por la margen izquierda a
los ríos Morona, Pastaza, Napo y Putumayo ("Canelos en el río
Bombonaza" y "las misiones situadas en la parte superior del mismo río
Putumayo, en el Yapurá llamadas de Sucumbios"). Dicho de otra manera,
el Virreynato de San Fe (hoy en día Colombia y Ecuador en los
meridianos en cuestión) fue en 1802 cercenado en toda la porción
amazónica "por la conveniencia de confrontar, en cuanto fuese posible,
la extensión militar de aquella Comandancia General de Maynas, con la
espiritual del nuevo Obispado, debía éste dilatarse no solo por el río
Marañón abajo hasta las fronteras de las colonias portuguesas; sino
también por los demás ríos que en aquel desembocan, y atraviesan todo
aquel bajo y dilatado país de uniforme temperamento, transitable por
la navegación de sus aguas, extendiéndose también su jurisdicción a
otros Curatos que están a poca distancia de los ríos, con corto y
fácil camino de montaña intermedia, a los cuales por la situación en
que se hallan nunca los han visitado sus respectivos Prelados
diocesanos a que pertenecen."

Por consiguiente, queda evidenciado que lo que fue parte del
Virreynato del Perú desde 1542 regresó a su seno en 1802, ejecutándose
la decisión real en 1803. Ergo, si todo era tan claro como el agua
¿cómo explicar esa ambición obsesiva de Bolívar por Jaén y Maynas? No
se puede decir que desconocía la Real Cédula de 1802; por cuanto en
una carta a Santander de 29 de julio de 1822, reconoció su existencia
("por una real orden muy moderna"). ¿Por qué, entonces, torpemente él
y su gobierno se ciñeron al uti possidetis de 1809, si sabían que en
ese asunto llevaban las de perder? A decir verdad, falso problema
creado por un falso libertador en que no se descarta la conspiración
tenebrosa contra el Perú para debilitarlo, para convertirlo en un mero
Estado tampón. Pues, existe la posibilidad que Bolívar y sus
seguidores en la Colombia de la tres hermanas pudieran haber tenido el
convencimiento de que la casta política peruana, improvisada como era
por la destrucción del poder administrativo en el Perú, no tenía idea
de lo que se hablaba y, por lo tanto, se trataba de pescar a río
revuelto. Una carta cursada a Bolívar por Tomás Cipriano de Mosquera,
de fecha 26 de octubre de 1829, nos da el hilo de la madeja para hacer
esta suposición:

"Felicito a V. E. muy cordialmente por la ratificación de los tratados
de paz (…). En los documentos que me entregó el general Espinar para
la legación de que he sido encargado hay una copia de la Real Cédula
española que mandó agregar en 1803 la provincia de Mainas al Perú.
Según se deduce de las comunicaciones de Joaquín, mi hermano, cuando
estuvo encargado de esta misión, no la hay en el Perú (sic), y parece
que se quemó en el archivo del Gobierno. Por tanto, deberé manejar los
negocios apoyándome en la Cédula que agregó la Presidencia de Quito al
Virreinato de Nueva Granada; pero en caso de que me presenten
documentos fehacientes, desearía tener instrucciones sobre el
particular, pues como el artículo 5 del tratado sienta por bases el
uti possidetis de 1809, podrían con justicia (sic) reclamar la ribera
izquierda del Marañón (sic). Creo, sin embargo, que todo se podrá
conseguir conforme a las instrucciones; pero quiero hacer esto
presente a V. E. para su resolución." (Daniel 0'Leary: Op. Cit.- Tomo
9).

Aquí está, pues, el origen de una controversia que el Perú
injustamente tuvo que mantener con Colombia y Ecuador por más de cien
años. Por culpa de la ambición obsesiva del caudillo Simón Bolívar y
la ignorancia supina de quienes tuvieron la enorme responsabilidad de
manejar en Lima los asuntos de la naciente República, el Perú fue
víctima desde su nacimiento como República de esa trágica
confabulación o cruce de veleidades, sellando su destino adversamente.
Con base en lo que el mismo Bolívar preconizaba y lo que se convino en
el Tratado de Jirón, jamás los Estados sucesores de la Colombia
bolivariana debieron acceder al Marañón-Amazonas. El mismo
representante que participó en las tratativas preambulares de las que
años más tarde emergió por arte de magia un documento apócrifo
denominado pomposamente protocolo Pedemonte-Mosquera, lo admitió ese
26 de octubre: "Según se deduce de las comunicaciones de Joaquín, mi
hermano, cuando estuvo encargado de esta misión, no la hay en el Perú
(sic), y parece que se quemó en el archivo del Gobierno. Por tanto,
deberé manejar los negocios apoyándome en la Cédula que agregó la
Presidencia de Quito al Virreinato de Nueva Granada; pero en caso de
que me presenten documentos fehacientes, desearía tener instrucciones
sobre el particular, pues como el artículo 5 del tratado sienta por
bases el uti possidetis de 1809, podrían con justicia (sic) reclamar
la ribera izquierda del Marañón."

"Con justicia", "parece que se quemó", "pero en caso me presenten
documentos fehacientes", "el artículo 5 del tratado sienta por bases
el uti possidetis de 1809", etc. En suma, las pretensiones amazónicas
surgidas en los tiempos de Bolívar descansaban en el imaginario por
estar fundadas en la mentira, la sorpresa artera y la guerra injusta.
No había ignorancia, eran perfectamente conscientes los bolivaristas
de lo que hacían, pero jugaron a sorprender a la manga de mediocres
que campeaba en el poder Lima y lo lograron.

Tomás Cipriano de Mosquera era un hombre honesto al punto de haber
sido quien reveló que José Faustino Sánchez Carrión fue envenenado por
el venezolano Tomás de Heres (véase Tomo Primero: La usurpación de
Guayaquil). Fue también honesto cuando reconoció que el
ajusticiamiento de Juan de Berindoaga era un acto arbitrario de
Bolívar (véase el Tomo Tercero: Descodificando la creación de
Bolivia). Por tanto, en esa carta volvía a dar otro ejemplo de su
miedo a actuar incorrectamente. Le decía a Bolívar que tenía copia de
la Real Cédula que devolvía Maynas al Perú y que, por ende, temía que
los peruanos pudieran invocarla, aun cuando su hermano Joaquín había
adquirido la certeza en Lima de que ese documento no lo conocían los
peruanos. Por eso, se consolaba a sí mismo al final anotando que
"todo" se "podía conseguir conforme a las instrucciones" recibidas.

Y es aquí cuando cobra sentido la denuncia que hizo Alberto Ulloa
Cisneros, jefe del Archivo de Límites de la Cancillería peruana, a
propósito del Tratado de Jirón, en la exposición que se incluyó en la
Memoria del Ministerio de Relaciones Exteriores de 1897, que se lee
como sigue: "Cuando se estudia con calma el curso de nuestras
cuestiones de límites i se recorre los debates i negociaciones habidas
desde 1823, lo primero que llama la atención es la ignorancia en que
se hallaban la mayor parte de los Gobiernos i Plenipotenciarios
peruanos sobre la verdadera extensión de nuestros derechos i de los
títulos que los sustentan. Discutían acogidos a la doctrina del uti
possidetis sin poder medir su valor y alcance, preconizaban el
principio de los límites coloniales sin conocer, o por lo menos, sin
aplicar, los actos regios que los demarcaban; i trazaban en las
instrucciones, en los convenios o en los protocolos que los precedían,
líneas arcifíneas o imaginarias, sin más elementos que las erróneas
cartas de la época (...). Se veía, por eso, al Plenipotenciario del
Perú en las conferencias de 1829 señalar como lindero septentrional
del Virreynato de Lima, el curso del río Chinchipe y del río Marañón
hasta las fronteras de las colonias portuguesas, i al general Bolívar
reclamar en 1830, la provincia de Huancabamba y parte de Ayabaca como
pertenecientes a la Presidencia de Quito."

Ignorancia supina para ser benignos, pero en puridad falta de
sentimiento patriótico y de celo intransigente por lo que era nuestro,
porque como hemos visto, la Real Cédula de 1802 era clarísima y el
sicofante de la libertad lo sabía. Pero, el Perú era manejado por una
casta de aprovechados que lo único que les interesaba parecía ser como
uncirse al carro del nuevo mandamás. Punto. Lo hemos visto en los tres
primeros tomos de la serie Las veleidades autocráticas de Simón
Bolívar. Les llegó la república y seguían pensando y actuando en
términos coloniales. Hagamos un recuento sumario de cómo llegó,
desgraciadamente, a generarse el problema de Jaén y Maynas,
inexistente en 1821.

Inicialmente, la controversia entre la Colombia bolivariana y el Perú
sobre Jaén y Maynas fue provocada por el malagradecido Antonio José
de Sucre, quien pese a deberle al apoyo oportuno del Perú el triunfo
en Pichincha (véase Ricardo Aranda: Op. cit.- Tomo 3, págs. 326-356),
no tuvo reparo en ordenar al Gobernador de la Provincia de Jaén, en su
condición de Intendente del Departamento de Quito, mediante oficio de
fecha 22 de julio de 1822, la jura de obediencia y respeto de la
Constitución de Colombia. Antes, el 20 de junio, el plenipotenciario
colombiano Joaquín Mosquera que prematuramente visitaba Lima con miras
a apurar un tratado de límites con el naciente Estado peruano que no
se definía todavía como República, remitió una nota al Gobierno
provisorio haciendo ver, falazmente, que la Guía de 1797, tomada como
base de las poblaciones que habitaban las Intendencias para las
elecciones de diputados al Congreso peruano, no incluía a Maynas y
Quijos, "porque desde el año de 1718 hacían parte del territorio que
fue conocido con el nombre de Nueva Granada." (Ricardo Aranda: Op.
cit.).

Como se va a demostrar más adelante, esa nota de Joaquín Mosquera no
se basaba en el desconocimiento de la Real Cédula de 1802, sino en la
cuasi convicción de que la casta política peruana la ignoraba, lo que
explica que se hubiera tomado en Lima la Guía de 1797 como referencia
para las circunscripciones electorales, documento referencial que no
estaba, por cierto, al día. Es decir, su hermano Tomás Cipriano
Mosquera no se equivocó ese 26 de octubre de 1829. Es probable que en
el sospechoso incendio de los archivos gubernamentales que se produjo
en Lima cuando ya era evidente que la expedición del indolente general
San Martín había fracasado en el Perú, muchos documentos valiosos
fueran devorados por el fuego, entre ellos la copia de la Real Cédula
de 1802, como también lo supuso Mosquera. Todo lo cual nos lleva a una
situación que no ha sido ampliamente estudiada por los historiadores
peruanos: la del vacío de poder por el colapso del poder
administrativo que se genera en Lima, sede de una eficiente
administración colonial, con el ingreso de las tropas de San Martín a
Lima. (Continúa mañana).

Monday, July 21, 2008

¡Brutal patinada de Cancillería!

Señal de Alerta
por Herbert Mujica Rojas
21-7-2008

¡Brutal patinada de Cancillería!

Con la acostumbrada torpeza impune de elefantes en cristalería el
ministerio de Relaciones Exteriores del Perú acaba de protagonizar
otro ridículo internacional de connotaciones mayúsculas: impulsó la
candidatura de Niño Diego García Sayán a un puesto para la Corte Penal
Internacional y para ese efecto –y de pasadita satisfacer la vanidad
de ese individuo- pagó en cuotas atrasadas la suma de US$ 170 mil
dólares. ¿Hasta cuándo la política internacional del Perú sigue en las
garras de ineptos, hijos de los hijos, nietos o bisnietos, de los que
nos han conducido invariablemente de fracaso en fracaso, desde 1821?
La resolución que autoriza esta bestialidad, no tiene otro nombre, es
firmada por el presidente Alan García y el canciller José García
Belaunde y tiene el número RS No. 185-2008-RE y su fecha exacta es 5
de los corrientes.

Los organismos multilaterales tienen dinámicas de rotación y los
países se suceden con cierto orden en los cargos. Allí no valen o
tienen deleznable importancia las angurrias de supuestas autoridades
en derechos humanos, intelectuales que no han producido una línea
–cuasi ágrafos- o de sujetos que viven de la cansada ubre del Estado
peruano desde hace años exaccionándole recursos que debían estar en
más genuinas y auténticas causas de prioridad real. ¿Cobrará el Estado
peruano, esos US$ 170 mil a Niño Diego García Sayán fautor de este
ridículo internacional ultra-sonoro?

Un juez boliviano de la Corte Penal Internacional vaca en el cargo y
la rotación señala que un guyanés sea el sucesor. En ese plano es que
se inventa la candidatura de Niño Diego, el dueño de la ONG Comisión
Andina de Juristas, productora de dólares a granel para sus mandamases
pero en cantidades que ya no parecen ser suficientes. Torre Tagle,
como denunciamos semanas atrás, empieza a "gestionar" la postulación
de aquél y, como era de prever, hizo todas las torpezas posibles para
subvertir escalafones y usos, y hasta se puso al día con cuotas y pagó
las dichas obligaciones atrasadas. ¡Ni aún así, amén que el postulado
es un Don Nadie en el mundo jurídico real e intelectual, logró nada a
excepción del fracaso sin atenuantes conseguido!

La brutal patinada de Cancillería tiene nombres propios: Allan Wagner
y su funcional compadre, jefe nominal de Torre Tagle, José García
Belaunde. Ellos forman parte de una cofradía que se empeña en superar
su ínsita y característica mediocridad vía la fabricación de noticias
en una prensa que sólo les regala elogios y superlativos textos pro
domo sua. Sin embargo, el asunto es muy delicado. Se produce, por el
estúpido narcisismo enfermizo de un individuo, a pocos meses de
presentar la memoria en el litigio que por delimitación marítima ha
planteado Perú ante Chile en la Corte Internacional de Justicia de La
Haya. ¿Creerá cualquier analista serio, de los poquísimos que hay, que
esto no resiente la posición peruana que denota estupidez a mares,
oligarquía del "pensamiento" y debilidad anémica de cualquier fuerza o
vigorosidad para contender con un adversario con el que no se puede
jugar?

Con respecto a Niño Diego, valdría la pena saber si el negocio
interesante que hizo su ONG, la CAJ, con la dictadura delincuencial de
Kenya Fujimori, a cuyo Poder Judicial asesoraba, devolvió al Estado
los US$ 60 mil dólares que recibió por adelanto de trabajos de un
contrato que luego se rescindió. Si no fue así, entonces hay una nueva
obligación por incumplimiento, que el Estado tiene que subrayar y
cobrar al autor del desmán.

¿Será cierto que en el 2002, el ministerio de Justicia recibió la
oferta gratuita de uno de los máximos especialistas internacionales en
litigios contra ex dictadores para asesorar al Estado peruano en la
lucha judicial contra el fujimontesinismo y Niño Diego la declinó para
dejar todo en manos del procurador de Fujimori, José Ugaz? Si esto fue
cierto, hay razones como para ponerse a investigar exhaustivamente y
también como para sospechar que los rastros han sido, como de
costumbre, borrados.

A fines de abril del 2006, un grupo de ciudadanos sostuvo una cita
reservada e informó de pruebas irrefutables sobre la asesoría que daba
Daniel Borobio a cierto, entonces, candidato presidencial. ¿Estuvo
alguien de la CAJ en la reunión? Lo cierto es que el hoy canciller
García Belaunde tomó conocimiento telefónico del asunto y a posteriori
se denunció a algunos de estos ciudadanos que creían cumplir con su
deber al alertar de estas extrañas conexiones. ¿Alguien está
devolviendo el favor aún a costa del ridículo internacional del
prestigio del Perú y el desperdicio de US$ 170 mil?

¿Qué dice la oposición? Como es natural, nada de nada. No comprende
absolutamente ni pizca fuera de la reducisíma y escuálida agenda del
Establo de Plaza Bolívar y desgañita su garganta por ubicar en una
presidencia que no representa nada a cualquiera de sus precarios
integrantes. ¿Y los partidos? ¡No existen sino para surtir de
empleados a la maquinaria del Estado! ¿Y la sociedad? Cuasi apartada
de cualquier forma de expresar su protesta e interrogantes porque los
miedos de comunicación pertenecen a grupos minúsculos y mediocres.

La Cancillería del Perú acaba de sumar a su larga hoja plena en
máculas, otro fracaso más. Para Torre Tagle el vals ¡Un fracaso más
que importa! pareciera constituir su leit motiv y menú cotidiano
invariable. ¿Por causa de qué el pueblo peruano tiene que soportar a
unos veleidosos, pusilánimes e inútiles en el supuesto comando de sus
giros en la política internacional? ¡Pamplinas!

¡Atentos a la historia, las tribunas aplauden lo que suena bien!

¡Ataquemos al poder, el gobierno lo tiene cualquiera!

¡Rompamos el pacto infame y tácito de hablar a media voz!

¡Sólo el talento salvará al Perú!

Lea www.voltairenet.org/es
hcmujica.blogspot.com
Skype: hmujica