Documento No. 99*
Batalla de Huamachuco
Parte Oficial peruano
Jefatura superior, política y militar de los departamentos del Centro.
Huancayo, julio 30 de 1883
Señor ministro:
Después del oficio que tuve el honor de dirigir a VS. en mayo último,
exponiendo las razones que me obligaban a retirarme a la zona del
norte, siguiendo la opinión de la junta de guerra que convoqué, en
vista del avance de considerables fuerzas enemigas que venían por
todas direcciones con el fin de destruir las pequeñas a mi mando, no
he podido volver a dirigirme a ese ministerio por haberse interpuesto
el enemigo en todas las vías de comunicación, y ahora paso a poner en
su conocimiento, para que eleve al Supremo Gobierno, todos los sucesos
que han tenido lugar desde entonces hasta la fecha.
El 19 de mayo salí a Tarma cuando el enemigo dominaba ya la ciudad
ocupando las alturas de Tarma Tambo, observando el ejército el mayor
orden, el mismo que ha observado imperturbablemente en toda la marcha,
efectuada siempre en pequeñas jornadas.
En el Cerro de Pasco permanecí tres días y aunque había determinado
seguir por la vía de Cajatambo, noticias que recibí de que el coronel
Recavarren venía a unirse por Huánuco, me obligaron a tomar esta ruta,
sabiendo que las dos fuertes divisiones de Canto y León García, al
mando del coronel Arriagada venían en mi demanda por orden de seguir
hasta alcanzarme; y en efecto, durante la marcha hice alto varias
veces en distintos puntos para dar descanso a mis tropas, jamás se
presentaron.
Llegando a Yungay debía seguir por Huaylas donde positivamente estaban
las fuerzas del coronel Recavarren; pero considerando que a medida que
avanzaba me iba estrechando ante las divisiones que me perseguían y la
que existían en el departamento de La Libertad, ordené que viniese el
coronel Recavarren y trasmonté rápidamente la cordillera, haciendo
consentir que por caminos extraviados regresaba al centro burlando a
mis perseguidores.
Este movimiento estratégico surtió tan buen efecto, que al llegar el
enemigo a aquella ciudad, no sabiendo con exactitud mi paradero y
dando asentimiento a la idea de mi regreso, retrocedió rápidamente con
dirección a Cerro de Pasco, permitiendo buen número de tropa, por las
enfermedades, el cansancio y las fatigas inherentes a una contramarcha
tan larga por caminos quebrados y de cordillera y bajo un riguroso
clima.
Libre de esta peligrosa persecución, me dirigí a Pomabamba, en busca
de la fuerza del coronel Gorostiaga que por datos seguros constaba de
1400 hombres y debía concentrarse entre Corongo y Mollepata; pero a mi
aproximación éste se retiró con precipitación a Huamachuco, sin
embargo que en aquel último punto debía esperar un refuerzo que le
venía de Trujillo, según una comunicación enemiga que llegó a mi
poder.
Una nueva comunicación escrita en clave por el jefe del refuerzo
anunciado, comandante Gonzales, al coronel Gorostiaga, me puso al
corriente del movimiento que aquel iba a emprender de Santiago de
Chuco para reunirse a éste en Huamachuco. Se presentaba pues una
preciosa oportunidad, y para aprovecharla, calculada la distancia,
impartí las órdenes precisas para que se movieran mis fuerzas con la
seguridad de cortar el paso y capturar dicho refuerzo en el punto
denominado Tres Ríos; desgraciadamente la fuerza del coronel Secada,
por las dificultades insuperables del camino extraviado que tuvo que
recorrer, no pudo llegar sino tres horas después que el enemigo había
pasado delante de mi vista. No obstante, creyendo que éste no podría
llegar hasta Huamachuco, distante aún cinco leguas y pernoctaría en
las intermediaciones, tan luego como llegó el coronel Secada emprendí
la marcha en la noche para darle alcance; mas luego supe, tanto por
algunos paisanos que Gorostiaga en su retirada a Mollepata tomó
forzosamente a su servicio y los puso en libertad ese día, como por un
piquete de caballería que mandé en su observación, que nos había
divisado el enemigo y seguía a marcha forzada esa misma noche sobre
Huamachuco.
En esta situación viendo que los cuerpos de mi ejército habían quedado
en cuadro por las enfermedades y la fuerte deserción y que la fuerza
que existía estaba imposibilitada por el cansancio para seguir
peregrinando, resolví atacar Huamachuco con los 1400 hombres que me
quedaban, no obstante la superioridad numérica y de condiciones del
enemigo, que con el refuerzo recibido debía tener cerca de 2000
hombres de las tres armas, pues yo contaba en todo caso con la firme
resolución de mis soldados leales.
En efecto, en la madrugada del 8 del presente salí de los Tres Ríos, y
llegué a las 8 pm. por las alturas que están al SE. de Huamachuco, al
mismo tiempo que el jefe superior del norte, señor Elías, con algunos
voluntarios de Santiago de Chuco desplegados en guerrillas, aparecía
con gran aparato por las que están al sur; ordené que el coronel
Secada ocupase el cerro denominado Cuyulgo, que domina la población y
que el coronel Recavarren flanqueara por la izquierda de ésta,
envolviendo al enemigo.
Tan luego como éste se apercibió de nuestra aproximación, en vista de
nuestra actitud y a los primeros disparos de nuestra artillería,
abandonó la ciudad y corrió a ampararse en el cerro Sazón que está al
norte de ésta, y que es una magnífica posición por su altura, su
configuración y la multitud de ruinas de antiguos edificios que forman
soberbios atrincheramientos, dejando en nuestro poder parte de su
caballada, algunos pertrechos y gran cantidad de vestuario, fuera del
equipaje de oficiales y equipo de tropa que abandonaron en la
precipitación de su fuga; y se habrían visto en la necesidad de
aceptar el combate en la ciudad o perder aun su artillería, si no
hubiera tenido la precaución de conservar sus brigadas en sus
respectivos cuarteles.
Una vez en posesión de dicho cerro, comenzaron a hacer un nutrido
fuego de artillería sobre nuestras fuerzas que penetraban y rodeaban
la ciudad, trabándose luego un ligero combate de rifle en la falda de
sus posiciones, que duró hasta que sobrevino la noche.
El día 9 dispuse que se recogiera el botín dejado por el enemigo, el
que trataba de impedirlo a todo trance haciendo constantemente fuego
de artillería y rifle que era contestado por nuestra tropa de
caballería que ocupaba la ciudad y también por nuestra artillería sin
permitirle descender por un solo instante. Así transcurrió el día en
este cambio constante de balas.
No debiendo prolongar por más tiempo esta situación, resolví asaltar
las posiciones enemigas en la madrugada del día siguiente, y una vez
acordado el plan de ataque con los comandantes en jefe coroneles
Secada y Recavarren e impartidas todas las órdenes, lastimosamente
este último jefe me hizo saber a las 9 de la noche que le había
sobrevenido una fuerte enfermedad, y que no podía llevar a cabo el
ataque acordado para el siguiente día, viéndome en consecuencia
obligado a diferirlo para después.
El 10 a las 6 am. desprendió el enemigo una fuerza que venía en son de
ataque sobre nuestra derecha, y par contenerla mandé una guerrilla del
batallón Junín la que atacó con tal ímpetu al enemigo que lo hizo
retroceder. Nuevas fuerzas bajaron sucesivamente del cerro Sazón en
protección de los suyos y éstas fueron también arrolladas por los
cuerpos ligeros, Junín y Jauja, mandados respectivamente por los
coroneles Vizcarra y Luna, que componían la división del coronel
Máximo Tafur. El enemigo seguía destacando fuerza, y yo hacía lo
propio mandando por la derecha la división del capitán de navío
Astete, compuesta de los batallones San Jerónimo y Apata mandados por
el coronel González y comandante Goyzueta; por el centro la división
del coronel Gastó, formada por los batallones Concepción y Marcavalle,
mandados por los coroneles Carrión y Crespo y por la izquierda la
división del coronel Cáceres con los batallones Tarapacá y Zepita
mandados por los coroneles Espinoza y Borgoño; quedando de esta suerte
completamente empeñado el combate en el extenso llano que separaba las
posiciones enemigas de las nuestras.
El valor que desplegaron nuestros jefes, oficiales y soldados es
superior a todo encomio, haciendo retroceder al enemigo hasta una
cadena de lomas que se destaca en un costado del Sazón; y cuando el
empuje de los nuestros los desalojaba también de estas posiciones,
mandé al coronel Recavarren para que con las pequeñas fuerzas que
conservaba, diera impulso al ataque, lo que efectuó con bastante brío
viéndose el enemigo obligado a refugiarse en sus primitivos y elevados
atrincheramientos; viendo el completo éxito obtenido en las cuatro
horas de combate transcurridos, ordené que bajara la artillería a
colocarse al frente del último baluarte enemigo, lo que verificó el
coronel Secada que siempre estuvo a la altura de su deber, y mandé a
mis ayudantes a todas direcciones para que detuvieran nuestras fuerzas
a fin de que reemplazan la munición gastada, enviando al efecto a todo
el campo las distintas secciones del parque; pero fue imposible
contener a muchos de nuestros valientes soldados que enardecidos y
alentados por haber hecho retroceder repetidas veces a los chilenos,
se lanzaron impremeditadamente sobre el cerro que ellos ocupaban,
trepando con firmeza y serenidad a pesar del mortífero fuego que les
hacían desde sus atrincheramientos; ya por su retaguardia se esforzaba
su caballería en contener a parte de sus infantes que huían en
completa dispersión, y los más esforzados de los nuestros casi se
confundían en la cima del cerro con sus enemigos, cuando
repentinamente retrocedieron desde esa altura gritando ¡municiones!
¡municiones!......
Quiso la mala suerte que implacablemente nos persigue, que en el
momento más preciso cuando iba a coronar la victoria la intrepidez y
denuedo de nuestros soldados, se les agotara la munición, y no
teniendo bayonetas, tuvieron que retroceder, causando honda impresión
en todo el campo que la más horrible confusión siguió luego, e
instantáneamente se declaró nuestra derrota, sin que los mayores
esfuerzos fueran capaces de contenerla. Parte de la caballería enemiga
apareció entonces, cortando la retirada a nuestra artillería y
nuestros soldados corrieron en todas direcciones sin que mi empeño y
el de mi secretario, teniente coronel Florentino Portugal, que fue uno
de los últimos en salir del campo, lograran concentrar en nuestras
antiguas posiciones.
Triste, muy triste es para el que ama a su patria y ha puesto a su
servicio todos sus conatos y toda su vida, verla hundirse de
imprevisto, desde la altura que la levantara durante la lucha el valor
de sus buenos hijos. Pero en medio del revés sufrido, queda a los que
han peleado en Huamachuco, la satisfacción de haber cumplido
noblemente con su deber, sacrificándose en defensa de la patria y con
la conciencia de que sólo la más manifiesta fatalidad pudo haber
sorprendido al enemigo con la victoria en medio mismo de su derrota.
El general Silva, sin reparar en su elevada clase, pidió el primer día
una compañía, que le fue concedida, al mando del mayor López y con
ella tomó parte de la caballería enemiga, auxiliado por mis ayudantes
Químper y Velarde; y fue el primero que entró a la ciudad, portándose
siempre en lo sucesivo con el mayor denuedo, hasta que una bala cortó
su existencia; el coronel Leoncio Prado hizo lujo de valor avanzando a
la cabeza de los más esforzados y, a pesar de tener rota una pierna y
el pecho atravesado, salió al campo para expirar a no lejana distancia
del enemigo, y para no hacer mención especial de cada uno, basta decir
que todos los jefes han rivalizado en valor, señalándose además entre
los muertos aunque no hay conocimiento exacto, a los coroneles Astete,
Aragonés, Máximo Tafur, Prado y M.N. Luna, los comandantes Goyzueta,
Ponce de León y Vila y los sargentos mayores Zavala, Váscones y
Ramírez; y habiendo sido heridos a los coroneles Recavarren, Borgoño,
Vizcarra y Carrión y a los sargentos mayores López y Gómez sin saber
de una manera positiva las demás pérdidas que hayan habido.
Al recomendar a la consideración del supremo gobierno el digno
comportamiento de todos los jefes y oficiales del Ejército, debo hacer
especial mención del jefe de Estado Mayor coronel Manuel Tafur que,
sobreponiéndose a su avanzada edad, ha hecho con rigor toda la campaña
y tomó a su mando una fuerza para entrar bizarramente a la pelea; de
mi secretario privado, teniente coronel F. Portugal que en toda la
campaña del Centro ha prestado importantes servicios; los secretarios
de la jefatura doctor don Pedro M. Rodríguez, Daniel Heros y L. La
Fuente; del coronel y teniente coronel de ingenieros Teobaldo Eléspuru
y E. de la Combe; de mis ayudantes que han desempeñado
satisfactoriamente las más peligrosas comisiones, sargento My. R.
Bentín a quien le mataron el caballo en el fragor del combate; capitán
Darío Enríquez que salió herido; Enrique Oppenheimer que murió
combatiendo al mando de una compañía; A. Químper y Z. del Vigo y los
tenientes Romero, Costa, Velarde; y de mi escolta compuesta de la
juventud tarmeña al mando del sargento mayor D. Zapatel.
La tropa que salió al campo sacó sus armas, que quedan en los
distintos pueblos del norte y existe también la mitad del parque y
cantidad de armas que no pudieron llegar a Huamachuco por falta de
brigadas; así que en aquella zona existen elementos para la
organización de nuevas fuerzas.
Comprendiendo que el deber me llamaba, sin reparar ningún peligro, a
vigilar por los intereses de los pueblos de mi jurisdicción, desde el
campo del desastre hasta aquí, he venido constantemente atravesando
por medio de la línea enemiga, compuesta desde el norte por la
división Gorostiaga, otra división desembarcada probablemente en Casma
y que se aproximaba a Huaraz, las fuerzas de Arriagada que
contramarcharon en Yungay y que ocupan de Huallanca a Huánuco, y otras
fuerzas que vinieron de Huacho y que se extendían del Cerro de Pasco a
Junín, avanzando a Tarma. En el tránsito me he podido librar de las
numerosas partidas enviadas en mi persecución y repeler a balazos el
asalto que en la noche del 26 sufrí en Tarma Tambo y que casi fui
víctima con los pocos que me acompañaban, por un destacamento de
caballería que había venido borrando mis pasos y que entró a Tarma al
mismo tiempo que yo salía de esta ciudad.
Una vez aquí en vista de la nueva y fuerte expedición que avanza sobre
estas provincias, he resuelto retirarme a Ayacucho a organizar los
elementos que allí existen y reforzar la división que dejé aquí al
mando del coronel Dávila, para que el supremo gobierno disponga de
ello como tenga por conveniente.
Dios guarde a V. S.
Andrés A. Cáceres
Al señor ministro de Estado en el departamento de Guerra.
BMN.
*Campaña de La Breña, Colección de Documentos Inéditos: 1881-1884,
Luis Guzmán Palomino, Lima 1990