Crónicas corovirales 8
Corovilenials, pandemia
y miedos infantiles
por Jorge Smith Maguiña; kokosmithm@hotmail.com
10-6-2020
La psicología del niño o la terapia infantil, no son mi
especialidad, pero las pocas veces que he tenido niños como pacientes, me tocó
justamente tratar niños que tenían excesivos miedos a tal o cual cosa. Fuera de
las dificultades para concentrarse, a veces hay que tratar a los niños por una
personalidad hiperactiva o una excesiva timidez, a veces dificultades de
concentración pero también hay los problemas ligados al miedo. Temores diversos
o algún tipo de miedo suelen ser muchas veces un tema central de la terapia de
los niños y gran parte de esta consiste en que los asuman en vez de que los
eviten. Es bueno un tratamiento temprano, pues esto previene el que
eventualmente dichos miedos, a veces irracionales y sin ninguna causa real o
aparente, vayan enquistándose y eventualmente se conviertan en fobias.
La actual situación de confinamiento, masivo y penoso,
inesperado y excepcionalmente largo, está contaminado de muchos temores y
miedos. Gracias a la información que me han dado amigos que tienen hijos
menores o profesores de colegio a quienes he consultado, que hacen el
seguimiento a algunos niños directamente o a través de sus padres, y el
contacto con algunos padres que me han permitido telefónicamente hablar con sus
hijos, me ha permitido acceder a una data y
reflexiono sobre cómo se están planteando los miedos infantiles durante
esta pandemia. Les he consultado también a amigos que tienen hijos menores y
viven en otros lugares del mundo. Al ser la pandemia masiva, universal y
simultánea, lo que sorprende, es la forma muy parecida como los niños
reaccionan a una situación directa o indirectamente traumática, al margen de
las diferencias culturales que puede haber de un país a otro, o hasta de una
cultura a otra.
El espacio físico (casa o departamento) donde evoluciona una
familia en su día a día, puede crear una diferencia. Pero las características
de las reacciones subjetivas de los niños frente a la pandemia sobre todo en lo
que concierne al miedo, se asemejan mucho. Cambié mails con uno amigos
japoneses que viven con su hijita en un departamento de 50 metros cuadrados en
el centro de Tokio y cuando me hablaban no veía mucha diferencia en relación a
lo que me contaban unos amigos que viven con sus dos niños en una casa de 300
metros en La Molina, un distrito de Lima.
Creo también, que cuando salgamos de esto -y así lo
esperamos todos- los profesionales de la salud que trabajan con niños, al
procesar la información de lo ocurrido en ellos, podrán elaborar, muchas
estrategias preventivas y terapias más eficaces para tratar los miedos
infantiles, en sus diversas formas. El confinamiento tan largo, con inevitable
aburrimiento y la posibilidad más que probable para los niños, de haber sido
testigo de tensiones familiares, con el agregado de un entorno tóxico, donde a
través de la televisión, con imágenes permanentes de hospitales, atiborradas salas de espera o
emergencia con gente desesperada que implora ayuda, féretros por aquí o por
allá, dan por suma total, algo equivalente a un trauma, algo que en otras
circunstancias les hubiésemos querido ahorrar a los niños. Son experiencias que
un niño nunca hubiese querido asociar al tiempo de su infancia. Si un nombre le
podría poner a quienes fueron niños en estos años de pandemia es la de corovilenials.
Aquellos que fueron niños y crecieron en tiempos del coronavirus.
Para escribir este ensayo he leído en internet, un artículo
de unas treinta páginas, muy poco conocido y escrito nada menos que por el
francés Alfred Binet, a quien asociamos mas con el primer test de inteligencia,
del cual fue su creador y que con algunas modificaciones norteamericanas sigue
siendo el test más utilizado. Binet lo públicó en 1895, con el título “La peur
chez l´enfant” (El miedo en los niños). Ese mismo año, Freud publicó también, “Estudios sobre la
histeria”, el primer texto del padre del psicoanálisis. Lo curioso es que Binet
había trabajado con Charcot, en los mismos años que Freud fue a París (1889), a
escuchar a Charcot. Sin duda coincidieron en las célebres presentaciones de
casos en el Hospital de la Salpetriere, en las cuáles Charcot a través de la
hipnosis hacía que las enfermas exteriorizasen sus síntomas histéricos.
Sin duda se cruzaron sin conocerse. Creo que todos los
historiadores del psicoanálisis obvian ese increíble detalle. De haberse
conocido ambos, otro hubiese sido quizás, el destino del psicoanálisis y de la
obra de Binet. Es eso lo que hace fascinante la lectura del texto de Binet.
Al no estar todavía explicita, pero sí ya intuida, la noción
de inconsciente que Freud evidenciara años después. Binet en su escrito, busca
las causas de los miedos infantiles, se centra en causalidades posibles que
describe muy bien, pero es prisionero de la noción de automatismos mentales,
muy vigente en la época. En cualquier caso, el que hayan coincidido en un mismo
lugar y tiempo y hayan tenido un mismo maestro (Charcot), Binet el hombre que
dio pautas para medir la inteligencia, que es la función mental mas elevada y el
hombre que descubrió la mecánica del deseo y todas las vicisitudes y
transformaciones que tiene un trauma en la mente de los hombres es un hecho extraordinario.
La interpretación sobre las causas del miedo infantil, en la
reflexión de Binet, podríamos decir que coincide con la de los psicólogos
modernos y sobre el tratamiento, sus opiniones calzan también con las que daría
un psicólogo actual. Aconseja que los padres deben ponerse en el lugar del
niño, ver qué significa ese miedo para él, no burlarse de las causalidades que
puede invocar un niño para justificar su miedo. Cualquiera que sea la causa,
real o imaginaria, la emoción negativa, de temor o miedo que tenga el niño, es
vivida por él, como algo real.
La actual situación de la pandemia, fuera del tema médico, o
quizás justamente a causa del mismo, aunque se dice que los niños son
relativamente inmunes al coronavirus, lo que sí son, es de una manera u otra,
ya víctimas colaterales en el plano psicológico, de esta desgracia colectiva.
Esta generación si algún nombre tendrá en el futuro, será la
de los corovilenials y a sus nietos les dirán: yo viví eso, yo sé lo
que fue eso y esa será una experiencia real que podrán compartir con toda una
generación de niños en todo el mundo.
El mismo confinamiento, se calcula que lo hemos
experimentado casi 4,000 millones de personas al mismo tiempo. Será un tatuaje
que todos llevaremos siempre. De un día al otro, los niños vieron que sus
vacaciones escolares de verano, se prolongaron algunas semanas más. Recuerdo
cuando los entrevistaron las primeras semanas, se sentían hasta contentos.
Jugar más en los parques, en la casa o quizás ir a la playa durante la semana.
En Perú los niños, aquellos entre 7 y 11 años vivieron el
inicio de la pandemia así. En otros países como Estados Unidos, Europa y Rusia,
donde la pandemia se declaró en el invierno, los niños fueron los primeros
sorprendidos de que las clases se interrumpiesen de un día al otro. Por el frío
exterior, por el invierno todavía vigente, la interrupción del colegio se
convirtió inmediatamente en confinamiento. Esas muertes masivas que de un día a
otro comenzaron a producirse en ciudades densamente pobladas como Londres,
Madrid y París y en todo lado en Italia, deben haber sido, algo muy traumático
para los niños, por la novedad de los hechos y por no poder comprender lo que
realmente estaba ocurriendo.
Era una situación inédita, sobre todo en países llamados
“ricos”, donde todo lo que es ligado a la enfermedad o la muerte real, se
maquilla o se evade, ésta ha sido para niños y adultos una situación
traumática. A muchos adultos les ha hecho revivir sin duda algunos miedos
infantiles y a los niños enfrentar, no sólo la ausencia de libertad por el
confinamiento, sino ver la ansiedad y angustia de sus padres, el coronavirus,
les ha robado una parte de su infancia, al confrontarlos con situaciones que
uno va conociendo poco a poco. Por muchas prudencias que se hayan querido
tomar, era imposible evadir visual y emotivamente algo así.
Hoy, con la información recabada directa o indirectamente,
ya podemos decir que la pandemia ha generado en los niños stress y por lo mismo
diversos tipos de ansiedad y angustia, la frustración de estar alejado de sus
amigos, luego progresivamente, el ser conscientes que había un problema médico
de por medio y por lo mismo el miedo de ser infectados. El confinamiento por su
duración misma, generó un comprensible aburrimiento.
Por último han aparecido los temas colaterales igualmente
tóxicos, pues el confinamiento en muchos casos ha exacerbado la tensión entre
sus padres o los adultos con los cuales habita. Los padres mismos no han estado
acostumbrados a pasar tanto tiempo con sus hijos y no siempre tienen la
paciencia de escucharlos y responder a sus preguntas todo el día, de tratar de
comprenderlos en todas sus dudas o
tolerar sus a veces caprichosos requerimientos. En tiempos modernos,
para salir del apuro, se deja a los niños frente a cualquier tipo de ecran, ya
sean el nintendo, play station o la televisión, esta situación inédita ha
permitido por lo menos a muchos padres el poder escucharlos, de tratar de
comprenderlos y en la situación actual ser testigo de su desconcierto e inquietudes
sobre la pandemia.
A la edad que fluctúa entre los 6 y 12 años, los miedos
infantiles son muy diferentes, a los miedos tal como se les experimenta en una
edad mas temprana. Hasta mas o menos los 5 años, hay situaciones que a veces
generan pánico, pavor o terror como lo son los miedos a los animales grandes de
todo tipo, a los ruidos estridentes, y repentinos como las sirenas o los
cláxones o incluso a los payasos o también creaturas imaginarias, como lo
pueden ser las brujas, todo tipo de fantasmas o incluso los mismos robots.
Para un niño de mas de 6 años, esto “ya es cosa del pasado”
de alguna manera. Los miedos a partir de esa edad de la niñez hasta antes de la
adolescencia, se centran en situaciones más precisas o particulares, como el
miedo a los dentistas, a los médicos a veces, a los ladrones o situaciones muy
precisas que generen sensación de vacío o de vértigo. Lo que ocurre es que ya
tienen una idea clara entre lo real y lo aparente. Una imagen los puede
atemorizar, pero no les produce miedo. En esta fase el rol que juegan los
padres o los adultos cercanos al niño es fundamental, pues es necesario que
ellos aprendan a valorar o sopesar si frente a una situación determinada es
comprensible tener un simple temor o tener una reacción excesiva de miedo.
Frente a una situación tan masiva como la actual es
necesario ayudar a los niños a controlar su miedo, no a evadirlo. Ellos mismos
se dan cuenta que los adultos tienen temor al contagio, por eso los ven con
mascarillas y una serie de prudencias, dobladas ahora con la obligación del
distanciamiento. El temor es tolerable, pero lo que se vuelve intolerable es el
miedo a la muerte y los niños asocian la muerte como una separación y solo poco
a poco asumen la irreversibilidad de esta. Ellos ven que los adultos mueren
antes que ellos, pues ven que el abuelito de un amigo ya no está, pues ya
murió. Estos miedos infantiles hacen, que los niños, ya avanzada la pandemia,
hayan comenzado a tener problemas para dormir y pesadillas diversas.
La relación por otro lado de los niños con sus padres es de
una cercanía física, no solo desean su presencia sino quieren también que esa
presencia se manifieste con abrazos, caricias y muchas formas de afecto. Una
amiga, cuyo hermano médico de 40 años está infectado y en fase de recuperación,
me decía que sus sobrinos de 7 y 10 años están preocupados por la salud de su
padre, pero extrañan sobre todo el no poder abrazarlo cada vez que regresaba a
casa, que les lea cuentos o que les cuente chistes. Los niños poco aceptan la
separación, muchas veces viven el hecho de estar solos, como si estuvieran
abandonados y lo que es peor creen que este abandono es algo así como un
castigo por alguna travesura que han hecho. Hay una dinámica permanente en la
mente del niño, siempre están cocinando algo en sus mentes.
El confinamiento esta vez, es una ruptura inesperada y
violenta de lo que llamaríamos la normalidad. Por su duración esta puede
convertirse en frustración. Esto puede dar lugar a un comportamiento insistente
y caprichosa y el niño puede convertirse en lo que Freud llamaba “perversos
polimorfos.” Los niños se sienten frustrados de no poder jugar con sus amigos.
Este es un tema que lleva a otro y es el sentimiento de
temor de que no volverán a ver a sus amigos. Las herramientas digitales que
vuelven un poco autistas a los adolescentes, que están todo el día prendidos al
smart phone, pueden ser muy útiles si se los usa inteligentemente con los
niños. Por el zoom pueden verse con amigos de su clase o su barrio y así
guardar la expectativa que volverán a verse pronto. Lo importante es darle
continuidad a muchas situaciones, relaciones y temas de interés que llenaban su
vida real y el imaginario infantil antes de la pandemia. En tiempos corrientes,
al salir, ir a la escuela, los niños traían nuevos relatos, sobre los cuales
les podían contar algo a los padres. Los padres mismos hablaban de alguna
novedad positiva o negativa en el trabajo.
Hoy día y noche se habla y se escucha del coronavirus. Es
una implosión informativa, agobiante y monotemática, que se convierte en algo
obsesivo y a la larga se convierte en la pregunta para el adulto: ¿y cuándo
terminaré yo por ser infectado? ¿Cuándo me toca?.
El confinamiento al alargarse aniquila la existencia de
relatos nuevos. La relación podríamos decirse que ya no respira y se genera un
tedio, por la carencia de contenidos nuevos. De todas maneras cualquier medida
de alivio que haga tolerable el encierro para padres e hijos, no puede evitar
ser consciente que el mundo exterior y lo que está fuera de la casa por un buen
rato sea visto como un lugar peligroso.
Eso, mas el temor del contagio que tiene angustiados a los
padres. Dicho temor en lo posible no debe ser transmitido a los niños, aunque
es imposible que ellos no se den cuenta. Sería ingenuo sin embargo, pensar que
los actuales corovilenials, puedan salir totalmente indemnes de este penoso
momento que les ha tocado vivir en sus vidas. Es justamente la labor de los
psicólogos y los padres de ellos poder hacer que los temores y miedos, puedan
ser asumidos y superados, ya que esta vez la causalidad, aunque invisible que
es el coronavirus está clara.
Solo así lograremos que sea mas manejable el miedo a la
infección y los elementos traumáticos del confinamiento y evitaremos ulteriores
fobias en el niño. Si algo habremos aprendido cuando pase esta pandemia, es a
desarrollar la capacidad de ser empáticos, de poder ponerlos en el lugar de los
otros, no solo estar con ellos.
El mundo moderno nos estaba conduciendo a un comportamiento
individualista excesivo, a un ensimismamiento a veces absurdo y narcisista que
se nota a veces en muchos milenials. La pandemia ha demostrado lo frágil que
era esa campanita de cristal. En realidad el mundo es una gigantesca pecera
donde todo cuenta y todos cuentan, y hemos precisado un traumatismo masivo para
darnos cuenta.
Un padre de familia me decía, que su hijo imaginaba que el
coronavirus es un animalito que ha aparecido como venganza de la naturaleza
porque los adultos la tratan tan mal. Esas respuestas nos desarman a todos.
Creer que la vacuna resolverá las cosas es algo de una
conmovedora ingenuidad.
La verdadera cura será la capacidad que hayamos desarrollado
–al margen de nuestras urgencias puntuales- de repensarlo todo, de tomar
conciencia de la precariedad de las cosas, de evitar en adelante lo superfluo,
de valorar lo esencial.