Informe
Señal de Alerta-Herbert Mujica Rojas
18-5-2024
Obsequiar la Patria, una tradición oprobiosa
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No hay soberanía nacional
sin soberanía popular. Pueblo que no reivindica su historia aprendiendo de sus
yerros ¡vuelve a cometerlos!
Escribe Jorge Basadre en Historia
de
“No tenía entonces, por otra parte, la
administración pública peruana equipos de hombres preparados técnicamente en el
trabajo de llevar a cabo la movilización del abono para conducirlo con
garantías a sus mercados extranjeros; ni se preocupó de formarlos. La venta
efectuada en esos lugares por empleados oficiales (decía el ministro Manuel del
Río en su citada memoria de 1847) colocaba fuera del alcance del gobierno el
manejo de uno de los principales ingresos del Tesoro; porque cualquier cuestión
que surgiera alrededor de esos emisarios mercantiles se tenía que sujetar, aun
cuando se tratara de ciudadanos del Perú, al imperio de las leyes y de los
tribunales vigentes en los lugares de su residencia. Para suministrar
rápidamente fondos al Tesoro y atender las necesidades inmediatas que el guano
fue cubriendo, se creyó, pues, necesario tratar con personas o entidades que pudiesen
hacer con exactitud y regularidad las entregas de dinero, a veces cuantiosas y
urgentes que el gobierno necesitaba.
Los consignatarios crearon
el puente entre los depósitos de guano y sus mercados y acudieron con recursos
al Estado cuando, y dentro de una excesiva frecuencia, fueron llamados a
prestar esa ayuda. La sociedad diseñada en 1842 tuvo una lamentable
desaparición; y se llegó a definir, antes bien, una clara división de intereses
y de responsabilidades. El Estado era propietario del guano hasta el momento en
que era vendido. Los consignatarios actuaban como sus agentes, fletando por
cuenta y riesgo de él los buques necesarios para conducir el abono a los
lugares donde se efectuaba el expendio; y cobraban las comisiones y los gastos
respectivos. Fue como un alquiler de servicios.
Los consignatarios
cargaron, embarcaron, movilizaron, guardaron y vendieron el guano por cuenta
del Estado, y recibieron el pago correspondiente a esa labor. Víctima de una
cruel pobreza,
“No pudo esperar el pago
del guano por sus compradores o consumidores normales; y solicitó adelantos en
efectivo de quienes lo transportaban. Así absorbió, prematuramente, con abonos
de intereses y amortizaciones, sus propios beneficios. Los anticipos fueron
hechos adelantando los productos de la venta del fertilizante y deduciendo los
intereses respectivos. A su vez, los consignatarios aprovecharon estas oportunidades
para obtener prórrogas de los plazos y de las demás cláusulas pactadas. Al
mismo tiempo, obtuvieron que el Estado recibiera a la par, como parte del
dinero prestado, títulos de la deuda externa cuyo valor en el mercado era más o
menos reducido.
¿Nota el lector cómo han
pasado los años, se han muerto los antiguos agiotistas pero las costumbres de
exacción, monra y robo al Estado han permanecido sin mayor variación y hoy
continúan ocurriendo estos desórdenes bajo nombres y modalidades hasta más
sofisticadas?
Más aún. Dice Basadre: “La
paz pública hubiera ayudado a ordenar las cosas; pero, por el contrario, los
bandos políticos, sucesivamente victoriosos, fueron dañinos para el Erario. Se
sucedieron empréstitos voluntarios o forzosos, ventas de propiedades del
Estado, expropiaciones, emisión de vales y billetes de crédito público y otras
medidas análogas. Creció así la deuda pública; hubo dificultades para atender
mensualmente a los empleados, el ejército, de número crecido, necesitó ser
pagado de preferencia; las listas pasivas aumentaron en exceso; se pidió dinero
prestado muchas veces en condiciones usurarias. No hubo tiempo ni calma ni el
personal preparado para revisar, modernizar o dar eficacia y justicia al
régimen tributario y a los sistemas de recaudación y contabilidad.”