¡A Don
Quijote: mi tesoro de fidelidad!
por Zully Pinchi Ramírez; alertasenhal@gmail.com
2-2-2016
¿Cómo imagino a Don Quijote? buena pregunta que me hice estando en
algún lugar de la Mancha, ¿será que Don Quijote vive para siempre en algunos
corazones románticos e imaginativos como el mío?
Delgado, ni tan alto ni tan bajo, un simpático bigote de extremo a
extremo, varonil, con una sonrisa estremecedora y unos ojos tiernos, inocente y
tímido, aunque este hidalgo inteligente e ingenioso haya dejado ya los veinte
hace unas tres décadas, aún conserva ese respeto adherido en los hombres de
verdad, en los valientes, en los que talvez están cada vez más en extinción.
Me lo imagino así con una pasión exacerbada, sacrificada, estoica,
aunque fue minoría, y sabía que iba a perder él siguió en la lucha admirable hasta
el final sin rendirse.
Un loco sin argumentos ni estatutos mentales que sólo quiso ser
Superman por una vez para, por un segundo, acaparar la atención, admiración y
respeto de su amada, obtener fama por cinco minutos para que ella se fijará en
él, la dama virtuosa, la suprema, la digna, Aldonza Lorenzo, Dulcinea del
Toboso.
La que para él era única en su especie, aquella que en futuro
podía compenetrarse con él y formar juntos una sola carne, ser amigos,
confidentes, cómplices, camaradas, amantes, dementes viviendo sin razones,
respirando sensaciones hipotecadas de lealtad incomparable.
Imagino a todos los compositores, poetas y cantantes, guionistas,
pensadores, filósofos, escritores, novelistas, profesionales de la pluma inspirándose
en el amor, sentimiento inexplicable, profundo, inexacto, incomprensible,
incomparable e inefable que llega a veces por un minuto, efímero, de paso y en
oportunidades para siempre, aquel sentimiento que hace que como imán dos
personas quieran estar juntan en esta vida y en todas las que toque por vivir,
algunos han plasmado este motor con versiones modernas de Shakespeare y otros
cuantos en aquel amor imposible, sufrido, alentador e idealista de Don Quijote
y Dulcinea del Toboso.
¿Que tal si por un segundo imaginamos la utopía de estos dos
personajes amándose y queriéndose tanto que terminaron juntos hasta el final de
sus vidas, que ni la misma muerte los pudo separar?
Ella maja, bella, inteligente, astuta, peligrosa, cariñosa,
sigilosa, salerosa, él, pensativo, cauteloso, ocurrente, gracioso, con dominio
propio, decente, decoroso, respetuoso, de buen carácter, y juntos como sal con aceite,
tan diferentes y parecidos a la vez, con una característica muy especial, una
dinamita en explosión en pleno campo de batalla, una bomba avasalladora, una
metralleta disparando coraje, esplendor y gloria desenfrenada, después de ser
lo vil y menospreciado del mundo, finalmente camina con algarabía de la mano de
su mujer, de su adorada.
Don Quijote y Dulcinea en la famosa pelea con los gigantes,
corriendo libres en un cielo eterno y en un infinito campo de creación,
inmolados por las naciones, pero su victoria y fuerza diluidas en una tormenta
de flechas y arcos, batalla inagotable, tan ciegos y tan locos que nunca
pudieron discernir un molino de un nefilim.
Sin corona, sin trono, sin palacio, ni castillo, sin alma y sin
espíritu solo con gracia y verdad, ni reconocimiento alguno, ni señorío, ni
majestad sin medallas ni trofeos ni títulos nobiliarios, todos reverenciando y
susurrando, algunos con risa, burla y perversidad, ahí viene el rey, el loco,
el hidalgo, el caballero, el don Quijote, el enamorado, el pisado, el soñador,
el valiente, el héroe, que peleó en contra de los anatemas, de los hijos de la
maldad y adoradores de la muerte y destrucción.
De tanto querer salvar al mundo, de tanto querer protegerse, de
tanto anhelar defender a su musa inspiradora terminó perdiéndose en medio de
tanta historia, tanta prosa, tanta rima, tanto índice, bibliografía,
introducción, análisis y conclusión, se le fue la vida, se le fue el amor y con
eso, se sumergió en el dolor, se le fue el sueño y se le fue la realidad.
De tanto recordar la más grande obra de todos los tiempos, escrita
por Miguel de Cervantes Saavedra, suspiro y por un día me hubiera gustado ser Dulcinea
en una de sus extensas páginas y dentro de tal narración enredarme y buscar a
Don Quijote, correr a sus brazos a decirle que le ganó a los más ricos, poderosos,
hermosos, bellos, gloriosos y talentosos, si mi vida dio por mí, yo le cantaría
una canción desentonada y le regalaría mi tesoro más grande, mi fidelidad.