Un antes y un
después, Crónicas Corovirales
por Jorge Smith Maguiña; kokosmithm@hotmail.com
21-4-2020
En medio de la incertidumbre de esta pandemia, hace unas
semanas recibí un libro de un buen amigo médico de Francia. El autor y el
título del libro me sonaban. En medio de la interminable lista de lecturas que
me impongo y me son posibles en las actuales circunstancias, programé leerlo en
una fecha ulterior después de hojearlo, hasta que hace unos días mi amigo me
envió un mail inquiriendo si me había gustado el libro y qué paralelos
encontraba con lo que estaba ocurriendo. Por vergüenza decidí no escribirle
antes de haberlo leído. El libro me pareció estupendo pues tiene relación con
lo que acontece hoy día y no solo eso, me dio también la idea de escribir Crónicas
Corovirales, de las cuales ésta es la primera entrega y tendrán que ver con lo
que acontece y que es la relación del ser humano con la enfermedad y por ende
el sufrimiento y la muerte y toda la incidencia que tiene lo que estamos
viviendo en nuestras vidas.
Esta pandemia, la primera que en un tiempo muy corto tiene
un carácter universal, va a tener impactos muy diversos en nuestras vidas
individuales y colectivas. Más aún va a haber un antes y un después, en los
impactos psicológicos, sociales, económicos y políticos a un nivel y una gravedad que nos es bien difícil de
predecir en forma inmediata. Lo cierto es que las cosas ya no serán como antes.
Muchas cosas van a cambiar, pues hasta los más sencillos rituales de contacto y
el saludo diferirán totalmente de características. Algunos deportes y hasta
algunas formas de baile quizás desaparezcan. Géneros de baile como el bolero y
el valse, serán quizás reservados para los temerarios y los espontáneos. El
beso mismo, la expresión más pública de la pasión o el afecto, para
satisfacción y alivio de los puritanos, se reducirá como consuelo a un simple
beso volado.
El libro del cual hablaba era Semmelweis del
controvertido médico y escritor francés Louis Ferdinand Celine. Digo
controversial pues Celine, terminó prisionero y asociado a una primera novela,
fascinante y genial como lo fue Viaje al fín de la noche a tal punto
que eso opacó toda su obra posterior y también porque al ser acusado de
simpatía y colaboración con las fuerzas alemanas que ocuparon Francia durante
la 2da. Guerra Mundial, fue un autor de alguna manera aborrecido y maldecido y
si bien el ostracismo moral quedó para siempre, su reinvindicación como
escritor, que de algunas manera sí se le debía, se realizó muchos años después
de su muerte.
Semmelweis, que ya había sido el tema de su tesis para
graduarse de médico, es la biografía del médico húngaro Philippe Ignace
Semmelweis, quien fue el pionero de lo que se llama el “lavado de manos”, acto
hoy banalizado en toda práctica médica. Gracias a Semmelweis, se pudo
evidenciar que lo mismo en épocas de pandemia, es algo fundamental.
Recién llegado a Viena como estudiante a mediados del siglo
XIX, Semmelweis fue interno en la sección de partos del Hospital General de
Viena. Muy observador él, descubrió que habían dos médicos que manejaban dicha
sección del hospital. Uno era el doctor Klein y el otro Bartch. El primero daba
las clases prácticas a los alumnos que estudiaban medicina, cuya mayor parte
del tiempo la pasaban haciendo autopsias y el otro enseñaba a las comadronas que
atendían a las parturientas más pobres de Viena y que no estudiaba medicina.
Semmelweis vio que los estudiantes de Klein, sin mayor
tramité pasaban de la sala de autopsias a atender un parto, sin respetar las
más mínimas medidas de higiene, cuando es consabido que un cadáver es un
reguero de microbios, específicamente de miasmas de cualquier tipo. Las
consecuencias eran claras y evidentes. Los alumnos de Klein terminaban contagiando
a las parturientas y la cifra de muertes era de casi 10% por cada cien. No solo
eso, sino que la mortalidad de muchos niños de madres infectadas no sobrepasaba
cada diez niños el primer año de vida.
Semmelweis comenzó a hacer una cruzada en el Hospital
General de Viena para respetar esas normas de higiene mostrando las evidencias
que eso podía aminorar las muertes de las parturientas pidiéndole incluso al
todopoderoso doctor Klein que se lavara las manos e inculcase eso en sus
alumnos. Klein se opuso y frente a ese rechazo la insistencia de Semmelweiss
que era alguien muy vehemente e impulsivo, terminó haciendo que fuese despedido
del Hospital General de Viena. Es curioso el poder que tenían los mandarines en
los hospitales vieneses, pues Semmelweis tenía para sus sugerencias el apoyo de
Rokitansky y Skoda, otros mandamases del Hospital de origen húngaro, pero que
no tenían el peso de Klein.
Decepcionado y ya de retorno a Budapest, Semmelweis pudo
reubicarse en su tierra natal y comenzar a aplicar y propagar lo positivo que
era la higiene en la práctica clínica, pero igual vio que las reticencias eran
grandes. Quizó difundir los mismos hábitos en Europa enviando emisarios para
noticiar los beneficios de la higiene. Nada.
La desesperación de predicar en el desierto hizo que
Semmelweis se ensimismara y nutriese en forma más consistente sus
investigaciones, que al final se concretaron en un estudio sobre la fiebre
puerperal como consecuencia del contagio por falta de higiene.
Sin embargo las energías gastadas en su cruzada con sus
contundentes argumentos solo a medias escuchados, fueron minando la salud
mental de Semmelweis, quien tuvo que sufrir la pérdida de dos de sus menores
hijos a causa de contagios diversos. Eso era demasiado para este mártir de la
medicina. Poco a poco Semmelweis fue perdiendo la razón. Con un comportamiento
estrafalario trataba de difundir sus enseñanzas. Al final comenzó a delirar y
sus amigos optaron por llevarlo a Viena e internarlo en el Hospital General donde
falleció tres semanas después. Años después, Pasteur y Koch encontraron que
detrás del contagio había toda esta base microbiana que sin una mínima higiene
se podía transmitir y tener consecuencias fatales, mas aún en situaciones como
el parto. El reconocimiento a Semmelweis por lo mismo fue póstumo.
La loable labor de todos aquellos que nos protegen a nivel
sanitario y médico en esta dolorosa e interminable pandemia y las múltiples
precauciones que toman para no ser ellos mismos portadores de contagio es el
mejor tributo que se le puede rendir a un pionero de esa meticulosa higiene que
debe tener la práctica médica, cuyo pionero fue Semmelweis.