por Herbert Mujica Rojas
26-11-2007
El cojudo, patrimonio nacional
Poco más de treinta años atrás, Luis Felipe Angell, Sofocleto,
escribió el tomo I de su Enciclopedia de la Conducta Humana a la que
puso por título, Los cojudos. En efecto, como lo dicen sus irrisorias
y picantes líneas, de estos personajes estaba infestado el Perú de
entonces, el de siempre, hoy y hasta pareciera haber un sino que nos
avitualla de esa clase de bobos cual patrimonio nacional que crece en
los árboles.
Verbi gracia, los de esa secta pretenden en Defensa, más recursos para
consultorías (léase, pago de onanismos intelectuales a desempleados
amigotes) y los mismos que han destruido la moral de las FFAA
desvirtuando los genuinos conceptos de la defensa nacional adoptan las
huachafadas de seguridad cooperativa, núcleo básico eficaz, etc.,
están, por asentimiento del resto del país, ¡en el único sitio en que
no debían estar porque son quintacolumnas y trabajan contra el Perú!
Angell escribió con humor ácido pero bastante próximo a la crudeza
real de lo que significa la presencia de esos ejemplares en la cosa
pública. Leamos pues sus palabras y no nos llamemos a "escándalo"
hipócrita por lo que dice el escritor. (Herbert Mujica Rojas)
"Nadie se atrevería a sostener, por ejemplo, que la palabra "cojudo"
es de origen griego o que en algún remoto idioma quiere decir
"crepúsculo". No. Cojudo quiere decir cojudo, a secas. Y, si bien para
algún campesino español este vocablo sólo se refiere a un "animal no
castrado", en el Perú, por razones que algún día quedarán al
descubierto, casi diríamos que pertenece al patrimonio nacional.
Porque entre nosotros la palabra "cojudo" se ha sublimado hasta
alcanzar niveles sensoriales y características de ser vivo. Aquí en el
Perú la cojudez se respira, se huele, tiene color y temperatura,
dimensión, forma y hasta sabor, diría. Se lanza un "¡cojudo!" al aire
y es como si el idioma pusiera un huevo o pariera un "algo" capaz de
hablar, moverse, crecer y multiplicarse en miles y miles de otros
"cojudos" poliformos. Más allá del idioma, la cojudez nos penetró en
la sangre y, a través de ella, nos invadió el cerebro. Se nos hizo
indispensable para vivir, comunicarnos y resumir en sus tres sílabas
todo el contexto espiritual, social, intelectual y material de nuestro
pueblo. Poco a poco nos fuimos impregnando de cojudez en todas sus
posibilidades y variantes. Hicimos de ella un verbo, un adjetivo, un
sustantivo, un título, una marca de fábrica y una gallarda frontera
que separaba a los demás cojudos de nosotros. Sin darnos cuenta fuimos
elevando la cojudez al grado místico de abracadabra, de las varitas
mágicas, del curalotodo y de la penicilina verbal. Pronto el cojudeo
surgió como una de las profesiones liberales y como base inamovible de
nuestro ordenamiento sociológico. De la noche a la mañana comenzamos a
fabricar cojudos en serie, exportando a los más completos (muchos de
ellos a través del Servicio Diplomático) para infiltrar la cojudez en
los países vecinos, como hizo Inglaterra con China cuando introdujo el
opio para desmoralizarla. El clima, el aire, el mar de nuestras
costas, los microbios, el agua, el cielo e, inclusive, los rayos de la
Luna al cruzar por la atmósfera, todo se volvió cojudo en el Perú,
hasta que un día, de la manera más cojuda, comprendimos que no
teníamos alternativa ni salida.
¿Navegaríamos en la historia como una flotilla de cojudos a la vela?
No. Pero suicidarse era tan cojudo como seguir viviendo y sólo nos
quedaba la resignación, que es otra reverenda cojudez. También nos
quedaba el consuelo de acostumbrarnos a la idea de enfrentarnos a
ella, de aceptar la realidad y de cojudearnos los unos a los otros
proclamando ante la humanidad que éramos diferentes y originales....
Para esto era indispensable limpiar a la cojudez de toda implicancia
escatológica y elevar su condición folclórica a la categoría de
ciencia o filosofía social. Era necesario clasificar, definir,
organizar, remontarse hasta los orígenes etimológicos de "lo cojudo"
químicamente puro y legar ese estudio a las futuras generaciones, para
que nuestros nietos se fueran acostumbrando a la idea de ser unos
solemnes cojudos por los siglos de los siglos, amén. Esta es,
modestamente, la tarea asumida en el presente libro, que aspira a
convertirse en un volumen esencial para cualquier estudio
contemporáneo o futuro de la sociedad peruana. Esperemos que así sea.
De lo contrario, el autor habrá perdido su tiempo como un pobre y
triste cojudo". Los cojudos, Lima 1976, pp. 13-14-15