Crónicas
corovirales 9
I can’t breathe: el racismo estructural en
Estados Unidos
por Jorge
Smith Maguiña@ kokosmithm@hotmail.com
17-6-2020
“I can´t
breathe” (no puedo respirar) fueron algunas de las últimas palabras
pronunciadas por George Floyd, al ser asfixiado por un policía que durante casi
9 minutos, tenía su rodilla sobre su cuello causándole la muerte en
circunstancias en que ya se encontraba en el suelo, neutralizado y esposado.
Esas palabras desesperadas de Floyd, son sin duda las mismas y últimas palabras
que no pueden pronunciar, rodeados muchas veces de una inmensa soledad, los ya más de 103,000 norteamericanos que ya
han muerto en esta pandemia.
Este
penoso episodio, es una muestra de la persistencia del problema del racismo
estructural y que no han sabido resolver los Estados Unidos en casi 250 años de
independencia (que se cumplen en 2025) es lo peor que ha podido acontecerles en
medio de esta pandemia. Con un presidente como Trump, exacerbando en diversas
formas, con impulsivos twiteos todo tipo de brechas y en pocas palabras
metiendo leña al fuego en el tratamiento de los inmigrantes y otras minorías y
encima teniendo a la mayor parte de la prensa como enemiga, era de esperarse
que esto reventara de un momento a otro.
El último
caso que generó protestas, revueltas y saqueos de todo tipo fue en 1992, en Los
Angeles. Fue con el caso de Rodney King, cuando los policías que lo golpearon
salvajemente fueron absueltos, al final del proceso. Los personajes titulares
de estos dramas como el de Minneapolis, son parte de un libreto ya conocido y
es el tema de los abusos de la policía hacia los afroamericanos. Lo que ocurre,
es que de más en más, y con más frecuencia estos casos se han ido repitiendo
estos últimos tiempos. Han habido no solo excesos en el uso de la fuerza, sino
también muertes. En el mes de febrero Ahmaud Arbery fue muerto por dos
vigilantes en una situación todavía poco esclarecida y hacía pocas semanas una
mujer afroamericana Breona Taylor, fue herida de muerte por dos policías, que
allanaron por error su departamento.
Estas
“negligencias” son ya, demasiado frecuentes por decir lo menos. La prensa
evidentemente los releva, pero al agotarse estos hechos como noticia y con el
flujo incesante de información diversa, y mas aún con el tema de la pandemia
que ha estado copando todos los noticieros estos últimos meses, los abusos
policiales hacia los afroamericanos han pasado a segundo plano o al olvido.
Pero esta
vez, la gota colmó el vaso en forma excesiva, grotesca y fea. Prácticamente la
muerte de George Floyd, ha sido un asesinato a sangre fría. En pocas palabras
hemos asistido a un linchamiento, que era lo que hacían los fanáticos del ku
klux klan, cuando de tiempo en tiempo, sin razón alguna cogían a un
afroamericano y lo ponían en una hoguera y le prendían fuego. Esta vez no hubo
fuego sino la sangre fría del policía Derek Chauvin, que con la presencia
pasiva de otros tres policías, que evidentemente sabían lo que estaba
ocurriendo, dejaron que se extinguiese la vida de Floyd.
La
grotesca situación fue filmada por varios pasantes desde diversos ángulos y
cuando las imágenes salieron a la luz, un país ya traumatizado por las muertes
y el miedo al contagio del coronavirus, no podía creer lo que veían sus ojos. Sí,
eso estaba ocurriendo en los Estados Unidos, en vivo y con testigos. No bajo un
gobierno totalitario sino en el país que se vende a sí mismo, como el país
donde “ni el presidente se salva de la ley”, un país donde pretendidamente solo
basta ser un “hard worker”(ser muy trabajador) para lograr por lo menos en
parte, lo que se denomina el sueño americano.
Esas
imágenes de la agonía y la muerte de George Floyd, de una muerte absurda y
evitable, creo que han destruido para siempre la imagen un poco ingenua que
muchos tienen de los Estados Unidos. Un país excepcional en muchos aspectos y
que ha tenido en un lapso relativamente corto de tiempo un destino portentoso.
Es un país, formado por un pueblo hacendoso, sencillo y generoso, con un
aparente “melting pot” (crisol de razas) consolidado, pero donde algunos
núcleos de la gente de raza blanca, han querido mantener siempre una especie de
supremacía.
En los
Estados Unidos poco a poco, después de la guerra civil, se fue consolidando una
estructura social flexible y porosa que siempre aplaudió la iniciativa y el éxito
individual, algo típico en un país de pioneros, pero al mismo tiempo se fueron
consolidando también una serie de iniquidades, bolsones de segregación racial
que todavía no han sido extirpados totalmente. Estas brechas muchas veces
invisibles son de diversos tipos, son parte del sistema y hasta cierto punto
son el sistema mismo y por su banalización la gente los fue aceptando como algo
natural. En estas condiciones, las diversas formas que tenía o tiene la
segregación racial, eran algo así como el polvo que se barría bajo la alfombra,
y que de tiempo en tiempo, cual un volcán, explotaban con sus fisuras grotescas
y contundentes. Hay muchos responsables de esto, pero la responsabilidad es de
los políticos sobre todo, que no lograron dar leyes realistas para terminar con
la lacra de la segregación y eso que han transcurrido, casi 150 años de bonanza
económica casi ininterrumpida después de la Guerra Civil, salvo la recesión de
1929 y sus consecuencias.
El
desarrollo económico de los Estados Unidos, con algunos altos y bajos, se
convirtió sobre todo en la segunda mitad del siglo XX, en el referente de todos
los países que querían tener un desarrollo económico como el de ellos, con su
nivel de ingresos y de consumo envidiable, su alta tecnología y su industria
del entretenimiento. Todo esto siempre ha atraído como un imán a inmigrantes de
todo el mundo.
El
encuentro de George Floyd y el policía Derek Chauvin era el encuentro de los
dos eslabones extremos del sistema norteamericano. El policía que es el último
eslabón para defender el orden establecido y está empoderado para imponer el
imperio de la ley a cualquier precio y por otro lado, el otro extremo de la
escala social, el ciudadano negro sin trabajo, pues había sido licenciado por
los recortes laborales en las empresas a causa de la pandemia.
La
responsable de una tienda a la cual fue a comprar que no quiso recibirle un
billete que le parecía falsificado y con el cual Floyd quería pagar una compra,
llamó a la policía y allí comenzó el drama. Hubo un uso indebido y excesivo de
la fuerza, desproporcionado para el pretendido delito de tratar de pagar con un
billete falso. Pero la consecuencia fue su muerte y que se produjo en
condiciones grotescas. De no haberla habido, quizás no hubiese quedado ni
registro policial, ni periodístico de los hechos.
El hecho
ocurrió en Minneapolis, en el estado de Minnesota. Este estado tiene el curioso
apelativo de ser sede del MINNESOTA PARADOX. La paradoja que consiste en el
hecho de que aún si Minnesota es un estado donde los ciudadanos tienen ingresos
relativamente altos, aun para los estándares de los Estados Unidos, el hecho de
que sus habitantes tengan una larga esperanza de vida, de que actualmente sea
sede de muchas y florecientes empresas e industrias y que también tenga una
envidiable vida cultural e instituciones educativas de calidad, dicho estado
tiene justamente algunas de las brechas más pronunciadas cuando se compara la
situación de la población blanca con la población afroamericana.
En el
caso del estado de Minnesota, por ejemplo de los habitantes blancos 75% de
ellos son propietarios y solo 23% de los afroamericanos lo son, y que lo que
podríamos llamar pobreza toca allí a solo 7% de los blancos y a 32% de los
afroamericanos y en las actuales circunstancias de cierre de empresas y una
reactivación de actividades laborales que solo se inicia tímidamente la
desproporción en el desempleo entre blancos y negros es flagrante.
En un
contexto de pandemia, donde las víctimas ya rebasan los 110,000 y el desempleo
ya toca por lo menos a más de 40 millones de norteamericanos, nos encontramos
frente a un contexto explosivo, donde cualquier chispa puede hacer incendiar la
pradera y es lo que ha ocurrido. En un contexto como el actual de crisis
sanitaria y económica, a la desigualdad de oportunidades se agrega justamente
la segregación. Una cosa alimenta a la otra indistintamente.
En
Minnesota como en muchos lugares de Estados Unidos, si eres afroamericano
tendrás menos posibilidades de obtener un crédito, y estarás por lo mismo
limitado para avanzar como emprendedor, si quieres comprar una casa en tal
lugar o un condominio tendrás que pasar por la aprobación de los otros vecinos.
Siempre llevas las de perder.
La nueva
Ley de Derechos Civiles (Civil Rights Act) que fue firmada por el presidente
Lyndon Johnson en 1964, no disminuyó en mucho la segregación estructural que ha
persistido en los Estados Unidos los últimos mas de 65 años después de esa
fecha. La situación fue siempre tensa aún inmediatamente después de 1964. Las
leyes que vinieron y no se implementaron debidamente dejaron muchos hilos que quedaron en el aire, Siempre
han habido protestas, revueltas y excesos. No olvidemos que la muerte de Martin
Luther King Jr. en 1968, que dio lugar a mas de 130 movimientos de protesta y
que sumaron unos 100 en la misma semana de su asesinato.
El mismo
pastor Luther King era un apóstol del pacifismo y quería que los logros
paciente y dolorosamente alcanzados por la población de color de los Estados
Unidos no se perdiesen a causa de grupos intransigentes y revoltosos.
Lamentablemente los cambios radicales no se dieron y el racismo sistémico se
fue consolidando en los Estados Unidos. Comenzaron a haber igualdad de
oportunidades en muchos campos para los afroamericanos, acceso a cargos en la
corte suprema, elección de diputados y senadores, de alcaldes elegidos en la
mayor parte de las grandes ciudades, altos cargos en las universidades y una
presencia muy visible de ciudadanos negros en la industria del entretenimiento,
pero el ciudadano de a pie siguió siendo objeto de esa segregación en el
sistema.
El
presidente Obama con su habitual lucidez y con palabras dolorosas lo ha
manifestado al pronunciarse después del grotesco episodio de Minneapolis. Sus
palabras son claras: “Para millones de norteamericanos, el ser tratados en una
diferente manera a causa de su raza, es una constatación trágica y dolorosa. En
pocas palabras es lo “normal” tener que sufrir discriminaciones entres campos
específicos a) Cuando se solicita algún servicio de salud; b) Cuando hay que
hacer algún procedimiento en el sistema criminal de justicia y; c) cuando
simplemente estás ejerciendo tu derecho de pasearte por un parque”.
En toda
ocasión si eres afroamericano eres sujeto a prejuicios o eres sospechoso de
algo. La sociedad te condena por adelantado.
Esto en
el plano del comportamiento policial poco a poco se ha ido consolidando y con
algunas modificaciones ha dado incluso lugar a la teoría de la “inmunidad
calificada” que de alguna manera, le permite a la policía ser protegida de
cualquier abuso en el ejercicio de su actividad. Una decisión de la Corte
Suprema dada en 1967, sostiene que si un policía comete un abuso, no lo hace de
mala fe. Además dicha decisión pretendía que los policías deberían de ser
protegidos de acusaciones penales sin fundamente alguno.
Ellos
mismos, los policías tienen un espíritu de cuerpo, si algunos de ellos comete
algún abuso. Es una concepción perversa y mal comprendida de lo que se denomina
“law and order” (ley y orden), que ya había enarbolado el presidente Nixon hace
unos 50 años, pero que no defendía con la intransigencia de Trump, que ha ido
incluso a la desfachatez de querer imponer el orden en las calles de los
Estados Unidos con el ejército, ganándose la oposición explícita de muchos
gobernadores y no pocos militares, entre los cuales, su propio ministro de
defensa.
Esta
situación de violencia represiva no es monopolio de la policía de los Estados
Unidos. En países como en Perú ha habido hasta violaciones en comisarías y las
cosas han quedado en nada. Un arresto de algunos días, una separación del cargo
al pretendido policía culpable o un envío por algún tiempo a un distrito
perdido por un tiempo y las cosas continúan como antes. Si hay excesos de algún
tipo, lo usual en algunos casos es que el ministro vaya a dar las explicaciones
al Congreso y allí terminan las cosas, y la velocidad con que transcurren los
eventos hace que la gente se distraiga en otras cosas.
Casos de
homicidio racial como el ocurrido con el asesinato de George Floyd en
Minneapolis son raros en América Latina, pero tenemos un equivalente grotesco a
esos crímenes raciales, como lo son los feminicidios, en los cuales es el poder
judicial que es vaporoso y no castiga con la celeridad y con el rigor que se
debiese dichos crímenes contra las mujeres y que en Perú han alcanzado
proporciones epidémicas.
“NO
JUSTICE, NO PEACE” (Sin justicia, no
habrá paz) es lo que dicen muchas de las pancartas en las más de una docena de
ciudades de los Estados Unidos en que ha habido a causa de la muerte de George Floyd,
revueltas de todo tipo, algunas mas graves que las otras y dado el contexto de
penuria económica con su agregado de saqueos y con su componente de rabia de
incendio de comisarías, vehículos policiales y daño a la propiedad privada. La
mayor parte de las veces sin embargo han sido marchas pacíficas y lo
sorprendente esta vez, era que no solo había población negra, sino también
mucha gente blanca, jóvenes sobre todo y también muchas mujeres.
Lo que
está ocurriendo es una conciencia generalizada del hartazgo, de una sociedad
que cree que se puede vivir indefinidamente contradicciones flagrantes, con una
moral doble y valores caducos que ya no dan para más. La doctrina de la
inmunidad calificada ya no es digerible, sobre todo cuando frente a lo grotesco
de un crimen racial se tarda en dar una medida correctiva. Eso desata una
cadena de violencia que está lejos de terminar y que contamina otros ámbitos.
El
viernes 29 fue un día que será recordado por muchos episodios inéditos. Una
multitud enfurecida quiso enfrentarse a la policía frente a las mismas rejas de
la Casa Blanca en Washington, y ya en la mañana, en Minneapolis, un reportero
de CNN había sido detenido por algunas horas, aun cuando tenía todas sus
credenciales. En la tarde de ese mismo día por paradojas de la vida un grupo de
policías se refugió en las instalaciones principales de CNN en Atlanta,
mientras una turba encolerizada rompía los vidrios y lanzaba objetos contra los
policías y quienes se encontraban dentro del edificio.
Ese 29 de
mayo estábamos literalmente frente al espectáculo de cómo se desmoronan poco a
poco, algunas legitimidades, que han tomado decenios en construirse. Los
ejemplos no podían ser mas claros: Un periodista arrestado sin razón alguna y
por otro lado la gente apedreando y rompiéndole lunas a CNN, que de alguna
manera con el New York Times y el Washington Post, son los baluartes de la
libertad de prensa. Esa era una muestra palpable que los ciudadanos de más en
más no se sienten realmente protegidos por los policías, pero también desconfían
de la prensa y qué decir, se sienten desprotegidos por el poder judicial.
Estábamos asistiendo en vivo al desmoronamiento de algunos de los valores
esenciales en que se sustentan las democracias.
En horas
de la tarde del viernes 29, también el asesino de Floyd, el policía Derek
Chauvin fue hecho prisionero y se le hizo una acusación por crimen en tercer
grado. Nadie estuvo contento con esa acusación, que de alguna manera doraba la
píldora y era una prueba flagrante de la “inmunidad calificada”. Muchos decían
que si la víctima hubiese sido un blanco, habría sido detenido inmediatamente y
no días después. Además la acusación, excluía a los otros tres policías que
habían sido testigos de la acción criminal de Chauvin, que asfixió hasta
matarlo a Floyd. Todos pedían que se levantasen también cargos contra ellos y
desde ya, que fuesen separados de sus puestos. Lo que los manifestantes pedían
también era que se subiese de rango la acusación, que se considerase homicidio
de segundo o primer grado.
Como
vemos, el sistema con sus diversas grietas se encuentra esta vez arrinconado y
mordiéndose la cola. La gente está harta en los Estados Unidos y en cualquier
parte, que con leguleyadas procesalistas o triquiñuelas jurídicas, aquél que
consiga un buen abogado puede pagar la caución o puede quedar libre. La prueba
de la dudosa legitimidad del sistema es que sin medir las consecuencias de su
decisión el juez pidió a Chauvin una caución equivalente a los 500,000 dólares.
No es una suma excesiva en los Estados Unidos y por lo mismo hubiese podido ser
puesto en libertad. Por paradoja ese mismo viernes 29 de mayo, se lanzó al
espacio por primera vez un cohete tripulado en una operación financiada
totalmente por iniciativas privadas. Esto se hizo incluso con la presencia del
presidente Trump. Esto abre las puertas para el esperado turismo espacial. Es
prueba también de la vitalidad del emprendimiento privado y del avance
tecnológico de esta gran nación que son los Estados Unidos y que tiene la gran
virtud de reinventarse, pero que mientras no resuelva ese racismo sistémico que
arrastra, difícilmente llegará a ser el país en el que soñaron los padres
fundadores Washington y Jefferson y con más precisión Lincoln y Roosevelt.
Hace
algunos años, asistí en Filadelfia, a un evento donde la oradora principal fue
Angela Davis. Había leído sus memorias y algunos libros de ella y conocía la
trayectoria de esta extraordinaria mujer, que ya era una celebridad a los 26
años. Ella, brillante estudiante, había iniciado su tesis doctoral con Theodor
Adorno y fue asesorada después nada menos que por Herbert Marcuse, en suma dos
de los mas lúcidos exponentes de la llamada escuela de Frankfurt, gracias a
cuyas tesis hemos podido descubrir mejor, cómo detrás de las formas
rimbombantes y de la vacuidad bulliciosa de la modernidad, se esconden las
grietas profundas que se perennizan en la sociedad occidental sobre todo. La
gran Angela Davis se había nutrido de todo esto, pero mujer de acción por sobre
todo, se convirtió en una activista política apoyando las reivindicaciones de
todo tipo, desde los derechos civiles, los derechos de las mujeres, las
minorías y la lucha contra la segregación racial en todas su formas.
Al
terminar la conferencia, al verla pasar a unos metros de donde me encontraba,
veía la increíble seguridad y simpatía que irradiaba esta mujer que en su
juventud deslumbraba por su rara belleza, sumada a su exquisitez intelectual.
Ella, a quien le habían dedicado canciones los Rolling Stones y John Lennon y
también Pablo Milanés, tenía una presencia especial y caminaba como una estatua
viviente, entre los jóvenes negros, que la miraban con ojos llenos de
admiración, todos querían estar lo más cerca de ella, estrecharle la mano o por
lo menos tocarla.
Ese mismo
viernes 29 de mayo, mientras veía sorprendido lo que estaba ocurriendo en los Estados
Unidos, me preguntaba qué estaría pensando Angela Davis de estos
acontecimientos y recordé que en algún momento en aquella conferencia en Filadelfia ella dijo esas
palabras hoy tan actuales. “Solo tendremos paz racial algún día, si hay
justicia”. Recordé también y volví a leer, aquella carta abierta, que cuando
Angela Davis fue llevada a la prisión en 1970, hace ya 50 años, le escribió el
gran escritor afroamericano James Baldwin. De esa carta transcribo los últimos
tres párrafos y que dadas las actuales circunstancias en su desgarradora
lucidez, muestra el drama, todavía perenne de la segregación racial:
“Sabemos
que nosotros, los negros, y no solo nosotros, los negros, hemos sido y somos
víctimas de un sistema cuyo único combustible es la avaricia, cuyo único dios
es la ganancia. Sabemos que los frutos de este sistema han sido la
ignorancia, la desesperación y la muerte, y sabemos que el sistema está
condenado porque el mundo ya no puede permitírselo, si es que alguna vez podría
haberlo hecho. Y sabemos que, para la perpetuación de este sistema, todos
nosotros hemos sido brutalmente golpeados y no nos han contado más que
mentiras, mentiras sobre nosotros, nuestros parientes y nuestro pasado, y sobre
el amor, la vida y la muerte. Es como si desde el inicio, nuestra alma y
nuestro cuerpo, hubiesen estado atados al infierno.
La enorme
revolución en la conciencia negra que ha ocurrido en tu generación, mi querida
Angela, significa el principio o el fin de los Estados Unidos de
América. Algunos de nosotros, blancos y negros, sabemos cuán alto es el
precio que ya se ha pagado para crear una nueva conciencia, un nuevo pueblo,
una nación sin precedentes. Si sabemos y no hacemos nada, somos peores que
los asesinos contratados en nuestro nombre.
Si somos
verdaderamente conscientes de esto, entonces debemos luchar por tu vida como si
fuera la nuestra, y por lo mismo impedir con
nuestros cuerpos que te lleven por el corredor hacia la cámara de
gas. Porque, si te llevan a ti por la mañana, vendrán a llevarnos a
nosotros también esa misma noche.”