Wednesday, June 17, 2020

I can’t breathe: el racismo estructural en Estados Unidos


Crónicas corovirales 9

I can’t breathe: el racismo estructural en Estados Unidos
por Jorge Smith Maguiña@ kokosmithm@hotmail.com

17-6-2020

“I can´t breathe” (no puedo respirar) fueron algunas de las últimas palabras pronunciadas por George Floyd, al ser asfixiado por un policía que durante casi 9 minutos, tenía su rodilla sobre su cuello causándole la muerte en circunstancias en que ya se encontraba en el suelo, neutralizado y esposado. Esas palabras desesperadas de Floyd, son sin duda las mismas y últimas palabras que no pueden pronunciar, rodeados muchas veces de una inmensa soledad,  los ya más de 103,000 norteamericanos que ya han muerto en esta pandemia.

Este penoso episodio, es una muestra de la persistencia del problema del racismo estructural y que no han sabido resolver los Estados Unidos en casi 250 años de independencia (que se cumplen en 2025) es lo peor que ha podido acontecerles en medio de esta pandemia. Con un presidente como Trump, exacerbando en diversas formas, con impulsivos twiteos todo tipo de brechas y en pocas palabras metiendo leña al fuego en el tratamiento de los inmigrantes y otras minorías y encima teniendo a la mayor parte de la prensa como enemiga, era de esperarse que esto reventara de un momento a otro.

El último caso que generó protestas, revueltas y saqueos de todo tipo fue en 1992, en Los Angeles. Fue con el caso de Rodney King, cuando los policías que lo golpearon salvajemente fueron absueltos, al final del proceso. Los personajes titulares de estos dramas como el de Minneapolis, son parte de un libreto ya conocido y es el tema de los abusos de la policía hacia los afroamericanos. Lo que ocurre, es que de más en más, y con más frecuencia estos casos se han ido repitiendo estos últimos tiempos. Han habido no solo excesos en el uso de la fuerza, sino también muertes. En el mes de febrero Ahmaud Arbery fue muerto por dos vigilantes en una situación todavía poco esclarecida y hacía pocas semanas una mujer afroamericana Breona Taylor, fue herida de muerte por dos policías, que allanaron por error su departamento.

Estas “negligencias” son ya, demasiado frecuentes por decir lo menos. La prensa evidentemente los releva, pero al agotarse estos hechos como noticia y con el flujo incesante de información diversa, y mas aún con el tema de la pandemia que ha estado copando todos los noticieros estos últimos meses, los abusos policiales hacia los afroamericanos han pasado a segundo plano o al olvido.

Pero esta vez, la gota colmó el vaso en forma excesiva, grotesca y fea. Prácticamente la muerte de George Floyd, ha sido un asesinato a sangre fría. En pocas palabras hemos asistido a un linchamiento, que era lo que hacían los fanáticos del ku klux klan, cuando de tiempo en tiempo, sin razón alguna cogían a un afroamericano y lo ponían en una hoguera y le prendían fuego. Esta vez no hubo fuego sino la sangre fría del policía Derek Chauvin, que con la presencia pasiva de otros tres policías, que evidentemente sabían lo que estaba ocurriendo, dejaron que se extinguiese la vida de Floyd.

La grotesca situación fue filmada por varios pasantes desde diversos ángulos y cuando las imágenes salieron a la luz, un país ya traumatizado por las muertes y el miedo al contagio del coronavirus, no podía creer lo que veían sus ojos. Sí, eso estaba ocurriendo en los Estados Unidos, en vivo y con testigos. No bajo un gobierno totalitario sino en el país que se vende a sí mismo, como el país donde “ni el presidente se salva de la ley”, un país donde pretendidamente solo basta ser un “hard worker”(ser muy trabajador) para lograr por lo menos en parte, lo que se denomina el sueño americano.

Esas imágenes de la agonía y la muerte de George Floyd, de una muerte absurda y evitable, creo que han destruido para siempre la imagen un poco ingenua que muchos tienen de los Estados Unidos. Un país excepcional en muchos aspectos y que ha tenido en un lapso relativamente corto de tiempo un destino portentoso. Es un país, formado por un pueblo hacendoso, sencillo y generoso, con un aparente “melting pot” (crisol de razas) consolidado, pero donde algunos núcleos de la gente de raza blanca, han querido mantener siempre una especie de supremacía.

En los Estados Unidos poco a poco, después de la guerra civil, se fue consolidando una estructura social flexible y porosa que siempre aplaudió la iniciativa y el éxito individual, algo típico en un país de pioneros, pero al mismo tiempo se fueron consolidando también una serie de iniquidades, bolsones de segregación racial que todavía no han sido extirpados totalmente. Estas brechas muchas veces invisibles son de diversos tipos, son parte del sistema y hasta cierto punto son el sistema mismo y por su banalización la gente los fue aceptando como algo natural. En estas condiciones, las diversas formas que tenía o tiene la segregación racial, eran algo así como el polvo que se barría bajo la alfombra, y que de tiempo en tiempo, cual un volcán, explotaban con sus fisuras grotescas y contundentes. Hay muchos responsables de esto, pero la responsabilidad es de los políticos sobre todo, que no lograron dar leyes realistas para terminar con la lacra de la segregación y eso que han transcurrido, casi 150 años de bonanza económica casi ininterrumpida después de la Guerra Civil, salvo la recesión de 1929 y sus consecuencias.

El desarrollo económico de los Estados Unidos, con algunos altos y bajos, se convirtió sobre todo en la segunda mitad del siglo XX, en el referente de todos los países que querían tener un desarrollo económico como el de ellos, con su nivel de ingresos y de consumo envidiable, su alta tecnología y su industria del entretenimiento. Todo esto siempre ha atraído como un imán a inmigrantes de todo el mundo.

El encuentro de George Floyd y el policía Derek Chauvin era el encuentro de los dos eslabones extremos del sistema norteamericano. El policía que es el último eslabón para defender el orden establecido y está empoderado para imponer el imperio de la ley a cualquier precio y por otro lado, el otro extremo de la escala social, el ciudadano negro sin trabajo, pues había sido licenciado por los recortes laborales en las empresas a causa de la pandemia.

La responsable de una tienda a la cual fue a comprar que no quiso recibirle un billete que le parecía falsificado y con el cual Floyd quería pagar una compra, llamó a la policía y allí comenzó el drama. Hubo un uso indebido y excesivo de la fuerza, desproporcionado para el pretendido delito de tratar de pagar con un billete falso. Pero la consecuencia fue su muerte y que se produjo en condiciones grotescas. De no haberla habido, quizás no hubiese quedado ni registro policial, ni periodístico de los hechos.

El hecho ocurrió en Minneapolis, en el estado de Minnesota. Este estado tiene el curioso apelativo de ser sede del MINNESOTA PARADOX. La paradoja que consiste en el hecho de que aún si Minnesota es un estado donde los ciudadanos tienen ingresos relativamente altos, aun para los estándares de los Estados Unidos, el hecho de que sus habitantes tengan una larga esperanza de vida, de que actualmente sea sede de muchas y florecientes empresas e industrias y que también tenga una envidiable vida cultural e instituciones educativas de calidad, dicho estado tiene justamente algunas de las brechas más pronunciadas cuando se compara la situación de la población blanca con la población afroamericana.

En el caso del estado de Minnesota, por ejemplo de los habitantes blancos 75% de ellos son propietarios y solo 23% de los afroamericanos lo son, y que lo que podríamos llamar pobreza toca allí a solo 7% de los blancos y a 32% de los afroamericanos y en las actuales circunstancias de cierre de empresas y una reactivación de actividades laborales que solo se inicia tímidamente la desproporción en el desempleo entre blancos y negros  es flagrante.

En un contexto de pandemia, donde las víctimas ya rebasan los 110,000 y el desempleo ya toca por lo menos a más de 40 millones de norteamericanos, nos encontramos frente a un contexto explosivo, donde cualquier chispa puede hacer incendiar la pradera y es lo que ha ocurrido. En un contexto como el actual de crisis sanitaria y económica, a la desigualdad de oportunidades se agrega justamente la segregación. Una cosa alimenta a la otra indistintamente.

En Minnesota como en muchos lugares de Estados Unidos, si eres afroamericano tendrás menos posibilidades de obtener un crédito, y estarás por lo mismo limitado para avanzar como emprendedor, si quieres comprar una casa en tal lugar o un condominio tendrás que pasar por la aprobación de los otros vecinos. Siempre llevas las de perder.

La nueva Ley de Derechos Civiles (Civil Rights Act) que fue firmada por el presidente Lyndon Johnson en 1964, no disminuyó en mucho la segregación estructural que ha persistido en los Estados Unidos los últimos mas de 65 años después de esa fecha. La situación fue siempre tensa aún inmediatamente después de 1964. Las leyes que vinieron y no se implementaron debidamente dejaron  muchos hilos que quedaron en el aire, Siempre han habido protestas, revueltas y excesos. No olvidemos que la muerte de Martin Luther King Jr. en 1968, que dio lugar a mas de 130 movimientos de protesta y que sumaron unos 100 en la misma semana de su asesinato.

El mismo pastor Luther King era un apóstol del pacifismo y quería que los logros paciente y dolorosamente alcanzados por la población de color de los Estados Unidos no se perdiesen a causa de grupos intransigentes y revoltosos. Lamentablemente los cambios radicales no se dieron y el racismo sistémico se fue consolidando en los Estados Unidos. Comenzaron a haber igualdad de oportunidades en muchos campos para los afroamericanos, acceso a cargos en la corte suprema, elección de diputados y senadores, de alcaldes elegidos en la mayor parte de las grandes ciudades, altos cargos en las universidades y una presencia muy visible de ciudadanos negros en la industria del entretenimiento, pero el ciudadano de a pie siguió siendo objeto de esa segregación en el sistema.

El presidente Obama con su habitual lucidez y con palabras dolorosas lo ha manifestado al pronunciarse después del grotesco episodio de Minneapolis. Sus palabras son claras: “Para millones de norteamericanos, el ser tratados en una diferente manera a causa de su raza, es una constatación trágica y dolorosa. En pocas palabras es lo “normal” tener que sufrir discriminaciones entres campos específicos a) Cuando se solicita algún servicio de salud; b) Cuando hay que hacer algún procedimiento en el sistema criminal de justicia y; c) cuando simplemente estás ejerciendo tu derecho de pasearte por un parque”.

En toda ocasión si eres afroamericano eres sujeto a prejuicios o eres sospechoso de algo. La sociedad te condena por adelantado.

Esto en el plano del comportamiento policial poco a poco se ha ido consolidando y con algunas modificaciones ha dado incluso lugar a la teoría de la “inmunidad calificada” que de alguna manera, le permite a la policía ser protegida de cualquier abuso en el ejercicio de su actividad. Una decisión de la Corte Suprema dada en 1967, sostiene que si un policía comete un abuso, no lo hace de mala fe. Además dicha decisión pretendía que los policías deberían de ser protegidos de acusaciones penales sin fundamente alguno.

Ellos mismos, los policías tienen un espíritu de cuerpo, si algunos de ellos comete algún abuso. Es una concepción perversa y mal comprendida de lo que se denomina “law and order” (ley y orden), que ya había enarbolado el presidente Nixon hace unos 50 años, pero que no defendía con la intransigencia de Trump, que ha ido incluso a la desfachatez de querer imponer el orden en las calles de los Estados Unidos con el ejército, ganándose la oposición explícita de muchos gobernadores y no pocos militares, entre los cuales, su propio ministro de defensa.

Esta situación de violencia represiva no es monopolio de la policía de los Estados Unidos. En países como en Perú ha habido hasta violaciones en comisarías y las cosas han quedado en nada. Un arresto de algunos días, una separación del cargo al pretendido policía culpable o un envío por algún tiempo a un distrito perdido por un tiempo y las cosas continúan como antes. Si hay excesos de algún tipo, lo usual en algunos casos es que el ministro vaya a dar las explicaciones al Congreso y allí terminan las cosas, y la velocidad con que transcurren los eventos hace que la gente se distraiga en otras cosas.
                                                                                                       
Casos de homicidio racial como el ocurrido con el asesinato de George Floyd en Minneapolis son raros en América Latina, pero tenemos un equivalente grotesco a esos crímenes raciales, como lo son los feminicidios, en los cuales es el poder judicial que es vaporoso y no castiga con la celeridad y con el rigor que se debiese dichos crímenes contra las mujeres y que en Perú han alcanzado proporciones epidémicas.

“NO JUSTICE, NO PEACE”  (Sin justicia, no habrá paz) es lo que dicen muchas de las pancartas en las más de una docena de ciudades de los Estados Unidos en que ha habido a causa de la muerte de George Floyd, revueltas de todo tipo, algunas mas graves que las otras y dado el contexto de penuria económica con su agregado de saqueos y con su componente de rabia de incendio de comisarías, vehículos policiales y daño a la propiedad privada. La mayor parte de las veces sin embargo han sido marchas pacíficas y lo sorprendente esta vez, era que no solo había población negra, sino también mucha gente blanca, jóvenes sobre todo y también muchas mujeres.

Lo que está ocurriendo es una conciencia generalizada del hartazgo, de una sociedad que cree que se puede vivir indefinidamente contradicciones flagrantes, con una moral doble y valores caducos que ya no dan para más. La doctrina de la inmunidad calificada ya no es digerible, sobre todo cuando frente a lo grotesco de un crimen racial se tarda en dar una medida correctiva. Eso desata una cadena de violencia que está lejos de terminar y que contamina otros ámbitos.
                                                                 
El viernes 29 fue un día que será recordado por muchos episodios inéditos. Una multitud enfurecida quiso enfrentarse a la policía frente a las mismas rejas de la Casa Blanca en Washington, y ya en la mañana, en Minneapolis, un reportero de CNN había sido detenido por algunas horas, aun cuando tenía todas sus credenciales. En la tarde de ese mismo día por paradojas de la vida un grupo de policías se refugió en las instalaciones principales de CNN en Atlanta, mientras una turba encolerizada rompía los vidrios y lanzaba objetos contra los policías y quienes se encontraban dentro del edificio.

Ese 29 de mayo estábamos literalmente frente al espectáculo de cómo se desmoronan poco a poco, algunas legitimidades, que han tomado decenios en construirse. Los ejemplos no podían ser mas claros: Un periodista arrestado sin razón alguna y por otro lado la gente apedreando y rompiéndole lunas a CNN, que de alguna manera con el New York Times y el Washington Post, son los baluartes de la libertad de prensa. Esa era una muestra palpable que los ciudadanos de más en más no se sienten realmente protegidos por los policías, pero también desconfían de la prensa y qué decir, se sienten desprotegidos por el poder judicial. Estábamos asistiendo en vivo al desmoronamiento de algunos de los valores esenciales en que se sustentan las democracias.   
                                                                                                
En horas de la tarde del viernes 29, también el asesino de Floyd, el policía Derek Chauvin fue hecho prisionero y se le hizo una acusación por crimen en tercer grado. Nadie estuvo contento con esa acusación, que de alguna manera doraba la píldora y era una prueba flagrante de la “inmunidad calificada”. Muchos decían que si la víctima hubiese sido un blanco, habría sido detenido inmediatamente y no días después. Además la acusación, excluía a los otros tres policías que habían sido testigos de la acción criminal de Chauvin, que asfixió hasta matarlo a Floyd. Todos pedían que se levantasen también cargos contra ellos y desde ya, que fuesen separados de sus puestos. Lo que los manifestantes pedían también era que se subiese de rango la acusación, que se considerase homicidio de segundo o primer grado.

Como vemos, el sistema con sus diversas grietas se encuentra esta vez arrinconado y mordiéndose la cola. La gente está harta en los Estados Unidos y en cualquier parte, que con leguleyadas procesalistas o triquiñuelas jurídicas, aquél que consiga un buen abogado puede pagar la caución o puede quedar libre. La prueba de la dudosa legitimidad del sistema es que sin medir las consecuencias de su decisión el juez pidió a Chauvin una caución equivalente a los 500,000 dólares. No es una suma excesiva en los Estados Unidos y por lo mismo hubiese podido ser puesto en libertad. Por paradoja ese mismo viernes 29 de mayo, se lanzó al espacio por primera vez un cohete tripulado en una operación financiada totalmente por iniciativas privadas. Esto se hizo incluso con la presencia del presidente Trump. Esto abre las puertas para el esperado turismo espacial. Es prueba también de la vitalidad del emprendimiento privado y del avance tecnológico de esta gran nación que son los Estados Unidos y que tiene la gran virtud de reinventarse, pero que mientras no resuelva ese racismo sistémico que arrastra, difícilmente llegará a ser el país en el que soñaron los padres fundadores Washington y Jefferson y con más precisión Lincoln y Roosevelt.
 
Hace algunos años, asistí en Filadelfia, a un evento donde la oradora principal fue Angela Davis. Había leído sus memorias y algunos libros de ella y conocía la trayectoria de esta extraordinaria mujer, que ya era una celebridad a los 26 años. Ella, brillante estudiante, había iniciado su tesis doctoral con Theodor Adorno y fue asesorada después nada menos que por Herbert Marcuse, en suma dos de los mas lúcidos exponentes de la llamada escuela de Frankfurt, gracias a cuyas tesis hemos podido descubrir mejor, cómo detrás de las formas rimbombantes y de la vacuidad bulliciosa de la modernidad, se esconden las grietas profundas que se perennizan en la sociedad occidental sobre todo. La gran Angela Davis se había nutrido de todo esto, pero mujer de acción por sobre todo, se convirtió en una activista política apoyando las reivindicaciones de todo tipo, desde los derechos civiles, los derechos de las mujeres, las minorías y la lucha contra la segregación racial en todas su formas.

Al terminar la conferencia, al verla pasar a unos metros de donde me encontraba, veía la increíble seguridad y simpatía que irradiaba esta mujer que en su juventud deslumbraba por su rara belleza, sumada a su exquisitez intelectual. Ella, a quien le habían dedicado canciones los Rolling Stones y John Lennon y también Pablo Milanés, tenía una presencia especial y caminaba como una estatua viviente, entre los jóvenes negros, que la miraban con ojos llenos de admiración, todos querían estar lo más cerca de ella, estrecharle la mano o por lo menos tocarla.
                                                                                          
Ese mismo viernes 29 de mayo, mientras veía sorprendido lo que estaba ocurriendo en los Estados Unidos, me preguntaba qué estaría pensando Angela Davis de estos acontecimientos y recordé que en algún momento en aquella  conferencia en Filadelfia ella dijo esas palabras hoy tan actuales. “Solo tendremos paz racial algún día, si hay justicia”. Recordé también y volví a leer, aquella carta abierta, que cuando Angela Davis fue llevada a la prisión en 1970, hace ya 50 años, le escribió el gran escritor afroamericano James Baldwin. De esa carta transcribo los últimos tres párrafos y que dadas las actuales circunstancias en su desgarradora lucidez, muestra el drama, todavía perenne de la segregación racial:

“Sabemos que nosotros, los negros, y no solo nosotros, los negros, hemos sido y somos víctimas de un sistema cuyo único combustible es la avaricia, cuyo único dios es la ganancia. Sabemos que los frutos de este sistema han sido la ignorancia, la desesperación y la muerte, y sabemos que el sistema está condenado porque el mundo ya no puede permitírselo, si es que alguna vez podría haberlo hecho. Y sabemos que, para la perpetuación de este sistema, todos nosotros hemos sido brutalmente golpeados y no nos han contado más que mentiras, mentiras sobre nosotros, nuestros parientes y nuestro pasado, y sobre el amor, la vida y la muerte. Es como si desde el inicio, nuestra alma y nuestro cuerpo, hubiesen estado atados al infierno.

La enorme revolución en la conciencia negra que ha ocurrido en tu generación, mi querida Angela, significa el principio o el fin de los Estados Unidos de América. Algunos de nosotros, blancos y negros, sabemos cuán alto es el precio que ya se ha pagado para crear una nueva conciencia, un nuevo pueblo, una nación sin precedentes. Si sabemos y no hacemos nada, somos peores que los asesinos contratados en nuestro nombre.

Si somos verdaderamente conscientes de esto, entonces debemos luchar por tu vida como si fuera la nuestra, y por lo mismo impedir con  nuestros cuerpos que te lleven por el corredor hacia la cámara de gas. Porque, si te llevan a ti por la mañana, vendrán a llevarnos a nosotros también esa misma noche.”