por Herbert Mujica Rojas
14-4-2009
Danton, dictador
La revolución francesa, Octave Aubry, Cap. V, pp. 355-376; Madrid 1961
"Tal como él calculaba, mediante su ingreso en el ministerio, Danton
es el gran beneficiario del 10 de agosto. Rodeado por colegas asaz
mediocres, desde Roland a Lebrun-Tondo, se ve dueño del Consejo
ejecutivo. En torno suyo hay un grupo de cínicos: Camilo Desmoulins,
"el procurador de la horca", alternativamente sentimental o cruel;
Fabre d'Églantine, poeta oscuro, comediante fracasado y eterno
caballero de industria; Hérault de Séchelles, antiguo parlamentario,
vividor lujoso, a quien el placer devora. Todos quieren cargos y
dinero. Se comprende que se hayan unido a Danton, quien no se sentía
cohibido al decir en público: "-Esta zorra de revolución está
fallando: los patriotas no han ganado nada". He aquí a los patriotas
en el poder. Danton no se limitan a tener el Ministerio de Justicia en
sus manos; también maneja otros mil asuntos y los fondos secretos.
No sin razón se ha llamado a Danton el "Mirabeau de la plebe". Se le
parece singularmente, en primer lugar por sus vicios. Ambos son
desenfrenados gozadores y, para gozar, los dos se han vendido.
Mirabeau tenía más dignidad y compostura; Danton es un plebeyo sin
formas ni pudor; pero tanto en uno como en otro se encuentra un alma
relajada, a la vez activa y perezosa, desbordante de insania y fuego.
Con todo, en este burgués de Champagne, tan jovial en apariencia y tan
lleno de facundia, aparece una ausencia de equilibrio, una ruptura de
la mente, que no tuvo el aristócrata provenzal. Danton es un neurótico
y un semi-loco. 1 Con dos años de intervalo, Mirabeau y Danton
concluirán de un modo similar, sin haber logrado que nadie deposite su
confianza en ellos; ambos caen víctimas de su inmoralidad.
Danton posee el cuerpo y los brazos de un luchador. Su faz leonina,
como la "cabeza de jabalí" de Mirabeau, está picada por la viruela.
Bajo una frente amplia y alta, sus ojos pequeños y vivos se ocultan
tras la sombra de densas cejas. Tiene la nariz achatada por un
accidente de juventud, pero su aspecto tan próximo a la fealdad no le
impide conmover por su entusiasmo, su alegría, por cierto encanto
vulgar. Hijo de un abogado de Arcis-sur-Aube, después de buenos
estudios se hizo oficial de un procurador en París; luego con la dote
de su mujer, hija del propietario de un café, compra un cargo de
abogado en los asesores del Rey. Pleitea un poco, vive fácilmente,
halaga a sus amigos y se hace popular en el barrio de Saint-Sulpice,
en el que se ha establecido. Cuando llegan los sucesos de julio de
1789, Danton, que ha profetizado la "avalancha", se lanza a ella.
Todo le arrastra hacia la política: su temperamento, su facilidad de
palabra, su gusto por la intriga, su afiliación a la masonería. Desde
entonces se convierte en uno de los principales agitadores de París.
Domina a su sección y al club de los Cordeliers, y al mismo tiempo
juega un papel importante en los jacobinos. Dondequiera que halla su
interés, está presto a traicionar principios, partido político y
amistades. Bajo su apariencia franca, es falso y calculador. Concluye
una alianza con Mirabeau, le sirve y se sirve de él. Recibe dinero de
todo el mundo, de la Corte, del duque de Orleáns, de Inglaterra, hacia
la que se volvió en buena hora y de la que obtuvo asilo y donde
mantener relaciones secretas. No trabaja siempre en consonancia con lo
que recibe, pero sabe engañar lo suficientemente bien para que le den
de nuevo.
Elegido con dificultad substituto del procurador de la Commune, Manuel
fracasó en las elecciones a la Legislativa. En el curso de la lucha
entre los girondinos y Robespierre sigue una línea oscilante,
permanece neutral en la cuestión de la guerra, trata de entrar en el
ministerio Dumouriez, y cuando no lo consigue se acerca a Robespierre.
Insulta al rey y a la reina, pero se cruza de brazos el 20 de junio.
Hasta ese momento ha servido a los planes orleanistas. Los abandona en
cuanto ve que sus oportunidades se esfuman. El 10 de agosto ya se
conoce su actitud: ha esperado a que la victoria se definiera para
participar en ella.
Ese poder, obtenido por la debilidad de los girondinos, aspira Danton
a ampliarlo hasta ejercer una verdadera dictadura. Los girondinos se
apoyan en las provincias; él se apoyará en París. En una crisis ten
tensa, París debe prevalecer. Por añadidura los acontecimientos le
favorecen. El inventario de los papeles de Laporte revela, al día
siguiente de la toma de las Tullerías, que Luis XVI no cesaba de
mantener correspondencia con sus hermanos y con los exilados; que la
mayoría de los libelos y periódicos hostiles a la Asamblea y a la
Commune recibían subvenciones de la Corte. En seguida se publican esos
documentos, que provocan una oleada de indignación popular.
La Commune insurrecta se completa por el nombramiento de tres nuevos
delegados por cada sección. En esta hornada entran Robespierre,
Chaumette, Billaud-Varenne, Pache, Laclos. 2 Con tales refuerzos, la
Commune puede desafiar los intentos de la Legislativa para restablecer
un estado de cosas normal. Pone en funciones el tribunal
extraordinario votado por la Asamblea y limpia el Carrousel para
erigir allí, con carácter permanente, la guillotina.
En puridad no es Danton quien instaura su reino, sino Robespierre y
Marat, sobre todo Marat, quien cada día demanda un mayor número de
cabezas. El 19 de agosto abre su labor ese tribunal de la sangre. El
21 de agosto un pobre diablo realista pasa bajo la cuchilla. Le siguen
en los días inmediatos otros seis condenados, entre ellos el fiel
Laporte y el periodista Durozoy. La Asamblea, por su parte, encauza y
envía ante el Alto Tribunal de Orleáns a Barnave, 3 Carlos de Lameth y
los antiguos ministros Du Portail, Duport de Tertre, Bertrand de
Moleville, Tarbé y Montmorin. Así actúa de despensa del ogro,
guardando carne para las matanzas de setiembre.
Al recibir la noticia del encarcelamiento de la familia real, La
Fayette detiene a los comisarios enviados a su ejército e intenta una
marcha sobre París. Pero las tropas le abandonan. Entonces pasa la
frontera con varios oficiales, Latour-Maubourg y Alejandro Lameth.
Detenido por las avanzadillas austríacas, el exilio significa para él
un tránsito de cárcel en cárcel, hasta ganar la fortaleza de Olmütz,
en la que podrá meditar durante cinco años sobre los riesgos de esa
libertad por la que siempre luchó, y cuyas consecuencias ha sufrido,
pero que continuará embriagándole hasta la muerte.
La Asamblea confiere el mando vacante a Dumouriez, quien prestamente
se asocia al 10 de agosto. Kellerman reemplaza a Lückner, que sobre el
papel se convierte en generalísimo. Llega el instante del auténtico
choque. El 19 de agosto, Brunswick, con 60,000 prusianos, 20,000
austríacos y varios miles de emigrados, inicia la ofensiva. El 23 se
rinde Longwy, después de una débil resistencia. En París la emoción es
profunda. La Asamblea ordena nuevas levas.
Confusa y apresuradamente, con un desorden que refleja el caos de su
pensamiento, la Legislativa dicta medidas antirreligiosas, establece
el matrimonio civil y el divorcio, suprime las congregaciones, decreta
que todo sacerdote que no haya jurado la Constitución será deportado a
Cayena si no sale del territorio nacional en el término de quince
días, y, en fin, ordena la intervención y venta de los bienes de los
nobles que se fueron al exilio. Mientras castiga de ese modo a tantos
franceses de nacimiento, concede el título de ciudadanos a todos los
extranjeros que de cerca o indirectamente han contribuido a la
Revolución o a su gloria. Así se transforman en franceses Payne,
Priestley, Bentham, Wilbeforce, Williams, Anacharsis Clootz, Campe,
Klopstock, Schiller, Pestalozzi, Washington, Madison, Kosciusko y
otros muchos cuya nombre, entonces brillante, se ha extinguido
después. 4
El miedo se adueña de París, de los diputados y del gobierno. Los
ministros girondinos estiman que la situación militar es desesperada y
quieren retirarse detrás del Loira llevándose el Tesoro y el rey. Hace
ya tiempo que Roland, con los ojos en el mapa, piensa en ese plan y
hace sus cálculos. 5 Los girondinos siempre han temido a París.
Abandonando a su suerte la tormentosa capital, en la que se ha
desvanecido su influencia, podrán recurrir a las provincias, a la
verdadera Francia. Danton se opone. Es preciso mantenerse en París.
Realmente en otra parte y sin la alianza de la Commune, Danton no
sería nada. Aquí está jugando nuevamente por partida doble, pues
sostiene relaciones secretas con los realistas. Protege a Talón, el
antiguo dispensador de fondos de la Lista civil, continúa siendo amigo
de los Lameth, de Adrián Duport, y parece hallarse en contacto con la
Rouërie, que planea un levantamiento en Bretaña. Si los prusianos
entran en París y restablecen la monarquía, tiene tomadas sus medidas.
Si fracasan podrá presentarse como el salvador de la República.
De buen o mal grado consigue la adhesión de Pétion, de Vergniaud y de
Guadet, y propone a la Asamblea "medidas de salvación pública". Para
detener a los "traidores" y requisar fusiles es "preciso que se
autorice a la Commune para que durante dos días y dos noches practique
registros domiciliarios. Así son detenidas tres mil personas, que van
a llenar las cárceles.
La Asamblea no ha previsto estos excesos; comprendiendo al fin los
peligros de ese poder sin control que la arrastra al abismo, reacciona
con un súbito sobresalto y disuelve la Commune. La Commune protesta
con energía, y el 1 de setiembre un comité presidido por Pétion
presenta su defensa en la Legislativa. La Asamblea, temblando, no osa
mantener su decreto. la Commune aspira, sin embargo, a algo más; su
comité de vigilancia, donde reina Marat, se coaliga con Danton para
hundir a la Asamblea definitivamente. No necesitan más que un
pretexto, que pronto se ofrece.
En la mañana del 2 de setiembre corre por la ciudad el rumor que
Verdun, envuelto por el Ejército de Brunswick, va a caer. Las
secciones se agitan y claman de nuevo que ha habido traición. La
Commune da orden de tirar el cañonazo de alarma y en las esquinas se
toca a generala. Los ciudadanos disponibles deben trasladarse con sus
armas al Campo de Marte, prestos a partir hacia Verdun. Un comité de
la Commune va a anunciar esas disposiciones a la Asamblea. Vergniaud
les felicita: " –Cantasteis la libertad, ahora es preciso defenderla
.Hay que cavar la fosa de nuestros enemigos, porque cada paso que
ellos dan adelante cava la nuestra".
Danton sube entonces a la tribuna y pronuncia un discurso con su voz
de trueno, la cabeza echada hacia atrás, que resuena como la marcha de
la infantería al ataque: " -¡Todo se apresta al combate! Sabéis que
Verdun no está todavía en poder del enemigo; sabéis que la guarnición
ha jurado inmolar al primero que proponga la rendición. Una parte del
pueblo va a correr a las fronteras, otros levantarán fortificaciones y
otros defenderán con sus picas el interior de nuestras ciudades. París
va a secundar sus grandes esfuerzos. Pedimos que vosotros colaboréis
en este sublime movimiento del pueblo…. El toque a rebato que va a
sonar no es una señal de alarma, es el aviso contra los enemigos de la
patria. Para vencerlos necesitamos audacia, siempre audacia. ¡Sólo así
Francia será salvada!".
Una impetuosa ovación acoge sus últimas palabras, estremece las
bóvedas del Picadero y cae de nuevo sobre los diputados puestos en pie
y agitados de fervor patriótico. En verdad es un gran momento. Danton
sabe utilizarlo. A través de su amigo Delacroix propone un decreto
condenando a "la pena de muerte a quienes se nieguen a servir
personalmente o no entreguen sus armas, y contra los que de un modo
directo i indirecto rehúsen cumplir o entorpezcan las medidas dictadas
por el poder ejecutivo".
El decreto se vota sin discusión; en virtud de él Danton queda
prácticamente investido de un poder dictatorial.
Desde la víspera corren por la ciudad siniestros rumores. Se habla de
una conspiración de aristócratas y sacerdotes. Se habla también de una
matanza general de sospechosos. Manifiestos incitando al asesinato, y
firmados con el nombre de "Marat", cubren los muros. El ambiente tiene
ya la densidad de la sangre.
El periodista Prudhomme, amigo de Danton, corre a informarse cerca del
ministro de Justicia.
-Todos debemos ser degollados esta noche- le dice Danton. Los
aristócratas se han hecho con armas de fuego y puñales.
Prudhomme se muestra escéptico:
-Parece que eso es algo imaginario. Pero, ¿qué medios se van a emplear
para impedir la realización de tal complot?
-¿Qué medios? El pueblo, consciente y alerta, quiere hacer justicia
por sí mismo.
Entra Camilo Desmoulins, y Danton le dice:
-Mira, Prudhomme viene a preguntarme qué hay que hacer.
-¿No le has dicho que se entregará todos aquellos que reclamen las secciones?
-Me parece –insinúa Prudhomme- que podría tomarse una medida menos violenta.
-Toda moderación es inútil –replica Danton-. La cólera del pueblo
llega a su colmo, y sería peligroso detenerla. Una vez satisfecho su
primer furor, será el momento de hacerle entrar en razón.
La matanza está premeditada: Marat la ordena, la Commune la organiza,
y Danton la aprueba. Influyendo por el terror en los electores de la
Convención, quiere separarlos de los girondinos y hacerlos
dantonistas.
La carnicería empieza con la decapitación de veintitrés curas
refractarios en la cárcel de la Abadía, por federados marselleses y
bretones, 6. El substituto del procurador de la Commune,
Billaud-Vanne, exclama, mientras pisa los charcos rojos: "-¡Pueblo!
¡Cumples con tu deber sacrificando a tus enemigos!". Maullar, el
Maullar del 14 de julio y de los días de octubre, dice entonces:
-Ya no hay nada que hacer aquí, vamos a los carmelitas.
Procedente de las secciones del Luxemburgo y de las Cuatro Naciones,
7, llega una banda que se dirige al convento de los carmelitas, donde
están detenidos ciento cincuenta eclesiásticos no jurados. Al llegar
sus asesinos, corren a arrodillarse a la capilla. Mueren a golpes de
pica y de hacha. Cerca del arzobispo de Arles caen los dos hermanos La
Rochefoucauld, obispos de Saintes y de Beauvais, el confesor del rey,
Hébert, y el general de los benedictinos, Dom Chevreul. Varios
religiosos huyen al jardín, per se les derriba de los árboles como en
una partida de caza. Sólo unos pocos pueden escalar los muros y
refugiarse en las casas vecinas.
Después de beber vino, la horda se encamina a la Abadía, llena de
prisioneros. 8 Como ejecutor de las órdenes del Comité de vigilancia,
9, Maillard se instala en el vestíbulo de la prisión con un tribunal
que él preside, rodeado por doce colegas sentados ante una mesa y con
el registro de la cárcel ante los ojos. Los asesinos se sitúan detrás
de la puerta que da a la calle de Santa Margarita. Uno a uno, van
compareciendo los presos ante el tribunal. Con uniforme gris,
empolvada la cabeza y un sable a la cintura, Maillard les interroga
fríamente. Pasan primero una cincuentena de suizos y de guardias de
corps, detenidos después del 10 de agosto.
Para cauda uno de ellos, Maillard se limita a pronunciar tres palabras:
-A la Force.
Es la fórmula convenida para disimular su destino, a los condenados. 10
Se abre la puerta, y en cuanto franquean el umbral caen bajo las picas
o las bayonetas. 11 Se hace de noche, y el "trabajo" (como dice
Billaud-Varenne) prosigue a la luz de las antorchas.
Comparece el antiguo ministro Montmorin. El tribunal llamado del "17
de agosto", ante cuya jurisdicción pasó varios días antes, le puso en
libertad. Pero el pueblo, que veía en él a uno de los jefes de la
"conspiración realista", protestó con tal violencia, que Danton lo
hizo encerrar en la Abadía. Se enfrenta con desprecio a sus nuevos
jueces, y Maullar le dice:
-Sea, iréis a la Force.
-Señor presidente, puesto que os llaman así; os ruego que ordenéis que
me trasladen en un carruaje.
-Tendréis una carroza –responde Maillard.
Montmorin sale, muy digno, y pronto cae acribillado a golpes.
Le sucede Thierry, mayordomo de Luis XVI, que grita bravamente "-¡Viva
el Rey!, y va a tropezar con el cadáver de Montmorin. La multitud se
encarniza con él y le quema el rostro con una antorcha.
Se obliga, entre risas, al coronel de Saint-Mars a arrastrarse de
rodillas con una pica clavada en la espalda; luego lo decapitan. Así
son "liberados" más de trescientos prisioneros….
Debe decirse con justicia, sin embargo, que aquel Maillard, alma
extraña en la que emerge a veces la piedad, intenta salvar a un gran
número de presos. Lo logra con el sabio Geoffroy Saint-Hilaire, con
Cazotte, 12, con un antiguo gobernador de los Inválidos, Sombreuil,
cuya hija lucha para salvar a su padre de la muerte. 13 En total, deja
en libertad a unas cuarenta y tres personas. Para cada una de ellas
Maillard se levanta, se descubre como rindiendo homenaje a la
inocencia y grita "-¡Viva la nación!". Este grito es repetido fuera, y
los presos absueltos son conducidos a sus casas entre los besos y los
abrazos de un populacho sensible, mientras a sus espaldas los
victimarios comienzan de nuevo su trabajo.
La guardia nacional se mantiene en una actitud pasiva. Santerre
pretende que no está seguro de sus tropas. Fauchet denuncia a la
Legislativa la matanza de los carmelitas, y la Asamblea nombra un
comité "para restablecer la calma", del cual forman parte Dusaulx,
Bazire, Chabot e Isnard, entre otros varios. Llegan a la Abadía, y el
viejo Dusaulx se limita a pronunciar varias palabras rebosantes de
retórica e hipocresía. El elocuente Isnard dice a sus colegas:
"-Retirémonos". Vuelven al Picadero e informan de lo que han visto. La
Asamblea pasa tranquilamente al orden del día…..
Al salir del Consejo, uno de los subordinados de Roland, Grandpré,
advierte a Danton. El ministro de Justicia, con "los ojos saliéndose
de sus órbitas y gestos de hombre rabioso", exclama:
-"¡Que se j….. los prisioneros! ¡Que hagan lo que puedan!" 14
Los ministros girondinos sólo piensan en su propia seguridad y
demuestran en este día una cobardía lastimosa; 15 han sido denunciados
por Robespierre, y la Commune ha extendido un decreto de arresto
contra Roland y Brissot. En una carta de tímida protesta, Roland
escribirá a la Asamblea: "Ayer fue un día sobre cuyos acontecimientos
tal vez sea preciso correr un velo. Yo sé que el pueblo, terrible en
su venganza, conserva aún una especie de justicia…" 16. La prensa
girondina, por su parte, sale del paso haciendo una apología de los
sucesos….
Durante toda la noche prosiguen las ejecuciones en la Abadía, desde
donde se extienden a las demás cárceles, a la Conciergerie, al
Chatelet, a la Force, a la Salpetriere, a Bicetre. Cada vez mejor
organizada, la matanza durará cinco días, hasta el 6 de setiembre, sin
que se oponga ninguna autoridad. Las víctimas son de todo orden:
eclesiásticos, aristócratas, ladrones, hombres detenidos por deudas,
muchachas públicas, artesanos, ¡incluso niños! 17
En la Force, bajo la dirección inmediata del Comité de vigilancia, el
tribunal ostenta en su presidente a varios miembros de la Commune:
Monneuse, Rossignol, el horrible Hébert, que es quien más dura. Un
antiguo ujier del Chatelet sirve de escribano. Los condenados salen
por un corredor sombrío a cuyo final les esperan los verdugos, en la
pequeña callejuela de los Ballets. Los ejecutores empiezan hacia la
una de la madrugada. Entre las primeras víctimas están Rulhiere, jefe
de la guardia a caballo, y la Chesnaye, que el 10 de agosto sucedió a
Mandat en el mando de las Tullerías. Los cadáveres se apiñan en
montones en la calzada. Dos filas de hombres, mujeres y rapaces
asisten al espectáculo gritando y burlándose. La sangre forma muy
pronto un charco que cubre la calle hasta ambos muros.
Algunos presos se salvan, por ejemplo, Weber, hermano de leche de
María Antonieta, cuya identidad se ignora; Chamilly, mayordomo de Luis
XVI; Bertrand de Moleville, hermano del ministro. Para dar un aire de
justicia al tribunal popular, no hay más remedio que asentir a varias
absoluciones. 18
A las diez de la mañana del día 3 la princesa de Lamballe es sacada de
su calabozo. Acostada y enferma, hallábase invadida por el miedo a
causa de los ruidos que llegaban hasta ella. 19
-Levantaos, señora; hay que ir a la Abadía –le dicen los dos guardias
nacionales que le vienen a buscar.
La desgraciada responde con esta ingenua frase:
-Cárcel por cárcel, me gusta más ésta de aquí.
Le dan prisa, y temblando se viste y sigue a los guardias.
-¿Quién sois? – pregunta Hébert, de codos en la mesa.
-María-Luisa de Saboya-Carignan, princesa de Lamballe –murmura la
antigua dama de María Antonieta, y se desmaya.
Le dan una silla, la hacen volver en sí y la interrogan. Entre los
jueces y en la multitud que les rodea, hay hombres pagados por el
duque de Penthievre, su suegro, que quisieran salvarla. Se le pregunta
qué sabía de las conspiraciones de la Corte.
-No he conocido ningún complot –balbucea.
-Jurad amar la libertad y la igualdad, jurad odiar al rey, a la reina
y a la monarquía.
Esta tímida criatura, que desde su refugio de Inglaterra sólo ha
vuelto a Francia para compartir los riesgos de la reina, su dueña y
amiga, se yergue bajo las arrugas de su ropa con un súbito heroísmo.
-Haré fácilmente el primer juramento, pero no puedo hacer el segundo,
porque no está en mi corazón.
-¡Jurar o sois muerta! –le insta alguien.
Ella no responde, se vuelve y esconde la cara entre las manos.
Hébert levanta entonces su cabeza seca y dura, y pronuncia la frase fatal:
-Llevaos a la señora.
Dos hombres la cogen por los brazos y la arrastran hasta la calle.
Ante el montón de cadáveres, que en su mayoría ya han sido despojados,
exclama:
-¡Que horror!
Un sable se abate sobre su cuello. Varias picas se hunden en su
cuerpo; la desvisten enteramente, y durante dos horas permanece
desnuda en el borde de un guardacantón, expuesta a la lúbrica risa del
populacho. Un poco más tarde le cortan la cabeza y le arrancan el
corazón. 20 En lo alto de dos picas, el populacho va a mostrar sus
restos a la familia real, frente a las ventanas del Temple. La reina
no grita ni llora; queda para el resto del día como "petrificada de
estupor". La cabeza va después ante el Palais-Royal. El duque de
Orleáns, atraído por los gritos, se levanta de la mesa y saluda desde
el balcón a los asesinos de su cuñada. No tiene para ella ni una
palabra de piedad. 21
El 5 de setiembre, Pétion, alcalde de París, ofrece de beber a los
victimarios que han vuelto a pedirle órdenes respecto a ochenta presos
que hay todavía en la Force. "-Haced lo que creáis mejor", les dice.
Al día siguiente el hipócrita irá a la cárcel para limitarse a hablar
a los verdugos, según su frase, "con el austero lenguaje de la ley….".
En nombre del Comité de vigilancia, Panis y Serment se ocupan de la
inhumación de los cadáveres. 22 Marat, este ansioso de sangre, debería
sentirse satisfecho, pero París no le basta; quiere que, como en la
noche de San Bartolomé, la matanza se extienda a Francia entera. Hace
tirar en su imprenta la siguiente circular, con fecha 3 de setiembre:
"Advertida de que las hordas bárbaras iban a marchar contra ella, la
Commune de París se apresura a informar a sus hermanos de todos los
departamentos que una parte de los feroces conspiradores detenidos en
las cárceles han muerto a manos del pueblo: actos de justicia que le
han parecido indispensables en el momento en que este pueblo iba a
luchar contra el enemigo, para retener por el terror las legiones de
traidores escondidos entre nosotros; y sin duda que la nación entera,
después de la larga serie de traiciones que la han llevado a los
bordes del abismo, se apresurará a adoptar ese medio tan necesario de
salvación pública, de modo que los franceses exclamen como los
parisienses: "¡Marchamos contra el enemigo, pero no dejaremos detrás
nuestro a esos bandidos para degollar a nuestras mujeres y niños".
Firmada por todos los miembros del Comité de vigilancia, la circular
se remite inmediatamente a los departamentos, con la contraseña del
ministro de Justicia inscrita por el alma diabólica de Danton, Fabre
d'Églantine.
Danton, sin embargo, se percata de que se ha ido demasiado lejos y que
el verdadero París siente un indecible horror. Se presenta en la
Commune, y protesta ante Robespierre por los actos arbitrarios del
Comité. Después de una movida escena con Marat, obtiene la revocación
de los mandatos de arresto contra Brissot y Roland. Cree asegurarse
así la gratitud de los girondinos. Hábilmente, deja que se pongan a
salvo Adrián Duport, Talleyrand y Carlos de Lameth. 23
La conducta de Danton, no se basa aquí en la generosidad, sino en la
conveniencia política. Pues con relación a los presos de Orleáns, su
actitud es monstruosa. Hay allí 53 inculpados en espera del proceso
ante el Tribunal Supremo. El 2 de setiembre Danton envía a Orleáns a
su amigo Fournier el americano 24 con un fuerte grupo de voluntarios,
25, para traer a los presos a París. Fournier, pirata de faz
siniestra, lívido y con un enorme mostacho, con cinturón cargado de
puñales y pistoletes, engaña a los magistrados de Orleáns y les
arranca a los presos, con los que se encamina hacia Versalles. Allí
tiene una cita para el día 9 con los verdugos que debe enviarle el
Comité de vigilancia. Un antiguo constituyente, Alquier, presidente
del tribunal criminal de Versalles, galopa a París, advierte a Danton
del peligro en que están los prisioneros, y pregunta si debe
interrogarlos.
-¿Qué os importa?- contesta el ministro de Justicia. Hay entre ellos
grandes culpables. No se puede saber hasta qué punto ha de llegar la
indignación del pueblo contra esa gente.
Alquier protesta e invoca su dignidad, y Danton le interrumpe:
-No os mezcléis en este asunto. Podrían resultar para vos graves compromisos. 26
Y le vuelve la espalda al magistrado, que ha de regresar a Versalles
con la indignación consiguiente.
Al otro día el alcalde, Hipólito Ruchaud, intenta con riesgo de su
propia vida salvar a los presos. Es en vano, pues ya han muerto en las
carretas que les llevaban a la Orangerie. Entre las víctimas están el
duque de Brissac, antiguo comandante de la guardia constitucional de
Luis XVI, los ex ministros Lessart y D'Abancourt, el obispo de Mende,
Castellane, y otras cuarenta personalidades. Los cadáveres son
profanados y sus restos van a ensangrentar las rejas del palacio de
Luis XVI. 27 Los verdugos se trasladan luego a la cárcel, donde
ejecutan a la mayoría de los detenidos. Vuelven a París con sus
carretas ensangrentadas, y hacen alto, batiendo tambores, en la plaza
Vendome, ante el edificio de la Cancillería.
Danton baja el umbral. Fournier le da cuenta de sus actos. El ministro
aprueba. Se le oye decir en voz alta:
-No es el ministro de Justicia, es el ministro de la Revolución quien
os felicita.
Se engaña, pues solamente es un ministro del asesinato.
Su maestro y modelo, Mirabeau, había cometido grandes errores, pero al
meno son había cometido crímenes. Las sombras de estas pobres gentes
decapitadas se alzarán ante Danton en el instante de crisis de su
tornadiza fortuna. Danton ha de ver de nuevo a las víctimas de
septiembre cuando él mismo suba a la guillotina….
En provincias la circular del 3 de setiembre encuentra menos eco de
lo que Marat esperaba. Con todo, mueren numerosos aristócratas y
muchos eclesiásticos, frecuentemente por obra de bandas venidas de
París a Meaux, a Reims, a Charleville, a Caen y a Lyon. El duque de La
Rochefoucauld, antiguo presidente del directorio de París, es
asesinado en Gisors.
En conjunto las jornadas de setiembre en París y en los departamentos
arrojan 1,450 muertos 28 de los que son responsables, en primer lugar,
Marat, y luego Danton, Manuel, Hébert, Billaud-Varenne. Todos han
tenido una participación directa y han estado constantemente detrás
del Comité de vigilancia que preparó los asesinatos. Robespierre ha
podido disimular su asistencia, y más tarde llegará a negar que diera
su aprobación, pero de hecho puede afirmarse que, tácitamente, es tan
culpable como sus colegas.
Los bienes de las víctimas, reunidos por el Comité, se ponen a la
venta en una subasta. Ciertos miembros, como Sergent, se hacen
adjudicar algunos objetos a bajo precio. Su infamia es así absoluta y
completa. Entre esos hombres y Francia no puede existir nada en común.
Por culpa de ellos, la Revolución lleva, antes incluso de la muerte
del rey y del dominio de Robespierre, una mancha imborrable que nadie
podrá lavar jamás.
En la semana inmediata los ladrones son amos de París. Asaltan a los
paseantes y, bajo el pretexto de los registros domiciliarios,
organizan el saqueo de los almacenes y las casas. El Guardamuebles en
donde se conservan los tesoros de la Corona es saqueado en la noche
del 15 al 16 de diciembre. Desaparecen veinticinco millones de
diamantes, 29 entre ellos el Regente. La voz pública acusa a Danton de
complicidad. Mme Roland también lo cree. Danton no se ve los dedos en
esta imprudencia, pero parece cierto que tiene algo que ver con el
asunto su confidente Fabre d'Églantine. Danton tendrá, además, la
osadía, contra toda verosimilitud, de acusar a Roland y sus amigos
cuando se produzca el proceso de los girondinos. 30
Marat sigue reclamando víctimas en el Ami du Peuple y en sus
manifiestos murales, en los que apela con gritos histéricos a nuevas
catástrofes. Insulta a los girondinos, amenaza a la Asamblea y piensa
enviarla al patíbulo en corporación. Su demanda no deja de pesar en
las elecciones. El no puede admitir que sea elegido en París ni un
solo girondino. ¡Ni Pétion, ni Brissot, ni Condorcet! La asamblea
electoral del departamento del Sena, compuesta por 990 miembros, se
inclina y obedece. Apoyada por la Commune y por Danton, triunfa la
lista maratista. Robespierre es el primer elegido; entre los últimos
figura el duque de Orleáns, nombrado por insistencia de Danton, y que
desde ahora se titula a sí mismo el "ciudadano Igualdad", Pétion
resulta derrotado y ha de ir a buscar un escaño por Eure-et-Loir.
En los departamentos las elecciones se desarrollan con más calma,
aunque no faltan las habituales directrices redactadas por la sucursal
local de los jacobinos. Por doquier se jura odio a los reyes y a la
monarquía. El departamento del Sena pide la República, y Bocas del
Ródano le imita. pero la mayoría, aunque sienten una fuerte
animadversión hacia Luis XVI, no se pronuncian abiertamente contra la
abolición de la monarquía. El país muestra cierta repugnancia a romper
con una tradición secular. 31
Entre tantos errores, la Legislativa al menos no ha cometido aquel en
que cayó la Constituyente, excluyendo a los diputados salientes de la
nueva Asamblea. En la Convención entrarán muchos miembros de la
Legislativa y de la Constituyente.
Los girondinos esperaban mucho de las elecciones. Ahora miden a sus
expensas el resultado de las incitaciones de Marat, de la demagogia de
Danton y la preeminencia que está adquiriendo Robespierre. En los
últimos días de la Legislativa intentan reaccionar, y Vergniaud se
alza contra el odioso Comité de vigilancia. Pide que la Commune
responda, cabeza por cabeza, por la seguridad de los presos que
nuevamente llenan las cárceles. 32 Buen discurso, pero asaz tardío y
que se nota provocado por el fracaso electoral. La Asamblea y las
tribunas aplauden. La Commune, inquieta, simula someterse, anula a su
Comité y toma varias medidas en pro de la seguridad de los ciudadanos.
Esta será siempre su táctica. Cuando el poder, es decir, la Asamblea
dé pruebas de energía, la Commune se inclinará. En cuanto el poder se
envilece y debilita, la tiranía resurge.
Notas
1) Louis Madelin lo ha demostrado perfectamente en su Danton.
2) Choderlos de Laclos presentó la dimisión para incorporarse al
ejército; salió de París el seis de setiembre. Su mejor biógrafo, M.
Dard, escribe: "que… en su sección se había alzado valientemente
contra la Commune." Los revolucionarios le expulsaron de su seno.
Laclos, después de haber trabajado con celo cerca del incapaz Lückner
en la víspera de Valmy, llegará en octubre, a jefe de Estado Mayor de
Servan, en el ejército de los Pirineos.
3) Barnave fue detenido el 19 de agosto en su casa de Saint-Egreve, en
el Delfinado; se le encerró en el fuerte Barraux, donde estuvo quince
meses. En noviembre de 1793 fue transferido a París, para comparecer
ante el Tribunal revolucionario.
4) Hizo el anteproyecto el girondino Guadet, y el decreto se votó el
26 de agosto: "Considerando que los hombres que por sus escritos o su
valor han servido la causa de la libertad y han preparado la
liberación de los pueblos no pueden ser tenidos como extranjeros por
una nación, a la que su inteligencia y su voluntad han hecho
libres….", etc.
5) El 10 de agosto le dijo a Barbaroux que tal vez sería necesario
ganar la Meseta central para constituir la república del Midi.
6) Había allí veinticuatro sacerdotes. El abate Sicard, director del
Instituto de sordomudos, fue perdonado en razón a sus obras de
beneficencia.
7) Los asesinos eran sobre todo adeptos de Marat. Se conservan algunos
de sus nombres: el matarife Godin, el carretero Dubois, el cerrajero
Lachevre, el zapatero Ledoux, el orfebre Debrenne, el vinagrero
Damiens y los guardias nacionales Bouru y Maillet. Como en los tiempos
de la Liga, había también domésticos y lacayos en paro forzoso.
8) Lally-Tollendal, que había vuelto desde Suiza para defender al rey,
estaba detenido en la Abadía desde el 10 de agosto. Fue puesto en
libertad pocos días antes de las matanzas de setiembre, pudo
refugiarse en Inglaterra; no regresará a Francia hasta la instauración
del Consulado.
9) El decreto del Comité de vigilancia decía como sigue: "En nombre
del pueblo, camaradas, se os manda juzgar todos los presos de la
Abadía, sin distinción, a excepción del abate Lenfant, al que
colocaréis en lugar seguro. Firmado: Panis, Sergente". El abate
Lenfant era hermano de uno de los miembros del Comité. Excelente
predicador, no juró la Constitución civil. El decreto lo protegió sólo
un día, pues el 3 de setiembre fue asesinado con el abate Rastignac.
10) En cambio, en la cárcel de la Force decían para condenar a muerte:
"-A la Abadía".
11) Sólo se perdonó la vida al viejo coronel de suizos, D'Affry.
12) Fue detenido de nuevo y pasó el 24 de setiembre por el Tribunal
revolucionario, que lo condenó a muerte. Murió en la guillotina, al
día siguiente.
13) La leyenda que muestra a la señorita de Sombreuil condenada a
beber un vaso de sangre para salvar a su padre, se apoya en un leve
detalle real. Viéndola a punto de desvanecerse, uno de los ejecutores
le ofreció un vaso de agua, en el cual vino a caer, de la mano de
aquel hombre, una gota de sangre.
14) Brissot fue a ver a Danton a la Cancillería y protestó contra "una
matanza en la que los inocentes estaban confundidos con los
culpables". Danton le interrumpió brutalmente: "-¡Ni uno, ni uno! Me
he hecho traer las listas de los presos y han sido borrados los que
convenía poner a salvo". A Seiffert, médico y amante de la princesa de
Lamballe, que se había pasado a los patriotas, Danton le dijo: "-Quien
intente oponerse a la justicia popular sólo puede ser enemigo del
pueblo".
15) El Comité de vigilancia servía los odios de Marat contra Roland,
pues el ministro del Interior había negado una subvención de los
fondos secretos a favor del Ami du Peuple.
16) Ese mismo día Roland daba un almuerzo en el Ministerio del
Interior, y uno de los invitados, Anacharsis Clootz, declaró que la
matanza "era una medida saludable". Nadie se indignó.
17) Mortimer-Ternaux cita en su Historia de la Terreur los nombres,
profesiones y edad de cuarenta y tres muchachos asesinados de menos de
18 años, sobre todo en Bicetre, que servía de correccional. Se cuenta
entre ellos un aprendiz de doce años. Un testigo ocular escribe: "Los
ejecutores nos decían que los muchachos eran más difíciles de rematar
que los hombres maduros: ya comprendéis, ¡a esa edad la vida resiste
tanto!...." Cf. Barthelemy Maurice, Les prisons de la Seine.
18) Los presos a absolver se escogieron, según una lista remitida al
presidente y fueron conducidos a la Iglesia de Sainte-Catherine de la
Couture.
19) Las otras mujeres detenidas en la Abadía, Mesdames de Tourzel, de
Navarra, de Mackau, de Bazire, de Thibauld, de Saint Brice, fueron
liberadas la víspera o durante la noche por orden del Comité de
vigilancia.
20) El Journal inédito del arquitecto N. F. L. Fontaine, comunicado
por cortesía de M. Lucien Moreal d'Arleux, da nuevas precisiones sobre
el trato recibido por la princesa. Fontaine había salido hacia
mediodía con un amigo y "apenas llegamos a la plaza de las Victorias,
vimos una cabeza todavía sangrante, con una larga cabellera rubia,
hincada en lo alto de una pica que llevaban un grupo de harapientos a
los que diez hombres bien determinados hubieran puesto fácilmente en
fuga….Nos detuvimos un momento a la vista de esa cabeza femenina que
aquellos miserables presentaban a los parisienses aterrorizados como
un trofeo de su victoria, cuando nos empujaron unos mozalbetes que
seguían a la primera banda; mirando a mis pies, vi que chocaba conmigo
un cuerpo desnudo, deforme y cubierto de polvo, barro y sangre, que
aquellos monstruos arrastraban por las calles: eran la cabeza y el
cuerpo de la princesa de Lamballe, horriblemente mutilada ante la
cárcel donde estaba detenida….".
21) Su amante oficial, Mme. de Buffon, se desmayó. No parece cierto,
pese a las acusaciones formuladas, que el duque instigara el asesinato
de Mme. de Lamballe. Cierto que tenía algún interés, pues la princesa
gozaba de una viudedad de cien mil escudos sobre la fortuna de la
duquesa de Orleáns. El duque, empero, semeja extraño a las matanzas de
setiembre. Unicamente protegió y guardó en su familiaridad a Rotondo,
uno de los asesinos.
22) El 3 de setiembre enviaron esta trágica orden a los directores de
las cárceles: "Haced lavar con agua y vinagre los lugares de vuestra
prisión que estén ensangrentados, y echad arena por encima. Seréis
reembolsados de los gastos. Sobre todo rapidez en la ejecución de esta
orden y que no quede ninguna huella de sangre".
23) Estos tres hombres sabían muchas cosas sobre Danton. Había el
peligro de que hablaran antes de morir, sobre todo Duport, que había
pagado a Danton cuando estuvo a su servicio. Duport fue detenido cerca
de Nemours, y sin el apoyo del ministro de Justicia estaba condenado.
Danton le arrancó de las garras de Marat y luego le hizo poner en
libertad por el tribunal de Melun. Duport estuvo escondido hasta el 9
de thermidor, reapareció por algún tiempo, y sintiéndose inquieto el
18 de fructidor, se refugió en Suiza, donde murió de una enfermedad
del pecho, en Apenzell, el 2 de agosto de 1798. En cuanto a Carlos de
Lameth, se dirigió a Hamburgo, donde se le reunió su hermano Alejandro
después de tres años de cautiverio en Austria con La Fayette. Teodoro
se unió también con ellos; todos volverán a Francia después del 18 de
brumario.
24) Se le llamaba así porque en Santo Domingo fue capataz de negros,
en las plantaciones de caña.
25) Según confesión del mismo Fournier era "un puñado de ladrones".
26) Relation de Gillet, diputado de Seine-et-Oise en el Consejo de los
Quinientos, 25 de nivoso del año V.
27) Por un cruel refinamiento los restos de Brissac fueron conducidos
bajo las ventanas del pabellón de Louveciennes, donde vivía su amante,
Madame Du Barry. Había sido detenido en casa de ella.
28) Según la minuciosa estimación de Mortimer-Ternaux hubo 1,360
muertos solamente en París.Hay que añadir los 46 presos de Orleáns, 14
víctimas en Meaux, 9 en Reims, 10 en Lyon, y los asesinatos de Caen,
Charleville, Conches, etc.
29) Cierto número de dichos diamantes se encontraron en los
escondrijos donde los ladrones los habían depositado antes de su
arresto. Pero el Regente siguió perdido hasta el día en que lo rescató
el Primer Cónsul.
30) Vergniaud responderá entonces con desprecio: "-No me creo reducido
a tanta humillación como para justificarme de un robo".
31) Francia no se había vuelto republicana, pero los directorios de
departamento –con la excepción de 8 entre 85- habían aprobado la
suspensión del rey. El manifiesto del duque de Brunswick contribuyó
decisivamente a separarlos de Luis XVI.
32) Roland, que se levantó en la Asamblea contra la arbitrariedad de
la Commune, puso sobre la mesa a título de ejemplo varios centenares
de órdenes de detención "basadas solamente en sospechas de incivismo".
La Commune se apropió de varios millones de la Lista civil, de los
tesoros de las iglesias y de los muebles de los emigrados, vendidos en
los encantes o en subasta.