por Herbert Mujica Rojas
12-8-2008
El Soldado Desconocido y la Rabona Heroica
¿Pudo Chile haber tenido mejor aliado que el megalómano asaltante del
poder en Lima, Nicolás de Piérola? Hizo cuanto le fue posible para
desabastecer, desorganizar, desmoralizar al ejército del sur y
focalizó en Lizardo Montero su miedo, ineptitud, estupidez, privándole
de refuerzos, armas, bestias, dinero y, sobre todo, respaldo en plena
guerra. Los acontecimientos pesarosos de Tacna y Arica así lo prueban
y todo señala con el dedo acusador al diminuto dictador cuya
responsabilidad ha sido difuminada por la historiografía oficial,
blanca y sesgada.
Derrotado el Huáscar el 8 de octubre de 1879, hundida en mayo la
Independencia y detenida por casi seis meses, la invasión terrestre
del Perú era parte de la guerra de invasión de Chile planeada con
detenimiento, apoyo inglés e intereses mayúsculos en el guano y el
salitre. No fue Bolivia ni su territorio aledaño al mar, fue Tarapacá
y a la postre Arica las prendas de guerra, ricas y no negociables, las
que ambicionaba y de las que se apoderó el enemigo.
Los prefectos que nombraba Piérola cumplían fidelidad hacia él, pero
en desmedro de cualquier gloria del ejército del sur. Es decir Montero
y su gente estaban condenados a perder en el campo de batalla,
también, lo que en el campo de la logística había determinado un civil
golpista y que fungió de director general de guerra.
En Tacna, como en Arica, en el Alto de la Alianza como en el Morro,
sobresalió, cuasi desnudo y sin balas, por su valor epónimo,
constancia, heroísmo y empuje, el Soldado Desconocido y cuando cayó
derrumbado por proyectil enemigo, la Rabona Heroica empuñó el fusil y
peleó reemplazando al compañero muerto y en muchos casos sacrificando
la vida por la patria. Constantes, firmes, recurrentes, sus rostros
indefinidos, que podrían ser la de millones de peruanos a lo largo y
ancho del país, corren, disputan, disparan, una y mil veces en los
campos de batalla dándole gloria al hombre y mujer de abajo que debió
vibrar al compás de una sangre indomable que moría pero sin rendirse.
Pocas semanas atrás en el programa televisivo Fuego Cruzado enuncié
que la nación aún debía ese gran homenaje al Soldado Desconocido y a
la Rabona Heroica, verdaderos e inconfundibles peruanos guerreros.
En el Alto de la Alianza sucedió el prolegómeno del derrumbe total del
ejército aliado. Piérola desde Lima instruía para que el flamante
presidente boliviano Narciso Campero liderase las fuerzas conjuntas.
¡No, de ninguna manera, podíase suponer que al frente de los soldados
podía aparecer el dictador de juguete! ¡Ni siquiera quiso premunir al
ejército del sur del mínimo necesario para afrontar el compromiso en
circunstancias honorables! Si en Tacna murieron miles de hombres y
mujeres, no era sino la parte inicial de la tragedia terrestre sobre
la cual, los desaciertos del dictador imponían la firma indeleble que
la historia oficial se ha negado a señalar y denunciar. ¿Qué han hecho
los historiadores?: maquillar dibujando volutas de cuanto aconteció
porque acaso una traición meditada no alcanzaría ribetes de tanta y
tan letal perfección.
Las finanzas nacionales no podían ir peor. Cerrado el crédito
internacional, las arcas exhaustas, con un festival de decretos y
hasta de actos inverosímiles, Piérola se había inventado hasta un
"derecho" a señalar sucesor en cualquier contingencia, no podía haber
sino el destino inevitable a que nos condujeron los sucesivos
gobernantes del Perú desde 1821.
En Arica la superioridad numérica del enemigo se impuso. Para los
fastos de la historia la heroicidad peruana tuvo en el Soldado
Desconocido y en la Rabona Heroica instantes de consagración devota
por los propósitos de la patria. En Bolognesi, Ugarte, Moore, lampos
de gloria y civismo. El deguello por parte del invasor chileno de los
heridos y sobrevivientes, muestra el salvajismo primitivo que
sucesivas promociones de panegiristas han pretendido nombrar como
parte de un comportamiento de guerra. En esas pampas y altiplanicies
está firme como inolvidable, la sangre patriota vertida en defensa del
Perú.
La campaña del Sur demostró la existencia de muchos Perúes y de
severas fracturas entre los dirigentes de Lima, citadinos y díscolos y
el interior más cercano a la tierra y habitante de su chacra,
productor, pescador, labriego humilde o arriero de acémilas con rumbos
conocidos. El mosaico nacional apareció nítido e inconfundible. No
obstante ¿qué hicieron las clases dirigentes, limeñas y provincianas?
¡Nada de nada! Persistieron en la mansedumbre que el abusivo
interpreta como servilismo y que Chile manejó con un concepto guerrero
e invasor.
¿Para qué Perú habíase metido en una alianza con Bolivia que nos
introdujo en una guerra de la cual nuestro país salía muy herido y
merced a la que Bolivia no perdía nada? Sus terrenos aledaños al mar
ya eran mayoritariamente habitados por chilenos y ¿qué ventaja nos
daba ese pacto secreto de 1873 que nos generó la invasión del país y
la pérdida definitiva de Tarapacá y Arica?
Uno de los capítulos más ocultos de la historia nacional pasa por la
explicación razonable del tratado secreto. No lo era tanto, ya había
sido publicado en una revista estadounidense sobre diplomacia entre
los años que van desde su firma entre Perú y Bolivia hasta el
principio de la guerra en 1879. ¿Por causa de qué se ha dicho que la
misión de Lavalle en abril de ese año a Valparaíso y Santiago
constituyó una habilidad diplomática? ¿No fue más bien una torpeza?
¿No fue ese mismo Lavalle el firmante del traidor tratado de Ancón de
1883?
¿Quién le cuenta al Perú por causa de qué el primer presidente civil
Manuel Pardo echó a la basura la solicitud urgente y estratégica de
Miguel Grau para la construcción de los blindados que equilibraran el
poderío chileno absolutamente conocido? ¿cuáles fueron los intereses
que se jugaron entonces? ¿no era el Perú de arriba contra el Perú de
abajo que ayer como hoy, nada decidía, todo lo sufría y todo lo
pagaba?
Luego de largos meses de torpeza y sólo después de derrotado el
Huáscar en octubre de 1879, Chile se atrevió a invadir Perú y en ese
año de 1880, Tacna y Arica surgirían como los emblemas de cómo lucha
la gente de un país desorganizado, hundido en la bancarrota por culpa
exclusiva de las élites corruptas. La maquinaria de guerra chilena
había analizado y espiado con detenimiento las fallas locales y no
hizo sino empujar un castillo de naipes pegado con materiales
vulgares. La argamasa sólida de una nación no se hace con cobardes ni
con falta de inteligencia. Aquí ambas taras sobraron desde siempre.
No obstante los baños de sangre que acontecieron en Tacna y Arica hay
que preguntarse del porqué de muchas cosas que nunca han tenido
respuesta, al menos las que el grueso del pueblo peruano anhelaba como
parte del conocimiento histórico a que tiene derecho. Sin embargo
hasta hoy, en medio de tanta modernidad y rapidez en las
comunicaciones, las respuestas no llegan.
Por las calamidades del olvido, también permanece en el claroscuro el
papel que cupo al constructor de ferrocarriles Henry Meiggs que trajo
al Perú nada menos que durante el gobierno de José Balta la cantidad
de 20 mil ó más trabajadores chilenos. ¿Cuántos espías hicieron sus
delicias sin que nadie les molestara? ¿no fue acaso un hacendado
inglés cómplice de proporcionar planos en las puertas de Lima en enero
de 1881?
¿Cómo pudo una civilidad que apenas si había oído hablar de Chile y
divorciada desde el interior con la Lima de entonces, en cuyo vientre
funcionaba un gobierno producto del asalto del 21 de diciembre de
1879, en plena guerra y con un dictador de opereta, Nicolás de
Piérola, dar tanta cuota de sacrificio, sangre y honor en defensa de
un país oficial que no los consideraba como peruanos? ¿sino como
esclavos o inferiores?
Un Perú desde abajo y desde adentro insurgió bien sea como soldado,
apoyo, rabona, resistencia, cocina, zapatería o costurería y hasta
primeros auxilios, dando la mano, el brazo y el pecho, al esfuerzo de
guerra. Un Perú indio, cholo, mestizo, provinciano, acudió al clarín
guerrero y en defensa de la patria cuando así se le demandó con el
enemigo en la puerta de las ciudades que habían de invadir, saquear y
asesinar. No obstante, el Soldado Desconocido y la Rabona Heroica
dieron todo de sí y hasta hoy Perú no rinde el gran homenaje a que
tienen pleno derecho los pueblos de toda la nación.