Wednesday, December 19, 2007

Cáceres pide unidad nacional

Historia, madre y maestra

Documento No. 12*

Cáceres pide unidad nacional

Señor Coronel
Isaac Recavarren
Lima
Querido compañero y amigo:

Al fin me tienes por estos lugares de muy distinta manera de la que yo
creía. Tú sabes que mi pensamiento era ir al sur para trabajar como
pudiese; pero a mi paso por Jauja me exigió Piérola que aceptase el
mando del centro. Vacilé mucho, pero acepté, siquiera porque el
enemigo estaba al frente.

Hoy es necesario, pues, que tú y todos los que como tú han sabido
derramar gloriosamente su sangre por la patria, piensen en la manera
de que tanto sacrificio no sea estéril.

La renuncia espontánea y patriótica de Piérola anunciada por un
supremo decreto; y la próxima, inevitable, patriótica de García
Calderón, que me anuncia de una manera formal, destruyendo todos los
compromisos y alejando todas las antipatías, nos ponen hoy en el caso
de pensar seriamente en la unión.

No hay un solo hombre en el Perú que pueda tener la pretensión de
reunir en su favor todas las opiniones en medio de las luchas
políticas y de las agitaciones de partido. Sin embargo sería necesario
un gobierno que fuera no sólo reconocido y aceptado, sino aun querido
por todos. Se asegura aquí que el Congreso de Lima trata de elegir a
Canevaro: muy acertada elección sin duda para otra época. Si sólo se
tratara del mérito personal y de los servicios prestados, nadie mejor
que tú, que vienes sirviendo a tu país con desinterés y batiéndote con
heroísmo desde el principio de la guerra, distinguiéndote en todas
partes por tu conducta.

Hoy sin embargo no basta eso; es necesario reunir bastante prestigio y
relaciones en todos los círculos para atraérselos. Unidos todos los
peruanos y con un gobierno fuerte y único podríamos hacer la paz o la
guerra según lo quisiera el país y lo permitieran las circunstancias.
De otro modo, y mientras permanezcamos divididos, sólo nos resta que
escoger o la indefinida ocupación del enemigo o la guerra perpetua.
Con tu buen criterio y con tus sentimientos patrióticos no se te puede
ocultar el abismo a que nos ha lanzado el exclusivismo intransigente.

Esta obra, sin embargo, no puede realizarla un solo hombre: sería
necesario organizar una Junta de Gobierno, que representase todos los
elementos y armonizase todas las opiniones. Con las voluntarias
renuncias de Piérola y García Calderón, ni tú ni yo faltaríamos a
nuestros compromisos; y podríamos poner al servicio de la patria todas
nuestras influencias y nuestro prestigio. La mayor satisfacción que
puede caber hoy a un patriota es contribuir a la consecución del fin
único que todos nos proponemos.

Tú conoces mi manera de pensar y te manifesté francamente antes de mi
salida de esa. No me anima ninguna ambición personal, que en todo caso
tendría su ocasión más tarde; sólo me mueve el interés de la patria
por la cual nos hemos sacrificado juntos.

Trabaja en el gobierno y el Congreso de Lima, que yo trabajaré por acá
y quizá la patria tenga algo más importante que agradecernos, que
nuestros servicios en los campos de batalla.

Mis respetos a tu familia y tu dispón siempre de tu fiel compañero y amigo,

Andrés A. Cáceres

Huancayo, mayo 17, 1881

*Campaña de La Breña, Colección de Documentos Inéditos: 1881-1884,
Luis Guzmán Palomino, Concytec-CEHMP, Lima 1990

¡Julio in memoriam!

Señal de Alerta
por Herbert Mujica Rojas
19-12-2007

¡Julio in memoriam!

Muy difícil, casi imposible, describir el dolor que produce la
ausencia subitánea de un ser querido. En efecto, partió, antes que
nosotros, sus múltiples amigos, Julio Rodríguez, ese cultor de la
charla amena y enterada, fino de galanura sensata, e intelectual que
siempre me hizo pensar que cien como él y Perú sería otro.

Ayer por la mañana al ver la mención de su nombre en un par de diarios
fui asaltado por la sospecha que podía ser un homónimo. Sin embargo,
un sexto o séptimo sentido advertía que la infausta circunstancia
había acaecido fulminando al buen amigo que apenas si llegaba a la
cincuentena.

En Julio podíase describir con exactitud el dicho gringo: the man is
the style. Con terno y corbata, siempre de manera correcta, era común
verle al lado de congresistas a los que acompañó brindándoles el
consejo de su sabiduría potente y a quienes otorgaba la posibilidad de
brillar, aunque, las más de las veces, las luces eran de él y los
discernimientos ¡qué duda cabe! también. No obstante, Rodríguez solía
estar en segundo plano. Entre risas –y con mucha picardía sana-
repetía: ¡no quiero perder mi trabajo! Su pluma y versación están en
muchos proyectos de ley, en los seguimientos de investigación que
emprendió y en su insaciable virtud lectora que le premunían de
conocimientos tan dispares como los pormenores del inicio de la
primera guerra mundial como los recovecos poco contados de la
revolución de Trujillo en 1932.

Conocíale desde que éramos estudiantes universitarios. Fue el mismo,
con algo más de peso en su robusta figura, durante los lustros que
duró nuestra luenga amistad. Intercambiábamos libros y, hay que
confesarlo, a veces también me robaba los mismos en retribución a mis
trapacerías. Pero era un deleite "tomarnos" examen de las lecturas y
entonces venía el acápite fraterno de devolución.

Le vi hace pocos meses y con su afecto característico cruzó la calle y
diome un saludo de esos que hacen pensar que el cariño está
impertérrito con y en nosotros. Le obsequié mi manual ¡Estafa al Perú!
y él se comprometió a leerlo con fruición y hacer una crítica. Le pedí
que diera cuenta de las páginas y que la crítica se la guardara para
cuando la pidiera. ¡Temible y de fuste era Julio!

Para confirmar su temprana partida, estuve llamando a quienes como yo,
fueron parte de la legión de sus buenos e inseparables amigos. Y
Germán Lench asintió en medio de una pena insondable. Y hablé después
con Plinio Esquinarila y recordó sus torneos con Julio para ver dónde
almorzaban y quién pagaba la cuenta. Demás está decir que, exquisito
gourmet, Rodríguez, era conocido en el Maury donde era habitúe siempre
bien recibido. La certidumbre que la Parca, esa dama inevitable,
habíanos arrebatado a Julio, tornó triste suceso.

A veces no se entiende la vida que culmina en la muerte insensata y
que no avisa. Para los que sobrevivimos es un honor doliente, eso sí,
tener que despedir a Julio Rodríguez, en el intermedio de su vida que
prometía ser, con la maduración del tiempo y el reloj del éxito, un
aporte formidable al Perú de sus amores, desvelos, querencias y
travesuras. Nuestra aflicción, Julio: ¡es más grande que la tuya!

Julio se fue y la llama de su recuerdo aviva la luz y cariño de todos
los que supimos apreciar su inmensa valía, no siempre reconocida por
vulgares que nunca entendieron que era un alma superior de fina
corteza y mejor talante.

Julio: ¡Descansa en paz!