Thursday, July 29, 2021

El Perú serrano vino a menos. Fue campo de explotación, lugar de esclavitud

 


El Perú serrano vino a menos. Fue campo de explotación, lugar de esclavitud

por Víctor Raúl Haya de la Torre

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https://bit.ly/2WAXur1

 

29-7-2021

 

Por la Emancipación de América Latina*

Ed. Gleizer, 1927, pp. 91-105

 

LA REALIDAD DEL PERU

(Carta a Julio R. Barcos, Buenos Aires)

 

(1925)

 

Mi querido compañero y amigo:

 

En uno de los últimos números de "Verdad", el valiente órgano de los maestros dignos de la República Argentina, he leído un artículo de usted que se refiere a la situación dolorosa del Perú. Alude usted en él a las sospechosas defensas que el ex anarquista Lugones hace de la sangrienta tiranía de Leguía, y dice usted, con razón, que es el Perú uno de los países

más desgraciados de América latina. Así es, efectivamente.

 

Pero las desdichas del Perú son viejas, son tan viejas como la conquista de España (1), que llevó en nombre de Dios y del rey los métodos más feroces de esclavitud y de exterminio. Como fueron el Perú y México los centros de la América indígena, fueron también los centros de la América colonial. Pero la colonia peruana difiere mucho de la colonia mexicana, donde quedó siquiera el intento de una cultura. Al Perú, los españoles no le han dejado nada. Usted ha visto lo que es Lima colonial: una ciudad de adobe que subsiste porque no llueve. México es una magnífica ciudad de piedra y cada uno de sus grandes centros:

Puebla, Guadalajara, San Luis, Querétaro, etcétera, ofrecen los restos monumentales, incomparablemente superiores a los nuestros, de una época, que si bien fue de esclavitud y de explotación brutal, lo fue también de esfuerzo constructor, de disciplina y de aliento. Yo me permito creer que la conquista de América nos fue contraproducente. Creo aun más, que nuestros imperios avanzados indígenas (1) habrían podido completarse con la civilización occidental, aprovecharla y fortalecerse con ella, conservando sus sistemas tradicionales,

como ha ocurrido con el Japón, por ejemplo. Pero como no es hora de detenerse en este punto, lamentamos el hecho de la conquista, convencidos de la ferocidad española al realizarla. Prefiero a Cortés que a Pizarro y creo que cupo a México más fortuna en su

esclavitud que al Perú.

 

Y me he remontado hasta tan lejos, porque el conquistador español, el esclavizador, el opresor, el tipo frío, egoísta, sin sentido humano y sin piedad, lo tenemos en casa aún. En México se han fundido las razas y la nueva capital fue erigida en el mismo lugar que la antigua. La ciudad de México y todas sus grandes ciudades están emplazadas en el corazón del país, en las montañas, sobre las mesetas altísimas que coronan los volcanes. La costa mexicana tropical sirve para comunicarse con el mar. El conquistador de México se fundió con el indio, se unió a él en el propio corazón de sus sierras y forjó una raza que aunque

no sea absolutamente una raza en el estricto sentido del vocablo, lo es por la homogeneidad de sus costumbres, por la tendencia a la definitiva fusión de sangres, por la continuidad sin soluciones violentas del ambiente nacional. En el Perú no ocurrió eso. El Perú serrano e indígena, el verdadero Perú, quedó tras de los Andes occidentales. Las viejas ciudades nacionales: Cuzco, Cajamara, etcétera, fueron relegadas. Se fundaron ciudades nuevas y españolas en la costa tropical donde no llueve nunca, donde no hay cambios de

temperatura, donde pudo desarrollarse ese ambiente andaluz, sensual, de nuestra capital alegre y sumisa.

 

El Perú serrano vino a menos. Fue campo de explotación, lugar de esclavitud. Ahí imperó el feudalismo que importó España, desbaratando todo un sistema de socialismo casi perfecto. El indio que había vivido en la gran comunidad de su imperio, fue de pronto convertido en esclavo. Millones de esos seres murieron en los huecos de las minas que habían de dar el oro a los señores insaciables (1). La colonia no tuvo piedad para con ellos: les despreció, les robó y les asesinó (2). No intentamos fundir raza alguna. Cuando en la costa no se pudo obligar al indio de la sierra a trabajar, bajo el sol implacable de los valles hondos, se importó al negro. Pero el indio siguió siendo el esclavo del blanco, y lo singular, en el Perú, es que esa esclavitud continúa (3). La independencia fue para nosotros un movimiento engañoso (I) . Nuestros verdaderos proceres de la Libertad fueron los Tupac Amaru (2), los Pumacahua, porque son los precursores de la libertad del indio. El indio, antes y después de la independencia política, ha continuado sin cambio alguno. Es siempre esclavo, carne de cañón. Fue arrastrado a la guerra de la independencia como fue arrastrado a las guerras

civiles, como se le llevó a la matanza de la guerra con Chile. Pero el indio, que no habla español en su mayor parte, obedece bajo el terror, y ya don Ricardo Palma contaba que cuando la guerra del 79 repetía que iba a matar "al señor de Chile" (1). Y es que durante la colonia como en la república, el anhelo de libertad del indio ha sido uno solo. El indio ama

una libertad efectiva, el indio quiere la reivindicación de su tierra y desde hace cuatrocientos años se levanta, se insurrecciona, se deja matar por centenares, luchando en nombre de su hambre y de su tradición contra el feudatario que le oprime. Ese es su patriotismo, porque

esa es su justicia.

 

Pero contra el indio estuvieron los españoles de ayer y de hoy. Las castas que se han sucedido en el poder, en el Perú, llevan a gala mantener la tradición heráldica. Condes y marqueses, por sangre o por espíritu, se han sucedido en el poder en el Perú desde hace muchos años. Nosotros tuvimos como prohombres un señor Piérola (2), que soñó con ser emperador o, por

lo menos, usó un casco imperial, llamándose "dictador y protector de la raza indígena", mientras las tropas chilenas avanzaban triunfal y fácilmente sobre Lima. Ese señor Piérola, aristócrata hasta la médula, autoritario y vanidoso, fue jefe del partido "demócrata". El jefe del partido "civil" fue don Manuel Pardo, expresidente de la república, y el mayor de sus hijos lleva un título de marqués de Fuente Hermosa. Un hermano de ese individuo ha sido dos veces presidente del Perú, por derecho hereditario. El señor Leguía es marqués de Haro, por derecho y por espíritu. El señor José de la Riva Agüero y Osma es el presidente del partido Nacional Democrático, en el que milita una serie de señoritos aristócratas, letrados de oficio: Belaundes, Miró Quesadas, Lajaras, etcétera. Ese señor Riva Agüero, que es el jefe de un partido por fortuna abortado, ha pagado casi cien mil pesos en España por la revalidación

de un título de marqués que ahora usa con femenina coquetería en Madrid.

 

Pero no sería nada que cuatro o cinco tipos llevaran títulos, si no fuera lo más grave que todo individuo militante en la política burguesa, ya sea liberal o conservador, anhela tenerlo. La preocupación aristocrática constituye en el Perú un afán primordial, que poco significaría si no respondiera a un espíritu de infinito desprecio para el pueblo, de crueldad para con el humilde y de absoluta inmoralidad para defender situaciones económicas que permitan el espejismo de gran señor.

 

Nuestra literatura, nuestras ciencias, nuestra política, gira en ese ambiente. Todo se hace, en Lima, en camarillas y cenáculos. Nuestros literatos tienen un admirable ejemplar representativo en Chocano. D. Manuel González Prada fue, naturalmente, una excepción luminosa, pero a González Prada le calumniaron, le hicieron el silencio, le combatieron con esa sordidez jesuítica en que son expertos los limeños de "familia distinguida". En la Universidad Mayor de San Marcos, la más antigua de América, está la suprema representación de los intelectuales del país. En 1919-20, los estudiantes hicimos la revolución universitaria y echamos a dieciseis catedráticos. No echamos a más porque habríamos dejado a la Universidad con uno o dos. Pero la mayor parte de ellos lo merecían, desde el rector de entonces, un señor Prado, hijo de un célebre gobernante cuando la guerra con Chile, que escapó de la presidencia de la nación en plena lucha (1)

 

Ese señor Prado (hijo), que pronunciara discursos de los que no queda nada, fue consagrado en el Perú como la más alta figura intelectual. Usted puede buscar un libro de tal altísima personalidad. Encontrará usted que no hay nada de fundamental. Ediciones lujosas, lugares comunes solemnemente repetidos, citas de autores, palabrería vacía y tonta. Pero el señor Prado tenía un museo, que por derecho es de la nación, y cuatro millones de soles doraban su figura aristocrática. Desde el rector, pues, la Universidad de San Marcos era y es hasta hoy, en su mayor parte, una institución anquilosada, convencional, envejecida. Tener un nombre

y dinero o someterse al cenáculo que ahí domina, es quedar consagrado. Un señor Miró Quesada, por ejemplo, es profesor de pedagogía. Yo no he oído jamás disparatar con más cinismo acerca de pedagogía. A medida que estudio y oigo en Europa lo que es la pedagogía como ciencia, me convenzo mejor de que, a pesar de ser un simple alumno en 1923, hice bien en decirle en la cara a aquel señor Miró Quesada que era un ignorante. Usted, técnico en la materia, podría comprender cómo en el Perú basta ser copropietario del más grande y antiguo diario "civilista" para que una cátedra delicada, en un país sin movimiento educacional, pueda ser conferida a un "fifí".

 

Por eso el movimiento intelectual del Perú es un movimiento de plañideras. A don Ricardo Palma, que tuvo gracia y certeza auténticas en sus pinturas coloniales y que, en mi modesto concepto, es el más grande ridiculizador de la época, porque, del virrey al paje, todo cae bajo su punzante ironía, le ha sucedido una serie de cantores del pasado. En Lima, o se canta a

la novia o se canta al virrey. Todo es hispanismo, colonialismo y lamento. La tradición es la colonia. Apenas ahora hay quienes intenten buscar en el acervo inmenso, fuerte y puro del incasismo (1) En las últimas fiestas de Ayacucho, hechas con un empréstito que el pueblo pagará al imperialismo yanqui, Lima se ha divertido en verdadera orgía de cabaret. El campo de Ayacucho está en la sierra. El teatro de la guerra de la independencia son los Andes. Pero el desprecio por la sierra es absoluto. Además, aquellas regiones abandonadas, habitadas por indígenas esclavos vestidos de harapos, no ofrecían espectáculo propicio al ambiente de carnaval que se quiso dar a la solemnidad. La "aristocracia" limeña buscaba divertirse y engañar a los bien comidos invitados extranjeros con el espectáculo de un Perú feliz, monumental y alegre, bajo la mano de un tirano que tan lealmente representa su espíritu.

 

Porque, he de repetírselo a usted, Leguía representa el conservadorismo o "civilismo" limeño y es su más leal sostenedor. No se diga que cómo es posible que haya algunos señores aristócratas desterrados, para demostración de lo contrario. La clase dominante del Perú es una, dividida en oligarquías o grupos, porque el presupuesto nacional no alcanza para que todos convivan. A medida que ha transcurrido el tiempo, la clase dominante se ha multiplicado. Por eso luchan entre sus diversos grupos por el poder (1). Pero no hay

diferencias ideológicas ni de clase entre los jefes de los diversos grupos: un Leguía, un Pardo, un Riva Agüero, un Prado, un Benavides, un Villarán, un Miró Quesada, son lobos de la misma camada. Católicos "gamonales", capitalistas, burgueses, absolutamente burgueses, nada los diferencia. Además, todos han actuado juntos y todos están unidos entre sí, directamente o indirectamente, por lazos familiares y económicos. En su lucha entre unos y otros, se usan de métodos más o menos violentos, pero, en el fondo, todos ellos representan la casta conservadora, la clase de los grandes explotadores, la neo-nobleza española, extranjera, desdeñosa de nuestra realidad, dispuesta a seguir en la obra de explotación y de exterminio del pueblo que les soporta. En cuestiones elementales como la agitación chauvinista contra Chile, todos están en idéntica posición. Luchan cada cual por declararse más "patriota". Los grupos de literatos o de periodistas que rodean a cada uno de estos caciques, gritan también su odio a Chile, y entre Leguía y ellos no hay sino una palabra de insulto y agitaciones: chileno. Leguía los llama chilenos, y viceversa.

 

En cuestiones sociales, todos son reaccionarios. Todos son o grandes señores feudales, o capitalistas, o subditos de unos y otros. Los problemas fundamentales de la nación: el del indio, que es el de la tierra y que es, a su vez, el de nuestra base económica, no ha sido jamás tratado. No ha habido un solo gobernante que se haya conmovido ante el horror de la situación del indio. El gamonalismo es, en el Perú, un crimen organizado y legalizado. Yo he vivido ocho meses en el Cuzco, conozco Cajamarca, Apurímac y otros puntos de la sierra peruana. Usted no puede imaginarse los horrores que allí se cometen. He visto indios con

las carnes tajadas por las vergas con que les azotan. En un resumen que publicara la Biblioteca Europea y Asiática de Suiza, hago un relato de mis recuerdos, de lo que yo he visto en la sierra peruana. Hualpacaldo (caldo de gallina) le llaman al látigo los gamonales. Con él destrozan las carnes de esos desgraciados. Les matan, les roban, les incendian las chozas, les violan las mujeres y las hijas con una frialdad sin paralelo. Pero el "gamonal" es el diputado, es el senador, es el ministro, es el presidente. Cuando pasé por Tumbes, supe que en la hacienda costeña de Plateros, de que es propietario Leguía, se castigaba a los trabajadores poniéndolos desnudos, atados, con las espaldas al sol. Tumbes está en el trópico. Aquellos suplicios son bien conocidos en la costa y sierra del Perú.

 

Y esto no es de ahora; es el terror que domina desde hace mucho tiempo. Las masacres de indios, las masacres de obreros, se han realizado en el Perú bajo todos los gobiernos, desde aquel teatral de Piérola, que se había hecho llamar, cínicamente, "protector de la raza indígena" (1). Por eso es que nosotros estamos desterrados; porque hemos gritado contra tanto horror. Nosotros no estamos desterrados por líos de camarillas. Esta nuestra generación ha despertado de su sueño y de su borrachera de patriotismo y de frivolidad para ver bien en las entrañas de nuestra realidad. Ya se acabaron en el Perú las juventudes doradas engañosas y consagradas, con aquello del señor de la Riva Agüero, marqués y jefe de un partido de

señoritos, serviles al pasado, afeminados y ventrales. El gesto postrero de esa generación fue dado por un señor Belaunde, que trató de arrastrar a los estudiantes, en 1921, a un ataque contra Leguía, en nombre de la defensa del poder judicial; es decir, defender al ladrón contra el bandido. El poder judicial, en el Perú, es lo más corrompido que puede darse (2). Las

palabras seniles y cínicas del presidente de la Suprema Corte, dichas a Leguía, sintetizan bien el grado de moralidad de aquella gente: "Vuestras dotes como mandatario que honran a la república y que admira la América entera". Pues bien; a ese poder judicial de donde han salido en todo momento los ministros de gobierno, ejecutores de crímenes políticos, quería defender el famoso Belaunde. Por fortuna, de aquel movimiento no queda nada. Con él termina esa generación joven de la burguesía que significaba el peligro de la resurrección de toda vieja casta. El Perú va buscando ahora su propio camino. Leguía está en el poder, sobre todo, porque un instinto del pueblo le obliga a quedarse con el tirano antes que reemplazarlo con otro. En el tablado político de la clase dominante no hay más hombres. Todos son viejos, todos son malos, todos tienen ansias de poder, sin más visión que sus apetitos. El país espera una renovación. El Perú se prepara a redimirse definitivamente. A redimirse no sólo del tirano, sino de la clase que él representa; a redimirse de la opresión y a cumplir al fin la justicia de cuatro millones de esclavos. Por eso no importa que el señor Leguía haya dicho a su agente en Buenos Aires don Leopoldo Lugones (I) , que la propagación de nuestras doctrinas revolucionarias significará la destrucción de la nacionalidad y hasta la lucha de razas. Para Leguía, la nacionalidad es el horror de la situación del Perú actual. Pero este pensamiento de Leguía pertenece a todos los hombres del Perú "distinguido". Usted verá que el día que suene en el Perú la hora de la reivindicación del pueblo, de la redención del indio, de la verdadera revolución justiciera, se unirán automáticamente los encarnizados rivales de hoy. El señor Leguía, si es que para entonces vive, será el "leader" común. "¡La nacionalidad en peligro!", será el grito hipócrita de todos los grupos que ajustarán la solidaridad de clase. Ya no habrá tapujos; la lucha será clara, entre el minúsculo grupo de familias que explotan al pueblo del Perú y forman la clase dominante y el pueblo que lucha por su libertad. Entonces los señores Pardos, Aspíllagas, Prados, Benavides, Riva Agüeros, etcétera, formarán un solo bloque, serán el bloquede la burguesía, de los grandes propietarios, de la reacción, en alianza con el imperialismo yanqui.

 

Nuestra lucha no es, pues, únicamente contra Leguía; nuestra lucha es contra la clase que, dividida o no, es la que oprime y vende al extranjero el pueblo del Perú. Por eso se nos ha       desterrado a los que encabezamos o iniciamos ese movimiento social, con el beneplácito                          

de todos los sectores conservadores, aun los de la oposición transitoria actual. Pero aunque el enemigo es fuerte, nosotros hemos de seguir siempre adelante. Es cierto que una gran parte del pueblo no comprenda y que no anhele su justicia.                   

         

Nuestro deber es luchar por despertarle. Al grito de las Universidades Populares "González Prada" respondió el pueblo. Obreros, estudiantes, indígenas, campesinos, empleados, nos hemos unido allí. La lucha ha sido cruel pero continúa. En mayo y en octubre de 1923 se asesinaron en las calles de Lima y Vitarte a obreros y estudiantes. La tortura, la persecución, el destierro, es pan de cada día. Todo ese sistema de terror y de abuso ha enardecido más la rebeldía popular. Leguía, como todos los tiranos, como todos los opresores, cree que puede matar el amor a la justicia en nosotros arrojándonos al extranjero a luchar con el hambre. En los que salimos y en los que quedan, el efecto es contrario. De entre los señores políticos profesionales de la clase privilegiada, Leguía ha obtenido claudicadores de alta posición (1) que le han pedido perdón, se han sometido y han vuelto al país a ocupar puestos públicos. De entre nosotros no lo ha conseguido. No lo conseguirá nunca. Los políticos profesionales están dispuestos a claudicar cuando luchan por el estómago. Y todos los políticos peruanos son ventrales, sin excepción. De nuestro lado hay algo que no es ventralismo y es la causa del pueblo. No somos sino soldados de un gran principio de justicia. Y el camino del sacrificio

nos lo han enseñado los que murieron defendiendo nuestra causa. Leguía usará del terror aún, pero llegará el día en que la rebelión estalle. Tarde o temprano será así. No la montonera del cacique ni el cuartelazo del militar. En el Perú, como en Venezuela, llegará la hora de la justicia impuesta por la fuerza del pueblo coaligado, por el Frente Unico de los trabajadores manuales e intelectuales. Y entonces ni el imperialismo yanqui, tan interesado en sostener las tiranías de América, ni la conjuración de todas las fuerzas reaccionarias del Perú, hoy divididas, podrán nada.

 

Y esto será por ley histórica. Los despotismos reaccionarios tienen siempre un fin. Porfirio Díaz tiranizó México treinta y seis años, pero cuando creyó que podía evolucionar hacia la "legalidad", el pueblo se alzó para castigarle y para hacerse justicia. Nadie se acuerda hoy de Díaz en México.

 

Disculpe la extensión de esta carta. Quería hablarle largamente de la situación del Perú, y quería pedirle que, conociéndola, no ahorre usted tiempo para revelarla a América, para ayudarnos a clamar por la libertad de un pueblo desdichado. Tenemos casi cuatro millones

de analfabetos, estamos gobernados espiritualmente por un alto clero extranjero y venal; la esclavitud está organizada en el Perú. Sin embargo, ya se levantan las primeras voces anunciadoras de un despertar. Ayúdenos usted y ayúdennos los trabajadores manuales e intelectuales de toda América, a darle fuerza y calor y fe a un movimiento que responde a un

altísimo ideal de justicia. Necesitamos que el problema del Perú sea bien comprendido y que las voces de los Chocanos y de los Lugones caigan en el desprecio de los pueblos. Creo que el americanismo no podrá ser posible sin la estricta cohesión de los trabajadores del continente, para luchar por la imposición de la justicia en cualesquiera de los países donde sea posible comenzar la obra redentora. Y el internacionalismo práctico comienza por sentir y comprender los dolores de los pueblos que más sufren, ayudándolos a libertarse.

 

Londres, 20 de junio de 1925

 

(1) "Aun después del período de 1810 a 1821 cuando el Perú a costa de una dura lucha se separa de España y deviene un estado independiente, su progreso avanza lentamente bajo el peso de innumerables revoluciones, crisis económicas y guerras. Nunca más ha recobrado la prosperidad de que fue dueño bajo los Incas y es muy improbable que sus regiones hoy despobladas vuelvan a alcanzarla". Otfrid Von Hanstein. "The World of The Incas". A Socialistic State of The Past. Edición traducida del alemán al inglés por Anna Barwell.

Londres.

 

(I) "¿Cómo estaba organizada la vida social incásica? El gran interés sociológico que despierta el estudio de la organización social incásica es éste: se trata de un país en el cual la sociedad se basaba en la más absoluta solidaridad social y en el cual cada individuo desenvolvía sus actividades, no a capricho o a iniciativa propia, sino como miembro de la agrupación total y como función social para armonizar la marcha del conjunto. Realizaba así en la práctica los ideales más avanzados de las posteriores doctrinas socialistas: el bienestar de la comunidad era el decisivo criterio aplicado a todos los actos de la vida, y según el cual se modelaban todos los fenómenos sociales imposibilitando las desigualdades de los miembros de la comunidad, impidiendo que hubiera ricos y pobres, que pudiera implantarse el capitalismo ni existir antagonismo entre el capital y el trabajo, desde que, no existiendo el capital todos eran igualmente ricos". Ernesto Quesada, profesor de la Universidad de Buenos Aires: "El Desenvolvimiento social hispanoamericano", publicado en la Revista de Filosofía, dirigida por José Ingenieros. Año 111, Número IV. Buenos Aires, noviembre de 1917. "...mientras los beneficios del sistema comunista (de los Incas) fueron visibles a todos los ojos". Tomás A. Joyce M. A. "South American Archaeology", Capítulo V, pág. 99. (Edición Macmiilian, Londres, 1912).

 

( 1 ) "Las exigencias de España por dinero eran cada día mayores. Se enviaban a los "mitayos" (indios) a morir a los asinetos minerales; constantemente se hacían nuevas denuncias y se emprendían nuevos trabajos en las minas y a pesar de esto seguían las demandas por la plata y oro del Perú. Para satisfacer estas demandas los virreyes tomaban medidas que tendían a la destrucción de la raza indígena". Sir Clement Markham. Historia del Perú. Cap. IV.

 

(2) "Una de las causas principales de la desolación de las ciudades era el trabajo obligatorio en las minas; a los hombres se les arrebataba de sus casas separándolos para siempre de sus esposas y familias. En las provincias vecinas a Potosí se ponía en vigor la ley de la "mita" a fin de proveerse de trabajadores para beneficio de las minas en aquel asiento mineral. En 1573 se requerían 11.199 trabajadores. Desde aquella fecha hasta 1673 en nada aminoró el rigor de la "mita" y en esta sólo se pudo reclutar 1674 hombres. Estas cantidades hablan por sí solas. En el espacio de un siglo nueve décimas partes de la población había sido destruida por medio de excesos y crueldades... La opresión de los propietarios de "obrajes" o fábricas de tejidos toscos de lana fué tan abrumadora como la de las minas. Estos fabricantes empleaban hombres llamados "guatacos" para cazar a los indios y "arrearlos" a los obrajes. Los amos obligaban a sus víctimas a incurrir en deudas para por este medio mantenerlos en perpetua esclavitud. A los muchachos los robaban de sus casas violando toda ley; se les obligaba a hilar la lana o el algodón y se les flagelaba cruelmente. Muchas de las "encomiendas" (la palabra encomendero viene de esta frase consignada en reales cédulas: "Os encomendamos 200 indios, p. ej. para que los doctrinéis en las cosas de religión y ocupéis en vuestras labores, etc.") que anteriormente tenían mil adultos y rendían 8.000 pesos de tributo en menos de un siglo se redujeron a ciento, y, sin embargo, se les exigía el mismo tributo a los sobrevivientes, y si no verificaban el pago los reducían a prisión. Inmensos terrenos quedaban sin cultivo y el país se asolaba rápidamente". Sir Clement Markham, "Historia del Perú", cap. VIH.

 

(3) Bajo la república, ¿sufre menos el indio que bajo la dominación española? Si no existen corregimientos ni encomiendas quedan los trabajos forzosos y el reclutamiento. Lo que le hacemos sufrir hasta para descargar sobre nosotros la execración de las personas humanas. Le conservamos en la ignorancia y en la servidumbre. Le envilecemos en el cuartel, le embrutecemos con el alcohol, le lanza a destrozarse en las guerras civiles y de tiempo en tiempo organizamos cacerías y matanzas como las de Amantani, llave y Huanta". González Prada, "Horas de Lucha".

 

( 1 ) Creo que el movimiento de la independencia en el Perú como en las demás colonias españolas fué un movimiento de clase y de claros orígenes económicos. La poderosa clase de terratenientes hispanoamericanos que libertándose de la servidumbre política se libraba de la económica, irrumpió revolucionariamente contra la corona de España. La teoría de la "negación de la negación" hengeliana que Marx aplica a la Historia está demostrada sin duda en este proceso de la colonia y la revolución de la independencia. La clase de terratenientes o feudal que la Conquista había creado para destruir el sistema primitivo o socialista agrario del imperio peruano, devino poderosa al cabo de tres siglos de desarrollo y de afianzamiento. Entonces rompe con España y le arrebata el poder político. En el momento de la independencia la clase de terratenientes por medio de los "ejércitos libertadores", dirigidos por jefes salidos de esa clase y de oficiales desertores del ejército de España, representa indudablemente la causa de los pueblos de América, como la burguesía representó la de los pueblos de Europa al realizar la gran revolución francesa, cuya ideología tanto influyó en el pensamiento de los insurrectos americanos contra España. El poder político en los primeros tiempos fué ejercido por los mismos militares que habían realizado la obra revolucionaria de libertad; más tarde entran los civiles que van preparándose para el ejercicio del poder político. Así continúa el proceso histórico hasta la formación de las burguesías nacionales que en algunos países han influido decisivamente, aunque en otros continúa la clase terrateniente casi sola ejercitando el poder. Sin embargo, la situación de los siervos, de los indios, como la de los negros cuya esclavitud continuó por varios decenios, no fué mejorada por la independencia. No fué, pues, un movimiento de libertad total, universal, como clamaban los actores de la revolución siguiendo el optimismo de los revolucionarios de Francia. Las clases trabajadoras de América Latina realizarán la nueva libertad. — El Autor.

 

(2) "... el cacique José Gabriel Tupac Amaru, Micaela Bastidas, bu mujer y otros varios, habían sido ajusticiados en la plaza pública (18 de mayo de 1781), acompañando aquellos suplicios circunstancias atroces, cuya relación hace erizar los cabellos y no puede copiarse sin repugnancia, ni leerse con ánimo tereno sin estremecerse de horror". Modesto Lafuente. "Historia General de España". "La manera como fue llevada a cabo la ejecución de Tupac Amaru y de los individuos de su familia, caídos en poder de los vencedores en la Plaza del Cuzco, la mañana del 18 de mayo de 1781, llena una página lamentable de nuestra historia colonial". Comandante Lobo. "Historia de las Antiguas Colonias Hispanoamericanas

 

(1)   "Los indígenas miraban la lucha de las dos naciones como una contienda civil entre el general Chile y el general Perú...*'. González Prada, "Horas de Lucha", cap. Nuestros indios. Ed. 1924.

(2) "Las ideas en el cráneo de Piérola son telarañas en el Laberinto de Creta. A más de aturdido, vacilante y divagador, deja algo que desear en materia de virtudes públicas y privadas". González Prada, "Horas de Lucha", cap. Nuestros conservadores, pág. 144. Edición 1924.

 

(I) El 18 de diciembre de 1879 (Prado) presidió su Consejo con la calma más aparente, despachó los asuntos corrientes y anunció que visitaría, después de mediodía, los fuertes del Callao para asegurarse por sí mismo de su aprovisionamiento. En efecto, a las tres de la tarde tomaba el tren para el Callao y dos horas más tarde se leía en las murallas de Lima la siguiente proclama: "El presidente constitucional de la República a la Nación y al ejército. Conciudadanos: Los supremos intereses de la patria me obligan a salir para el extranjero. Me alejo de vosotros temporalmente. Hay razones poderosas para esta resolución que tomo en los momentos en que mi presencia aquí puede parecer necesaria. Los motivos que me deciden son, en efecto, muy graves y muy poderosos. Respetad mi resolución. Tengo el derecho de pedíroslo después de todos los servicios que he prestado al Estado. Soldados: si nuestras armas han experimentado algunos descalabros en los primeros días de noviembre, el día 27 del mismo se han cubierto de gloria en Tarapacá. Cualesquiera que fueran las circunstancias yo sé que imitaréis el ejemplo que os dieron vuestros hermanos del Sud. Tened confianza en vuestro conciudadano y amigo. M. I. Prado". Seguía a esta proclama un decreto que confiaba el poder en manos del vicepresidente. Prado lo tenía todo preoarado para su fuga. Se embarcó secretamente a bordo del "Paita", vapor de la compañía inglesa del Pacífico que iba con destino a Panamá. Prado se dirigía, según decía, a Europa y Estados Unidos a comprar armas y municiones. Desde Guayaquil dirigió a sus arr\igos de Lima una larga carta para justificar su partida: "Volveré pronto — decía—, yo aseguraré al Perú una brillante victoria o quedaré sepultado bajo las olas"... "Charles de Varigny. Historia de la Guerra del Pacífico; publicada en "Revue des Deux Mondes", de París en 1881 y 1882.

 

( 1 ) El movimiento incasista como todo lo fuerte y nuevo del Perú, ha surgido en la sierra, especialmente en el Cuzco. La música, el teatro, la leyenda, todo ese acervo maravilloso y fuerte de la gran civilización del Perú comunista incaico va ganando predominio y deroción entre la juventud intelectual revolucionaria que marcha al lado de nuestro movimiento de acción «ocial.

 

(I) Como demuestro en una nota más adelante, estas divisiones entre los diversos grupos del "civilismo" se han atenuado mucho. El oro de los empréstitos yanquis está soldando las superficiales distancias de las fracciones ambiciosas d« la clase dominante.

 

(1) "Apenas inaugurada la primera dictadura de Piérola, los indios de Amantani, isla del Titicaca, lincharon a un gamonal que había cometido la imprudencia de obligarles a hacer ejercicios militares. La respuesta fue el envío de Puno de dos buques de guerra que bombardearon ferozmente la isla de las 6 de la mañana a las 6 de la tarde. La matanza fue horrible, sin que hasta ahora se sepa el número de indios que ese día perecieron sin distinción de edad ni sexo. Sólo se ven esqueletos que aun blanquean metidos de medio cuerpo en las grietas de los peñascos en actitud de refugiarse". llave y Huanta (masacres de indios), se consumaron en la segunda administración de Piérola. Nota de González Prada en "Horas de Lucha", capítulo Nuestros Indios, edición 1924.

(2) Entre los ministros de gobierno que el Perú recuerda está un señor Valcárcel. autor de una tristemente célebre matacre de enemigos políticos en el fuerte de Santa Catalina, siendo presidente el general Cáceres. Y el señor Valcárcel, miembro del foro, murió siendo vocal de la Corte Suprema de Justicia. Está también un señor Rafael Villanueva, autor de todos los atropellos durante el primer gobierno de Leguía, vocal también de la Corte Suprema. Está también el doctor Leguía y Martínez, primo del actual agente del imperialismo yanqui en el gobierno del Perú, quien como ministro de gobierno deportó, encarceló, etc., sin dejar de ser vocal de la Corte Suprema de Justicia. Está también un señor Maguiña, ministro de gobierno de Leguía, coautor de destierros, arrestos, encarcelamientos y toda clase de abusos, vocal asimismo de la Corte Suprema de Justicia. Por entendido que cada uno de estos señores se ha reído de la ley y de las garantías individuales y de la Constitución y de todos los Códigos que forman algunos kilos de papel impreso en ciertos anaqueles oficiales del país. Y esto indica la calidad del poder judicial por el que señor Belaunde se sentía tan conmovido. El Autor.

 

(I) Son muchos ya los "señores civilistas" que después de recibir de Leguía castigos y ofensas, prisiones, destierros y difamación han vuelto al país. Recordaré algunas de cierta figuración: José Balta, Antero Aspíllaga, Pedro A. del Solar, Gerardo Balbuena, Antonio Miró Quesada, Germán Arenas, General Zuloaga, Miguel Grau, Felipe Pardo y muchos otros. El primero y el cuarto son empleados de gobierno ahora y el segundo y el quinto vieron sus casas saqueadas por orden de Leguía. La casa del señor Miró Quesada fue destruida por un incendio preparado por Leguía en 1919. El señor Miró Quesada al volver al Perú visitó al presidente. El señor Miró Quesada es director de "El Comercio" y fue profesor de la Universidad de Lima y presidente del Senado con el régimen de la fracción civilista de D. José Pardo, enemigo enconado de la fracción civilista del leguiísmo. La lista de tránsfugas es innumerable: muchos salen de la prisión de San Lorenzo a ciertos empleos, por ejemplo: un diputado apellidado Escalante y el jefe de la Escuela de Policía y ex prefecto de Lima (después de la prisión) coronel Pedro P. Martínez, que bajo las órdenes de Pardo

masacró a los obreros de Lima durante la huelga general de mayo de 1919. — El Autor.

 

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