Saturday, November 27, 2010

Recordando al c. José García Zegarra

Recordando al c. José García Zegarra

por Jesús Guzmán Gallardo; jeguzga@hotmail.com

27-11-2010

 

Llegué al Club Infantil 23 de Mayo el verano de 1960, con mis 11 años a cuestas, para integrarme a la academia de ingreso a secundaria que la CHAP sostenía con su propio esfuerzo; y fue así que conocí al c. José García, relación que solo se interrumpió con su muerte acaecida en febrero de 1985.

 

Era otro el Partido Aprista que cobijó a esta organización de niños, única en su género, totalmente alejada de las ambiciones mezquinas y episódicas como de los antivalores que degradan al ser humano y que podían encontrase aún en otros niveles de nuestra agrupación política como en cualquier otra. Y digo que era diferente el Partido, por la forma cómo se manejaba éste en un ambiente de confianza y respeto a las normas partidarias y a sus dirigentes; y que siempre reconocieron la eficiente labor educativa de la CHAP con los niños más pobres, en clara coherencia con  el testimonio de la vocación de un movimiento revolucionario que auspiciaba la atención privilegiada a los niños humildes y desheredados del Perú.

 

Es por ello que siempre se calificó como apostolado auténtico la labor del c. José, habida cuenta que lo dejó todo para dedicarse con absoluta transparencia y sin reticencias a un trabajo propio de gigantes, que nadie ha podido ¡siquiera! imitar en su nobleza, desprendimiento y entrega sin dobleces.

 

Nos enseñó todo lo que la misma escuela o el colegio no podía entregarnos, es decir: a ser generosos sin abdicar del coraje con que hay que enfrentar las dificultades, inclusive las tragedias, como lo fue la muerte sin sentido de nuestros hermanos Cachay y Pintado en un accidente de tránsito en circunstancias que se desplazaban para llevar alegría y entretenimiento a otros niños. Fui testigo de excepción del dolor sin límites que sintió nuestro c. García en aquellos tristes y difíciles días durante los cuales no durmió ni probó bocado alguno, privaciones de un elevado espíritu que nos legó con su ejemplo el significado de la responsabilidad y el sacrificio.

 

Fue un maestro a carta cabal como muy pocos, nos enseñó a despreciar la adulonería, el halago fácil y la obsecuencia propia de los espíritus débiles. Aprendimos a valorar el trabajo con alegría y disciplina, el sentido fructífero de la puntualidad, así como el de la unidad y la fraternidad que emergía del trabajo en equipo, esfuerzo espartano y desinteresado que gestó el amor por nuestro club. Supimos del cariño y recuerdo por nuestros héroes y mártires en lecciones interminables, en largas noches de tertulia pedagógica. Nos hizo comprender y entender, siendo adolescentes, porqué valorar, admirar y respetar a Víctor Raúl, a los lideres y dirigentes en razón de su lealtad, honestidad, entrega y sacrificio por el ideal abrazado a temprana edad, cosa que hoy no existe en los ilegítimos y pseudo dirigentes.

 

Su personalidad labrada en la lucha contra el tirano Odría, imprimió a la Chap de una fortaleza y rebeldía frente a las injusticias de adentro y de afuera, no se aferró a las conveniencias de los cobardes, ganándose, por lo tanto, el afecto respeto y veneración de los que lo conocimos. Su docencia trascendió los linderos del local central del Partido, lo que explica por qué tantos padres, muchos que no eran apristas, confiaran a sus hijos en la seguridad que estaban en buenas manos.

 

Nadie que haya pasado por sus aulas, podrá olvidar los campamentos, las actuaciones y las giras al interior de la república, en cuyas presentaciones despertaba nuestro club gran expectativa e impresión por la forma disciplinada que los chapistas exhibían sus habilidades y destrezas en el teatro, banda de músicos, orquesta, etc. En suma, recibimos una educación que no se asemeja en nada  a la que tienen Alan García y sus corruptos corifeos, que nunca supieron nada de la CHAP porque nunca pertenecieron a ella, ni menos a una organización juvenil o universitaria.

 

Este 27 de noviembre, fecha en que recordamos el natalicio del c. José García Zegarra, renovemos nuestra adhesión a nuestra alma máter, que es única y no pertenece a nadie en particular, llamemos la atención a los que la han dividido y que sepan que estamos atentos a su conducta que no corresponde a la de un verdadero chapista.

 

 Mi homenaje y recuerdo permanente al fundador del Club Infantil 23 de Mayo, querido c. José García Zegarra, maestro incorruptible y enseña sin mácula de sus discípulos. Este día volvamos a entonar el himno de la CHAP con el corazón henchido de orgullo que nos recuerda nuestra intransferible misión: "Vamos chicos, vamos a marchar, somos la vanguardia de la Libertad…….".

 

¡Hasta siempre c. José García Zegarra!

 

Apra: caballazo con delicadeza de elefante

Señal de Alerta
por Herbert Mujica Rojas
27-11-2010*

Apra: caballazo con delicadeza de elefante
http://www.voltairenet.org/article167601.html

El próximo 28 se llevará a cabo una cita en el Apra con el único propósito de ungir como candidata presidencial a la señora Mercedes Aráoz. El partido más antiguo del Perú se ha rendido humillantemente al diktat de su destructor, el señor Alan García Pérez. Al anti-Haya no interesa que el Apra no llegue siquiera al 10%, ¡sólo precisa de legisladores cipayos que le cubran las espaldas por los próximos cinco años.

Sostiene en su macizo alegato jurídico, el doctor Guillermo Olivera Díaz:

1. He revisado con minuciosidad y sentido académico el Estatuto de esta organización política y debo confesar que no he encontrado un órgano con la denominación "Convención Nacional Electoral". Por lo tanto, se trata de un ente partidario de nombre hechizo, producto de la febril, frondosa y fantasmagórica imaginación de alguien sin freno, moralmente dislocado, vituperable, a quien le resbala sin duda la violación de los conceptos y normas jurídicas que producen los entes colegiados y de nivel superior, ajenos al criterio ad líbitum del abstracto individuo.

A continuación recapitula:

2. Los órganos de Dirección No Permanentes previstos en el Estatuto PAP 2005 son: el Congreso y Plenario Nacionales; Convención y Plenario Macroregionales; Convención y Plenario Regionales, Asamblea y Plenario Provinciales; Asamblea y Plenario Distritales; y Asamblea de Centro Poblado, Sectoral y de Agrupaciones Funcionales.

Mientras que son Órganos de Dirección Permanentes: La Presidencia y la Dirección Política Nacional; el Comité Ejecutivo Nacional y los Comités Ejecutivos Regionales, Provinciales, Distritales y de Centro Poblado; los Comités Sectorales; las agrupaciones funcionales nacionales, regionales y provinciales; y los Comités apristas en el exterior.

Y subraya:

¡Ninguno de ellos tiene potestades electorales internas en la selección de candidatos!. No son el "órgano electoral central" ni los "órganos electorales descentralizados" que instituye el Art. 20° de la Ley de Partidos Políticos, a cargo de todas las etapas de los procesos electorales del partido, desde la convocatoria.

¿Qué debe entenderse?:

-Que el Estatuto del PAP no prevé la llamada "Convención Nacional Electoral", la misma que se reunirá el domingo 28 para consagrar el caballazo Aráoz con delicadeza de elefante gordo.

-Que ninguno de los órganos permanentes o no permanentes de que habla el Estatuto PAP 2005 ¡tiene postestades electorales internas en la selección de candidatos!.

¿Quiere esto decir que hay que esperar a posteriori de la malhadada Convención Nacional Electoral para protestar o impugnar? La respuesta contundente es ¡No! Si se logra al interior del cónclave la inscripción de otro postulante competidor, no sólo la dignidad empieza a dar visos de existencia, sino que se vuelve más emocionante el avatar coyuntural. Prevé el doctor Olivera en su trabajo de potente pegada:

"Imaginemos por un instante que la "Convención Electoral" del próximo domingo 28 de noviembre tiene ribetes legales. ¿Han previsto los organizadores cómo garantizar la pluralidad de instancias y el debido proceso electoral que ordena el Art. 20° de la Ley de Partidos Políticos? ¿Por sobre la Convención, quién absuelve el grado; es decir, quiénes resuelven en segunda instancia las impugnaciones de los fallos de los delegados de ésta? ¿Qué órgano superior jerarquiza a una Convención ocasional? Espero ávido la respuesta; que sea de poder suasorio, con fundamento legal, estatutario y reglamentario y no con infundados venablos.

Tratándose de una elección interna, a cargo exclusivo de un órgano electoral central, ajeno a los demás órganos internos, luego de la convocatoria se inscribirán otros candidatos diferentes a Mercedes Aráoz. Computados los votos y conocidos los resultados viene el momento de las impugnaciones, la observación del debido proceso y su instancia plural."

En efecto, la ley demanda democracia interna y cómo se verifica la pluralidad de instancias y el debido proceso, de presentarse impugnaciones a los candidatos. En buen castellano la ley de partidos políticos impulsa la competencia interna y su desarrollo por los cauces que, esa misma ley, ampara para evitar fraudes o cargamontones o las marabuntas "por aclamación y unanimidad" a que son tan afectos los pastores de borregos que hoy necesitan garantizar la impunidad del gobernante que se va.

Pero muy cierto es que, como anota Olivera Díaz:

"En consecuencia, los delegados que hayan surgido fuera de normas estatutarias son ilegales o bastardos; su actuación, decisión y voto en la Convención Electoral tienen la misma naturaleza; los candidatos que resulten seleccionados igualmente, objeto de tacha por bastardos.

Toca a la gente digna del Apra, si aún la hay y se manifiesta dentro de una cita con dedicatoria y aborregamiento manifiesto, dar la señal de alerta, el envión de protesta, el grito de emancipación de los grilletes que la mediocridad y la delincuencia han puesto con fuerza de vendaval, quincena y fin de mes. Dicen que ¡dádivas quebrantan penas!

¡Atentos a la historia, las tribunas aplauden lo que suena bien!

¡Ataquemos al poder, el gobierno lo tiene cualquiera!

¡Rompamos el pacto infame y tácito de hablar a media voz!

¡Sólo el talento salvará al Perú!

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*¡Gloria a los heroicos peruanos caídos, un día como hoy, logrando la victoria de Tarapacá en 1879!


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Tarapacá: Glorioso aniversario

Hace 131 años, los soldados peruanos, en inferioridad de condiciones, impusieron su heroísmo al invasor con la inolvidable victoria de Tarapacá.

Tarapacá: Glorioso aniversario


 

El Mariscal Cáceres brilló en Tarapacá.

Si una gran lección dejó la aciaga Guerra del Pacífico fue que precisamente el infortunio elevó las virtudes cívicas y patrióticas de muchos ciudadanos, que tuvieron la oportunidad de dejar su nombre grabado en planchas de bronce para la posteridad. Grau, Bolognesi, Ugarte, Leoncio Prado, Arias Aragüez, cada soldado, cada hombre y mujer, reivindicaron a toda una generación de hombres cuyas mezquindades nos condujeron a la mayor tragedia de nuestra historia republicana y fueron artífices de la heroica y nunca vencida voluntad de mantener en alto el honor nacional, y entre ellos brilla la figura inmortal de Andrés Avelino Cáceres Dorregaray.

Luego de la muerte del almirante Grau y destruido el poderío naval del Perú, la escuadra Chilena se hizo dueña absoluta del mar, lo que permitió al alto mando militar de ese país ejecutar finalmente LA PRIMERA fase de la campaña terrestre de la guerra del Pacífico, cuyo objetivo inmediato consistía en capturar la provincia peruana de Tarapacá, rica en minerales y depósitos de salitre.

Al estallar la guerra, el Perú tenía un ejército de tierra compuesto por unos 4,800 hombres, desplegados en guarniciones por todo el territorio nacional. El destacado historiador y diplomático peruano Juan del Campo Rodríguez, señala en su estudio sobre la Batalla de Tarapacá, la limitada capacidad operativa militar que acompañaba la organización del ejército peruano en aquella oportunidad.

La infantería contaba con unos 2,700 soldados y 290 oficiales, divididos en ocho batallones integrados cada uno por 400 hombres, aproximadamente. Si embargo para julio de 1879 el Perú logró conformar una pequeña fuerza militar de 7,500 soldados y guardias nacionales, la cual seguiría siendo muy inferior al de las tropas Chilenas.

Esta fuerza quedó al mando del general Juan Buendía y compuesta por seis divisiones: LA PRIMERA de ellas, de 1,455 efectivos; la II División, a órdenes del coronel Andrés Avelino Cáceres, con 1,230 soldados; la III División, dirigida por el coronel Francisco Bolognesi con 1,315 soldados; la IV División, al mando del coronel Justo Pastor Dávila, con 1,123 soldados; la V División, comandada por el coronel Ríos; mientras que la VI División, al mando del general Bustamante, con 1,085 soldados.

Esta fuerza se unió a los 4,534 hombres del ejército Boliviano aliado, y fue desplazada a las costas de Iquique, Tacna, Tarapacá y Moquegua, como parte del "I Ejército del Sur", bajo órdenes del general Juan Buendía. Mientras se prolongó la campaña naval, el referido ejército ejecutó maniobras tácticas y de desplazamiento, siempre desde una perspectiva defensiva y no entró en acción.

Invasión al Perú
Solo tres semanas después de Angamos, el dos de noviembre de 1879, el llamado "Ejército de Campaña", 10,000 soldados de la fuerza expedicionaria Chilena, apoyados por casi todos los barcos de guerra de su escuadra y diez vapores, a órdenes del general Erasmo Escala, lograron desembarcar, en tres fases de ataque, en el puerto de Pisagua estableciendo así su primera cabecera de playa en territorio peruano. Aun así no les fue fácil tomar el territorio peruano. En este desembarco los Chilenos tuvieron 330 bajas entre muertos y heridos.

Este ejército expedicionario Chileno, a órdenes del general Erasmo Escala, era superior a las fuerzas aliadas peruano-Bolivianas. Seguidamente, las fuerzas Chilenas se apoderaron del ferrocarril Pisagua-Agua Santa y de ahí se desplazaron hacia el norte, asegurando una línea de provisiones con el valioso apoyo de su escuadra.

Batalla de San Francisco
En este proceso capturaron los Chilenos la localidad de Dolores. El 19 de noviembre las fuerzas aliadas se enfrentaron al ejército expedicionario en las alturas del cerro de San Francisco, en un frente de tres kilómetros de extensión. Fue un combate cruento e intenso en que ambos ejércitos mostraron un gran valor y arrojo.

Aunque la infantería aliada era superior en número (7,400 peruanos y Bolivianos contra 6,000 Chilenos), los primeros contaban sólo con 18 cañones contra 34 modernas piezas de artillería del adversario. Los Chilenos además ocupaban la cima del cerro San Francisco, que por su inclinación se constituyó en una plaza prácticamente inexpugnable, mientras que los aliados dominaban las faldas del cerro.

La batalla sería muy sangrienta, habiendo muerto un gran número de tropa y oficiales de los batallones peruanos Zepita y Dos de Mayo.

A las 5 de la tarde la fuerte avanzada aliada colapsó y en horas de la noche los peruanos y Bolivianos emprendieron la retirada. Los vencedores Chilenos, agotados, no se decidieron a emprender la persecución y se parapetaron en las calicheras.

Cuatro días después, el 23 de noviembre el ejército Chileno ocupó el puerto peruano de Iquique. Las diezmadas fuerzas del I ejército del Sur, se vieron forzadas a ejecutar una nueva progresión y marcharon entonces hacia Tarapacá.

El comandante del ejército Chileno, general Escala, enterado de la difícil situación del adversario e informado de su posición exacta, envió a su encuentro una expedición de 3,900 hombres, al mando del coronel Luis Arteaga, compuesta por el batallón Chacabuco, cinco batallones de infantería pertenecientes a los regimientos 2do de Línea y Zapadores, un escuadrón de caballería, (el Granaderos a Caballo) y cuatro cañones de bronce y seis potentes cañones Krupp bajo el Regimiento de Artillería, con objeto de liquidarlos.

De acuerdo al parte oficial del general Escala, se presumía que en Tarapacá había entre 1,500 y 2,000 soldados peruanos "en pésimas condiciones, agobiados por el cansancio y la escasez de recursos y en un estado de completa desmoralización…".

Tarapacá: épica jornada
En horas de la madrugada del 27 de noviembre 1879, la fuerza Chilena alcanzó su objetivo y tomó posición ofensiva en las colinas localizadas al oeste de la ciudad de Tarapacá, en un área de una legua de extensión, que iba entre el alto de la cuesta de Arica y el de Visagras.

La división Chilena entonces fue dividida en tres fracciones: LA PRIMERA, al mando del teniente coronel Eleuterio Ramírez, tenía como objetivo apoderarse de la Huaracina, donde se encuentran las provisiones de agua del poblado y de ahí avanzar hacia Tarapacá; la segunda, a las órdenes del propio coronel Arteaga, debía atacar de frente a los peruanos por las alturas que dominan la población; y, la tercera, dirigida por el comandante Ricardo Santa Cruz, tenía que situarse cerca del paso de Quillaguasa para recortar la retirada de los peruanos por el camino de Arica "y batir la quebrada desde las alturas".

Los peruanos, que carecían de un sistema de alerta o vigilancia, fueron informados de la presencia del adversario por dos arrieros que se toparon con las columnas Chilenas a distancia. Tan pronto se produjo este hecho, el Coronel Andrés Avelino Cáceres, jefe de la segunda división peruana, ordenó que se tocara diana y organizó un consejo de guerra.

En virtud que los peruanos carecían de un plan de contingencia para responder a una emergencia como aquella, Cáceres dispuso que la tropa ocupara las alturas que circundaban Tarapacá. Sin embargo, en las primeras horas del amanecer, los Chilenos ya se habían posesionado de las mismas y al parecer esperaban que sus enemigos rindieran las armas, por efecto de la sorpresiva maniobra y ante la supuesta imposibilidad que pudieran atacar sus estratégicas posiciones.

Se inicia la ofensiva
Recuperado Cáceres del factor sorpresa, dispuso que los 3,000 hombres bajo su mando se dividieran en tres columnas. LA PRIMERA y segunda compañía de su regimiento, el Zepita, bajo órdenes del teniente coronel Juan Francisco Zubiaga, se colocaron a la derecha. La quinta y sexta compañía, bajo el capitán Francisco Pardo de Figueroa se ubicaron en el centro y la tercera y cuarta compañía, bajo el mayor Arguedas, tomaron posición en el sector izquierdo.

Simultáneamente, Cáceres envió un mensaje al coronel Manuel Suarez, comandante del regimiento Dos de Mayo, ordenándole atacar desde la izquierda. Dos batallones de la División Vanguardia, con un total de 1,400 hombres, que acampaban a 45 kilómetros de distancia, también fueron avisados y se pusieron en marcha. Aquellas tropas tardarían seis horas en llegar al campo de batalla.

La lucha se inició con ímpetu alrededor de las 9:15 de la mañana. El Zepita empezó furiosamente el ataque contra las posiciones Chilenas, y el resto de los regimientos peruanos, bajo órdenes de los coroneles Bolognesi, Ríos y Castañón se movieron también contra el adversario.

El Zepita subió el lado oriental de las colinas bajo los nutridos disparos de la artillería y la infantería Chilena. A la 9:45 de la mañana el regimiento Chileno Artillería de Marina entró en acción, siendo anulado por el Zepita y el Dos de Mayo. Las columnas bajo los jefes Pardo Figueroa y Arguedas causaron un daño severo en la infantería Chilena.

Tal fue la intensidad de su ofensiva que los Chilenos, luego de resistir a pie firme, perdieron finalmente el control y se vieron obligados a retirarse en completo desorden hacia una posición localizada tres millas detrás de las colinas.

Los peruanos habían logrado una victoria parcial, pero habían perdido varios hombres en la arremetida, incluidos el teniente coronel Juan Zubiaga, el capitán Pardo Figueroa, el coronel Manuel Suarez, jefe del batallón Dos de Mayo y Juan Cáceres, hermano del coronel Andrés Avelino.

Heridos pero no vencidos
En efecto, Andrés Avelino Cáceres también estaba herido pero decidió continuar la lucha contra las nuevas posiciones Chilenas. Su división se reforzó con la llegada del batallón Iquique y los Loa y Columnas Navales, así como una compañía del batallón Ayacucho y uno del batallón Gendarmes.

Esas fuerzas eran parte de las dos Divisiones peruanas, fuerte de 1,400 hombres que se encontraban a 45 kilómetros de Tarapacá. Entre los refuerzos se encontraba el batallón Iquique número uno, cuyo comandante, el legendario Alfonso Ugarte, fue herido de un balazo en la cabeza, no obstante continuó la lucha al frente de sus tropas.

Con estos refuerzos Cáceres ejecutó un nuevo ataque por el sudeste de Tarapacá, alcanzando y disolviendo al enemigo en cinco ocasiones. Mientras, la tercera división al mando del coronel Bolognesi, jugó parte importante en la acción. El viejo coronel, que antes de la batalla se encontraba enfermo y padeciendo alta fiebre, olvidó sus padecimientos y se puso al frente de su tropa, cuyo comportamiento fue admirable.

Cáceres entonces dispuso ejecutar un último ataque contra el centro del ejército Chileno, al cual logró destruir completamente. Los sobrevivientes dejaron sus últimas piezas de artillería, municiones y rifles y se desbandaron.

Los peruanos habían logrado, después de nueve horas de intenso combate, una victoria total. La orgullosa columna Chilena había acusado un aproximado de 800 bajas, incluyendo 56 prisioneros de guerra. Entre los muertos Chilenos merece destacarse la del valiente comandante del Segundo de Línea, Eleuterio Ramírez. Perdieron además toda su artillería (cuatro Krupp, cuatro obuses de bronce) y gran cantidad de pertrechos. Los peruanos por su parte, tuvieron cerca de 500 bajas, entre muertos y heridos, lo que demuestra el fragor e intensidad de la lucha.

Ante la falta de caballería los peruanos se vieron imposibilitados de consolidar La Victoria y no pudieron seguir a sus adversarios más allá de la colina de Minta, ubicada a dos leguas de distancia de sus posiciones iníciales. Fue sin duda un resultado que significó un aliciente moral para las tropas y dejó muy en alto el valor, arrojo y heroísmo de la infantería peruana.


Gustavo Durand
Redacción

Ollanta Humala sugiere a Chile pedir disculpas por Guerra del Pacífico/////¿Gas para Chile? ¡Cómo no! Pero.............

Ollanta Humala sugiere a Chile pedir disculpas por Guerra del Pacífico

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Ollanta Humala sugiere a Chile pedir disculpas por Guerra del Pacífico

El líder nacionalista y candidato a la presidencia Ollanta Humala sugirió al presidente Sebastián Piñera que Chile ofrezca disculpas a Perú por las agresiones cometidas durante la Guerra del Pacífico que enfrentó a ambos países en el siglo XIX.

"Si queremos mirar hacia el futuro y hablar de integración sería un gesto noble reconocer la responsabilidad histórica de Chile en la agresión contra el Perú de 1879. Las reliquias, libros y demás bagaje histórico que se encuentran hoy en Chile, como trofeos de guerra, deben regresar al Perú", sostuvo Humala en una carta que entregó a Piñera ayer, al finalizar la visita oficial del mandatario chileno a Perú.

El líder nacionalista también propuso que Perú obtenga "las satisfacciones necesarias" de Chile por los hechos de espionaje cometidos durante el conflicto armado entre Perú y Ecuador en 1995 y en 2009, cuando se detectó que un suboficial de la fuerza aérea peruana era pagado por militares chilenos para hacer espionaje.

Pide respetar fallo de La Haya
Humala, quien perdió la segunda vuelta electoral en 2006 ante Alan García, pidió también el compromiso de Chile de respetar el fallo de la CIJ sobre el diferendo marítimo. "Es éste, y no otro, el camino a seguir para resolver este conflicto", dijo.

"El camino hacia una verdadera buena vecindad debe costarnos a todos. Yo reafirmo mi compromiso de entablar una relación digna y transparente, en lo político, económico y diplomático, como una sola política internacional con Chile. Hago votos porque su gobierno coincida en esta visión", dijo Humala, quien se encuentra en cuarto lugar en las preferencias electorales.

El objetivo de la visita de Piñera era destrabar la relación bilateral, afectada por una demanda marítima que presentó Perú contra Chile ante la Corte Internacional de Justicia (CIJ) con sede en La Haya.

(La República.pe / AP)

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Señal de Alerta

por Herbert Mujica Rojas

8-5-2008

 

¿Gas para Chile? ¡Cómo no! Pero.............

http://www.voltairenet.org/article156970.html

 

Propongo a consideración del respetable lector, el siguiente ejercicio de imaginación geopolítica que, como todos los de su tipo, no está muy lejos de la certidumbre que reclama la historia y la anhelada completariedad con el país del sur.

 

¿Gas para Chile? ¡Cómo no! Pero.............

 

Si vamos hacia la complementariedad entrambas naciones, y con un litigio en curso ante la Corte Internacional de Justicia de La Haya por una delimitación marítima inexistente, Chile está en la obligación de comprometerse ante la Comunidad Internacional que respetará aquel fallo y que retirará cualquier fuerza naval chilena del Mar de Grau y en abono de la creación delimitatoria en esa parte de nuestra fronteras que, como lo dice el Tratado de 1929, reconoce su inicio en el Punto Concordia.

 

¿Gas para Chile? ¡Cómo no! Pero.............

 

Si se establece el límite marítimo, abandonada cualquier usurpación del Mar de Grau, no hay, entonces, sino paso abierto y franco a una hermandad y complementariedad que deben sellar la paz definitiva. Por tanto, Chile debe eliminar, suprimir, ese impuesto del 10% que Codelco otorga a las Fuerzas Armadas de su país. La paz no presupone inversiones millonarias en armas que sólo sirven para matar a los supuestos o reales enemigos. Y si ya no existe esa especie, merced a la paz conquistada, ¿qué justificación tiene semejante presión tributaria?

 

¿Gas para Chile? ¡Cómo no! Pero.............

 

Como el gas es el de Camisea, en el Cusco de los Incas, y puede el Perú suministrarlo a Chile en forma de electricidad o gas, es importante que las empresas próximas a establecerse en el norte chileno sean mayormente controladas por peruanos que se involucren en la gestión y gerencia de manera integral y decisiva. Perú ha dado libertad a la instalacion de empresas chilenas aquí. En un contrato comercial hay cláusulas que se llaman de "first refusal" y que significan que Perú tendría siempre la primera opción de igualar la mejor oferta para el uso del gas desde Arica hasta Antofagasta.

 

¿Gas para Chile? ¡Cómo no! Pero.............

 

¿No habría llegado, acaso, el gran momento para una empresa con tanta experiencia y largos años, como Petroperú, por ejemplo? Ya cotiza o va a cotizar en bolsa, entonces más peruanos, chilenos, españoles, europeos o norteamericanos podrían comprar acciones y participar en una gestión bajo control de connacionales. No debe descuidarse que el gas es un recurso generador pero de alta importancia para el futuro de nuestras naciones.

 

¿Gas para Chile? ¡Cómo no! Pero.............

 

En el ajedrez geopolítico de las naciones es incluso más seguro para Chile el diseño precedente, pues si los peruanos no controláramos el uso del gas, un eventual gobierno podría cortar el suministro y eso ocasionaría un problema mayúsculo.

 

¿Gas para Chile? ¡Cómo no! Pero.............

 

No dejemos de subrayar que hay algo así como US$ 5 mil millones de dólares de inversiones chilenas en el comercio, las finanzas y los servicios en Perú. ¿Podrían considerarse los anteriores párrafos fuera de la realidad? No, de ninguna manera. La complementariedad obliga a que los que saben más enseñen a los que saben menos y viceversa. Es decir, el beneficio será mutuo y en diferentes áreas del circuito económico. Do ut des, doy para que den.

 

¿Gas para Chile? ¡Cómo no! Pero.............

 

Hay precedentes que son de fácil y sensible recordación. Por ejemplo la masacre de Santa María en Iquique, en diciembre de 1907, donde, cercados por el ejército chileno, los obreros salitreros chilenos invitaron a los trabajadores peruanos y bolivianos a que se fueran y estos constestaron bellamente "con ellos venimos, con ellos nos vamos" y todos fueron masacrados por balas criminales. Recordación que reivindica una hermandad que debe volver a primar en nombre de la paz y la complementariedad entre Perú y Chile.

 

¿Gas para Chile? ¡Cómo no! Pero.............

 

Debemos alentar a los industriales chilenos a usar los próximos megapuertos de Callao y Marcona por sus mejores costos para llegar al Asia. La complementariedad peruano-chilena debe ser una realidad en todos los ámbitos de la actividad comercial, financiera y hasta cultural, de modo que los vecinos del sur aprehendan la inmensa variedad que informa al Perú desde hace miles de años y que antaño creara un bloque socio-geográfico que abarcaba entre sus límites, al sur, hasta el río Maule.

 

¿Gas para Chile? ¡Cómo no! Pero.............

 

En prueba de acérrima postura por la complementariedad, debe dejarse de lado la oprobiosa conducta de comprar historiadores, embajadores, el alquiler de mercenarios y provocadores que hacen tanto daño a los intereses geopolíticos de las naciones. Esos elementos nocivos deben ser extirpados de las cancillerías, de las FFAA y los servicios de Inteligencia tendrán que acompasarse al derrotero de progreso y creación genuina de los pueblos, declinando, de una buena vez, estas prácticas nocivas y perversas.

 

¿Gas para Chile? ¡Cómo no! Pero.............

 

Todo lo anterior supone, de modo irrecusable, que con el propósito demostrativo de buena voluntad, sincero afán de entendimiento e inequívoco sentimiento latinoamericanista, Chile debe obligarse a que en acto oficial gubernativo y con el asentimiento de sus Cámaras legislativas, pida disculpas, en nombre de su pueblo, al Perú, por la barbarie que desató a partir del 5 de abril de 1879 cuando, sin tener fronteras con nuestro país, declaró una guerra de rapiña que enajenó Tarapacá y por larguísimos años Arica y Tacna, llegándose de ese modo al Tratado del 3 de junio de 1929 y también por los abusos, exacciones, crímenes de toda índole que desató en el territorio peruano cuando la injustificable violencia de su ocupación entre 1881-1884. Es imprescindible, además, recordar cómo Chile, en 1995, en pleno conflicto del Cenepa entre Perú y Ecuador y siendo garante del Protocolo de 1942, vendió armas y suministros al país del norte, deshonrando flagrante y aviesamente la obligatoria neutralidad a que estaba obligada, hecho que los diarios chilenos, en múltiples oportunidades, han denunciado con pruebas jamás desmentidas. Este suceso se inscribe en la larga lista de irrespetos de Chile a Perú y sobre el que tampoco ha hecho lo único que el honor, la decencia y las ganas de vivir en paz, demandan: pedir excusas.

 

¡Atentos a la historia, las tribunas aplauden lo que suena bien!

 

¡Ataquemos al poder, el gobierno lo tiene cualquiera!

 

¡Rompamos el pacto infame y tácito de hablar a media voz!

 

¡Sólo el talento salvará al Perú!

 

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Victoria en Tarapaca: "Belisario Suarez iba adelante en su agil caballo blanco. Era el punto de mira de todo el ejercito, electrizado por el ejemplo."



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From: Cesar Vasquez Bazan <cesarvasquezbazan@yahoo.com>
Date: 2010/11/26
Subject: Chimu - Victoria en Tarapaca: "Belisario Suarez iba adelante en su agil caballo blanco. Era el punto de mira de todo el ejercito, electrizado por el ejemplo."
To: Juventud <apra_juventud@yahoogroups.com>


 

 

Victoria en Tarapacá: "Belisario Suárez iba adelante en su ágil caballo blanco. Era el punto de mira de todo el ejército, electrizado por el ejemplo."

 

General Juan Buendía, Vencedor de Tarapacá, General en Jefe del Ejército del Sur

Coronel Belisario Suárez, Vencedor de Tarapacá, Jefe del Estado Mayor

Coronel Andrés Avelino Cáceres, Vencedor de Tarapacá, Comandante General de la Segunda División

Coronel Francisco Bolognesi, Vencedor de Tarapacá, Comandante General de la Tercera División


La Batalla de Tarapacá
Tomás Caivano


Cuatro días después de la batalla de San Francisco, los chilenos alcanzan al ejército peruano en Tarapacá. - Esperan refuerzos. - Contingentes respectivos de los ejércitos. - El ejército peruano estaba desorganizado. - Tarapacá. - Sorpresa y valerosa defensa de los peruanos. - El historiador Vicuña Mackenna quiere atenuar la derrota de los chilenos. - Los peruanos, aun faltándoles municiones, obtuvieron una espléndida victoria. - Porque no aprovechó en modo alguno al Perú. - Los peruanos se dirigen a Arica. - Fanfarronadas chilenas. - El desierto de Tarapacá queda en poder de los chilenos.

Después del simulacro de batalla de San Francisco, el ejército chileno permaneció inactivo, como si estuviese clavado en sus posiciones, por espacio de cuatro largos días; mientras todo exigía que se hubiese puesto inmediatamente en persecución del enemigo, desde la misma noche del 19: la posición de éste era tan triste que, una vez alcanzado, hubiera acabado necesariamente por rendirse. El Estado Mayor chileno no salió de su torpor sino en la mañana del 24, enviando una pequeña fuerza de caballería e infantería por el camino que atravesaran cuatro días antes las tropas peruanas.

Esta fuerza llegó sin inconvenientes a Tarapacá; y sabiendo que el enemigo se encontraba provisoriamente acampado allí, en tan deplorables condiciones de hacer suponer que, incapaz de batirse, se habría necesariamente rendido al simple acercarse de una división enemiga, por débil que fuese, su primera idea fue la de adelantarse inmediatamente, e intimarle la rendición. Después, escuchando consejo más prudente, decidió esperar, antes de intentar la empresa, los refuerzos que diligentemente pidió y obtuvo del cuartel general; y al amanecer del 27, con la completa confianza de hacer prisionero al enemigo sin disparar un tiro, se presentaron los chilenos sobre las alturas que dominan la pequeña aldea de Tarapacá. Sus fuerzas las hacen ellos ascender a 2,500 hombres, entre caballería e infantería, y diez cañones; los adversarios dicen por el contrario que fueron más de 5,000. A nuestro juicio, ambas cifras son equivocadas: es un hecho, que el combate de Tarapacá fue sostenido por la división Arteaga, que el 19 trajo consigo de Pisagua el General en Jefe, y que se quedó en Jazpampa, cuando la retirada y dispersión del ejército de los aliados hizo inútil su presencia en San Francisco; y puesto que resulta de los documentos y partes oficiales chilenos, que dicha división se componía entonces de 3,500 hombres (1), todo dice y hace creer que éste precisamente, aumentado con los 400 hombres que habían salido antes de Dolores, fuese el número de los chilenos que tomaron parte en la jornada de Tarapacá, es decir 3,900 entre todos.

En cuanto a los peruanos, no pasaban de 5,000, de los cuales, cerca de 3,600 se encontraban en la aldea misma de Tarapacá, y 1,400 unas cuantas millas más allá, en Pachica, en marcha para Arica; de manera que las primeras seis horas de combate, comenzando desde las nueve de la mañana, fueron sostenidas únicamente por los 3,600 hombres que se hallaban en Tarapacá. La división de Pachica tuvo noticia de la llegada de los chilenos en Tarapacá, en el momento mismo en que comenzaba la lucha, mientras se preparaba a continuar su marcha hacia Arica: no pudo encontrarse sobre el campo de batalla sino a las tres de la tarde; y como fácilmente se comprende fue la que decidió del éxito de la jornada (2).

Atendiendo a los precedentes de San Francisco y al lamentable estado en que se encontraban los batallones peruanos en Tarapacá la confianza que animaba a los chilenos, de hacerlos prisioneros con poca o ninguna fatiga, no era completamente sin fundamento.

En dirección a Arica, donde principalmente los empujaba la falta de vituallas, el hambre que lentamente los consumía desde tantos días, los peruanos se habían detenido en Tarapacá con el solo objeto de hallar un poco de reposo después de tantos días de largas y fatigosas marchas, y de esperar a la quinta división que había salido la última de Iquique, para entrar reunidos en Arica. Esta división, caminando a marchas más que forzadas en un desierto impracticable, por seis días consecutivos, había llegado a Tarapacá, rendida y fatigada, la mañana del día antes, 26; cuando, en atención a los muy pocos recursos que pudo ofrecer la pequeña aldea de Tarapacá, era preciso ya salir de allí. Sin embargo, para dar un día a lo menos de reposo a esta división, que literalmente no se tenía de pie, se hizo salir adelante una división de 1,400 hombres (la que luego volvió desde Pachica), aplazando la salida del resto del ejército para las últimas horas del día después, 27.

Por consiguiente, la mañana del 27, casi en el momento de emprender la desastrosa marcha, que tenía todo el aspecto e importancia de una fuga –pues sino del enemigo, huían de las privaciones del desierto– el pequeño ejército del Perú hallábase aún como lo vimos al alejarse de las faldas de San Francisco, en estado de completa desorganización. Salvo pocas excepciones, puede decirse que no había oficiales: los que no habían desertado después de los hechos de San Francisco, habían perdido todo prestigio ante sus soldados, los cuales no podían dejar de reprocharles su mala conducta del día 19, delante del enemigo. Había, es verdad, unos cuantos oficiales que, por sí mismos muy dignos de consideración, todavía conservaban su propia autoridad, como Buendía, Suárez, Cáceres, Bolognesi y Ríos que mandaba la división que había llegado de Iquique, y otros de igual mérito: pero, si con sus esfuerzos podían conseguir mantener unida aquella gente (lo que no era poco en aquellas circunstancias, y que hubiera sido imposible con soldados menos buenos), no eran suficientes para atender a todo, y para levantar el espíritu de aquellos hombres que, después de haberse visto tan mal dirigidos y guiados y hasta cierto punto víctimas de la traición de sus jefes más inmediatos, se veían todavía rodeados de dificultades y privaciones de todo género, con la terrible perspectiva más o menos próxima de tener que sufrir el hambre más espantosa quien sabe por cuantos días. Disciplina, por consiguiente, tenían poca o ninguna; y exceptuando el hecho de permanecer todos juntos, de no desertar, cada uno tenía tácitamente la facultad de obrar a su albedrío.

Como prueba de cuanto antecede baste saber, que no hacían ninguna de las tantas operaciones propias a un ejército en campaña, ni aun las que tan imperiosamente exigía su misma seguridad personal. Nadie pensaba al enemigo que dejaban a las espaldas, y que debían suponer ocupado en su persecución: Vivían en el mayor olvido de todo, sin avanzadas, sin patrullas de inspección y sin tener ni aun siquiera una centinela que pudiera avisarles su llegada, en el caso nada improbable de que esto llegase a suceder. Y aquí hay que advertir, que situada la pequeña aldea de Tarapacá en el fondo de un estrecho valle, cuya mayor anchura no pasa de un kilómetro, entre dos cadenas de cerros elevados y escabrosos, su situación debía necesariamente ser de las más críticas y difíciles en el caso de una sorpresa por parte del enemigo, el cual podía ocupar sin ser apercibido las alturas de los cerros, como efectivamente sucedió la mañana del 27, y desde allí fusilarlos a mansalva, antes que tuvieran tiempo de salir de aquella especie de profundo canal en que se encontraban (3).

Esta circunstancia era precisamente la que fortalecía más la confianza que abrigaba el ejército chileno de hacerlos prisioneros a poca costa, pareciéndole, y no sin razón, casi imposible toda tentativa de resistencia, una vez que se hubiesen dejado sorprender en Tarapacá, aun independientemente de toda otra consideración.

Como la sorpresa sucediera, y como los peruanos encontraron medio de salir de su difícil y casi desesperada situación, lo sabremos por el escritor chileno tantas veces citado.

"Hallábase el Coronel Suárez bajo un corredor, firmando una papeleta para distribuir unas pocas libras de carne de llama al batallan Iquique –35 libras por batallón– cuando, apeándose de sus mulas tres arrieros que habían salido en la mañana a sus quehaceres por los cerros del oriente, corrieron a decirle que el enemigo coronaba las alturas por el lado opuesto. Y no habían aquellos acabado de hablar, cuando otro arriero revolvía del camino de Iquique con la misma terrible noticia… Eran las nueve y media de la mañana del 27 de noviembre cuando oyóse en todos los cuarteles y puntos de hospedaje del bajio el bronco sonar de las cajas de guerra que tocaban generala… alistáronse todos, sin acuerdo previo, para salir de la ratonera en que estaban metidos, dominando a un mismo tiempo las alturas del suroeste y del noroeste que emparedaban la quebrada como hondo cementerio… No había por allí senderos practicables, pero los soldados alentados generosamente por sus oficiales, trepaban los farellones a manera de gamos, apoyándose en sus rifles… El Coronel Suarez, Jefe del Estado Mayor, esta vez como en todas las precedentes iba adelante, y su ágil caballo blanco, encorvándose en la ladera para afianzar sus cascos y su avance, era el punto de mira de todo el ejército electrizado por el ejemplo. Eran las diez de la mañana, y la terrible batalla de Tarapacá que fue propiamente una serie de batallas en un mismo Campo Santo, iba a comenzar (4)."

El soldado peruano probó una vez más, en la sangrienta lucha de Tarapacá, como en los tiempos de la guerra de la independencia, sus excelentes cualidades personales, y lo mucho que se podría conseguir de él si tuviese una buena oficialidad. Sorprendido por el enemigo cuando menos se lo esperaba, casi encerrado en un foso sin salida, y cuando por sus excepcionales condiciones del momento, así materiales como morales, debía necesariamente encontrarse tan débil de ánimo como de cuerpo, supo, no solamente salir del foso para ponerse enfrente de un enemigo que lo dominaba y fusilaba a discreción, sino también combatir valerosamente durante largas horas, y conseguir una victoria tan espléndida como inesperada. Para obtener todo esto, no pudo contar más que sobre su valor personal, sostenido apenas por el ejemplo y la voz de un pequeño número de buenos oficiales. Sin artillería y sin caballería, de que el enemigo estaba abundantemente provisto, sin plan de batalla y sin hallarse confortado por alimentos buenos y suficientes (habiendo sido sorprendido mientras se estaba preparando el mezquino rancho, al cual estaba reducido desde algún tiempo), el soldado peruano se adelantó intrépido y resuelto contra el enemigo; lo fue a buscar hasta dentro de sus mismas posiciones, que estaban defendidas por diez buenos cañones y por las bien aprovechadas asperezas del suelo; y luchando cuerpo a cuerpo, en un encarnizado combate varias veces suspendido, para tomar aliento y volverlo a empeñar cada vez con vigor siempre creciente, le tomó sus cañones y sus banderas, lo desalojó de sus posiciones, y lo hizo retroceder varias millas en completa derrota. Si el soldado peruano hubiese tenido todavía a su disposición, suficientes cartuchos para seguir haciendo fuego diez minutos más, la jornada hubiera concluido con la pérdida completa e inevitable de toda la gruesa división chilena (5).

Aunque, movido por su excusable amor de patria, se afane Vicuña Mackenna en atenuar la indudable derrota de los suyos, la verdad no deja de hacerse de vez en cuando camino, aunque más o menos ahogada, en el curso de su apasionada narración: así es que exclama: "La pérdida que más profundamente afligiera el corazón de la República en aquella luctuosa jornada, en que por la primera vez en larga historia (¡un país que nació ayer!) dejó Chile sus cañones y su bandera en manos enemigas, fue aquella de los dos Jefes etc. etc… La derrota tan temida por el chileno, va a consumarse... Pero ¡oh fortuna! las filas peruanas vacilan y se detienen en medio de la pampa. ¿Qué acontece? ¿Qué orden, ni cual causa sujétalas misteriosamente en el camino de su inminente victoria?" Después, enumeradas con su habitual prolijidad las diversas causas, comprendida la de la falta de municiones, que a su entender, detuvieron en el mejor momento las tropas peruanas, continua: "No es posible precisar duda tan ardua, porque lo más cierto tal vez fue que todas esas causas influyeron a la vez en la mente de los jefes peruanos para contener el final avance que iba a traer a sus banderas un señalado e histórico triunfo (6)."

Ya en completa derrota, los chilenos no hacían más que huir a la desbandada por el camino de su cuartel general de Dolores, de donde esperaban numerosos refuerzos, cuando los peruanos, que desde largo rato no hacían fuego más que con las armas y municiones de los muertos y heridos chilenos, viendo que no tenían un solo cartucho que quemar, se encontraron obligados a detener una persecución ya bastante prolongada; y es indudable, que si hubiesen tenido un poco de caballería o algunas municiones más, el ejército chileno se hubiera visto obligado, o a caer prisionero, o a dejarse acuchillar impunemente; porque hacía tiempo ya que no oponía ninguna resistencia, si se exceptúan solamente algunos raros casos de individuos aislados, que de cuando en cuando descargaban todavía sus armas. Pero, si favorecido por un evento tan extraño a él y a su acción, pudo el ejército chileno tan inesperadamente salvarse de una ruina cierta y completa, no por esto la jornada de Tarapacá dejó de ser una espléndida victoria para las armas peruanas; victoria que será para la historia tanto más bella y significativa, cuanto más justamente se calcule la diversa situación en que se encontraban los dos ejércitos combatientes. Las pérdidas fueron: muertos y heridos chilenos 758, prisioneros 56; muertos y heridos peruanos 497.

Sin embargo, esta victoria, la única que cuente el Perú en todo el curso de la guerra, y tan bien ganada como hemos visto, no pudo en modo alguno mejorar la suerte de la lucha en la cual se hallaba empeñado, atendida la excepcional condición, que el lector conoce, en la cual se encontraba el ejército vencedor, y que la victoria no modificó ni podía modificar. Tenía necesidad de víveres, de pan; y la victoria conseguida sobre el enemigo no podía dárselos, porque no era éste quien lo privaba de tales artículos de primera necesidad, sino el desierto que lo rodeaba por todas partes, y la incapacidad del Presidente de la República y director supremo de la guerra, que indolente y ocioso en Arica, nada había hecho y nada hizo para socorrerlo. Tenía necesidad de municiones de guerra, de cartuchos; y la victoria no hizo más que hacerle consumar los pocos que aún le quedaban. Su situación, después de la victoria, era todavía más desesperada que antes. Aún prescindiendo de la imposibilidad de mantenerse en Tarapacá sin víveres; si el enemigo volvía al ataque, lo que era fuera de duda, teniendo cerca de siete mil hombres todavía en el próximo campo de Dolores, no hubiera podido responder a sus fuegos, ni aun con un solo disparo.

De consiguiente, el ejército vencedor se vio obligado a continuar sin demora su marcha hacia Arica, ya fijada para aquel mismo día 27. La victoria no había podido influir más que en retardarla de algunas horas; y a la medianoche, entre el 27 y el 28, mientras los deshechos batallones chilenos, temerosos de ser atacados al amanecer se alejaban a toda prisa del último campo de batalla, las victoriosas fuerzas peruanas, después de haber escondido bajo la arena los cañones tomados al enemigo y que por falta de caballos no podían llevarse consigo se ponían lentamente en camino, tristes y hambrientos, en dirección a Arica.

Gracias a esto, el ejército chileno quedó único señor y dueño en el desierto de Tarapacá; y tanto los hombres políticos como los escritores de Chile sacaron argumento de aquí, para negar la derrota sufrida por las armas de su país en la batalla de Tarapacá, la única que se hubiese realmente combatido hasta entonces; pues, como el lector ha visto, no puede darse ese nombre ni al desigual combate de Pisagua, donde 900 bolivianos y peruanos fueron embestidos por diez mil chilenos, ni a la insignificante escaramuza de San Francisco, que se redujo únicamente al intempestivo y aislado ataque de una sola división peruana contra las formidables posiciones chilenas; ataque que el mismo ejército chileno consideró como un simple reconocimiento preliminar hecho por el enemigo; de tal manera que se preparó para la verdadera batalla que creía aplazada para el día siguiente, y que la deserción de las divisiones bolivianas y la felonía de algunos jefes y oficiales peruanos hizo imposible.

Dice Vicuña Mackenna: "Los dos ejércitos alejábanse del sitio por opuestos rumbos (varias horas después del combate) silenciosos y sombríos… El enemigo que se creía transitoriamente vencedor por las ventajas momentáneas del asalto, comenzaba la fuga hacia Arica, abandonando en el campo de batalla sus heridos (7), los cañones que nos habían arrebatado por acaso, y el país que nosotros habíamos venido a quitarles por la razón o por la fuerza.

¿Cuyo era entonces y en definitiva el vencimiento militar? A la verdad, sí en la quebrada de Tarapacá hubiera habido victoria para los enemigos y provocadores injustos de Chile (siempre la misma fábula del lobo y el cordero), habría sido ella interina, si tal pudiera llamarse, al paso que el éxito de las operaciones que allí terminaron fue para las armas de Chile un éxito asombroso y completo (8)."

El éxito de las operaciones a que se refiere el historiador chileno fue la posesión del desierto de Tarapacá. Pero, como hemos visto ya, esta posesión no fue en manera alguna conquistada por el ejército chileno con la fuerza de las armas; habiendo salido por el contrario, gravemente batido y diezmado, en la única batalla que hubo a sostener con el enemigo en dicho desierto. Esta posesión la obtuvo como simple consecuencia del abandono que hizo de ella el enemigo: abandono que a su vez fue efecto de varias causas, todas independientes de la acción de las armas de Chile; a saber: de la deslealtad o retirada como quiera llamarse, del boliviano Daza; de los malos hábitos revolucionarios de la mayor parte de los jefes y oficiales del ejército aliado peruano-boliviano, y más que todo, de la incapacidad del Gobierno peruano, que dejó su ejército abandonado a sí mismo en medio al vasto desierto, sin víveres y municiones de guerra; de modo que éste debió huir, no del enemigo, sino del territorio mismo que debía defender, y que lo mataba de inanición. Si el general Prado, que permanecía inútilmente en Arica con cerca de 5,000 hombres de los mas escogidos y disciplinados, se hubiese adelantado con una buena provisión de víveres y municiones hacia Tarapacá, como era su deber, inmediatamente que tuvo conocimiento de la vuelta de Daza, los sucesos hubieran ciertamente cambiado de aspecto de una manera muy notable.

La posesión del desierto de Tarapacá no fue de consiguiente, como pretende el historiador chileno, el éxito de las operaciones del ejército de Chile, las cuales no pudieron ser más mezquinas e infelices, a pesar de cuanto lo favoreciera la fortuna, y de los grandes medios de que disponía. Fue por el contrario efecto del inmenso malestar interior que roía por tantos conceptos a las dos repúblicas aliadas Perú y Bolivia; las cuales, así por mar como por tierra, en la batalla de Tarapacá como en las posteriores de Tacna y de Lima, no fueron de ninguna manera vencidas por el enemigo, sino que se echaron a sus pies ellas mismas, deshechas y aniquiladas por sus facciones políticas internas, y por todos aquellos vicios que eran una consecuencia natural de sus muchos años de revolución y desgobierno.

Quedando dueño del desierto de Tarapacá, la posesión de cuyas fabulosas riquezas era desde tanto tiempo su sueño dorado, Chile se lanzó sobre ellas con toda el ansia de una inveterada codicia prodigiosamente crecida con el trascurso del tiempo, de día en día, por el largo esperar y por la necesidad que poco a poco se hacía sentir cada vez mas imperiosa, de aliviar con su producto las exhaustas arcas del Tesoro. Se instaló en aquel territorio como en su casa; y a la par que los productos aduaneros, hizo suyos también todos los del salitre y del guano.

Notas

(1) Véase Benjamín Vicuña Mackenna, 1880. Historia de la Campaña de Tarapacá, t. II, Santiago de Chile: Imprenta y Litografía de Pedro Cadot, pág. 912.

(2) "El General Buendía llegó a contar en Tarapacá más de 5,000 hombres… Tan lejos estaban de pensar que serían perseguidos, que el mismo día 26 mandó el General Buendía que marchasen adelante (por el camino de Arica) dos destacamentos con unos 1,400 hombres, y él quedó en Tarapacá con otros 3,600 que necesitaban todavía de una noche de descanso. Allí durmieron como en los días de más perfecta paz, sin siquiera colocar centinelas avanzadas en los alrededores y sin sospechar que el enemigo se hallaba en las inmediaciones."
Diego Barros Arana, 1880. Historia de la Guerra del Pacífico, 1879-1880. Santiago: Librería Central de Servat y Compañía, pág. 171.

(3) "En el momento en que llegaba el Comandante Santa Cruz (Jefe de un batallón chileno) frente al pueblo de Tarapacá, hallábase entregado el ejército peruano, salvado únicamente por la inercia culpable de nuestros jefes, en las pacíficas tareas de cuartel, las armas en pabellones en las calles, en los patios, bajo los corredores y los árboles, hirviendo en las pailas de fierro de los cuerpos el escaso arroz y la más escasa carne de su vianda, sin un puesto avanzado, sin un puesto a caballo o a pie para dar aviso… El desgreño de la confianza era absoluto, y nadie a esas horas pensaba sino en seguir pacíficamente el derrotero de los altos, volviendo la espalda al osado invasor… La división Rios vino ese mismo día (la de Iquique que había llegado por el contrario el día antes) trayendo, sino víveres, un precioso repuesto de municiones, que era la gran carencia del momento."
Benjamín Vicuña Mackenna, Obra citada, t. II, pág. 1039.

(4) Benjamín Vicuña Mackenna, Obra citada, t. II, pág. 1042 a 1044.

(5) "Al principio del combate éramos escasamente 3,000 hombres de infantería, batiéndonos contra una fuerza de 5,000, dotada de las tres armas y provista de todos los elementos de guerra, porque no solamente éramos inferiores en el número y nos faltaba caballería, sino que nuestros mismos infantes se encontraron sin municiones en un momento dado, teniendo que recoger los rifles y las cápsulas de los muertos, heridos y dispersos enemigos… En diez horas de rudo y encarnizado combate, todos aquellos poderosos elementos (del ejército enemigo) fueron destrozados por la intrepidez y denuedo de nuestros soldados; la infantería y la caballería huyeron en dispersión; la artillería quedó en nuestro poder, como también un estandarte, algunas banderas y numerosos prisioneros."
Del parte oficial del General en Jefe, General Juan Buendía

"La sola ascensión hasta el nivel de los baluartes contrarios es por sí misma un triunfo, porque la ciudad que nos servía de cuartel general está por todas partes dominada… Antes de combatir, hemos tenido que ponernos en condiciones de hacerlo, entregándonos indefensos a los tiros de los contrarios… El enemigo ocupaba al principiar la acción un campamento de casi una legua, entre el alto de la cuesta de Arica y el de Visagras, y al concluir había retrocedido hasta al cerro de Minta, dos leguas mas allá de sus atrincheramientos."
Del parte oficial del Jefe de Estado Mayor, Coronel Belisario Suárez

(6) Benjamín Vicuña Mackenna, Obra citada, t. II, pág. 1121 y 1178.

(7) Los heridos, que por falta de ambulancia no pudieron llevarse con ellos, fueron confiados por los peruanos en la pequeña aldea de Tarapacá a los cuidados de sus habitantes.

(8) Benjamín Vicuña Mackenna, Obra citada, t. II, pág. 1180 y 1185.

Fuente: Tomás Caivano. 1883. Historia de la Guerra de América entre Chile, Perú y Bolivia. Florencia: Tipografía Dell'Arte Della Stampa, Capítulo IX, "Batalla de Tarapacá", páginas 293-305.

 


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