Tuesday, December 22, 2009

HIJOS EN EL OPUS DEI

HIJOS EN EL OPUS DEI
http://www.voltairenet.org/article163373.html

Javier Ropero
EL DULCE INGREDIENTE DE LA MORTIFICACIÓN

¿Cómo puede llegar un joven adolescente a ducharse en invierno y
verano con agua fría, flagelar su cuerpo con una disciplina, dormir en
el suelo, poner piedras en sus zapatos, anudar en su muslo un cinturón
de púas de alambre (cilicio), tener por almohada una guía de teléfono,
hacer ayunos rigurosos, abstenerse de beber agua, dormir un
insuficiente número de horas, etc.?
A pesar de la aparente complejidad de la pregunta, la respuesta es
lacónica: poco a poco...
Inicialmente se habla al joven de hombría, de reciedumbre, de los
sacrificios que conlleva el tratar de conseguir cualquier objetivo
humano.
Sé recio. Sé viril. Sé hombre. Y después... sé ángel. (Camino, punto 22.)
No me seas flojo, blando. Ya es hora de que rechaces esa extraña
compasión que sientes de ti mismo. (Punto 193.)
En esta primera etapa el sacrificio representa un estímulo hacia la
superación personal del muchacho. Así, éste tratará de ser más puntual
al levantarse de la cama, ponerse a estudiar, ayudar en las tareas
domésticas, etc.
Posteriormente se le argumentará que, puesto que Jesucristo redimió a
los hombres mediante el sacrificio de la cruz, los cristianos han de
continuar la redención de la humanidad aceptando con gozo los
sacrificios que necesariamente conlleva la vida:
Cuando veas una pobre cruz de palo, sola, despreciable y sin valor...
y sin crucifijo, no olvides que esa cruz es tu cruz: la de cada día,
la escondida, sin brillo y sin consuelo... que está esperando el
crucifijo que le falta: y ese crucifijo has de ser tú. (Camino, punto
178.)
A continuación se le razonará que, puesto que el cuerpo es el vehículo
de todas las pasiones e instintos, hay que doblegarlo mediante la
continua mortificación y penitencia:
Di a tu cuerpo: prefiero tener un esclavo a serlo tuyo (Camino, punto
214); trata a tu cuerpo con caridad, pero no con más caridad de la que
se emplea con un enemigo traidor (punto 226); si sabes que tu cuerpo
es tu enemigo y enemigo de la gloria de Dios, al serlo de tu
santificación, ¿por qué le tratas con tanta blandura? (punto 227).
De esta manera, en un último estadio, el neófito podrá afirmar:
Bendito sea el dolor. Amado sea el dolor. Santificado sea el dolor...
¡Glorificado sea el dolor! (punto 208).
Cuando el joven ya se haya incorporado al Opus Dei habiendo abandonado
para ello a su familia, sus bienes, su libre albedrío y la posibilidad
de contraer matrimonio, no tendrá más remedio que aceptar cada nueva
mortificación que sus directores le propongan por no desertar de su
primitiva e incondicional entrega. De esta manera, el nuevo adepto se
duchará todos los días, nada más despertar, con agua fría:
Todo aquello -sigue Fisac- se hacía con espíritu deportivo y el buen
humor propio de la juventud, sobre todo cuando en invierno nos
helábamos en la ducha fría matutina. (Alberto Moncada:Historia oral
del Opus Dei, Plaza & Janés, 1987, pág. 147.)
La razón de estas diarias lustraciones de agua fría es la de preservar
la castidad de los socios, como ya apuntaba el escritor latino Flavio
Josefo acerca de la secta judía de los esenios a la que perteneció,
como vimos en un capítulo anterior:
juntanse todos y, cubiertos con unas toallas blancas de lino, lávense
con agua fría sus cuerpos. (Flavio Josefo: "La guerra de los judíos",
Libro II, cap. VII); ... bañándose, por conservar la castidad, muy a
menudo de noche y de día en agua fría... ("Vida de Flavio Josefo.")
Sin embargo, a los nuevos numerarios no se les explica que la
finalidad de esta costumbre sea la de preservar la castidad. Se les
insta a ofrecer este sacrificio por las intenciones del presidente
general de la institución.
El neófito también anudará en su muslo un cinturón de alambre con púas
hacia adentro, llamado cilicio:
A partir de entonces me dieron mi cilicio y me lo ponía dos horas cada
día. Un día en una pierna, el siguiente en la otra. Cuando me lo
quitaba notaba cómo los pinchos iban arrancándose de la carne,
dejándomela llena de pequeñas heridas sangrantes, una por cada pincho.
Al día siguiente usaba el cilicio en la otra ingle, y así dejaba un
día por medio para que se me cicatrizara. (Marie Claire, n.° 2. "La
historia amarga de una numeraria del Opus Dei.")
Y, como inicialmente comentaba, continuará flagelando su cuerpo con
disciplinas, durmiendo en el suelo o sobre una tabla, etc...
El primer día que dormí en una tabla, pasé la noche en vela... (Marie
Claire,); la noche de guardia, la numeraria usa como almohada las
guías de teléfono. La combinación tabla-guía de teléfono es una
experiencia difícil de explicar (...); lo de las disciplinas se trata
de otra mortificación corporal: un látigo de cuerdas que termina en
varias puntas... Entras en el cuarto de baño, te bajas la ropa
interior y, de rodillas, te azotas las nalgas durante el tiempo que
tardas en rezar una salve. (....)
Me enseñaron ulteriores "costumbres familiares" como el usar las
disciplinas semanalmente, lo cual consiste en una autoflagelación
privada de cuarenta latigazos con un azote de cuerda encerada. Se nos
animaba a "derramar un poco de sangre" y frecuentemente se nos decía
cómo el "Padre" derramaba tanta que salpicaba las paredes y el techo
con ella. Me daba escalofríos oír cómo otros se disciplinaban. Iba a
la cama deprimido ante la perspectiva de tener que usar las
disciplinas a la mañana siguiente. Me carcomía la conciencia el hecho
de tener que disciplinarme más a menudo y por ello me acerqué a mi
director con la esperanza de que limitase el que yo siguiera adelante
con esta práctica. Durante los trece años siguientes usé las
disciplinas tres veces a la semana. Era una fuente de depresión
constante aunque en los últimos años me afectó menos. (Fergal Bowers:
The Work. "An investigation into the History of Opus Dei and how it
operates in Ireland today", Poolberg Press Ltd., 1989, pág. 58.)
Para ocultar el patente masoquismo que representa el realizar estas
prácticas, se insta al adolescente a que ofrezca sus dolores para que
un amigo suyo sea más cristiano, para que su familia se aproxime más a
la institución, por las ánimas del purgatorio, etc. Por eso, todo
numerario cuestionado en este sentido argumentará que sus
mortificaciones no son realizadas por masoquismo, sino por amor a los
demás.
¿Motivos para la penitencia?: desagravio, reparación, petición;
gracias: medio para ir adelante.., por ti, por mí, por los demás, por
tu familia, por tu país, por la Iglesia... y mil motivos más. (Camino,
punto 232.)
Inicialmente estas prácticas pueden resultar extremadamente penosas
pero el neófito llega a acostumbrarse a ellas, como apuntábamos en una
cita previa:
Era una fuente de depresión constante aunque en los últimos años me
afectó menos. (Fergal Bowers.)
En primer lugar apuntaré cómo, tras una flagelación o dos horas de
cilicio, el neófito puede llegar a sentir un placentero sentimiento de
éxtasis espiritual:
Contigo, Jesús, ¡qué placentero es el dolor y qué luminosa la
oscuridad! (Camino, punto 229.)
Según Aldous Huxley:
...el hábito de austeridad, de castigos autoimpuestos de la Edad
Media, era probablemente también un modo extremadamente efectivo de
producir visiones. La autoflagelación, por ejemplo; si se analizan los
efectos de este tipo de procedimiento, resulta muy claro que
provocaban experiencias visionarias. Para empezar, liberaban gran
cantidad de adrenalina y gran cantidad de histamina, y ambas tienen
efectos muy extraños sobre la mente; en el Medievo, cuando no se
conocía el jabón ni los antisépticos, cualquier herida que pudiese
infectarse lo hacía y los productos proteínicos de emergencia entraban
en la sangre. También sabemos que estas cosas tienen efectos
psicológicos muy interesantes y extraños. A manera de confirmación de
lo anterior, resulta muy curioso leer la observación del gran cura
D'Ars, francés del siglo XIX (y ahora, canonizado, san Jean Vianney),
a quien un obispo había prohibido practicar austeridades
extremadamente severas, entre ellas las autoflagelaciones que había
realizado durante su juventud. Decía él, nostálgicamente: "Cuando se
me permitía hacer lo que quería con mi cuerpo, Dios no me negaba
nada." Esta es una declaración psicológica muy interesante, que
confirma que existen reacciones psicológicas a nivel bioquímico que,
en conexión con este tipo de autotortura, tienden a la producción de
visiones. (Extraído de una conferencia dada por Aldous Huxley en el
XIV Congreso Internacional de Psicología Aplicada, celebrado en
Copenhague, Dinamarca, en1961.)
En su libro "Cielo e infierno" señala también Huxley que existe una
estrecha semejanza en composición química entre la adrenalina (que se
produce durante la mortificación) y la mescalina, que es una droga
alucinógena.
Por otra parte, C. U. M Smith, en su obra "El cerebro", especula
acerca de por qué tanto la adrenalina como la mescalina pueden tener
repercusiones tan extrañas sobre el sistema nervioso:
la noradrenalina podría muy bien acumularse en el espacio sináptico.
Esto a su vez podría conducir a un aumento de los disparos neuronales.
Esta excitabilidad anormal podría experimentarse en forma de
alucinaciones. (C. U. M. Smith: "El cerebro", Alianza Editorial,
Colección "Alianza Universidad".)
Además de la noradrenalina, durante la mortificación se libera otra
molécula, la serotonina, que es por antonomasia el "neurotransmisor
del estrés". Resulta curioso encontrar que ciertas características
estructurales de esta molécula aparecen en varias drogas psicoactivas
como la bufotenina, la psilocina y la etilendiamida del ácido
lisérgico (LSD).
Tanto la adrenalina como la serotonina tienen la misión específica de
permitir al organismo afrontar eficazmente una situación de tensión o
peligro. Ello lo consiguen estimulando el sistema nervioso autónomo,
elevando los niveles de glucemia en la sangre, aumentando el ritmo
cardíaco y la presión sanguínea, etc. Estas hormonas son
inmediatamente metabolizadas durante la realización del esfuerzo. Sin
embargo, si este esfuerzo no se lleva a cabo, la acumulación de estas
sustancias en el organismo puede dar lugar a los efectos antes
descritos. Es posible además que la adrenalina y la serotonina creen
una cierta dependencia en el individuo habituado a tener altos niveles
de estas sustancias en su organismo. Es sintomático el caso de muchos
deportistas profesionales que, al tener que abandonar temporalmente su
actividad por causas de fuerza mayor, sufren una imprecisa sensación
de malestar de características semejantes al síndrome de abstinencia
de los sujetos drogodependientes. Extrapolando este ejemplo al tema de
la mortificación corporal, podremos comprender cómo un sujeto
habituado a estas prácticas puede hacerse un auténtico adicto a las
mismas.
Otro hábito que produce análogas repercusiones orgánicas es el del ayuno.
Según el fundador de la Obra:
El ayuno riguroso es penitencia gratísima a Dios. Pero entre unos y
otros, hemos abierto la mano. No importa -al contrario- que tú, con la
aprobación de tu director, lo practiques frecuentemente. (Camino,
punto 231.)
Sin embargo la ciencia actual contradice las anteriores consideraciones:
La persona desnutrida tiende a sentir angustias, depresiones,
hipocondria y sentimientos de ansiedad. También es propensa a tener
visiones porque, cuando la válvula reductora del cerebro tiene mermada
su eficiencia, penetra en la conciencia mucho material inútil...
(Véase "The Biology of Human Starvation", de A. Keys, University of
Minnesotta Press, 1950. Véanse también los informes de 1955 sobre los
trabajos realizados por el doctor George Watson y sus colaboradores en
California del Sur sobre el papel de las deficiencias vitamínicas en
las enfermedades mentales.)
Por otra parte, el dos veces premio Nobel Linus Pauling señala en
"Orthomolecular Psychiatry" (Science , n0 160, 1968, págs. 265-271)
cómo ciertas insuficiencias vitamínicas pueden ser la causa de muchos
disturbios mentales y en particular de la esquizofrenia, una de cuyas
modalidades es el delirio místico. En este sentido es significativo el
bien documentado caso de Mary Barnes (M. Barnes/J. Berke: "Two
accounts of a journey through madness), cuya esquizofrenia le sirvió
para desarrollar una labor de proselitismo en un movimiento de
concomitancias místicas.
El debilitamiento mental producido por la mortificación continua evita
por otra parte que el numerario pueda evadirse de la institución,
puesto que carece de las fuerzas y las ganas necesarias para tomar una
decisión que inexorablemente le llevará a replantearse toda su vida y
su futuro.
Como ocurre en numerosas sectas:
Dentro del proceso de adoctrinamiento tiene gran importancia el
debilitamiento físico del organismo. Esto se consigue con un descanso
insuficiente, se duermen pocas horas y habitualmente se hace en
situaciones harto incómodas (dormir en el suelo, pasando frío en
invierno, en habitaciones hacinadas de adeptos, etc.). La actividad es
desmesurada; en muchas sectas se trabaja un promedio de dieciséis
horas diarias, y se está siempre en una continua tensión. A mayor
estrés hay menor control de la actividad sensorial y ello conduce a un
deterioro del intelecto. (Pepe Rodríguez: "Las sectas hoy y aquí",
Editorial Tibidabo, pág. 30.)
Todas las anteriores circunstancias mencionadas por Pepe Rodríguez
concurren en los miembros adolescentes del Opus Dei. Aparte de sus
duchas de agua fría, de dormir en el suelo o sobre una tabla, de sus
flagelaciones, ayunos y otros sacrificios han de compaginar sus
estudios escolares o universitarios con el cumplimiento estricto de
quince normas de piedad, durante más de tres horas cada día; han de
repartir sus desvelos y su tiempo entre la casa de sus padres y su
nuevo hogar (el centro de la Obra) y, por otra parte, si sus
familiares no están de acuerdo con el Opus optarán, en muchas
ocasiones, por la tensa situación de desarrollar su supuesta vocación
en la clandestinidad.
Creo que es evidente para la mayoría de los lectores que todo lo
anterior tiene muy poco o nada que ver con la doctrina predicada por
Jesucristo. Tres evangelistas (Mateo, Marcos y Lucas) recogen el mismo
pasaje en que el Mesías critica las prácticas ascéticas que los
fariseos pretendían imponer a los apóstoles:
Ellos le dijeron: Los discípulos de Juan ayunan con frecuencia y hacen
oraciones, y asimismo los de los fariseos; pero tus discípulos comen y
beben. Respondióles Jesús: ¿Queréis vosotros hacer ayunar a los
convidados a la boda mientras con ellos está el esposo? Días vendrán
en que les será arrebatado el esposo; entonces en aquellos días
ayunarán. (Lucas, 5, 33-35.)
Por otra parte el Evangelio de Tomás confirma el pasaje anterior:
Sus discípulos le preguntaron; le dijeron: ¿Quieres que ayunemos?
¿Cómo hemos de rezar y dar limosna? ¿Y qué prescripciones alimenticias
hemos de observar? Jesús dijo: No mintáis y no hagáis lo que
detestáis, porque todo está desvelado a la faz del cielo. En efecto,
no hay nada oculto que no sea manifestado y nada cubierto que quede
sin ser revelado. (Evangelio de Tomás, sentencia sexta.)
Es posible que el lector se pregunte cómo pueden existir en la propia
Iglesia unas prácticas tan contrarias a la predicación de Jesús. La
razón estriba en que el cristianismo, en los primeros tiempos, fue
especialmente sincretista, asimilando las costumbres y tradiciones de
los pueblos a donde se extendía. Así, por ejemplo, el 25 de diciembre
se conmemoraba en el mundo romano el nacimiento de Mitra, el dios de
la luz, y fue esa misma fecha la que eligieron los primitivos
cristianos para el nacimiento de Jesucristo. La asimilación de
elementos de origen no cristiano se hizo especialmente importante en
el tema de la liturgia, donde los actos de culto paganos aventajaban
en solemnidad y esplendor a las "poco refinadas" celebraciones de la
joven religión. De esta forma, a la primitiva "cena del Señor" se
incorporaron elementos ornamentales como el incienso, las velas, las
vestiduras y ademanes del oficiante, las letanías, los cánticos etc.
En cuanto al tema de la mortificación, estas prácticas del mundo
pagano también encontraron resonancia en el incipiente cristianismo:
algunas sectas judías también utilizaban los vapuleos rituales para
obtener experiencias de éxtasis; tal era una de las grandes ceremonias
del Día del Perdón. La flagelación voluntaria tuvo lugar como devoción
extática o exaltada en casi todas las religiones. Los egipcios se
azotaban a sí mismos durante los festivales anuales en honor de su
diosa Isis; en Esparta, los niños eran flagelados ante el altar de
Artemisa Ortia hasta hacerlos sangrar. En Alea, en el Peloponeso, se
azotaba a las mujeres en el templo de Dionisios; y en el festival
romano de las lupercalias se azotaba a las mujeres en una ceremonia
purificadora. (Stanley Krippner: "La experiencia mística y los estados
de conciencia", recopilación de textos de Aldous Huxley, A. H. Maslow,
R. Bucke y otros, Editorial Kairós, 1979.)