From: Cesar Vasquez Bazan <cesarvasquezbazan@yahoo.com>
Date: 2010/11/25
Subject: Interquorum-Peru Saqueo de Lima en 1881 por las fuerzas armadas chilenas.- Pinera deberia pedir disculpas publicas al Peru por actos de salvajismo de sus connacionales
To: APRA Global <apraglobal@yahoogroups.com>
El documento describe sucintamente la manera en que las fuerzas armadas chilenas ultrajaron al Perú en 1881 y permite comprender porqué el presidente Piñera, de visita en el país, debería ofrecer disculpas públicas por los vejámenes perpetrados por sus fuerzas armadas.
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Chile y el Derecho Internacional
La fortuna dio la victoria a Chile y ocupó la Capital del Perú, el Puerto del Callao, toda la costa y algunas provincias del interior. Después de un reñido combate de nueve horas, el ejército de Chile ocupó el tan deseado pueblo de Chorrillos (13 de enero de 1881): las bodegas de los italianos fueron la primera presa del vencedor, luego siguió el saqueo no sólo de las casas sino de la misma iglesia; los muebles de lujo y de adorno fueron trasladados cuidadosamente y embarcados en las naves chilenas surtas en esa bahía, y el resto fue entregado al incendio, dirigido en parte por el ex-Plenipotenciario de Chile, Joaquín Godoy y otros chilenos que por largo tiempo habían sido vecinos de Lima y que pagaban así o demostraban su gratitud al pueblo y a la sociedad en que habían enriquecido y gozado de atenciones y halagos inmerecidos. Lo que no consumió el fuego la noche del 13 de enero, fue derribado por el hacha en los días siguientes hasta el 17, en que el incendio no extinguido aún y reanimado nuevamente devoró lo poco que quedaba, a tal extremo que casi era imposible a los mismos dueños reconocer el sitio de las casas en medio del hacinamiento de los escombros en que el fuego y el pico habían convertido la envidiada Chorrillos.
A poco menos de dos millas de Chorrillos existía la nueva población del Barranco, que principiaba a poblarse con hermosas casas-quintas para veranear y que la misma noche del 13 fue igualmente saqueada e incendiada hasta quedar reducida a un montón de ruinas.
La batalla de Miraflores –enero 15 de 1881– puso a su vez en manos del ejército chileno el hermoso pueblo de Miraflores, joya de los de convalecencia y veraneo de Lima, y su suerte fue la misma que la de Chorrillos y el Barranco.
La intervención de todo el cuerpo diplomático residente en Lima, y la enérgica actitud de los almirantes inglés, francés, italiano y norteamericano, salvaron del incendio y del saqueo a la Capital. Ocupada esta por el ejército se distribuyó no en los espaciosos y cómodos cuarteles que existen en suficiente número, sino en los colegios de San Carlos, la Universidad, la Escuela de Medicina, la Biblioteca y Archivo Nacional, la Escuela de Artes y Oficios, el Palacio de la Exposición, donde estaba el Museo, el Colegio Militar, los locales del Senado y de la Cámara de Diputados, y la Escuela de Minas.
La intención era bien manifiesta. A los tres días se veía en estos establecimientos gran actividad. Carros y soldados salían cargados de muebles, libros, instrumentos y aparatos científicos y de cuanto existía como elemento de instrucción, sin que ni su carácter sagrado reconocido por el Derecho y en especialísimos congresos internacionales, pudiera librarlos de ir a enriquecer el ya inmenso botín del vencedor insaciable. Los primeros jefes de las diversas divisiones, repartían en público los objetos que no separaban para encajonarlos y remitirlos a Chile por su propia cuenta: el famoso coronel Pedro Lagos se distinguió también esta vez entre todos, porque le tocó en suerte ocupar el local en que estaban reunidos la Universidad, el Colegio de San Carlos y la Escuela de Minas, que contenían objetos de gran valor. Ocho días después se encontraban en el mercado de abastos, en las pulperías y otros lugares, gran cantidad de papeles ya destinados para envolver las especias, etc. vendidos a diez centavos la libra. Profundo dolor causaba ver destrozados libros y manuscritos raros y preciosísimos para la historia y la ilustración. Algunos centenares de cajones construidos con las maderas de los estantes se remitieron al gobierno de Chile como la parte que le correspondía en el botín. Los pocos libros que quedaron en la Biblioteca Nacional, por haberla entregado al Gobierno Provisorio del doctor García Calderón, desaparecieron cuando el jefe chileno se volvió a apoderar de ella. De más de cincuenta mil volúmenes de que constaba la Biblioteca –la más rica de Sudamérica– no queda más que el local sin sus ricos estantes. Igual suerte ha tocado a cada uno de los otros establecimientos de instrucción ya mencionados.
La imprenta del Estado que existía en una casa especial, también del Estado, tenía el más variado y completo surtido de tipos, muchas máquinas de imprimir a vapor, de diversas clases, centenares de resmas de papel y de cuantos elementos se necesitan en esta clase de establecimientos; quizá era la mejor imprenta de Sudamérica. Los redactores de "La Patria" de Valparaíso, los muy afamados Isidoro Errázuriz y Salvador Castro, que perdieron su imprenta en un incendio, se pusieron en campaña, y en el acto de llegar a Lima el ejército chileno, estos dos célebres impresores se apoderaron de la imprenta del Estado, separaron algunas resmas de papel para su diario "La Actualidad", y el resto lo vendieron sin el menor escrúpulo ni recato; y como cosa propia, lo mismo que otros artículos, como muebles, obras impresas, etc.; y cuando vieron próximo el fin de "La Actualidad" empaquetaron y encajonaron cuanto contenía la imprenta, inclusive las puertas de fierro y barandas y se lo llevaron a Valparaíso en donde hoy ostentan cínicamente el fruto de su pillaje. La prensa de Chile los ha castigado con el ridículo en muy significativas caricaturas, más por envidia que por lo que merece su vergonzoso robo; pero el gobierno ha callado. ¿Qué dirá el Derecho Internacional tan vilmente ultrajado?
Napoleón saqueó los museos, bibliotecas y palacios de Italia, España, etc. para llevarlos a París, y si hoy hubiera hecho lo mismo Chile, aunque sea contra el expreso nuevo Derecho Internacional, al fin existirían esos preciosos objetos, y serian útiles a la humanidad en Lima o en Santiago; pero ¿cómo pedir ni esperar que un enemigo lanzado a la lucha por sólo el rastrero móvil de la envidia, una vez adueñado de la presa, parara mientes en consideraciones de un orden superior y que no corresponderían al origen de esta memorable guerra? El plan, pues, era y debía ser de completa ruina y devastación, conforme lo había aconsejado su prensa, predicando, primero, "a Lima, a Lima, allí encontrareis belleza y riqueza", para estimular los instintos salvajes de su pueblo; y después, ya cuando Lima estaba en su poder, decían, "es preciso que no quede piedra sobre piedra; que lo que no pueda llevarse de Lima lo destruya el hacha o la dinamita"; para que de este modo quedaran a la vez satisfechas todas las mezquinas pasiones que habían armado el brazo fratricida de Chile.
Tantos y tan premeditados actos de salvajismo están expresamente condenados por el Derecho Internacional; responda el mismo Chile, y si aún le queda algún rasgo de conciencia, no podrá mirar su obra sin avergonzarse; pero ya será tarde. No se ultraja impunemente la moral, la civilización y la humanidad: día llegará en que se le tome cuenta, y entonces ¡ay de Chile!
Nada decimos sobre la completa desaparición de los objetos de otros establecimientos nacionales, como la fábrica de pólvora, la factoría de Bellavista, los almacenes del fuerte de Santa Catalina, el arsenal de marina y otros que aunque importaban algunos millones de pesos fuertes, al fin no están exceptuados por el Derecho Internacional; pero si bien éste autoriza la devastación de las plazas fuertes, condena la destrucción de los establecimientos de industria, los paseos, alamedas y jardines públicos, como lo ha hecho Chile, tan sólo por saciar su ferocidad y su ciego rencor contra el Perú. Omito citar uno por uno los muchos edificios de esta clase destruidos por Chile durante la guerra, en Lima, y en cuantos lugares han tocado sus devastadoras legiones.
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El ejército chileno ocupaba Lima y el litoral, de dónde sacaba recursos abundantes no sólo para sostener los gastos sino también para remitir a Chile fondos sobrantes. Sin embargo, se envió sobre el Departamento de Junín una expedición, no para batir a una pequeña fuerza acantonada en Jauja y que hostilizaba en lo poco que podía a los chilenos, sino para repetir en los pueblos y haciendas del interior los horrores del merodeo: esta expedición encomendada al coronel Letelier, se dirigió al rico mineral de Pasco y otros pueblos inmediatos; sacó a peruanos y extranjeros barras de plata piña, plata acuñada; robó ganados, bestias, productos de las haciendas y cuanto pudo; incendió los pueblos de San Gerónimo, Chosica, San Mateo y otros, y cargada de dinero regresó a Lima; y como no dio participación, en el botín al general en jefe, y al gobierno apenas si le cupo el diez por ciento, Letelier fue sometido a juicio por esto, mas no como infractor del Derecho Internacional que prohíbe arrebatar la propiedad privada. ¡Letelier huía de los pocos soldados peruanos que podían resistirle y atacaba la fortuna de ciudadanos inermes!
Todos los fundos rústicos de la provincia de Lima, sin exceptuar uno solo, han sido saqueados, devastados, y algunos de ellos incendiados. Quizá parezca exageración lo que refiero, pero el que dude puede convencerse de la verdad recorriendo el campo. Sin embargo estos actos son reprobados por el Derecho Internacional.
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