Historia, madre y maestra
La tragedia del 79
Alfonso Bouroncle Carreón, Studium, Lima, pp. 115-149
La batalla de Lima
35 PREPARATIVOS
El desastre acaecido en Lima debe analizarse en dos etapas: los
preparativos en sí y el desenlace, al conformar cada episodio aspectos
diferentes de un mismo drama e, igualmente, fue el suceso que contó
con nuevos factores que no ocurrieron en los acontecimientos previos,
como la movilización masiva de la población capitalina y su conjunción
con elementos nativos provenientes del ande central.
Debe destacarse que, en la campaña del sur, fueron movilizados casi
exclusivamente ciudadanos de esos departamentos, combatiendo en
Pisagua, Tarapacá, Moquegua, Tacna y Arica, soldados nativos de los
departamentos comprometidos y de los vecinos como Arequipa, Puno y
Cusco. Para la batalla de Lima, convergieron a la capital, sea en
forma de batallones o para formar parte de estos, movilizables, muchos
de ellos nativos procedentes de todo el Perú, lo cual se produjo por
la confusión que Piérola hiciera en los ejércitos del Norte y el del
Centro, dejando el segundo ejército del Sur en Arequipa, al cual le
cambió de denominación dándole el nombre de la ciudad y dejándolo al
mando del prefecto del Solar.
En la batalla de Lima, Piérola asumió el mando absoluto del ejército,
ordenando y disponiendo por encima de los militares profesionales y
las más de las veces, prescindiendo completamente de ellos y de los
consejos que le dieran. Nadie llegó a precisar el grado de
conocimientos sobre táctica o estrategia que poseyera el Dictador, si
es que tuvo alguno.
Debe destacarse también que, en Lima, por primera vez se utilizó
armamento producido íntegramente en el país, en las factorías de Lima,
especialmente cañones. En la campaña del sur, se usaron parte de los
rifle Chassepot modificados en Lima para mejorar su sistema de tiro.
Igualmente, surgieron iniciativas de paz que, de prosperar, hubieran
llevado al fin de la contienda.
Por último, surgió en el Perú una fuerza que se puso al servicio del
invasor y fueron los chinos, que vieron la oportunidad de liberarse
del vasallaje, casi esclavitud, a que estuvieron sometidos.
36 SE ORGANIZA LA DEFENSA
El Dictador Piérola, desde su asalto al poder en diciembre de 1879,
hasta el 17 de junio de 1880, contempló la guerra como cosa ajena y
distante a la capital, seguramente a la espera de un milagro. Recién
cuando se perdió Arica y desintegró totalmente el primer ejército del
Sur y cuyos restos llegaron a Puno; que el segundo ejército se
encontró en franca desorganización bajo el comando de Leyva en
Arequipa, es que recién se dio cuenta que los chilenos podían llegar a
Lima y, con el uso de la improvisada ineptitud que lo caracterizó en
la conducción de la guerra, por decreto de la fecha indicada dispuso
la movilización en Lima de todos los ciudadanos menores de sesenta
años y mayores de diecisiete, bajo el mando del coronel Juan Martín
Echenique, a quien nombró Comandante en Jefe del Ejército de Reserva y
desempeñara igualmente como Prefecto de Lima.
El decreto estableció la formación de diez divisiones de infantería
formadas con criterio gremial o de ocupación, les señaló el comandante
y lugar del adiestramiento. Igualmente todo aquel que tuviere que ver
con el manejo de caballos, asnos o acémilas en general, formaría parte
de la caballería y, la brigada de artillería, quedó conformada por
bomberos, carreteros, carroceros y aparajeros, además de la cruz roja.
Para mejor ilustración se trascribe características de algunas
divisiones: (101).
"Los ciudadanos de la primera División, comandada por el coronel José
Unánue, y que se formará de los señores vocales y jueces, abogados y
bachilleres, empleados judiciales, procuradores y escribanos y
amanuenses de abogados y de escribanos, concurrirán al Palacio de
Justicia.
Los de la cuarta División, comandada por el señor coronel don Juan de
Aliaga y Puente, y que se formará de los arquitectos, empresarios de
obras públicas, carpinteros y albañiles, concurrirán a la Plaza de
Santa Ana. Los de la sexta División, comandada. .. que se formará de
los plateros, hojalateros, maquinistas, herreros, caldereros,
fundidores y molineros, concurrirán a la Plazuela de Bolívar.
Los de la octava División, comandada por. . . y que será compuesta por
los dulceros, bizcocheros, pasteleros, panaderos, sirvientes de casa y
hoteles y dueños de fondas y chinganas, concurrirán a la Plazuela del
Teatro. Los de la décima División, comandada por. . . que se formará
de los empleados, operarios y peones del ferrocarril y tranvía, de las
empresas del gas y del agua, lo mismo que los plomeros y gasfiteros,
concurrirán a inscribirse en la Plazuela de Monserrate".
Los ciudadanos de la Brigada de Caballería, comandada por... que se
formará de los aguadores, dueños y peones de caballerizas, albéitares,
cocheros y camaroneros, concurrirán a la Plazuela de San Lázaro".
Sobre estos últimos no señaló si debían concurrir con sus acémilas o
quién las proveería.
Esa increíble organización, motivó que un mes después, el 17 de julio,
Echenique promulgara nuevo Bando tratando de fijar un límite a la
inscripción de los ciudadanos en sus respectivas divisiones y, que a
partir del 18 de ese mes, se cumpliera lo establecido, que de 3 a 6 de
la tarde, los inscritos deberían abandonar sus labores dedicándose al
adiestramiento. Además se modificaron los lugares de concentración.
Como las disposiciones no lograron sus objetivos, el 23 de noviembre,
por otro decreto se dispuso la reorganización total del Ejército de
Reserva. Tres días antes, se dispuso por el Sub-Prefecto de Lima, que
los comisarios supervisaran el comportamiento y adiestramiento de los
movilizables en sus obligaciones, tanto en el manejo de las armas,
como de otras actividades que se les señalara. Indicativo que la
organización de la Reserva no marchaba como se dispuso, después de
cinco meses de ordenarse su formación.
En el Callao, recién el 29 de noviembre, el Prefecto del Callao
dispuso la movilización del puerto para organizar el Ejército de
Reserva.
Como la asistencia voluntaria adoleció de múltiples fallas, el 6 de
diciembre el acuartelamiento de las tropas de la Reserva de 8 de la
noche a 9 de la mañana y acudieran a cumplir con sus labores; los
adiestramientos se efectuarían a partir de las 6 de la mañana. Lo que
no dice el decreto de acuartelamiento de todo el Ejército de Reserva,
es en qué local albergarían teóricamente el íntegro de la población
masculina de la capital entre los 17 a 60 años. Para su sustento o
socorro, a las 9 de la mañana se entregaría a cada conscripto "un
décimo de inca" papel moneda completamente depreciado y cada día se
hizo más difícil su aceptación por los comerciantes al menudeo, muchos
de los cuales prefirieron cerrar sus puertas para no aceptar dicha
moneda, generando un desabastecimiento en la ciudad, de
aproximadamente ciento veinte mil habitantes.
Se debe tener presente que los instructores conocían de técnica
militar tanto como los alumnos, por eso no hubo efectiva preparación
al haber sido nombrados por amistad a Piérola, debido a sus espíritus
genuflexos frente al Dictador, y no por una preparación bélica que
carecían. Todo fue una suma de improvisaciones. Se cayó en acciones
simples que, si bien llenaron las apariencias, carecieron de valor
práctico, desaprovechándose el inmenso contingente de entusiasmo que
el pueblo de Lima volcó desinteresadamente a la defensa de la ciudad.
Nuevamente la carencia de conocimientos militares de Piérola lo
hicieron jugar con el pueblo y sus esperanzas y, por ese camino,
llevaron a muchos de esos contingentes, más que a una batalla, a una
carnicería, donde las ya veteranas tropas chilenas, que tampoco eran
un buen ejército, ya que muy fácilmente caían en indisciplina,
resultaron excelentes contingentes frente al conjunto de noveles
tropas y su ignorante y supremo Dictador.
La manía legislativa de Piérola lo llevó a inundar el país con
decretos que dejaron en suspenso o contradijeron a los anteriores,
incrementando el desconcierto, en un país al borde del desastre y el
caos. Para compensar ese estéril juego legislativo, también surgieron
disposiciones concretas como características y color de los uniformes
y los centímetros de cintas, en largo y ancho, que podían adornarlos.
Anexo 28-A.
37 EL ARMAMENTO
Un componente de suma importancia, como el del armamento que
utilizaría el ejército para la defensa, fue tratado con la misma
simplicidad por no decir irresponsabilidad que la movilización
general.
En artillería, se contó con una miscelánea increíble de cañones
anticuados de la marina como los Clay y Selay, dos de cada uno, además
número variable pero reducido de unidades Walgely, Armstrong y
Vavasseur complementados con un obús. Esa artillería de procedencia
extranjera y variado calibre, fue incrementada con piezas de
manufactura nacional en las factorías de Grieve y White. Al respecto
Dellepiani manifiesta: (102)
"La organización de un sistema de defensa que no se sujetaba a
principio militar alguno; la construcción de cañones de modelo
improvisado, fundidos en Lima y en el Callao haciendo prodigios de
invención, con material jamás usado por las industrias bélicas.
Aguzando el ingenio en vista de la escasez de material de artillería,
algunos ingenieros peruanos propusieron al Dictador la fabricación de
cañones en las fundiciones de Lima y del Callao. Aceptada la
propuesta, se inició el trabajo en las condiciones señaladas y se tuvo
cañones "White" de la fundición de ese nombre, y otros varios, entre
los que se contaban principalmente los "Grieve", del nombre de ese
ingeniero que, bañando en bronce los ejes de acero de los truques del
ferrocarril, para darles mayor espesor, los taladró en seguida a lo
largo del cilindro, formando interiormente un rayado helicoidal;
adaptando a esos tubos un cierre de cuña, quedaron los ejes
transformados en cañones de 60 mm. cuyo ajuste fue fácil construir en
las carrocerías de la capital".
En la batalla de Lima se utilizaron 38 cañones White y 20 Grieve. A
esa artillería hay que añadir la ubicada en la cima del Morro Solar,
constituida por dos cañones Parrot de 70 de ánima lisa, un Withwort de
30 y un Rodman de 500 igualmente de ánima lisa.
A esa heterogénea artillería que demandaba diferentes tipos de
munición, los chilenos atacaron Lima con artillería Krupp de los más
modernos diseños divididos en: (103) "50 piezas de campaña: 12 Krupp
87 mm., mod. 1879 y 1880 32 Krupp 75 mm., mod. 1879 y 1880, 6
Armstrong, 66 mm., mod. 1880 30 de montaña: 26 Krupp de 75 mm., 1876 y
1879 4 Krupp de 60 mm., 1878".
Un total de 74 cañones Krupp complementados con 6 Armstrong además de
las 8 ametralladoras Gattling asignados a las baterías de montaña.
En cuanto a la infantería, mientras la chilena estuvo dotada de rifles
Comblain. La infantería peruana tenía los más variados modelos, desde
algunos miles de reciente adquisición, hasta aquellos que se venían
utilizando de años atrás con diferentes calibres en su munición, lo
cual motivó que en los combates, algunas tropas recibieron cartuchos
que no correspondían a sus fusiles, quedando inermes frente al
enemigo.
38 LAS FORTALEZAS DE PIEROLA
Para la defensa de Lima, Piérola sacó a relucir sus criterios sobre
fortificaciones, para lo cual y a un costo de muchos cientos de miles
de soles mandó aplanar la cumbre de los cerros inmediatos que
circundan la ciudad, especialmente el San Cristóbal además del San
Bartolo, Vásquez y el Pino. Con un esfuerzo extraordinario pero
estéril, se llevaron cañones de gran calibre procedentes del Callao, a
la cumbre de esos cerros que mostraron los siguientes inconvenientes:
demasiado lejos de las posibles áreas de combate y al carecer de
teléfono y largavistas apropiadas, como se dijo, resultaron ciegos y
sordos frente al enemigo. Que debían prestar apoyo al combate cuando
la niebla se levantara, pues generalmente amanecen cubiertos de
neblina que recién se despeja en verano después de las diez u once la
mañana y, en el invierno, pueden quedar cubiertos todo el día.
Nadie conoce cuál fue la idea del Dictador Piérola para ese absurdo ya
que fue imposible, en cualquier plan de ataque chileno, que
consideraran pasar cerca de esos cerros, además, si bien eran inútiles
por las razones expuestas, a larga distancia, de producirse lucha
dentro de la urbe, hubieran destruido la ciudad que pretendían
defender.
Debido a que carecían de conocimientos para los emplazamientos, se
hizo ayudar por extranjeros asalariados, quienes fueron igualmente
espías chilenos e informaron con detalle sobre el operativo efectuado.
Esas fortalezas, especialmente la de San Cristóbal, pomposamente
llamada "ciudadela Piérola", el 9 de diciembre de 1880, con
movilización de toda la población y contemplaran los desfiles de
tropas que subían al cerro, movimiento de personas efectuada para
lograr el mayor efecto escénico, motivando que el diario de Piérola
"La Patria" escribiera sobre esa fecha" (104):
"Nunca vio la capital peruana en los tres siglos y medio que Lima
cuenta de existencia, un espectáculo tan grandioso como éste, cuya
realidad excede a cuando pudiera imaginarse de extraordinario; nos
oprime la majestuosa solemnidad del acto que hemos visto ejecutarse".
Y el escrito continuó en el mismo estilo adulón y ampuloso,
seguramente para estar a tono con el discurso que, después de misas y
bendiciones celebradas en la fortaleza para bendecir las
fortificaciones, pronunció Piérola, alocución de tipo arenga y corte
ditirámbico, como él solía prodigarse y, peor aún, conociendo que los
chilenos ya habían desembarcado en Pisco y avanzaban sobre Lima.
Ridícula ceremonia, confirmando una vez más la falta de sentido
realista y análisis de las situaciones que caracterizó al Dictador,
quien vivía en un mundo diferente al de la tragedia que enlutaba al
país.
Para completar las defensas, encargó al Alcalde de la Ciudad para que
construyera, pese a no ser ingeniero y menos militar, un sistema de
trincheras que rodearan Lima. Al inicio de esa actividad, el Dictador
que no podía ver a nadie ejecutar una tarea que podía motivar aplauso,
agradecimiento o su nombre sobresaliera, dispuso que se suspendiera de
inmediato la ejecución de esas defensas, por considerar que las obras
no eran apropiadas y. seguidamente, mandó construir las dos líneas
paralelas de defensa a diez kilómetros una de la otra y extendidas del
mar a muchos kilómetros tierra adentro, donde días después se libraron
las batallas de San Juan y Miraflores.
Piérola para halagar su ego, y figurar como único actor de la
tragedia, desoyó los consejos de los militares de carrera. Cuando
Cáceres le manifiesta que el ataque enemigo vendría por el Sur,
responde que él conoce que será por el Norte y lo envía a Huaral a
comandar una división que ahí se organizaba y cortara el paso al
enemigo. No presta atención cuando se le dijo que el mejor lugar para
la defensa era Lurín, impidiendo de esa manera que los chilenos se
aprovisionaran de agua, además que la línea de defensa era la mejor
que podía lograrse y no en las inmediaciones de la capital.
En el archivo de Piérola se ha encontrado un documento que el padre
Ugarte presenta en la obra ya citada "Guerra con Chile" Documentos
Inéditos. Se trata de una carta anónima escrita seguramente por algún
militar de mucha competencia, señalando lo que debía hacerse, consejo
que fue desatendido como todos los otros. Por su importancia se le
presenta en el Anexo No. 29, carta anónima, para evitarse el autor que
los celos del Dictador cayeran sobre su persona al pretender enseñarle
lo que no sabía.
Seguramente el autor había tomado muy en cuenta el vejamen efectuado
por Piérola al cuerpo de oficiales a los que menospreció y formó con
ellos un batallón como simples soldados y no los utilizó siquiera para
que adiestraran a los reservistas al mando de improvisados jefes y del
coronel Echenique, escribiendo Paz Soldán sobre el tema: (105).
"El mando en jefe del ejército de reserva continuó a cargo del nuevo
coronel don Juan Martín Echenique. Este jefe, que de simple capitán de
ejército, pasó, sin más mérito que el de ser amigo y compañero de
revoluciones de Piérola, a ocupar aquel importantísimo puesto, digno
de ser desempeñado por algún antiguo general, tanto porque la reserva
representaba la verdadera sociedad de Lima, en todas sus clases, desde
el alto magistrado hasta el último jornalero, cuanto porque este
ejército estaba llamado a servir de verdadera defensa de la ciudad;
este jefe, decimos, jamás pensó en que el ejército de su mando se
instruyera, ni asistió a un solo ejercicio de línea, ni aún de
batallón, para examinar el estado de disciplina de la tropa. El primer
cuerpo del ejército de reserva, fue pues, el conjunto de ciudadanos
entusiastas que se entregaban voluntaria y gratuitamente a sacrificar
sus vidas en defensa de su patria; pero que apenas conocían los
rudimentos elementales de la táctica y manejo de armas. Así pues, "el
ejército aparatosamente organizado por la dictadura para defender la
capital del Perú, no tenía de tal sino el nombre".
Las defensas en San Juan tuvieron como punto de partida el Morro
Solar, extendiéndose tierra adentro por más de 10 kilómetros hacia los
cerros. Trazado que dejó varios pasos estrechos entre ellos cubiertos
con bombas automáticas. En esas operaciones nuevamente el Dictador
recurrió, en lugar de peruanos, al servicio de extranjeros y muchos de
ellos actuaron, como se dijo de la Ciudadela Piérola, de espías,
proporcionando planos exactos de su colocación y las anotaciones de
los caminos que debían seguir para evitar sus explosiones.
Para cada una de las dos líneas de defensa, Piérola dio a cada una su
correspondiente guarnición, con comandos independientes uno del otro,
disponiendo lo más absurdo que se pueda realizar en una guerra, la de
dividir, no solo las tropas a la espera de dos confrontaciones, sino
también el comando, quedando como única figura en la cúspide. La
egolatría del Dictador estuvo por encima de los intereses de la patria
y la ciudad de Lima. Se sintió un inspirado, dueño de toda la ciencia
infusa de orientación militar. Tal vez en sus delusiones de grandeza
percibió que la divinidad lo habría de proteger y, por lo tanto,
cualquier disparate que hiciere estaría bien ejecutado y los chilenos,
irían de la mano por los lugares que él señalase para ser arrasados.
Sólo en un razonamiento paranoide se puede explicar, aunque no
comprender, el cúmulo de desatinos y desaciertos cometidos cuando la
capital de la República estuvo en peligro y, con ella, los últimos
recursos efectivos de la defensa nacional, ya que, perdiéndose Lima,
sólo quedaba una función de tipo guerrillero, más no la acción de un
ejército formal. Además, la sede central del gobierno desaparecía y
con ella, la vinculación con otros países se alejaba. Nada de eso vio
el Dictador, tan sólo sus fantasías y, detrás de ellas, se derrumbaba
el país.
Piérola había burlado las esperanzas y expectativas del pueblo para
conseguir los acorazados que permitiera neutralizar la agresión naval
chilena, al disponer por propia decisión no adquirir esas naves y
proseguir la guerra exclusivamente en tierra bajo su inspiración,
dentro de las enigmáticas palabras "tengo mi plan". Lo más grave de
este aspecto es que rechazó tal posibilidad de compra. Al respecto
Caivano escribe: (106).
"Posteriormente, por las publicaciones hechas por los chilenos de una
gran parte de la correspondencia de Piérola, se ha conocido que le
hubiera sido muy fácil adquirir uno o dos buenos buques blindados, si
hubiese querido; es más, si es verdad cuanto se dice, rehusó varias
veces las ofertas que le fueron hechas en propósito, disponiendo para
otros usos de los fondos que se encontraban en Europa con ese objeto".
Caivano en la misma obra hace la anotación del "Manifiesto a la
Nación" del ex-Ministro de Hacienda Químper: (107).
"se deduce que cuando Piérola asume la dictadura, se encontraban
depositadas en diferentes casas de comercio en Europa, con el objeto
de comprar dichos buques y los demás objetos de guerra necesarios,
312.900 libras esterlinas; y a la par se deduce, que dicha suma fue
gastada por Piérola de otro modo, con poco o ningún provecho al país".
Todo debía ceder ante las absurdas exigencias de la ambición y de la
vanidad del Dictador y fueron éstos los principales factores de las
fáciles victorias de Chile, desde Tarapacá en adelante;...
Excepto el vulgo, fácil siempre de dejarse engañar por las
apariencias, y más que todo iluso por las resmas de papel moneda que
abundantemente repartía el Dictador, el público sensato de Lima y
Callao veía con bastante claridad dibujarse en el horizonte, desde los
primeros meses de la dictadura, el profundo abismo en el cual los
errores de Piérola iban precipitando poco a poco al país. ...
La consiguiente guerra civil no hubiera dado más resultados, que los
de abrir aún más solícitamente al enemigo las puertas de la capital...
El rencoroso Dictador únicamente permitía a sus supuestos rivales y
enemigos, a la flor y nata de la población de la capital y del resto
de la República, que lucharan contra los chilenos con el fusil en la
mano. Y todos ellos —magistrados, generales, marinos, abogados,
estudiantes, ricos propietarios, grandes comerciantes, etc. etc.— se
resignaron patrióticamente a exponer sus pechos a las balas enemigas,
como simples y oscuros soldados del ejército de reserva".
En el Anexo No. 30 se presentan algunos comentarios del padre Ugarte
sobre el tema del presente capítulo.
39 EN EL PAÍS
Mientras Piérola traducía sus premoniciones, visiones o delirios en
las inútiles defensas de Lima, el resto del país fue dejado a su
suerte, cobrando especial importancia Arequipa, donde estaba
teóricamente el único otro ejército para la defensa, aunque en
realidad, por obra de Piérola y sus adictos coroneles no era sino un
conjunto de acuartelados. Enfermos muchos y con hambre los más,
carentes de lo elemental y sin adiestramiento militar ni disciplina,
donde el cobarde Leyva siguió actuando como jefe de dicha guarnición.
En el Anexo No. 23, se aprecia por la carta del comandante Rodríguez
Ramírez al pospuesto general del Castillo en la que dice: (108) "Aquí
nada hago, ni tengo conciencia de poder trabajar en algo con provecho"
refiriéndose a Leyva "Poco falta aquí para que en la calle le escupan
la cara". . . "Tengo conciencia de que aquí pierdo tiempo".
Las tres cartas del recién nombrado Prefecto de Arequipa al Dictador,
son demostrativas de la situación lindante en el caos en que se
encontraba el segundo ejército del Sur o de Arequipa. En la primera
carta del 5 de noviembre (Anexo 31) relata las respuestas de los tres
jefes de la guarnición. El primero, Leyva se negó a salir a combatir a
los chilenos que habían ocupado Quilca expresando que a la tropa no le
tenía confianza Echenique expresa lo mismo y el prefecto aprecia que
el batallón a sus órdenes está (109) "escuálido de hambre y desnudez"
y por último el coronel La Torre "aseguró lo mismo agregándome que no
había ejército" añadiendo del Solar "El hambre, la miseria, el mal
trato y qué se yo, tienen esto perdido". . . "El ataque de Arequipa
parece cierto. . . Las fortificaciones hechas, son una burla indigna".
Lo peor es su mención al armamento cuando escribe: (110) "No hay sino
5,873 rifles y carabinas de doce sistemas, incluso Minier. No hay una
división con un solo armamento. Hay 350 rifles, entre estos de
Chassepot Francés, sin una cápsula".
En la segunda carta del 13 de noviembre (Anexo 32) se leen: (111).
"He refundido los batallones casi perdidos por el abandono de sus
jefes y su falta de moral. He licenciado más de cien hombres tísicos y
semi esqueletos y me faltan como cincuenta más. El batallón Huancané,
uno de los refundidos se sublevó en Puno hace pocos días".
En los siguientes párrafos mostró bastante optimismo, expresando que
pensó formar un ejército de seis mil hombres y sólo ese número al no
contar con mayor cantidad de armas. Refirió que al solicitar
voluntarios para la construcción de fortificaciones, se presentaron
dos mil cuatrocientos operarios con sus herramientas, indicativo de la
respuesta cívica, cuando era solicitada en defensa de la patria.
La tercera carta del 22 de noviembre (Anexo 33) es una acusación
contra Leyva que, igualmente del tenor de la misiva, se desprende que
Piérola trató de mantenerlo en el cargo, pese a las múltiples quejas
que en su contra hubieron. Esos cargos adversos al huidizo coronel
fueron de tal magnitud, que, pese al apoyo del Dictador, el prefecto
del Solar procedió a separarlo del cargo, por lo cual se dirigió a
Lima y Piérola lo nombró entre sus ayudantes de campo.
En la región central del país, en la primera etapa de la guerra, la
participación fue económica, mediante contribuciones, pero después de
las derrotas en el sur, se produjo la movilización y formación de
batallones por cuenta de hacendados o comerciantes, quienes a su vez
lograron grados de oficiales que fueron de mayor graduación en razón
directa a su posición económica, aportes, amistad o adulación a
Piérola, mientras que la tropa quedó como elemento pasivo, receptor y
ejecutor de órdenes y disposiciones, sin que las más de las veces
comprendiera qué sucedía, al haber sido marginado y pospuesto en la
toma de decisiones que atañían a su vida. Sólo conoció que sus mayores
y permanentes enemigos fueron el hambre y la miseria y que, desde su
nacimiento, fue subyugado por el patrón, sin importar las
características de éste.
Otro elemento atentatorio a su preparación y cumplimiento de órdenes
fue la barrera idiomática. Muchos de ellos ignoraban el español o lo
entendían rudimentariamente, más no como para comprender un
adiestramiento militar y peor aún, que los instructores y oficiales
fueron improvisados por el Dictador, con carencia de experiencia y
conocimientos militares.
La situación de desconcierto en los nativos del ande, se incrementó al
ser transportados a distancia, a una ciudad extraña y un paisaje
totalmente diferente, lo cual anulaba cualquier sentimiento de patria
grande o pequeña que tuviera y, por lo tanto, de responsabilidad
frente al enemigo. Las palabras de la esposa de González Prada,
Adriana, son patéticas al referirse a estos reclutas en su obra:
(112).
"Todo Lima se había vuelto un campamento donde venían a reunirse los
indios reclutados de la sierra para formar batallones; arrastrando el
paso, cansados antes de haber llegado, daba lástima verlos pasar
seguidos de sus pobres "rabonas" tan inconcientes como ellos que
fielmente los seguían hacia el matadero".
Por su parte Cáceres, escribió: (113).
"Desplegando gran actividad pudo el Dictador reunir para la defensa de
la capital un ejército de unos 20,000 hombres, de las tres armas. Casi
la mitad de este ejército se componía de indios, sin ningún
adiestramiento militar, y la otra mitad de las antiguas tropas
regulares que aún quedaban y de contingentes llegados de diversos
puntos de la República". ..
En la misma obra, (114), puntualizó que Piérola nombró comandante en
jefe del ejército del centro al experimentado General Fermín del
Castillo, y cuando éste trató de hacerse cargo del puesto, el Dictador
evitó dar instrucciones y le dio de baja. En cuanto a la organización
del ejército, manifestó: (115).
"Las fuerzas que se organizaron para la defensa de la capital estaban
compuestas de entusiastas voluntarios; pero faltos de instrucción
militar. Los pocos batallones de línea existentes fueron reorganizados
y luego entremezclados con unidades novatas, y sustituyendo sus
antiguos oficiales de carrera por oficiales improvisados, menguando
con ello su consistencia combativa".
La situación en Ica, por falta de conducción era de escasa actividad
frente a los acontecimientos, hasta la llegada del nuevo prefecto
Villena, quien procedió a organizar la gendarmería y, al referirse al
ejército, al mando del coronel Zamudio, manifestó que "nada pueden
hacer" por carecer de armas y ser indisciplinados, amenazando a los
hacendados y vecinos acomodados. No adoptó mayores medidas correctivas
por evitar un enfrentamiento estando el país en guerra. Esa absurda
situación del coronel Zamudio se presenta en el Anexo No. 34.
En Moquegua las condiciones eran parecidas, no sólo no había ejército,
sino que se veían amagados por los chilenos y la presencia de éstos
hizo que el temor aflorara en muchas personas, miedo y cobardía
convertidos en colaboración, surgiendo de esa manera otra triste
página de la tragedia. Ver Anexo No. 35.
En el norte, la organización del ejército, cuando existió no era mejor
que la referida.
En cuanto a Lima, pese a sus 20.000 hombres, la realidad no fue muy
buena y las deserciones de oficiales y soldados era continua, a ese
respecto Manuel González Prada señala: (116)
"Cuando se supo el desembarco de los chilenos en Pisco, comenzó a
decaer el entusiasmo. . . De los tres batallones quedó uno". . .
En la obra de Manrique Nelson, (117) está prácticamente la
continuación de lo dicho por González Prada:
"Por las deserciones de sus superiores, él ascendió vertiginosamente
de capitán de una compañía a teniente coronel, segundo jefe del
batallón número '50. "Si la batalla de San Juan se hubiera librado en
junio, yo hubiera concluido por ascender a general de brigada o jefe
del estado mayor".
40 DEPREDACIÓN CHILENA
Chile, para librarse de su complejo de inferioridad, una vez lograda
la destrucción de la flota peruana se lanzó al cumplimiento de lo
anunciado por el gobierno de Santiago, exigido por la prensa y
aplaudido en las cámaras y el público, cual era, la destrucción del
Perú en todas sus formas y manifestaciones, comenzando por quitarle
sus riquezas naturales y continuar con la destrucción de todo elemento
de producción o desarrollo, llámense fábricas, factorías, sistemas de
transporte como muelles, dársenas o ferrocarriles incluidos rieles y
vagones, además de un genocidio desembozado y abierto con heridos y
prisioneros y continuando con la población civil en cada ciudad o
pueblo al que ingresasen. Además de saqueo sistemático de la propiedad
pública y privada.
Habían manifestado que el Perú no debería levantarse en cien años, que
durante ese tiempo deberían vivir postrados e incapacitados de
defenderse y mucho menos intentar la recuperación de lo que Chile se
apoderara. Para cumplir esa amenaza, mientras Lima se preparaba para
defenderse, Chile encomendó al comandante Lynch la realización de la
"Expedición Merodeo" que él mismo propusiera al Presidente Pinto en
carta por demás cínica al escribir: (118)
"De ninguna manera comprendería su objeto causar daños que no nos
reportaran un provecho directo. Nada de incendios ni de destrucciones
vandálicas".
Lo que no tiene explicación es la razón de Lynch para mentir sobre sus
aviesos propósitos, para los cuales recibió autorización plena de
parte de su gobierno al nombrarlo comandante de la "División de
Operaciones del Norte", elegida ex profeso al tener conocimiento que
su litoral estaba completamente desguarnecido, carente de defensa y
tropas. Para luchar contra esos pueblos, Lynch quedó investido de
poderes omnímodos que lo facultaron para, en resumen, robar, asesinar
y violar, incendiar, destruir y asolar. Realmente en la historia de
América no hay comparación al vandalismo desatado por esa expedición
y, en las guerras mundiales, sólo es comparable con las barbaridades
cometidas por la Gestapo hitleriana.
Al frente de 2.600 soldados, transportes y escoltas navales, tuvo como
teatro de operaciones todos los puertos que quedaran al norte de Arica
hasta llegar a la frontera con el Ecuador. Zarparon del puerto
mencionado el 4 de setiembre de 1880 y llegaron donde su primera
víctima el día 10 del mismo mes, fue el puerto de Chimbote, al cual lo
devastaron y convirtieron en centro de operaciones depredativas.
Comenzó su tarea destructora con la hacienda "Palo Seco" de Dionisio
Derteano, enrolado en el ejército. Emplazó a los propietarios a pagar
un cupo de cien mil pesos oro y un plazo de 48 horas. Al no satisfacer
el pago en el tiempo fijado, se procedió a la destrucción de la
hacienda, escribiendo sobre el tema en su informe el jefe de
demoliciones, ingeniero Federico Stuven: (119).
"El día 13 a las dos y media de la tarde, recibí la orden de destruir
la preciosa maquinaria de la hacienda. Daba lástima emprender esta
destrucción. Conocedor de la maquinaria, di orden de aplicar dinamita
a las piezas nobles; los valenciers de las máquinas a vapor saltaron
en pedazos; los cilindros de las mismas se inutilizaron, las pilastras
de fierro del establecimiento se rompieron con dinamita; el tiempo era
corto para una destrucción completa. El fuego invadía los pisos
superiores; las escaleras de fierro se derretían al calor del fuego
intenso; los tachos vacíos de cobre se inutilizaron con dinamita; la
maestranza perdió sus máquinas importantes; los tornos, taladros y
herramientas se inutilizaron; los tornos calderos que dan calor a
muchas máquinas a vapor, pudieron destruirse completamente. El humo,
el fuego y otras circunstancias dificultaron la operación de destruir
algunas otras piezas. El inmenso trapiche para exprimir el jugo de
caña, quedó casi por completo intacto. . . El alambique, lo mas
completo que ha visto, hermoso edificio, preciosos cubos, estanques,
etc. quedó completamente roto e inutilizado; el ingenio de arroz se
destruyó del todo; las casas de habitación del ingenio de azúcar
quemadas completamente y allí se encontraban cuadros, pianos, espejos
y toda clase de muebles; no quedó nada, todo fue ruina completa
excepto los trapiches de la caña y calderos".
Además de la destrucción de la casa hacienda, que de acuerdo al
corresponsal del "Mercurio": (120) "era una verdadera ciudad. . . los
edificios eran obras de todo lujo. . . Las maquinarias del
establecimiento azucarero. . . costó en Inglaterra 160.000 libras
esterlinas". Se destruyeron todas las plantaciones de caña que fueron
incendiadas, además de la destrucción de otras haciendas como del
Puente y Rinconada que corrieron la misma suerte de Palo Seco.
La desolación no sólo fue de las haciendas sino que en Chimbote se
incendió el edificio de la aduana. La caballería fue destruyendo a su
paso las instalaciones telegráficas, tumbando postes, cortando
alambres y destruyendo los aisladores. El cronista continúa
escribiendo:
"Desde lejos se contemplaba con emoción aquella enorme masa de llamas,
coronadas de espesa cabellera de humo, que anunciaba a los pueblos de
las cercanías el castigo y la venganza de Chile".
"Fue una verdadera lástima que el convoy no llevara algunos buques de
vela para cargarlos de ganado que tanto abundaban en la hacienda de
Palo Seco, que habrían venido a la maravilla. . . por lo demás no pudo
ser más divertida y pintoresca la correría de nuestros jinetes".
En esa expedición de rapiña participaron activamente oficiales
extranjeros, mercenarios de Chile, como el capitán Krugg, el alférez
Pohlhammor y de Stuven, que no dejaron a nadie, fuera rico o pobre sin
exigirle algún rescate por su vida.
El día 14 le tocó la maldición a Supe, donde Stuven con el batallón
"Buines" y ayudado por el capitán Latham se dedicaron a la
destrucción, en especial la hacienda San Nicolás que fue asolada
completamente con la participación de un alemán que trabajaba en la
misma hacienda y explicó a Stuven sobre sus instalaciones que fueron
dinamitadas, y después el fuego completó la obra devastadora, sumiendo
al pueblo en completa desolación. No sólo saquearon y destruyeron,
sino que el ensañamiento carecía de límites y tal como escribe el
mismo corresponsal chileno del "Mercurio" : (122)
"Los 'Buines' sin embargo suplieron esa falta (se refiere a la
ausencia de buques para embarcar el ganado) matando a palos como 500
ovejas; así ya que no podían aprovecharlas los nuestros se impedía a
lo menos que fueran a alimentar a los famélicos estómagos limeños".
Demolieron a continuación las instalaciones del ferrocarril de
Chimbote, incendiaron los carros y dinamitaron las maquinarias al ya
no poderlas utilizar en sus excursiones de merodeo.
El día 18 pasaron a la isla de Lobos, donde desmantelaron las
instalaciones portuarias y todo aquello que no pudieron llevarse.
Después le tocó el turno a Paita el día 19 donde (123) "iban a llevar
la consternación y el espanto" al decir del corresponsal chileno.
Después de imponer un cupo y asolar con su caballería hasta siete
leguas a la redonda, destruyeron e incendiaron toda la propiedad
fiscal. En Paita se produjo una demostración de la íntima colaboración
anglo-chilena. El cónsul visitó a Lynch y solicitó la mercadería en
aduana consignada a su consulado o súbditos ingleses; el comandante
chileno de sumo agrado entregó al cónsul lo solicitado, a continuación
arrasó con la mercadería de otros extranjeros o nacionales.
Seguidamente fue el puerto de Eten la víctima. El día 24, el prefecto
de Lambayeque, J. Manuel Aguirre, en lugar de hacer frente a los
asaltantes, huyó al interior abandonando a la población. Al iniciarse
el desembarco militar, la población atemorizada partió en algunos
trenes que fueron cañoneados por la escuadra chilena. Después de dos
días recién terminaron de desembarcar las tropas chilenas que
impusieron un cupo de 150.00 pesos plata u oro al departamento de
Lambayeque, al no cumplirse oportunamente el pago, se inició la obra
de devastación, pillaje e incendios que Stuven llevó hasta Ferreñafe,
y las haciendas de Llape, Cayaltí y otras. Después de arrasar con
Lambayeque, por tierra pasó Lynch al departamento de La Libertad,
llegando a San Pedro el 11 de octubre, donde fue recibido por un
parlamentario del prefecto Adolfo Salmón para transar, a cambio de
suspender las hostilidades, al margen del pago de un cupo de 150.000
pesos. Los chilenos siguieron avanzando motivando la huida de Salmón,
e ingresaron a Chocope el día 18. Seguidamente destruyeron el puente
de fierro sobre el río Chicama, y los pueblos Ascope y Chocope.
Esa expedición de franca piratería, terminó en ese sector del norte el
26 de octubre para pasar a Quilca el 1 de noviembre, donde no
encontraron resistencia así como tampoco en Camaná donde siguieron con
su política de tierra arrasada, para regresar a Arica entre el 6 al 9
de noviembre.
Acciones de plena barbarie que no sólo se efectuaron en tierra. En el
mar, a la salida de Chimbote el día 15 de setiembre se cruzaron con el
vapor inglés "Islay", fue abordado por la "Chacabuco" uno de los
barcos expedicionarios. Le incautaron de sus bodegas, o el inglés
entregó de buena gana y voluntad, 28 cajones conteniendo billetes
peruanos por 7'290.000 soles y estampillas postales por S/. 375.000.
El merodero de Lynch se ganó el aplauso y felicitaciones del gobierno
y pueblo de Chile, el grado de almirante y cuantiosa fortuna personal,
al guardar del saqueo oro para sí y sus oficiales.
En las cámaras chilenas se dijo sobre esa expedición: (124)
"Los actos de la expedición Lynch, son actos de nuestro gobierno, y
como tales afectan al senador como al último de los chilenos. Somos
solidarios de esa obra, por mas que otros, como el señor Vicuña
Mackenna, no hayan aprobado sus operaciones. . . El país entero es
responsable por los actos del señor Lynch".
En la sesión del 13 de diciembre exclamaron en el Senado: (125)
"para que la guerra sea humana, es necesario que sea tremenda y
terrible; la guerra humanitaria no hace más que embarazar las
operaciones y hacer perder el tiempo. . . La expedición Lynch ha sido
pues una operación bien llevada, que nos ha enseñado como debemos
hacer la guerra".
Y en la cámara de diputados se expresó: (126)
"A estas horas la expedición de Lynch pasea la tea del incendio en las
poblaciones peruanas. Dudamos, preguntamos y pedimos declaraciones al
ministerio, como si el soplo de la dinamita no hubiera paseado ya
sobre esos pueblos y los hubiera devorado".
Mientras en las cámaras de Chile se aplaudió la depredación de Lynch.
La prensa chilena exigió la destrucción del contendor, así "El
Mercurio" del día 20 de setiembre de 1880, escribió: (127)
"Toda la costa del Perú debe sufrir una tremenda retaliación, mientras
llega el momento de que sobre los escombros humeantes de la misma
ciudad de Lima se imponga a nuestros cobardes y aleves enemigos el
castigo de sus inveteradas perfidias. . . Venganza y castigo es el
grito unísono que exhala de todos los labios y de todos los corazones,
y esa venganza y ese castigo deben ser inmediatos y tremendos".
Por su parte "El Ferrocarril" también de Santiago el día 18, manifestó: (128)
"Ni una choza, debe quedar en pie estando al alcance de nuestra
artillería naval. . . nuestros buques deben sembrar por todas partes
la desolación y el espanto. Preparemos el camino de nuestras fuerzas
expedicionarias sobre Lima, abrasando las ciudades enemigas de la
costa. Es necesario que la muerte y la destrucción, ejercida sin
piedad en los hogares del Perú, no le deje un momento de aliento ni
respiro y que sucumban al peso de nuestra superioridad militar. . .
Hoy más que nunca se necesita obrar sin otro objetivo ni otra
consideración que la de aniquilar completamente cuanto sea poder,
recursos o fortuna para nuestros enemigos. . .La única respuesta que
el gobierno de Chile debe dar a su pueblo, es encomendar a la escuadra
la destrucción de toda la costa del Perú, y al ejército la toma de
Lima a sangre y fuego. Dejar al Perú militarmente desarmado es poca
garantía, es menester en sus industrias empobrecerlo, escarmentarlo en
sus soldados y en las fortunas de sus ciudadanos, Los rencores, el
orgullo humillado, el anhelo de venganza acecharán las generaciones
del pueblo peruano hasta que se ofrezca la menor coyuntura para volver
a la lucha. Esta hora es menester demorarla; es menester que no
llegue. . . Necesitamos crecer, prosperar, hacernos respetables en
este continente donde todos nos odian y anhelan nuestra ruina.
ADELANTE: QUE SEA LIMA EL CALVARIO DE LA EXPIACIÓN DE SUS HIJOS, Y LA
HOGUERA DEL CASTIGO Y DE LA MUERTE".
Además del saqueo de Lynch, la escuadra decidió cumplir la orden de
destruir la costa del Perú, para ese efecto (129) "el almirante Rivero
dio la orden al comandante del "Cochrane" para que pasara a la bahía
de Chorrillos y bombardeara la población hasta reducirla a cenizas".
Acción que se trató de cumplir el 22 de setiembre frente a Chorrillos,
pero el barco, al recibir un tiro de cañón en respuesta a su
bombardeo, huyó de la bahía. El "Blanco" bombardeó el día 23 durante
seis horas el puerto de Ancón, destruyendo muchas de sus casas y la
"Pilcomayo", el mismo día, hizo lo mismo con el puerto de Chancay,
logrando los mismos efectos que en Ancón. Por el poco efecto
destructor y las disculpas dadas por los marinos chilenos de su poca
efectividad y mucho temor, se recomendó que (130) "en lo sucesivo las
bombas o granadas debían contener materias incendiarias".
"Ferrocarril" de 9 de octubre.
Por su parte "Patria" del 30 de junio de 1880, expresó (131).
"El cañón chileno debe derribar las murallas de Ancón. Las balas de
Chile deben convertir en ruinas los ranchos de la impúdica
Chorrillos". Anexos 36, 37 y 38.
41 LOS CHINOS
Lynch en su expedición depredadora al norte del Perú, encontró dos
insospechados aliados: Algunos extranjeros que por salvar sus
pertenencias se avinieron a las llamadas y solicitudes chilenas,
brindándoles información. El segundo aliado fueron los chinos, que ya
en esa expedición, en número de 400 extraídos de las haciendas del
valle de Chicama, colaboraron plenamente en la obra destructiva, sea
incendiando o dedicados al pillaje y como cargadores de los hurtos de
la oficialidad y soldadesca. En el asalto a Lima, esos 400 que Lynch
se llevó al sur, aumentaron a 1.000 con los que trabajaron en los
valles de Ica, convirtiéndose en fieles colaboradores ya que fueron
uniformados como chilenos y actuaron como fuerza auxiliar, además de
servir como espías y enterradores de aquellos cadáveres que a Chile le
interesaba mucho desaparecer.
El feudalismo terrateniente y gamonalista peruano fue el directamente
responsable del surgimiento de ese nuevo enemigo dentro del país. Esos
asiáticos, tanto chinos como polinesios, llegaron al Perú en barcos
ingleses a mediados del siglo XIX para reemplazar, en el trabajo
agrícola o las guaneras, a los negros que habían sido libertados por
Castilla. Los terratenientes comenzaron a importar asiáticos y por el
precio del pasaje y manutención los sometieron a solapada esclavitud
hasta que el chino lograra redimir la deuda contraída por el precio
del pasaje, para traerlo desde su lejano país. Se debe recordar que en
la segunda mitad del siglo pasado, el transporte de chinos, a donde se
necesitaran braceros, como la construcción del canal de Panamá o la
instalación de los ferrocarriles en Estados Unidos, fue un pingüe
negocio para los anglo-norteamericanos. Los terratenientes peruanos
aceptaron ese triste negocio.
Esos inmigrantes chinos y polinesios, desde los lejanos días en que
fueron extraídos de sus paisajes por la fuerza, con engaños o el
espejismo de ilusoria riqueza, no volvieron a sentir la sensación de
libertad hasta que comenzaron a colaborar con el ejército chileno en
el saqueo, incendio y destrucción de la propiedad de los antiguos
patrones y vecinos. Para Chile fue muy fácil reclutarlos y hacerlos
colaborar al decirles que siguieran su ejemplo de asolar propiedades
agrícolas o urbanas, oportunidad que se presenta, para los asiáticos,
de satisfacer su hambre física y la venganza por los vejámenes y malos
tratos sufridos en cautiverio.
Una vez más el Perú pagaba en su población y propiedad general, los
desatinos de los gobiernos, los agricultores costeños y de la
explotación del guano. La insensibilidad de los gobernantes que
permitieron la transferencia de una esclavitud ya abolida de los
antiguos esclavos negros a esos nuevos braceros que llegaron a un país
extraño, sin el idioma y tampoco nadie que los protegiera, por eso los
soldados del Mapocho, debieron parecerles como libertadores, sin
sospechar, que después de la guerra los tratarían a donde se los
llevaron, peor de lo que habían recibido hasta entonces.
42 SAN JUAN
Los chilenos, estuvieron bien informados sobre las características del
terreno y de las defensas y, que el ejército contrario, en forma
increíble, quedó dividido en dos escalones sin conexión entre ellos y
con extensas líneas defensivas llenas de vacíos por donde era posible
la infiltración de sus batallones, además, contando con el apoyo de su
artillería naval, atacaron al amanecer del día 13 de enero de 1881 la
primera línea de San Juan y, después de rotunda victoria, el día 15
siguieron la batalla dominando la segunda línea de resistencia en
Miraflores. Batallas en las que por encima de la calidad del soldado y
comando chileno, que no fue gran cosa, primaron los desaciertos,
improvisaciones o impericia del Dictador Piérola quien, con su
ignorancia en asuntos militares, envuelto en sus delirios de grandeza,
dominado por su profunda desconfianza en los demás y que nadie hiciera
cosa alguna que le permitiera sobresalir, deseó hacer y dirigirlo
todo, por pequeño o secundario que fuera, pero que sólo él
interviniera, dirigió las batallas, resultando un completo desastre en
dos capítulos y un gran culpable: Piérola. Manuel González Prada
escribió sobre la batalla de Miraflores en la obra ya citada "Guerra
con Chile": (132)
"En esos momentos avanzaron hasta donde nosotros estábamos (Hacienda
de la Calera de la Merced), tres batallones de reserva, que aún no
habían roto los fuegos, y entre estos el que comandaba el señor Pomar.
Nunca he visto mayor entusiasmo. Todos pedían entrar en el fuego. D.
Nicolás de Piérola se negó a que entrasen en combate y les ordenó a
que regresaran a sus anteriores posiciones. Esta orden fue recibida en
medio de protestas. ..".
En la batalla de San Juan, se inculpó al coronel Suárez de no haber
cumplido con su misión e incluso haberse retirado hasta Chorrillos, en
lugar de hacerlo hasta el Morro Solar como le ordenó Iglesias, en
donde reiteradamente se negó a entrar en combate pese a las órdenes
que recibió de Piérola. Lo más que hizo fue permitir a su subalterno,
coronel Recavarren para que entrara en acción en el Morro Solar en
apoyo a las tropas de la Legión Peruana, siendo diezmados por el
enemigo.
En los Documentos Inéditos de la obra ya citada, el No. 11, referente
a la batalla de Lima, por su contenido merece ser trascrito
íntegramente: (133)
"La batalla de San Juan se inició a las 4 a.m. del 13 de enero de
1881. Piérola en persona comunicó a las tropas la salida del enemigo
de Lurín, hizo levantar a Iglesias que mandaba el ala derecha, y éste
mandó que la Legión Peruana ocupase la media falda del Morro Solar,
para que se viese libre de los fuegos de la escuadra. Con este mismo
objeto hizo retroceder, de la línea de batalla las divisiones de
Dávila y de Suárez; pero estos no se contentaron con cubrirse con el
Morro Solar de la flota chilena sino que abandonaron sus puestos,
dejaron un inmenso frente vacío, y en buen orden se retiraron hasta
Miraflores, sin tomar parte en la lucha (Suárez lo hizo al local de la
escuela de clases de Chorrillos. Este paréntesis es nuestro). Iglesias
debía haber reparado la falta, haciendo bajar de la cumbre del morro a
los batallones Ayacucho y Cajamarca, que allí había; pero se limitó a
hacer alarde de su valor personal, exponiendo su reputación de militar
y hasta su buen sentido. En tan mala disposición sucedió que el
Batallón Legión Peruana se tuvo que batir contra toda la división
Lynch que componía el ala izquierda del enemigo, fuerte de 4.000
hombres; el resultado ya puede suponerse.
En mi concepto la batalla de San Juan fue una fuga general por parte
de nuestro ejército. Habiendo comenzado el combate a las 4 a.m., tres
horas después , se veían jefes y oficiales huidos a mas de tres leguas
del lugar de la acción. El mismo Piérola, a las 9 a.m., se vino de
Chorrillos por la playa, con no pequeño peligro y subió por la
escalinata de Barranco. A las 11 llegó a Vásquez, almorzó y se echó a
dormir a las 12 m. Como a las dos de la tarde y media, pasó por mi
reducto que estaba en Camacho. Había perdido el ánimo para los que le
creían valiente; yo creo que no había nada".
La batalla de San Juan tuvo en Iglesias a su defensor, secundado por
Cáceres y Recavarren que se batieron con entereza y valor pese a la
superioridad aplastante del enemigo.
Sobre la batalla de Miraflores del día 15, se presenta en Anexo No.
39, los "Recuerdos del 15 de enero de 1881 (En un Reducto)", documento
explicativo de lo acontecido.
43 CHORRILLOS
Los siguientes párrafos de escritores chilenos, son presentados por
Paz Soldán, siendo suyo sólo el primer acápite. (134).
"Los chilenos, vencedores en Chorrillos se entregaron como de
costumbre a asesinar, saquear e incendiar cuanto encontraron. Sigamos
a los mismos escritores y a los testigos presenciales, todos chilenos,
de esa bacanal sanguinaria.
"El combate de Chorrillos no fue una batalla, fue una horrible
inextinguible matanza. Cuando al día siguiente los empleados de la
intendencia desembarcaron en Chira y en Chorrillos, veían las rocas
que forman la base inferior del sombrío morro cubiertos de puntos
blanquecinos; eran los cadáveres de los peruanos que por millares
habían rodado a los precipicios...
La noche de Chorrillos será, de todos modos, una fecha lúgubre en la
historia de la República. . . (se refiere a Chile). Fue aquella,
después de la de Mollendo, la segunda noche triste.
¿Pero a qué procurar describir el vergonzoso espectáculo que siguió
presentando Chorrillos durante toda la noche, aquella noche de
horrores?
El presbítero chileno don Salvador Donoso, que recorrió el campo de
batalla al siguiente día del combate, dice: 'Se conocía que los buines
habían hecho más uso de la bayoneta y de la culata de sus fusiles, que
de las balas; porque todos los cráneos de los peruanos, estaban
despedazados por completo. Grandes y pequeñas bandas de soldados
armados y en desorden, se diseminaron en un momento por toda la
pequeña ciudad. Mientras unos corrían a las pulperías, a las tiendas y
a los almacenes, otros hacían saltar a tiros las cerraduras de las
puertas, y entrando a las casas las recorrían rápidamente de arriba
abajo; si encontraban alguno, lo mataban, y si el aspecto general de
las habitaciones era pobre y mezquino, daban fuego y se iban. Si por
el contrario anunciaban riqueza y opulencia, las cosas cambiaban de
aspecto; escudriñando en todos los rincones, registrando todos los
muebles, poniendo todo en horrendo desorden, se apoderaban de todos
los pequeños objetos preciosos, y de todas las más ricas telas que
encontraban. . . mientras otros se divertían en tocar, a locas, las
teclas de los pianos, en romper cuadros, en destrozar los muebles, en
dar fuego en uno o más extremos de la casa, para que tuviese tiempo de
crecer y tomar incremento... El soldado chileno, el roto, al cual no
enfrentaba ya disciplina militar, daba cada vez más rienda suelta a su
estúpida brutalidad y a la ferocidad de su carácter. Y todo esto a la
vista del general en jefe, del ministro de la guerra y de todos los
jefes y oficiales superiores e inferiores del ejército chileno. Estos
se hallaban allí, quien dentro, quien a las puertas de Chorrillos,
viendo y escuchando todo, y no haciendo jamás nada para llamar al
orden a sus soldados". Ver Anexo No. 40 sobre esta trascripción.
En esa noche de horrores tanto en el lado peruano como el chileno se
dio el mismo pensamiento: la posibilidad de un ataque peruano a las
desbandadas tropas enemigas.
En el campo peruano, Cáceres, después de haber reunido a parte de los
dispersos y dándose cuenta de lo que sucedía en Chorrillos, concibió
el plan de atacar durante la noche, comunicándolo al general Pedro
Silva, manifestando que la noche del 13 pudiera cambiar el curso de la
guerra, ya que los chilenos en pleno desorden y borrachera, serían
dominados. Esa operación fue comunicada a Piérola en presencia del
coronel Canevaro quien le dio pleno apoyo, pero el Dictador con la
suficiencia que lo caracterizó respondió: (135)
"El plan de Cáceres encierra un sacrificio estéril e inútil, porque el
ejército chileno se encuentra formado en los alrededores de Chorrillos
y los que saquean son unos cuantos".
Pese a la insistencia de Canevaro, se negó a discutir el ataque. Mas o
menos por esos mismos momentos en el lado chileno se produjo una
conversación similar: (136).
"El político chileno Manuel José Vicuña, testigo de todos estos
acontecimientos, escribió en su folleto titulado 'Carta Política'
(impreso en Lima en 1881 y destinado a criticar la actuación de
general Baquedano, para impugnar su candidatura presidencial que no
llegó, por lo demás, a triunfar). Recuerdo que con el ministro de
Guerra, hacíamos esta reflexión: ¡Cómo nos iría esta noche si los
peruanos, con un poco de audacia, vinieran atacarnos en número de
cuatro mil hombres, solo de cuatro mil! Todo esto se lo llevaba el
diablo, me decía el ministro y la obra de Chile se perdería
miserablemente en una hora. ¿Quién nos diría amigo Ibáñez, que aquello
que como simple hipótesis, como mero recelo, conversáramos en nuestra
tienda de campaña, estuviera precisamente discutiéndose y
verificándose allá en el campamento enemigo. El coronel Canevaro le
decía a Piérola: Con mi fortuna y con mi vida le respondo a usted de
que esta noche doy cuenta de los chilenos si me confía de cinco a
siete mil nombres para ir a sorprenderlos, en medio del desorden y
borrachera que inevitablemente les habría traído el saqueo de
Chorrillos, y cuya prueba está ahí en aquellas llamas que divisamos...
Anexo No. 41.
La rapidez con que se iniciaron los incendios y su propagación, según
testigos oculares, fue que las tropas chilenas estuvieron pertrechadas
con bombas de pequeñas dimensiones de material inflamable y que al ser
lanzadas con fuerza, producían incendios instantáneos. Ese elemento
sumado a la pasividad chilena de jefes y oficiales frente a la
destrucción de Chorrillos indica que el incendio estuvo premeditado y
preparado de antemano, única explicación para comprender por qué los
soldados llevaban dichas bombas, que fuera de provocar incendios, no
tuvieran ninguna otra utilidad.
En la obra de Caivano (137), hay una anotación sobre la parcialidad
del Vaticano en esta infausta guerra a favor de Chile:
"En el periódico "El Mercurio" de Valparaíso del 18 de marzo de 1881,
encontramos: "ROMA Y CHORRILLOS" — Por carta recibida de Roma con
fecha 26 de enero, se sabe que en el mismo día 13 de aquel mes, en que
tuvo lugar la batalla de Chorrillos (de San Juan: en Chorrillos no
hubo batalla sino saqueo e incendio, mucho después de concluida la
batalla en el Morro) los chilenos residentes en Roma habían conseguido
una audiencia del Sumo Pontífice León XIII, en el Vaticano. . . Las
señoras chilenas pidieron a su S.S que bendijese al ejército de Chile,
y él lo hizo inmediatamente con mucha unción. Es un hecho muy
singular, que el Papa estuviera bendiciendo en Roma aquel mismo
ejército que en aquel día y en aquella hora combatía a las bases del
Morro Solar.
Y nosotros decimos: el Papa bendecía al ejército chileno, desde su
silla infalible del Vaticano, en el día y momento mismo en que aquel
consumaba, con el estrago e incendio de Chorrillos, uno de los hechos
mas inicuos y atroces que tenga que registrar la historia".
En la obra de Vargas Ugarte se lee: (138)
"Cuando pasábamos por la plaza de Chorrillos vimos que habían sacado
de la Iglesia a todas las imágenes y tiraban sobre ellas al blanco,
con gran algazara". Anexo No. 42.
44 EL DÍA 14
Por un lado, el comando chileno dejó que continuaran los desmanes de
la soldadesca pero simultáneamente trató y logró agruparlos para
recuperar la capacidad combativa, al mismo tiempo, prepararon un
segundo encuentro. Conocieron que al ejército peruano le quedaron
varios miles de soldados, que no llegaron a empeñarse en combate,
fueren de la reserva o los combatientes de San Juan que fueron
reagrupados; fuerza cuya magnitud y potencia ignoraron los chilenos,
pero su comando, por la observación directa de la línea de defensa de
Miraflores y la información de sus espías, supusieron que una nueva
batalla se produciría en ese lugar, para lo cual, movilizaron y
agruparon sus tropas y emplazaron la artillería para efectuar un
ataque sorpresivo y capturar Lima.
El Dictador Piérola, con las fabulaciones propias de su trastorno
mental, después de la derrota de San Juan, a la cual contribuyó al no
permitir que las reservas entraran en acción; que después de haber
absorbido el mando total y absoluto de las operaciones, dejó
abandonadas éstas y que los defensores se desenvolvieran como
pudieran; que las líneas defensivas en Miraflores adolecían de
múltiples fallas para una efectiva defensa de la capital, pese a ello,
y conociendo que el enemigo se aproximaba al haber ocupado y destruido
Barranco, no organizó una adecuada retirada que permitiera salvar los
remanentes del ejército con parte del parque y hacerse fuerte en la
sierra o sus estribaciones, si decidió continuar el conflicto. En
lugar de ello, dejó que los acontecimientos se produjeran sin
iniciativas de su parte, permaneció inactivo en actitud reactiva, a lo
que pudiere suceder. En esas circunstancias, fue el cuerpo
diplomático, que, tratando de evitar que en Lima se reprodujeran los
luctuosos atropellos acaecidos en Chorrillos, decidieron tomar la
iniciativa al comprender que no podían seguir el ejemplo del Dictador,
mientras que el país ante el cual eran representantes quedara
destruido como gobierno y, en la propiedad y honor de sus ciudadanos,
entre los cuales igualmente moraban y trabajaban muchos de sus
connacionales y parte de ellos constituyeron hogares peruanos. Puestos
de acuerdo, se movilizaron el día 14 buscando alcanzar una tregua
orientada a un armisticio y, la obtención de la paz en último término.
En la noche de ese día, encabezados por el decano del cuerpo
diplomático, señor Jorge T. Pinto, plenipotenciario de San Salvador y
acompañado de los ministros Saint John de Inglaterra y Verges de
Francia, a las diez de la noche, en tren extraordinario se dirigieron
a Miraflores y conferencias largo rato con Piérola, seguidamente se
dirigieron a Chorrillos donde entrevistaron al jefe de las fuerzas
chilenas, general Baquedano, quien, después de conocer la razón de la
visita, y seguramente para efectuar las consultas necesarias manifestó
que la hora era avanzada y continuarían las conversaciones al día
siguiente, a las siete de la mañana.
El día 15 de enero, a la hora indicada y en forma puntual la comisión
se hizo presente, siendo recibidos por Baquedano, acompañado por el
ministro de la Guerra y los señores Altamirano y Godoy, este último de
ingrata recordación en el Perú, donde fuera ministro de su país por
años. El jefe militar en la entrevista expresó que para aceptar una
suspensión de fuego, exigía la entrega del Callao y sus fuertes por
ser una plaza de guerra, salvándose Lima y podían negociar.
Los diplomáticos, a la simple palabra de Baquedano y sin exigir un
documento que respaldara lo expresado y pese a conocer la dureza de la
exigencia y que en esas circunstancias debió ser precaución y garantía
el logro que por escrito confirmara lo conversado. Lograron igualmente
de palabra el compromiso que no se rompiera los fuegos hasta las doce
de la noche de ese día, sin embargo, quedó sobreentendido que cada
contendiente podía movilizar sus efectivos y emplazar en nuevas
posiciones su artillería quedando como "única prohibición expresa la
de no poner el dedo en el gatillo".
Como fuera enjuiciada posteriormente, esa conversación adoleció de
informalidad por demás difusa, que no hubo personería responsable, que
no se estructuró un armisticio militar al no estipularse las líneas de
separación. Se ha manifestado que fue "una cortesía internacional" que
obligaba a los beligerantes para con los diplomáticos oficiosos, sin
ninguna obligación entre las partes. (139)
Habiendo logrado la posibilidad de una tregua y que la suspensión del
fuego se mantendría hasta las doce de la noche de ese día, los
diplomáticos se dirigieron a conversar con Piérola, el cual, en
principio aceptó las condiciones propuestas, y de su puño y letra,
refrendó el apunte de los diplomáticos, pero no en documento formal.
Los intermediarios se dirigieron a Lima para terminar de precisar el
acuerdo y regresaron a las dos y media de la tarde donde Piérola,
quien se encontraba almorzando con algunos oficiales de la flota
extranjera surta en el Callao, y de su ejército. Cuando se encontraban
en la parte protocolar de los saludos, escucharon el fuego de
artillería y fusilería, indicativos que se inició la batalla de
Miraflores, manifestándose una vez más el doblez del proceder chileno,
ya que ellos, lo que desearon, fue el ingreso a Lima en franca
hostilidad para saquearla y destruirla. Que se cumpliera el anhelo del
gobierno y la prensa de Chile, arrasando la capital del Perú y
después, imponer las condiciones de paz a un enemigo inerme.
Esa última parte es relatada por el decano del cuerpo diplomático,
señor Jorge Tezanos Pinto de San Salvador, quien en nota del 26 de
enero de 1881 informó oficialmente a su gobierno de la visita del
cuerpo diplomático a Piérola: (140)
"A nuestra llegada a las 2.14 de la tarde del día 15. el señor Piérola
comía tranquilamente con varios jefes de su ejército. Advertido de la
presencia de todo el cuerpo diplomático en su casa, salió del comedor
a recibirnos y en el momento mismo en que cambiábamos todavía de pie,
el primer saludo, estalló un fuego general y nutrido en la línea de
los ejércitos, y en los buques de la escuadra chilena, siendo nosotros
acribillados por el diluvio de balas, bombas y granadas, que venían
del ejército y de los buques de Chile al lugar en que nos
encontrábamos, a retaguardia de la línea peruana. Con tan grave e
inesperado motivo, el señor Piérola, que vio instantáneamente
comprometida la batalla, sin tiempo ni aún para concluir el comenzado
saludo al cuerpo diplomático, se dirigió rápidamente a su ejército; y
nosotros poseídos del asombro y de la indignación que es fácil
imaginar, nos volvimos a Lima, a pie, bajo la lluvia de balas del
primer momento, que sufrimos sin interrupción durante cerca de dos
horas consecutivas".
El éxito de la intervención diplomática fracasó por la felonía chilena
que continuó haciendo gala de su afán destructor que fue lo que
buscaron y un armisticio les hubiera impedido una nueva orgía de
barbarie, por eso, al comenzar la tarde del día 15 iniciaron las
operaciones.
Hay una referencia por demás curiosa y es la nota del ministro de
Italia en Lima del 28 de enero de 1881, dirigida al Ministro de
Relaciones Exteriores de su país: (141)
"Trasladada que se hubo a Miraflores la delegación (del cuerpo
diplomático) se presentó a S.E. el señor Piérola, el cual aceptó la
tregua convenida, y pareció dispuesto a ceder el Callao (única
condición impuesta por Baquedano para concluir un verdadero
armisticio) y a entrar en negociaciones de paz".
El interrogante que surge es el porqué en esa oportunidad Piérola
manifestó aceptar conversaciones de paz, incluso entregando el Callao
como prenda, cuando en octubre del año anterior, los días 22, 25 y 27
de octubre de 1880, en la bahía de Arica, el representante peruano en
las tratativas de paz a iniciativa del gobierno de Estados Unidos, y a
bordo del barco de ese país "Lackawanna", adoptó posición
intransigente. En Miraflores sí se avino a discutir, conociendo cuáles
eran las exigencias de Chile que ya en Arica fueron expresadas y en
resumen consistieron en la entrega de Tarapacá, pago de
indemnizaciones y retención de Moquegua, Tacna y Arica hasta que se
cumplieran las obligaciones contraídas. ¿Por qué ese cambio? ¿Es que
Piérola al darse cuenta que su ambición de poder terminaba con la
captura de Lima, y para conservarlo, al ser el sustento mismo de su
existencia prefería sacrificar al Perú en aras de su pasión?
Como referencia a este capítulo, ver Anexo 43.
45 MIRAFLORES
El final de la tercera etapa de la guerra se dio en Miraflores el día
15 de enero, iniciado con el sorpresivo ataque chileno. La batalla,
como las anteriores tuvo dos fases, en la primera, el ataque fue
rechazado y surgió la posibilidad del triunfo, pero la falta de
acertado comando e inmovilización de las reservas fueron decisivos
para que a último minuto, la victoria quedó con el invasor. Al
respecto se presentan los siguientes comentarios extraídos de la obra
de Paz Soldán: (142).
"Piérola, hemos dicho, antes, no dio mas que una sola orden durante
toda la batalla, a lo menos que se sepa, y esta orden única, consistió
en mandar a los once batallones de la reserva y a las fuerzas de línea
del ala izquierda, que no habían tomado parte alguna en la batalla,
que se dispersasen y volviese cada uno a sus respectivas casas.
Y es de advertir que esta orden fue dada precisamente entre las 5 y
1/4, cuando los batallones de las trincheras, que habían quedado
solos, oponían todavía la más tenaz resistencia al enemigo, y cuando
éste, desesperado de tomar las trincheras, cuyo incesante fuego lo
había rechazado dos veces, bastaba que hubiesen visto aparecer el mas
ligero refuerzo de tropas de refresco a los peruanos, para abandonar
el campo y retroceder; a esto lo hubiera impulsado también lo avanzado
de la hora, y el temor que le noche los sorprendiera combatiendo sobre
un terreno que no conocía y que se suponía todo lleno de minas.
El dictador por el contrario, al cual su propia impericia y su propio
atolondramiento hicieron creer que todo estaba perdido ya, una vez
dada a las fuerzas del ala izquierda la orden de dejar las armas y
retirarse a sus casas, abandonó el campo de batalla con un reducido
número de secuaces; y sin ni siquiera entrar en Lima, tomó el camino
de las montañas del interior de la república.
La conducta de Piérola en aquel momento, sería inexplicable, sin
admitir en él una gran perturbación mental, a menos que no se le
considerara, como a juzgar por los precedentes nos parecería mas
exacto, tan desprovisto de toda capacidad, hasta colocarlo por debajo
de las más vulgares inteligencias. Aun admitiendo que el dictador
juzgase irremisiblemente perdida la batalla ¿por qué ordenaba la
dispersión y disolución de los batallones del ala izquierda? ¿Por qué
se privaba voluntariamente de aquellas fuerzas de 6 a 7.000 hombres
bien armados, que unidos a los 1.500 ço 2.000 del Callao, y a todos
los dispersos, que era fácil recoger de Lima, podían todavía presentar
una última resistencia al enemigo, para obligarlo, sino a otra cosa, a
una capitulación? ¿Por qué no los conducía consigo a aquellas montañas
entre las cuales se fue casi solo, para salvar por lo menos sus armas?
Se aprecia como el dictador dejó a las tropas y a Lima libradas a su
suerte, mientras su irresponsabilidad lo conducía hacia las
estribaciones andinas. Esa acción de abandono determinó que una
batalla donde el coraje de Cáceres y otros jefes y oficiales se
multiplicaron al infinito, logrando mantener sus posiciones y
vislumbrar la posibilidad de la victoria que hubiera sido decisiva en
el curso de la guerra, necesitando tan solo que les llegaran
refuerzos, que los había y en la proximidad, sin embargo fueron
dispersados, como si una maldición hubiera caído sobre el ejército
peruano, que, por mucho que hiciera no lograba el triunfo, y no por la
pericia ni capacidad combativa chilena, sino por la nefasta
participación de Piérola, quien, con su egoísmo e ignorancia, su
petulancia y delirio de grandeza, jamás pensó en el Perú como país, en
el Perú con sus poblaciones y paisajes, con un territorio sonriente o
doliente, según el estado de ánimo de sus habitantes, en sus culturas,
tradiciones y quehacer cotidiano, en todo aquello que permite el fluir
de la nación hacia el futuro, con la esperanza de encontrar las
pequeñas satisfacciones que enriquecen la vida y llenan el día. ¡No! a
Piérola sólo le interesó el Perú como escenario de su megalomanía. Se
sintió un predestinado y que el país era su propiedad sobre el cual
podía disponer a su antojo y, al así proceder, nos llevó a la ruina,
la vergüenza de la derrota y la humillación de la ocupación, sin
interesarle que conllevaban incendios, destrucción, crímenes,
violaciones y robos, que el Perú se desangraba y el enemigo lo
desintegraba. Pero él nada de eso vio ni le importó. En su huida sólo
buscó un nuevo proscenio para continuar en su teatral comportamiento y
lograr aplausos, lisonjas , sobre todo adulaciones y le quemaran
incienso, que le dijeran: el único, el superior, el sublime. A lo
mejor en esos momentos se sintió hermanado con el Supremo Hacedor y
desde las nubes en que se envolvió, no contempló ni le interesó mirar
el dolor y tragedia en que había sumido a la patria.
Como resultado de las incalificables disposiciones de desbandar al
ejército, quienes combatían fueron dejados solos, resistiendo con sus
vidas mientras hubieron municiones y al terminarse éstas, quedaron a
merced del enemigo.
Al respecto, Cáceres, escribió en sus "Memorias": (143)
"Habíase luchado ya, cosa de una hora, y con manifiesta ventaja de
nuestra parte. Luego sobrevino una pausa o como hoy se dice, se
"estabilizó el combate".
Estimando entonces que el enemigo había experimentado serio quebranto,
ante la firmeza de nuestra resistencia y denotaba cierta vacilación,
determiné aprovechar esta coyuntura y ordené el repliegue de nuestros
batallones, para disponer un contraataque de conjunto, reforzando mi
derecha, frente de la cual hallábase una de las brigadas de la tercera
división. Por su lado el adversario una vez ordenadas sus unidades y
fuertemente reforzada, dejo los tapiales que le habían servido de
refugio e inicio su cauteloso avance. Fue este el preciso momento en
que haciendo un supremo esfuerzo salí de la línea y lancé mis tropas
contra el contendor.
Nuestro contraataque fue tan rápido y vigoroso que paralizó al enemigo
obligándole a replegarse. La lucha tornóse dura y encarnizada,
señalándose en ella especialmente los batallones Jauja, Guarnición de
Marina y Concepción. Los chilenos cejaban fuertemente presionados en
su frente y en sus flancos, los que eran ya desbordados,
particularmente el derecho de la brigada de Barceló, que carecía de
contacto táctico con las otras tropas de su división. Sólo requeríamos
refuerzos para empuñar resueltamente el éxito. Esperaba con vehemencia
que los sectores de la izquierda apoyasen nuestro avance, embistiendo
contra el enemigo en pleno retroceso. Y lo esperaba fundamentalmente,
pues no existía seria amenaza proveniente del valle de Ate. El foco de
la refriega hallábase en el ala derecha.
Pero no recibimos ningún refuerzo, ni siendo apoyados por las tropas
de la izquierda, nos sentimos a poco extenuados e incapacitados para
continuar el ataque con el ímpetu y pertinacia que exigía el estado de
la lucha. Solo la derecha de Suárez, un batallón de la división
Canevaro, había acompañado nuestra acometida.
Consecuentemente decrecía la impulsión del contraataque y no quedaba
otro recurso que interrumpir el seguimiento del enemigo por el fuego.
Y luego asaz amargo, hube de tomar la resolución de suspender el
combate y ordenar el repliegue general, el cual fue ejecutado sin que
el enemigo intentara perturbarlo.
Entre tanto, los chilenos recibían copiosos refuerzos y reagrupaban
sus tropas para retomar la ofensiva y atacar nuestra débil línea de
defensa con incontrastable superioridad de fuerzas".
En esa batalla perecieron los humildes campesinos traídos de los Andes
junto con lo mejor de la ciudadanía que vivía en Lima proveniente de
los diferentes estratos sociales y actividades. Se derramó sangre con
gallardía y en la muerte todos quedaron inmolados como héroes, aunque
los más con la simple calificación de soldados desconocidos, después
sobre los sobrevivientes se desató la barbarie. Al respecto, es
preferible que sea un chileno quien narre lo que sucedió, es el
historiador Benjamín Vicuña Mackenna: (144)
"Quedaba solo por consumar la persecución y la matanza, y esta fue tan
rápida como espantosa. Era casi imposible contener a los soldados
chilenos, y el cansancio, mas que las órdenes desobedecidas de los
jefes, contuvo a muchos casi en los suburbios de Lima". Fue horrorosa
la carnicería que hicieron los chilenos durante la persecución, dice
uno de los suyos. "Las cercanías de los fuertes, las tapias que lo
respaldaban, los potreros y huertos, los caminos y los callejones,
todo quedaba sembrado con los cadáveres de los fugitivos. Por los
callejones que hacia el lado de Tebes, se dirigen a Lima, y por el
camino de ese nombre, había a trechos verdaderas natas de cuerpos
humanos. Gran parte de ellos eran de pobres serranos, calzados con
ojotas, pertenecientes a los batallones recién llegados a Lima de
distintos puntos del interior. Aquel rosario de cadáveres llegaba más
allá de la hacienda de San Borja, hasta tres o cuatro cuadras de Lima,
por el lado de Barbones. Entre ellos habían muchos cuerpos de los
caballos en que habían montado algunos jefes y oficiales para escapar
con mas ligereza de las certeras balas, pero que de ese modo lograron
solo llamar la atención de sus perseguidores. Fue aquella una
verdadera cacería, una corrida de huanacos humanos.
Las minas y las voces de traición generalizadas en toda la línea
habían desbordado a todos los límites del encono, y hubo oficial
chileno que había perdido en las campañas dos hermanos, y que
encontrando refugiados en una casa del camino hacia Lima, hasta
treinta peruanos, los hizo fusilar, sin compasión, en los sótanos en
que se habían metido.
Por lo demás la ciudad de Lima estaba completamente desarmada. En
ausencia de Piérola, gobernaba un ministro de culto, o más
propiamente, un ministro universal, don Pedro José Calderón, hombre
sibarita e insolente, pero incapaz de levantarse en las horas de grave
conflicto, a la altura del deber, menos a la del sacrificio.
Todo lo contrario; y por castigar un desmán de la guardia, compuesta
de 4.000 extranjeros, y una de cuyas patrullas le había llevado,
descompuesto y disfrazado, a un depósito de policía, en una de
aquellas noches de solemne expectativa, en compañía de un alemán
cómplice y usufructuario de sus orgías, la disolvió por un úkase, en
los momentos en que la ciudad entera confiaba en aquel cuerpo
protector su custodia. El ministro de la guerra Villar, había
cooperado a aquella medida insensata y criminal, enojado porque,
conforme a lo ordenado en un banco reciente de policía doméstica, un
destacamento le obligara a cerrar su puerta de la calle a las diez de
la noche. "Que hombres para semejante situación".
Las dos batallas en defensa de la capital se habían perdido. En la
primera, el general Miguel Iglesias fue la figura de la jornada con su
tenaz defensa del Morro Solar, donde resistió hasta el límite de su
capacidad, recursos humanos y municiones, y pese a la asistencia que
Recavarren le brindara con su batallón, fueron superados por el número
de atacantes, cayendo prisionero el general.
En Miraflores el héroe de la jornada fue Andrés Avelino Cáceres, quien
a cargo de un sector de la defensa, se multiplicó en sus esfuerzos,
conteniendo uno tras otro los ataques enemigos mientras sus fuerzas se
reducían por la creciente cantidad de muertos y heridos que sufría. Y
sus esfuerzos que pudieron tener diferente final, no fueron alcanzados
por carencia de refuerzos, que, a escasos kilómetros esperaban las
órdenes de avanzar y que nunca llegaron. Era demasiado pedir a Cáceres
lo imposible, pero estuvo a punto de lograrlo con su espíritu
combativo, conocimientos y experiencias militares y, especialmente, su
indomable patriotismo que lo impulsó a continuar luchando en defensa
de la patria, en busca de un solo objetivo, que los adversarios
desaparecieran del suelo nacional, que éste no fuera hollado por
ningún enemigo, por eso, en medio de la derrota producida al final del
día, se retiró del campo de batalla con una sola idea: proseguir la
guerra contra el invasor en el lugar que fuere, pero continuar
resistiendo. Sabría agenciarse recursos y el futuro lo encontraría
defendiendo el honor nacional. Recogió el mensaje de Grau y Bolognesi.
Sabiendo que sus sacrificios no fueron en vano, no podían serlo, ya
que eso hubiera implicado la desaparición del país como organismo de
características propias: una bandera y escudo y también fronteras
sagradas que seguiría defendiendo. Los demás podían huir o incumplir
su deber. El no, seguiría en la lucha.
Los chilenos, siguiendo sus consignas y órdenes gubernamentales; en el
pueblo de Miraflores, recién capturado, dieron rienda suelta a su
venalidad criminal y espíritu de rapiña, frente a la alegre mirada de
jefes y oficiales, incluido el ministro de guerra Sotomayor, sabiendo
que, sin participar directamente, recibirían su parte del botín, para
eso hicieron la guerra y la razón de capturar la capital donde
suponían se encontraba el gran tesoro y, en espera de ese momento,
prepararon sus bombas incendiarias y reconfortaron sus instintos
depredadores y asesinos pensando en la orgía de sangre y fuego que
desatarían sobre el infeliz Miraflores.
Ver Anexo No. 45.
46 OCUPACIÓN DE LIMA
Frente al abandono que de la ciudad había efectuando la autoridad
política, ésta sólo se ejercía por el licencioso, irresponsable y
amigo de Piérola, Pedro José Calderón, dedicado a "recoger y recibir"
centenares de miles de billetes "Incas" (145) sin importarle lo que
sucediera en la ciudad con una desenfrenada soldadesca chilena.
Al triunfo en Miraflores, los invasores esperaron el desenlace de los
acontecimientos. Supusieron que la conquista de Lima se efectuaría por
etapas y, mientras llegaba la tercera y tal vez última batalla, se
dedicaron a saquear y destruir Miraflores. Conocieron que muchos
batallones de la reserva no entraron en combate, así como el ala
izquierda del frente miraflorino constituido por soldados de línea y,
que igualmente, alguna artillería quedaba en poder de los peruanos,
además de aquella montada en los cerros de San Cristóbal, San
Bartolomé y otros, ya que ignoraron que no servía para mayor cosa por
su posición y distribución. Esa situación de incertidumbre y
desconocimiento de la situación real del frente de Lima se reflejó en
las palabras del ministro de guerra de Chile Sotomayor en la noche del
día 15 a José Vicuña y publicada en su "Carta Política" (146):
"ninguna operación habría más importante y oportuna, que reorganizar
esta noche misma una división y atacar a Lima a la madrugada,
sorprendiéndola en medio de la confusión y espanto que debe haberles
producido la derrota de esta tarde; es imposible hacerlo, por el
estado en que se encuentra el ejército. . . Nos veremos forzados a
ponerle sitio, y esperar que se rinda por sí sola".
Por su parte "La Actualidad", periódico del ejército chileno, publicó
en su edición del 12 de febrero de 1881 al referirse a esos
acontecimientos: (147)
"La noche sobrevino luego de terminada la acción, y no pudo saberse si
el enemigo deshecho había recalado en Lima, ni si habría que ir
todavía en su demanda al día siguiente contra sus postreras
fortificaciones. . . ¿Pensaría el enemigo en presentar nueva
resistencia en su rincón postrero, en Lima? Esta era la cuestión que
preocupaba a todos".
En Lima, la situación fue desesperada pues la población en general,
temía lo peor, que en la ciudad se repitiera lo acaecido en sus
distritos del sur, que continuaban consumiéndose por las llamas.
Surgió pánico generalizado al enterarse que Piérola los había
abandonado sin dar alguna disposición sobre el gobierno local. Ese
temor provocó que la población huyera sin conocer a dónde ni en qué, y
las calles de Lima se llenaron en la noche del 15 al 16 de tumultos y
miles de soldados, los mas portando armas y solicitando ser conducidos
a enfrentarse nuevamente al enemigo. En esa oportunidad, mas que
pensar en la propiedad se pensó en la persona y el honor.
Es en esas circunstancias que nuevamente entró en juego el cuerpo
diplomático. Por la experiencia de esos días y preocupados por la vida
y propiedad de sus conciudadanos, que sabían que la soldadesca chilena
desatada no respetaba banderas extranjeras ni escudos consulares y que
ingleses, italianos o cualesquiera otros eran ejecutados al igual que
cualquier peruano y sus propiedades saqueadas e incendiadas. Frente a
esa realidad, el cuerpo diplomático, en la noche del 15 envió una
comisión de dos oficiales, uno inglés y otro italiano a parlamentar
con el general Baquedano. El segundo regresó la misma noche
comunicando que su compañero traería la respuesta, que fechada el
mismo 15 a las once de la noche, llegó a Lima al día siguiente traída
por el oficial inglés, Carey Brenton, en la cual Baquedano pidió la
entrega de la ciudad con la siguiente amenaza: (48)
"Bombardear desde mañana mismo la ciudad de Lima, si lo creía
oportuno, hasta obtener su rendición incondicional".
El alcalde fue enterado del úkase y Rufino Torrico lo comunicó a los
concejales, quienes delegaron en él la realización de gestiones ante
el general chileno. Cumpliendo ese encargo, el alcalde de Lima fue a
entrevistarse con Baquedano acompañado por los ministros extranjeros,
que el día anterior y previo a la batalla, habían conversado con el
general chileno, al cual pidieron se respetara la vida y propiedades
de los neutrales. Esos diplomáticos, a su vez, llevaron a los
comandantes de las flotas extranjeras surtas en el Callao, y cuyo
conjunto fue mas poderoso que la flota chilena.
Baquedano exigió que la ciudad se rindiese a discreción y el alcalde,
sin tener en qué amparar una negativa, aceptó. Seguidamente los
diplomáticos exigieron que como garantía a los neutrales, "que no se
hiciese daño alguno ni ofensa a la ciudad" (149). Se les respondió que
era imposible lograrlo, por no poderse controlar a pequeños grupos de
soldados que podían desmandarse. Frente a esa velada negativa y que se
insinuaba la prosecución de los atropellos y desastres de días
anteriores, el almirante francés Bergasse du Petit-Thouars, que actuó
como jefe de los oficiales extranjeros, manifestó que de producirse en
Lima los delitos y crímenes que asolaron Chorrillos, Barranco y
Miraflores, "La escuadra extranjera rompería inmediatamente el fuego
contra la de Chile" (150).
Al escuchar que su flota sería hundida, recién Baquedano aceptó
comportarse decentemente y, por arreglo con el alcalde R. Torrico,
tropas escogidas entraron a Lima el día 17, dando tiempo a desarmar a
los soldados que deambulaban por las calles, evitándose
enfrentamientos estériles.
Lo acontecido es relatado por el ministro de Italia en Lima en nota
del 28 de enero de 1881:
"Resulta de esta sucinta relación que la salvación de esta capital se
debe únicamente a la interposición del cuerpo diplomático".
Los chilenos viendo que la captura era una realidad y presionados por
el cuerpo diplomático, aceptaron ingresar a Lima recién el día 17,
dando tiempo a la preparación de la entrega.
Es interesante que el documento de dicha entrega de la capital no sólo
fuera suscrito por Baquedano como general en jefe, Vergara, ministro
de guerra y Altamirano, agente diplomático, por parte de Chile y
Rufino Torrico como alcalde de Lima por Perú. Igualmente fue suscrito
por los representantes diplomáticos y su correspondiente comandante de
flota de guerra surta en el Callao, como garantía del cumplimiento del
compromiso por parte de Chile, ya que el Perú estaba postrado e inerme
en su capital. Anexo No. 44.
47 DEPREDACIÓN ORGANIZADA
El gobierno de Chile, a través del general en jefe Baquedano, al
aceptar que sus tropas entraran pacíficamente a Lima, tan sólo
representaron burda comedia. Se sometieron a fuerza superior, las
escuadras extranjeras, único idioma que entendieron y respetaron,
acatamiento que mantendrían mientras existiera la amenaza extranjera,
que después, con calma y dueños de la ciudad, procederían como mejor
les viniera en gana Por algo, meses después el diario la "Situación"
de Santiago refiriéndose a la depredación que se produjo, escribió:
(152).
"En Chile todos los hombres públicos sostenían, en la prensa y en la
tribuna del congreso, que el vencedor tiene derecho de apropiarse no
sólo del territorio de la nación vencida y de toda clase de bienes,
aunque estos sean destinados al servicio de la humanidad o de la
ilustración; sino también había derecho de apropiarse de los bienes de
los ciudadanos particulares, aun cuando hubieran sido pacíficos,
porque forman parte de la nación enemiga".
Teniendo ese patrón formativo, comenzó el saqueo sistemático de toda
expresión de riqueza que el Perú pudiera tener y no sólo de ella, sino
cualquier situación o cosa que con sentido utilitario, fue
aprovechado, desposeyendo al vencido.
Se apoderaron de las aduanas, no sólo de los ingresos que
proporcionaban, sino también, al pillaje de las mercaderías en
almacén, incluidas las de propiedad extranjera. El instinto de
latrocinio estuvo por encima de los compromisos de Chile para con
Inglaterra, y este último país, calculó tan ingentes riquezas a
obtenerlas de las salitreras y guano, que le importó poco que muchos
de sus súbditos radicados en el Perú, fueren asesinados o desposeídos.
La corona británica siempre miró las riquezas en grande y no minucias,
salvo que no hubieran las primeras, y, cualquiera de ellas, por encima
de la vida de sus súbditos.
Lima fue entregada al mando del sanguinario coronel Lagos, quien,
cumpliendo órdenes de su gobierno, comenzó por desmantelar la
universidad de San Marcos ocupada previamente con una división de
ejército. Sus bibliotecas, museos, laboratorios, mobiliario y adornos
fueron embalados y transportados íntegramente a Santiago.
Simultáneamente hizo ocupar con un batallón como si fuera cuartel,
pese a existir otros lugares apropiados, la Biblioteca Nacional, en
ese momento la mejor de todo Latinoamérica.
Como el ejército chileno ya había recibido con unción, la bendición
del Sumo Pontífice León XIII, deseándoles la victoria y suponemos
absolviéndolos de todo pecado cometido o por cometer en suelo peruano,
los capellanes del invasor, fueron los encargados de justipreciar
libros, documentos e incunables, además de objetos de arte y cuadros
que contenía la Biblioteca. Con la minuciosidad que caracteriza al que
roba con calma y ventaja, visitaron y se hicieron mostrar lo mejor de
las obras y dónde estaban ubicadas, expresando profundo interés de
bibliómanos, aunque sus lecturas nunca pasaron de breviarios y
misales. El director, doctor Manuel Odriozola, sin sospechar la mala
fe de los eclesiásticos, mostró los tesoros y obras valiosas que las
estanterías contenían y los sacerdotes con gran empeño anotaban la
información y solicitaron les mostrara otras más, hasta que se agotó
la valiosa muestra. Se despidieron y ofrecieron regresar al día
siguiente.
Durante la noche, tal como acostumbró efectuar sus rapacerías el
ejército chileno, todas las valiosas obras que Odriozola mostrara a
los beatíficos padres, fueron sustraídas y, el oficial chileno, frente
a la queja, informó que efectivamente había visto sacar los libros
pero como eran en tal volumen y cargados en carretas a la vista de
todos, pensó que no se trataba de apropiación ilícita, además, las
autoridades de ocupación, frente a la denuncia de la desaparición de
los libros, expresaron (153) "que persona alguna tenía derecho de
examinar los actos de las autoridades chilenas".
Días después de este primer robo a la Biblioteca, se presentó el
carnicero de Arica, coronel Lagos, en compañía de una comitiva de
chilenos vestidos de etiqueta, para que por lo menos se dijera que
eran ladrones de guante blanco, y recorriendo las estanterías,
comenzaron a recoger de ellas las obras que les interesaron y
dispusieron llevárselas, frente al pedido de un recibo, Lagos contestó
que más bien entregara las llaves del establecimiento porque mandaría
recoger todo su contenido y efectivamente, recogieron por carretadas,
más de cincuenta mil libros que componía el patrimonio bibliográfico,
aparte de más de ochocientos manuscritos, que se les consideraba
"verdaderas joyas" y otros documentos, todo lo cual, en su mayor
parte, se encuentran en la Biblioteca Nacional de Santiago y en
bibliotecas privadas, expresión de ese increíble latrocinio es la
carta del presidente chileno, Domingo Santa María, fechada en
Valparaíso el 14 de marzo de 1884 y junto a la carta de protesta que
cursara el doctor Odriozola al ministro norteamericano Christiancy,
presentamos en los Anexos 46 y 47.
Después de desmantelar la Universidad y Biblioteca Nacional, los
invasores prosiguieron con el Archivo Nacional y siguieron con la
Escuela de Artes y Oficios, de donde se llevaron toda la maquinaria de
los talleres y los libros de ciencias. El célebre reloj de Ruiz.
Luego, la entrada al saco que no se produjo después de Miraflores, se
convirtió en robo descarado, cínico, pero ordenado y metódico,
desmantelaron y se llevaron hasta las rejas de los edificios, en esa
forma, fueron sustrayendo los archivos de los ministerios y el de
Palacio de Gobierno, porque Piérola, en su huida, ni siquiera se le
ocurrió que los documentos fueran retirados, al contener toda la
documentación secreta de la diplomacia peruana y de situaciones
internas de uso muy restringido.
No sólo saquearon el íntegro de la maquinaria de los talleres de
producción de municiones y la fábrica de pólvora, sino que igualmente
transportaron a Valparaíso la imprenta del Estado, cargando con toda
la maquinaria de impresión, tipos y demás elementos de impresión.
Igualmente sustrajeron toda la imprenta del diario privado "La
Patria". El papel que no pudieron llevar, lo remataron en las calles
de la ciudad.
De los ministerios y Palacio de Gobierno, no sólo extrajeron los
documentos, sino que los vaciaron en cuanto a equipos, maquinarias y
mobiliario y, algunas de esas piezas fueron a decorar las casas de
algunos colaboradores.
Se apropiaron del contenido del Palacio de la Exposición, comenzando
por los objetos de arte. Trasladaron a Santiago una valiosa obra del
pintor Merino sobre Colón exponiendo su proyecto del nuevo mundo, que
había obtenido el gran premio de la exposición de Paris. Igual trato
recibió la Sociedad Fundadores de la Independencia de la que se
llevaron entre otros, hasta los retratos de San Martín y Bolívar. De
parques, calles y paseos públicos de la ciudad sacaron las estatuas de
ornato, figuras de animales y otros. De la Escuela Militar, no sólo
hurtaron libros y mobiliario, sino que barrieron hasta con el menaje
de cocina y servicio de comedor. En el jardín botánico, además de
llevarse los equipos, hicieron lo propio con infinidad de plantas y
destruyeron las que dejaron.
También se apropiaron de las rentas municipales destinadas a la
educación y, los ingresos aduaneros, fueron destinados en gran parte
al sostenimiento del ejército de ocupación y, la diferencia, se
remitió a los cofres del tesoro chileno en Santiago. Se hicieron
dueños del cobro de aduanas desde el 22 de enero de 1881 y al 31 de
diciembre de ese año, recaudaron algo de tres millones de pesos. En
1882 los ingresos subieron a más de cinco millones cien mil pesos.
Según Lynch, lo que se llevaron de las aduanas fueron casi ocho
millones de pesos. En ese análisis no están comprendidos los cupos que
en forma continua aplicaron a ciudades y ciudadanos.
Para mantener al ejército invasor, decomisaron el ganado donde lo
encontraran, siendo diezmado sin contemplación, por eso, al producirse
la desocupación, la riqueza ovina del país fue reducida a un 20°/o.
La libertad de expresión quedó suprimida por completo, disponiendo
Lynch por decreto del 27 de mayo de 1881, que los directores de
diarios y revistas fueran chilenos y, con un nuevo decreto del 5 de
junio de ese año, se prohibid la publicación de libros, periódicos,
folletos, e incluso hojas sueltas sin permiso del cuartel general. Él
7 de setiembre se impusieron severas penas a quienes contravinieran lo
decretado y, por último, el 14 de diciembre se dispuso que nadie podía
publicar "noticias del enemigo".
Las fortalezas del Callao fueron desmanteladas y los cañones
trasladados a Chile.
La ciudad se cubrió de luto, suprimiéndose fiestas y festejos y la
población procuró salir sólo lo imprescindible a las calles para no
tropezar con la soldadesca de ocupación.
La depredación continuó en provincias, donde no sólo eran los saqueos
a las propiedades públicas o privadas, sino la destrucción sistemática
de cultivos, además de fusilar o castigar cualquier forma de oposición
o resistencia e, incluso sin ella, procedieron a la aplicación de
castigos, ya abolidos desde los tiempos de la esclavitud, como la
flagelación, que podía ser seguida o no del fusilamiento, en otros
casos se aplicaron los castigos sin juicios ni tribunales, a simple
capricho de la oficialidad y las más de las veces sobre simples
supuestos. Castigos y depredaciones se incrementaron conforme la
resistencia en los Andes se acentuó y cualquier sospecha de vínculo
con ella, fue penada capitalmente.
Los restos de la marina de guerra, al verse liberados del tutelaje del
Dictador, y frente a la caída de Lima y Callao, lo cual les privó de
una base de operaciones, decidieron hundir la flota antes que cayera
en manos enemigas. Manuel Villavicencio como jefe, pese a encontrarse
en la fortaleza de San Cristóbal, ordenó que el segundo jefe,
procediera a cumplir las indicaciones y Arístides Aljovín, el 16 de
enero, hizo destrozar la maquinaria e incendiar la "Unión" la cual se
hundió al norte de la bahía del Callao. Años después se retiró el
mástil de la nave que fue lo único que quedó por encima del agua y
llevada a la escuela naval, donde sirve de símbolo a las futuras
generaciones navales de una tradición, cual es, que la escuadra jamás
se ha rendido, en conjunción, con la misma determinación que ha
envuelto al ejército en su actuar. Junto con el hundimiento de "La
Unión", se destruyeron otras naves como el "Atahualpa", y los
transportes "Rímac", "Limeña", "Marañón", "Oroya" y el "Chalaco", así
como lanchas o embarcaciones menores, todas fueron incendiadas y
hundidas y no cayeron en manos enemigas, acto que despertó la cólera
de los adversarios.