Trump versus Biden: un penoso debate
por
Jorge Smith Maguiña; kokosmithm@hotmail.com
http://senaldealerta.pe/pol%C3%ADtica/trump-versus-biden-un-penoso-debate
1-10-2020
Los
que salieron ganadores en este debate, fueron quizás, los que no lo vieron y
utilizaron una hora y treinta minutos en ver alguna buena película, ahora que
la oferta por Netflix es inagotable.
Los
que lo vimos, por curiosidad o a sabiendas de que es importante saber quién
dirigirá los destinos de un país con la capacidad de influencia de los Estados
Unidos por lo menos en esta parte del mundo en la cual vivimos, no podíamos
dejar de experimentar un sentimiento confuso de incertidumbre y de pena de
presenciar algo de tan bajo nivel.
El
alivio era que prácticamente nos sentíamos como en casa al ver el intercambio
entre Trump y Biden. Vi el debate con dos amigos que han vivido en Estados
Unidos, uno de ellos en los dos primeros años de gobierno de Trump, el otro
vivió cinco años en la época de Clinton.
“Al
final es igual que acá. Ya Estados Unidos no pesa como antes, por eso los
candidatos pueden darse el lujo de ser ignorantes en política exterior” me dijo
uno de ellos. Al decir “acá”, este amigo quería significar que en los debates
que solemos presenciar, aquí en Perú puede pasar y hablarse de cualquier cosa
menos de aquello que realmente interesa a la población. “Allá por lo menos hay solo dos candidatos”
agregó el otro amigo “Acá nos vamos a tener que tragar una quincena de
improvisados con solo tres o cuatro digeribles y para colmo son dos vueltas. Al
final de la primera ya estamos empachados de tanta trivialidad y propuestas
delirantes. A la segunda vuelta nada garantiza que pasen necesariamente los
mejores, con lo cual el empacho continúa y se convierte en una especie de
cólico.” Yo les digo “los peruanos
tenemos una capacidad de tolerancia increíble” y a lo cual uno replica “No es
eso, ni creo que tengamos un gran corazón como se pregona. Lo que tenemos sin
duda, creo yo, es un hígado gigante, que nos permite aguantar cualquier
imbecilidad política sin tener un cólico, como si las consecuencias de elegir
tal o cual no nos fuesen a afectar”.
Los
debates políticos en los Estados unidos eran siempre algo muy esperado, aunque
las estadísticas muestran que la incidencia no es tan grande como siempre se ha
pensado. Ni en el célebre debate en el cual se enfrentaron Kennedy con Nixon
hace unos 60 años, fue el debate en sí fue lo que hizo bascular los votos de un
lado a otro. “El “ganar” en un debate presidencial, no implica que uno sea el
mejor, ni que se convierta en el favorito de un día al otro. Lo que sí mostraba
un debate presidencial para el norteamericano promedio es que sus líderes eran
gente verdaderamente capaz, con una capacidad de liderazgo excepcional, que
conocían bien los temas que interesan al país, que sabían defender los intereses
del país, que sabían la importancia de ese gran país en el contexto mundial y
por lo menos el peso de las responsabilidades concomitantes al asumir el cargo.
Por lo mismo, los dos adversarios que debatían se respetaban el uno al otro,
pues cualquiera sabía que no había sido fácil llegar hasta allí.
En
Estados Unidos suele haber una línea de carrera en política y quien llega a ser
candidato a la presidencia conoce todos los vericuetos de la administración
pública, pues ha sido congresista o senador y muchas veces también gobernador.
Sabe qué se puede y no se puede hacer en un cargo político, pero el político
norteamericano sabe sobre todo que asumir la conducción de ese gran país, es
comprender la majestad del cargo, mas que los atributos o las áreas de competencia
inherentes al mismo. Sabe qué es ser presidente de un país así y sabe lo que
significa representarlo en cualquier lugar y en todo momento implica estar a la
altura de lo mismo y lo peor por lo mismo, es que un elegido al asumir el
cargo, descubra que el puesto le quede grande.
Los
populismos crecientes de estos últimos años y que han dado lugar al
aventurerismo político de toda calaña, y pienso en Toledo y Humala en el caso
peruano, también han entrado con fuerza en Estados Unidos y la irrupción y
triunfo inesperado de Trump, que no tenía una trayectoria política anterior mas
que la de ser un exitoso hombre de negocios, fueron la mejor prueba que dicho
país ya estaba contagiado también del virus populista, y que dicha enfermedad no
solo era característica de líderes turcos o húngaros que buscan perennizarse,
de satrapías caribeñas o de dictaduras con disfraz de democracias formales como
en Venezuela y varios países africanos, o que por momentos tenemos la impresión
de haber padecido aquicito nomás.
El
ser presidente de los Estados Unidos fue siempre estar al centro de un
equilibrio de poderes que ha durado casi doscientos años. En dicha coreografía era
impensable que un poder interviniese en el otro, un sistema en el cual el “check
and balance” (la vigilancia y el equilibrio), era la base del frágil equilibrio
que caracteriza a las democracias, a las cuales el populismo rampante,
irreverente de todo equilibrio, alimentando lo visceral y transitorio, han
puesto a lo que queda de las democracias formales en una situación de enfermo
terminal.
La
democracia tradicional supone vivir en un estado de Derecho, en el cual el
imperio de la ley prima. Es sin embargo difícil ver qué se puede hacer, si la
noción es a veces sobre vendida y a veces manoseada al máximo, han hecho que se
descubra que aún en Estados Unidos no se respetaban los derechos civiles tanto
como se creía, pues ni en los criterios para arrestar a alguien, ni en el
“tratamiento diferenciado” en el procesamiento y encarcelamiento de una persona,
donde los prejuicios perforaban por todo lado el principio de igualdad ante la
ley, había esa igualdad ante la ley.
Al
final de cuentas las instituciones no eran tan sólidas como para creer que
existía realmente un sano equilibrio de poderes que iba a durar per secula
seculorum. Una persona como Trump, un verdadero “outsider” en la política de
los Estados Unidos en menos de lo que canta un gallo ha mostrado la fragilidad
de las instituciones: ha hecho lo que le ha dado la gana con el Poder Ejecutivo,
nombrando, rotando o despidiendo altos funcionarios a su libre albedrío,
sometiendo al Congreso a todos sus caprichos, buscando nombrar una nueva
miembro de la Corte Suprema en momentos que ya está de salida, lo cual sería lo
menor, pero mas bien con intereses que nos parecen irreales pero posibles, de
patear el tablero en caso de que pierda las elecciones, y lo que es novedoso,
por primera vez buscando hacer creer que el voto por correo no es fiable,
pregonando para quien lo quiera escuchar, que hay un oscuro complot de votar
doblemente por parte de los demócratas. Lo peor también ha sido ser ambiguo
sobre si aceptará o no los resultados iniciales de las elecciones si no le
favorecen. O sea un solo hombre puede darse el lujo de fragilizar todos los
poderes del Estado y minar los pilares, en base a cuya independencia y
solvencia se sustenta la democracia o lo que queda de ella.
El
debate
No
es casual por lo mismo que hayamos escuchado sorprendidos que ante la
intransigencia nerviosa del candidato Trump, perdiendo la compostura, le haya
dicho en algún momento payaso, varias veces mentiroso, y también “ya cállate,
hombrecito”. Decirle eso en un debate en vivo y en directo a un presidente de
los Estados Unidos hubiese sido una blasfemia y de alguna manera un ultraje a
la nación en otros tiempos pues el presidente representa a la misma, pero
creemos que tal maltrato el presidente Trump se lo ha buscado y con lo que
podríamos llamar una especie de vehemencia suicida y desafiando al destino, ha
ido creando las condiciones para que las reglas del fair play que
caracterizaban el juego político norteamericano no solo se rompa sino también
se pervierta.
Ha
defendido Trump innecesariamente las posiciones más disparatadas, homofóbicas,
racistas, contra los inmigrantes y todo tipo de minorías, tratando
despectivamente a muchos países, refiriéndose ofensivamente a la China que está
cerca de ser la primera potencia, ofendiendo a los militares y a los veteranos
de guerra, pero sobre todo optando por defender lo económico cuando se tenía
que optar por lo político u optando por lo político cuando se tenía que tomar
partido por el asesoramiento científico, en el caso del manejo de la pandemia.
Un líder como él que no deja de tener cierto magnetismo, hubiese podido estar
bien situado para ser reelegido, con un manejo simplemente aceptable de la
pandemia pero no enfrentándose a los gobernadores y alcaldes.
Por
momentos nos parecía que el presidente Trump tenía un parentesco con Humala o
algún otro presidente peruano de esos que no se pueden ir a dormir sin haber
peleado con alguien.
En
todos los temas del debate ha quedado mal parado y no por las virtudes de
Biden, sino por las inconsistencias de sus posiciones, sus disparatadas
opiniones llenas de mentiras e incongruencias y por la atolondrada forma de
defender algunos logros que hubiese podido capitalizar a su favor.
Trump
quería ser la estrella del debate y que el tema del mismo sea discutir sobre
sus ocurrencias, muchas veces falsas o sin fundamento alguno. Biden, ya viejo
político vio que Trump estaba cayendo en su propio juego y optó por dirigirse
al pueblo norteamericano, al votante indeciso a pesar de las repetidas
interrupciones de Trump, que ya comenzaban a incomodar a Wallace, el moderador
que proviene de las canteras de Fox News, canal que le es adicto al presidente.
A
Biden le surtió efecto de buscar conectar con el ciudadano de a pie, sobre
temas que sí le interesan como la pandemia y el empleo y al día siguiente esto
se ha reflejado en encuestas que indicaban que de los 15% de indecisos, ya 4%
ha optado por votar por Biden y sólo 2% por Trump. A estas alturas, a casi sólo
un mes de las elecciones, es un golpe muy duro para el equipo de Trump, más aún
si la diferencia es ya de un promedio de 10% en forma continua en las últimas
semanas. En este 4% que se ha asegurado Trump, el componente femenino es muy
fuerte y ese sector del electorado que le es hostil se consolida con fuerza.
Lo
más fatal sin embargo en el debate fue cuando el moderador Wallace le pidió a
Trump deslindarse de los supremacistas blancos que defienden posiciones
racistas, anti-inmigrantes y están contaminadas con todos los fundamentalismos
habidos y por haber y que viven trasnochados con rezagos de la guerra fría y
ven complots comunistas por doquier. Trump en vez de deslindar en forma clara,
le lanzó una especie de piropo a esa base dura de su candidatura que son esos
jóvenes supremacistas blancos, refiriéndoles a ellos como “Proud boys” (jóvenes
orgullosos) de defender pretendidos valores tradicionales. Fue aplaudido como
pudimos constatar después a rabiar en las redes sociales por esos grupos
fascistoides que ya no se reúnen en la clandestinidad, sino que proclaman su
racismo e intolerancia por doquier y que ahora se sentían legitimados por su
candidato.
A
Biden le era necesario que al terminar el debate éste sea sólo percibido como
un empate y se hubiese dado por bien servido, pero las incongruencias y
deslices de Trump le hicieron las cosas mas fáciles que lo previsto. Hoy Biden
es percibido como el ganador de este primer encuentro. Generalmente el que está
en el cargo, por tener la información más a la mano puede y debe estar mejor
preparado para un debate así. Por lo mismo eso ha mostrado la forma tan
deportiva como Trump ha manejado sus tres años y medio en el cargo. Sin leer en
el día a día los minuciosos informes que le hacen a un presidente, sin cuajar
un grupo de asesores estable. Todo esto ha sido denunciado hasta el cansancio
por sus ex asesores, algunos de ellos militares, que han revelado la poca
seriedad en el manejo de temas delicados por parte del presidente.
Ya
lo había dicho Obama durante la convención demócrata que hay gente que puede
tener muchas virtudes, pero que para algunos cargos no está hecho y ese ha sido
el caso de Trump, al asumir la presidencia. Ni estaba hecho para el cargo y
parece que poco ha aprendido en tres años y medio en el mismo. El manejo de
expedientes tan delicados como el del cambio climático, nunca despertaron mayor
interés para el presidente Trump y querer guiarse por los instintos en temas
técnicamente tan complejos es la formula ideal para no prevenir desastres y
agudizar los problemas, convirtiéndose en parte de ellos..
Ahora
que se ha publicado el libro de Woodward, Rage (Cólera) sabemos por las conversaciones
grabadas de las entrevistas que dio al célebre periodista que destapó el escándalo
de Watergate que hizo caer a Nixon, que Trump sabía de la gravedad de la
pandemia desde febrero y por temor de que comiencen a haber consecuencias
negativas en la Bolsa de Valores y que se interrumpiese la recuperación
económica que ya se estaba consolidando por lo menos en el tema del empleo, se
opuso a que se tomasen las medidas urgentes y ordenadas que la pandemia
ameritaba. Ahora las consecuencias son desastrosas y esto se lo recordó Biden
en todo momento diciéndole que los Estados Unidos con solo 4% de la población
mundial tiene 20% de los infectados del mundo.
Arrinconado
por las cifras que implicaban un alto costo en vidas humanas, Trump terco hasta
el delirio, optó desde el inicio por el denial (el rechazo) de la realidad y
hoy se ven las dolorosas consecuencias.
Lo
delicado es que la brecha que ha creado Trump, secundado irresponsablemente por
los republicanos que en vez de luchar por sus ideales partidarios, han puesto
todo para defender la reelección de Trump, es una brecha que va a ser bien
difícil de cerrar.
Lo
peor de lo que quedará deTrump es haberle dado presencia política a un fascismo
desembozado y que ahora tiene puerta a la calle, ahora que Trump les ha dicho
“Proud Boys, stand back, stand by” (Orgullosos jóvenes, esten detrás, este
cerca). Ese legitimante piropo es una puerta abierta a fundamentalismo
políticos que pueden crear el germen de una tercera vía muy peligrosa en el
paisaje político de los Estados Unidos. Se está gestando un nexo entre la
extrema derecha y el fascismo militante.
Es
un arroz con mango ideológico en el cual se combinan el populismo racista, con
la ansiedad de pérdida de empleo de los blancos pobres y sin perspectivas laborales
de trabajo que ven complots por doquier. Es el tipo de nicho sociologico ideal
en el cual en otros tiempos encontraron eco las prédicas de Mussolini y Hitler.
Son grupos sin mucha vertebración organizada pero que aunque dispersos, son
votantes y pueden en una elección tener una presencia limitada pero real. Son
jóvenes propensos a la violencia callejera y que pueden buscarle pleito a los
grupos izquierdistas radicales.
Los
temas que los apañan como lo muestra uno de los pocos estudios que se han hecho
sobre esta fauna y que se la debemos a Shane Burley en su obra Fascism
Today: What it is and how to end it (El fascismo ahora: qué cosa es y
cómo terminarlo). Los temas que agrupan a estos jóvenes, son el nacionalismo a
ultranza, el realismo racial, un autoritarismo reinventado, todo esto con un
fondo de populismo rampante. Hay el énfasis en la noción de tribu, de que todo
lo extranjero es malo y bajo el paraguas de la fe, la familia y mucho
fundamentalismo patriotero se busca vehicular valores que son positivos en sí
pero que en manos de esta gente se vuelven un arma de exclusión y de
intolerancia de todo tipo.
El
evento nos lleva a este tipo de reflexiones pues en un debate se busca una
opción clara sobre el tipo de sociedad que se desea para los hijos y un tipo de
sociedad como destino para una gran nación como los Estados Unidos y felizmente
la opción política de Trump en mucho colisiona con los valores positivos que
aunque inconclusos, han sido los valores permanentes de la sociedad de los
Estados Unidos.
En
todo caso la señal de alerta está dada y no es la derrota de Trump la que hará
que estos grupos beligerantes dejen de consolidarse.