Informe
Señal de Alerta-Herbert Mujica Rojas
18-3-2023
Los libros, mis amigos
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¿Ha tenido la rarísima
experiencia de ver a un joven leyendo en el microbús, mientras que espera en
alguna dependencia o señalizando con un marcador fosforescente las páginas de un
libro que absorbe su atención?
Aunque suene boba la pregunta,
nunca nos la hacemos porque nos trina absolutamente normal que eso sea una
reminiscencia de un pasado muy, pero muy lejano. ¿O no? ¡Dígalo con franqueza!
Ahora los chicos, los
grandes, los intelectuales a la carta de las organizaciones de nuevos
gángsteres, los escolares y universitarios, todos a una, como en Fuente
Ovejuna, acuden y piratean su ciencia de Internet!
Y la premisa es que si
está on line, es por “algo”. ¿Y las fake news o textos malos?
¡Y para desverguenza
absoluta, estas promociones cuasi iletradas, no hesitan en rubricar lo que no
es suyo y que ni siquiera comprueban si está correcto o es una mala copia de
otra más defectuosa aún!
Somos muchos los que hemos
ganado miopía o presbicia, merced al intenso ejercicio de la lectura.
De algún modo, la conquista
de los libros, su recorrido íntimo, detallista, esforzado, con mataburro
(peruanismo que alude al diccionario) en mano y a prueba de Ortega y Gassets,
Unamunos, Valle Incláns, Dumas, Balzacs, Víctor Hugos, Tolstois, Stendahls, por
citar apenas a unos cuantos, nos transportaba al clímax de circunstancias en
que los libros eran aprehendidos por nosotros.
Leer entre los criollos la
galana pluma de Porras y sus discursos-libros, la erudición periodística y
buida de Mariátegui, la vibrante exégesis de Haya de la Torre y muchos más,
demandaba paciencia, ganas y, sobre todo, impulso indetenible de aprender.
A muchos jovencitos les es
imposible comprender cómo antes no había Internet y menos botoncitos que
presionar para obtener las respuestas como conejos del sombrero de un mago.
Lustros atrás, la
sentencia: “todo está en Internet” hubiera llevado al emisor, directamente al
manicomio.
Y, a veces estos chicos no
es que carezcan de libros a la mano, algunos tienen la suerte de contar con una
extraordinaria biblioteca en casa. (Por cierto, que raras veces visita. Jamás
devora).
Entonces, las conclusiones
advienen aquí y fuera del mismo modo: ¿mató Internet la lectura física, la
investigación procelosa, la curiosidad metódica, la arquitectura que conduce a
las grandes construcciones del pensamiento, en suma, robotizó Internet al
hombre?
Es tanta la mecanización
(una forma de envilecimiento) que la propaganda ha logrado imponer la falacia que
basta con poseer la computadora (el fierro) olvidando la lección fundamental
que quien la opera es un hombre de carne y hueso.
Hay países en que los
gobiernos (no muy lejos, y a veces, con precio inflado), obsequian ordenadores
(computadoras) a los alumnos. Obvio que no siempre –o casi nunca- preguntan si
en esas circunscripciones hay energía eléctrica, por ratos o por escasas e
insuficientes horas.
Dicen los idiotas metidos
a filósofos e intelectuales: ¡lo que vale es la voluntad! ¡Así se generan
puestos de trabajo para más profesionales de la educación! (No me pregunte qué
significa la especie).
La polémica es ardorosa.
Quienes sostienen que sí, no dudan un ápice en presionar los botones
correspondientes que les dictan las orientaciones de cada momento de su vida.
Ignoramos cómo harán
cuando les toque la comisión de tareas humanas, simplemente humanas. Los que
aún albergan esperanza de custodiar la creación cultural refieren que el
control estriba en el hombre o mujer involucrado en la aventura y no les falta
razón. Por tanto, la robotización no ha triunfado integralmente.
Los libros, mis amigos, lo
fueron siempre. Desde cuándo no entendía gran cosa y rebuscaba en la colección
Tor de grandes autores y que revisaba cuando párvulo y que mi padre compraba
todas las semanas.
Numerosos lectores con
bondad generosa y ocio militante, critican siempre el uso de términos en mis
modestos artículos, que los “obligan” a acudir al diccionario.
¿No es gratificante
investigar o descubrir qué significan las palabras? ¿O hay que berrear jerga o
monosílabas simiescas y absurdas?
Alguna vez impulsé un
concurso de lectura y no pocos se comprometieron a escribir la crónica sobre el
último libro que hubieren leído. Los resultados fueron muy divertidos.
No pocos acudieron al
expedientes facilista de cut and paste, copiar y pegar. Pero
fueron descubiertos.
¡Los libros, son mis
amigos!