Historia, madre y maestra
1-2-2008
La tragedia del 79, Alfonso Bouroncle Carreón, Studium, Lima
Anexo 28 La batalla de Arica. La traición de Belaunde
http://www.voltairenet.org/article163757.html
Sin embargo, últimamente se ha reaccionado en nuestra patria en el sentido de no permitir que nuestra historia continúe siendo objeto de adulteraciones de parte de ciertas personas que han tomado a su cargo tan ingrata tarea, "contribuyendo con esta conducta torpe y criminal, a embrutecer al pueblo en todas sus condiciones sociales y a mantener corrido el velo que cubre las traiciones, fraudes, crímenes y cobardías de los hombres responsables de nuestra ruina y humillación, conquista y desprestigio".
Así se expresaba El Abate Faria (don Manuel Romero) en una carta abierta al director de "El Tiempo" de Lima, señor Pedro Ruiz Bravo (*) a propósito de un editorial que este periodista publicó llamando la atención sobre la necesidad de escribir la verdadera historia del Perú, y manifestando que "tiene razón El Tiempo al lamentarse de que las generaciones pasadas hayan sido engañadas y que las presentes y futuras, a sabiendas, también lo sean".
Y agregaba en su patriótico empeño de que la verdad resplandezca al escribirse nuestra historia:
"En el Perú el que ha sufrido y sufre terriblemente la inconciencia de algunos escritores e historiadores que, desde las redacciones de los periódicos y de sus gabinetes de trabajo, han cometido la ruin tarea de embrutecer a tres generaciones de peruanos' .
'"Puedo garantizar a Ud., señor, que hasta hoy no se ha escrito la verdadera historia del Perú y que casi todos los textos que en escuelas y colegios se estudian, son amplias narraciones vulgares, sin ningún valor histórico, escritas casi en su totalidad por hombres sin valor moral o incapaces, semianalfabetos, plagiadores y copiadores de historiadores que yacen en la tumba y no pueden protestar".
Nosotros creemos también como El Abate Faria y con el director de "El Tiempo", que no se ha escrito aún la verdadera historia nacional, cual lo ha sido ya en Chile por el infatigable Barros Arana, y en otros países de Hispano-América.
En un artículo histórico que el que esto escribe publicó ha pocos años en "El Comercio" de esta capital, nos dolíamos también de esta omisión propia de nuestra psicología.
Nota discordante en el Consejo de guerra.— El jefe del "Cazadores de Piérola" deserta en presencia del enemigo.— Cobardía de dos jefes chilenos.— Un historiador de la misma nacionalidad los estigmatiza.
Como sucedió en las filas sitiadoras, también hubo nota discordante en las nuestras, es decir, en la junta de guerra que acabamos de historiar; pero nosotros, siguiendo consejo de un militar amigo y codepartamentano, hemos estado a punto de no consignarla en estas páginas, para no amenguar la solemnidad y trascendencia del acuerdo que adoptó la junta precitada, en la que, como antes hemos visto, todos opinaron como el coronel Bolognesi, menos uno, acaso, por ignorancia, falta de patriotismo o porque el miedo se adueñó de su ser, ya que se trataba de un jefe improvisado elevado a la categoría de tal, como mando de cuerpo, por el favoritismo político. Nos resistimos a estampar su nombre, pero nos manda imperativamente hacerlo nuestro deber de escritores verídicos y el hecho de que tampoco faltaron jefes cobardes en las filas chilenas, dos de los cuales se resistieron a asaltar las baterías peruanas. Estos militares chilenos fueron don Ricardo Castro y don Luis José Ortiz.
El jefe peruano que discrepó de la opinión de sus compañeros de armas, fue el coronel de guardias nacionales Agustín Belaunde, jefe del batallón "Cazadores de Piérola", formado casi en su totalidad de gente colecticia tacneña. En el consejo de guerra este individuo fundó su voto en favor de la capitulación, alegando que, habiéndose perdido toda esperanza de auxilio, sea de Leyva, o de Montero, era pueril creer que las escasas tropas de que se disponía, fueran capaces de contener el empuje de las orgullosas legiones invasoras; que no era acción de cobardes capitular ante enemigo tres o cuatro veces superior en número, haciendo antes "tabla rasa" de Arica y sus fortificaciones; finalmente que no hacerlo así, era sacrificar, a sabiendas, tanta juventud en flor; era llevarla al matadero (textual).
Es de suponer la indignación que causaría a los presentes tales declaraciones; todos protestaron de ellas, atribuyéndolas a cobardía. Fue ésta, en efecto, nota triste, discordante, en momentos tan solemnes, en que la imagen bendita de la patria flotaba en la amplia sala, ensangrentada, envuelta en los pliegues vaporosos de nuestra bicolor enseña, clamando venganza por las ofensas que el enemigo acababa de inferirle en el Campo de la Alianza.
Pero Belaunde no paró ahí; al saber que, por razones de orden disciplinario se había decretado su arresto, a bordo del monitor "Manco Cápac", no esperó la notificación del caso: desertó de su cuerpo en circunstancias que el enemigo asediaba a la plaza.
Cuando el oficial encargado de notificarle el arresto se constituyó en el cuartel del "Piérola", Belaunde ya había consumado su acto indigno y vil; hacía rato que se hallaba de fuga, camino de Arequipa, dándose trazas para no caer en poder del enemigo, que a la sazón merodeaba por los alrededores de Arica. Esto sucedía el lo. de junio.
No tardó en hacerse del dominio público la acción criminal de Belaunde, tildándosele con los más acervos y merecidos calificativos. Fue un cobarde desertor; su nombre será en todo tiempo execrado, como lo es en Chile el del comandante Castro, jefe del 3o. de línea.
Belaunde a punto de ser pasado por las armas
Cuando aquél huía desatentado del teatro de su hazaña a esconder la vergüenza de su acción, la justicia estuvo a punto de caer inexorable sobre él. Sin pensarlo se encontró en el camino a Tarata con el prefecto de Tacna, doctor Pedro Alejandrino del Solar, que se dirigía a Arequipa, después de la derrota del Campo de la Alianza.
Belaunde no pudo disimular la contrariedad y el temor que experimentó por tan inesperado encuentro. Como no pudiera justificar su presencia en ese sitio, ni dar noticias concretas de la guarnición de Arica, hizo sospechar que había desertado de las filas de Bolognesi; por lo que el doctor del Solar lo redujo a prisión, salvando milagrosamente de ser fusilado por no haberse encontrado en esos momentos oficiales de alta graduación para formar consejo de guerra.
Las patriotas placeras tacneñas castigan al desertor.
Dos o tres años después de la ocupación de Tacna por las armas de Chile, Belaunde regresaba de La Paz (Bolivia) a la primera de las ciudades citadas. Un buen día se le antojó visitar la plaza del mercado; pero nunca lamentará lo bastante la hora en que tal hiciera. Lluvia de coles, cebollas, patatas, etc., arrojaron sobre él las patriotas placeras tacneñas, la mayor parte de las cuales lloraba la pérdida de un deudo o amigo suyo muerto en el combate de Arica.
Así castigaron la cobarde acción del que desertó de las filas que comandaba, en circunstancias que el enemigo de la patria se hallaba al alcance de los cañones del puerto.
Belaunde diputado a Congreso
El dictador Piérola pagó con creces a Belaunde— a quien estaba ligado por los vínculos del compadrazgo— los servicios políticos que le prestara en sus pasadas revoluciones.
Olvidó el agitado caudillo demócrata que este mal peruano llevaba en su frente el 'Inri" infamante de cobarde y desertor; y haciendo escarnio de la vindicta pública, que a gritos reclamaba el castigo del réprobo, le prestó eficaz apoyo en su gobierno (1896), a efecto de que fuera elegido —como lo fue— diputado a Congreso por la provincia de Tayacaja no obstante haber protestado de ello los representantes parlamentarios por Tacna libre, distinguiéndose entre éstos por la vehemencia y calor con que trató el punto, el probo y patriota tacneño señor Modesto Basadre.
Por habernos ocupado con más amplitud de la necesaria de tan tristemente célebre personaje, nos abstenemos de comentar el error político -por no calificarlo de capricho inconcebible- en que incurrió el Sr. de Piérola, al apoyar la candidatura de este mal peruano; atribuyéndolo a la desorganización política de la época, como consecuencia de la revolución coalicionista que puso término a la segunda administración del general Cáceres.
VARGAS HURTADO, Gerardo "La Batalla de Arica", Lima, Col. Documental, 1980, p. 62-5 y 70-1.
(*) "El Tiempo" de Lima, de 28 de setiembre de 1919.