¿Dónde los límites de lo justo y lo injusto y el derecho
a tener derechos?
por Isabel Peña Rodriguez; *isabelpenarodriguez@yahoo.com
7-5-2020
¡Justicia! ¿Derecho humano? Proteger y educar a la sociedad
es apostar por un futuro mejor.
Hasta época reciente la justicia se entendía como el arte de
atribuir o darle lo que le tocaba a cada uno. El juez por medio de una fría
sentencia impone castigo al infractor de la ley restituyendo el equilibrio roto
por él mismo.
No causaba al infractor ningún daño, le daba simplemente lo
que merecía. La justicia se convierte en una virtud que respeta la persona del
otro, su dignidad, su libertad, los derechos humanos noble norma tipificada en
las fuentes del derecho, sin duda, pero no siempre simplifica la tarea del
juez.
En nombre de la dignidad del hombre se puede santificar la
propiedad privada o abolirla, castigar al infractor por haber atentado contra
la dignidad de su víctima o dejarlo en libertad y menudean múltiples criterios
¡vaya problema!
El culpable no es el hombre, sino las estructuras sociales viciadas que le impidieron alcanzar un buen
nivel de educación, moral, intelectual y la integridad psicológica que hubiere.
La dignidad del hombre radica precisamente en su libertad y responsabilidad.
En semejante atmósfera nadie sabe en dónde se sitúan los
límites de lo justo y lo injusto, nadie está seguro de tener
derechos o de tener el derecho a tener derechos. Todo el mundo teme ser víctima
de una injusticia o muestra miedo que la sociedad le niegue la posibilidad de
ser juzgado con igualdad bajo el enfoque de valor que dan los derechos humanos.
Los resultados de esta confusión mental son el miedo y el
odio. El miedo porque cuando fenece el respeto institucional por la ley,
entonces lo único que subsiste son la fuerza y las relaciones de fuerza. El
odio porque si el juez no está motivado por el deseo de reinstaurar, entre el
agresor y su víctima, la igualdad y equidad, entonces no queda instancia que
pueda castigar al infractor por su culpa o liberarlo de su comisión y, por lo
tanto, no queda otra salida que odiarlo.
Nuestro sistema legal es impersonal y mecanicista: no toma
en cuenta lo compleja que es la persona humana y su objeto mayor consiste en
observar, al pie de la letra, las normas administrativas, se convierte
inconscientemente, en defensor de su propia dinámica, la persona no es más ya
otra cosa que la materia prima que alimenta la máquina, el mero subproducto de
una burocracia.
En Perú infringir las leyes y mostrar conductas inadecuadas
son pan de todos los días, los juzgados tienen miles de expedientes y casos por
resolver, que pasan meses y meses y los que violan la ley esperan todos los días
que el Poder Judicial o el Ministerio Público vea su caso, pero como todo está
mecanizado, no hay cuándo salir de esta indefinición, tan terrible y horrenda.
¿Por qué no crear instrumentos alternativos o impulsar políticas
para aligerar, además de esta crisis tan demorona, la lentitud a que nos tienen
acostumbrados los señores que dicen administrar las leyes en nuestro país?
Las cárceles están hacinadas de reos que por meses o años
esperan alguna justicia, a veces purgan prisión y sus casos no llegan a los
juzgados.
¡Hoy nos acongoja lo que ocurre con la pandemia coronavirus
y todas sus consecuencias!
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*Psicoterapeuta
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