Informe
Señal de Alerta-Herbert Mujica Rojas
16-1-2025
El cojudo, patrimonio nacional
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Cuesta creer y admitirlo,
sobre todo, que esa clase de seres, en lugar de amainar su incómoda presencia,
hayan aumentado sus áreas de influencia, habiéndose apoderado de enormes
sectores del cuerpo social del Perú.
El buen humor sirve no
poco en tiempos aciagos de jueces a la carta, sentencias con crónica anunciada
y cuando en el país los grandes criminales tienen hasta doctorado de buenas
costumbres. Pero, no lo olvidemos, aquí ¡llueve para arriba!
Casi 50 años atrás, Luis
Felipe Angell, Sofocleto, escribió el tomo I de su Enciclopedia de
Angell escribió con humor
ácido pero bastante próximo a la crudeza real de lo que significa la existencia
de esos ejemplares en la cosa pública y en todas partes.
Leamos pues sus palabras y
no nos llamemos a escándalo hipócrita por lo que dice el escritor.
“Nadie se atrevería a
sostener, por ejemplo, que la palabra “cojudo” es de origen griego o que en
algún remoto idioma quiere decir “crepúsculo”. No. Cojudo quiere decir cojudo,
a secas.
Y, si bien para algún
campesino español este vocablo sólo se refiere a un “animal no castrado”, en el
Perú, por razones que algún día quedarán al descubierto, casi diríamos que
pertenece al patrimonio nacional.
Porque entre nosotros la
palabra “cojudo” se ha sublimado hasta alcanzar niveles sensoriales y
características de ser vivo. Aquí en el Perú la cojudez se respira, se huele,
tiene color y temperatura, dimensión, forma y hasta sabor, diría.
Se lanza un “¡cojudo!” al
aire y es como si el idioma pusiera un huevo o pariera un “algo” capaz de
hablar, moverse, crecer y multiplicarse en miles y miles de otros “cojudos”
poliformos.
Más allá del idioma, la
cojudez nos penetró en la sangre y, a través de ella, nos invadió el cerebro.
Se nos hizo indispensable para vivir, comunicarnos y resumir en sus tres
sílabas todo el contexto espiritual, social, intelectual y material de nuestro pueblo.
Poco a poco nos fuimos impregnando de cojudez en todas sus posibilidades y
variantes.
Hicimos de ella un verbo,
un adjetivo, un sustantivo, un título, una marca de fábrica y una gallarda
frontera que separaba a los demás cojudos de nosotros. Sin darnos cuenta fuimos
elevando la cojudez al grado místico de abracadabra, de las varitas mágicas,
del curalotodo y de la penicilina verbal.
Pronto el cojudeo surgió
como una de las profesiones liberales y como base inamovible de nuestro
ordenamiento sociológico. De la noche a la mañana comenzamos a fabricar cojudos
en serie, exportando a los más completos (muchos de ellos a través del Servicio
Diplomático) para infiltrar la cojudez en los países vecinos, como hizo
Inglaterra con China cuando introdujo el opio para desmoralizarla.
El clima, el aire, el mar
de nuestras costas, los microbios, el agua, el cielo e, inclusive, los rayos de
¿Navegaríamos en la
historia como una flotilla de cojudos a la vela? No. Pero suicidarse era tan
cojudo como seguir viviendo y sólo nos quedaba la resignación, que es otra
reverenda cojudez.
También nos quedaba el consuelo
de acostumbrarnos a la idea de enfrentarnos a ella, de aceptar la realidad y de
cojudearnos los unos a los otros proclamando ante la humanidad que éramos
diferentes y originales....
Para esto era
indispensable limpiar a la cojudez de toda implicancia escatológica y elevar su
condición folclórica a la categoría de ciencia o filosofía social. Era
necesario clasificar, definir, organizar, remontarse hasta los orígenes
etimológicos de “lo cojudo” químicamente puro y legar ese estudio a las futuras
generaciones, para que nuestros nietos se fueran acostumbrando a la idea de ser
unos solemnes cojudos por los siglos de los siglos, amén.
Esta es, modestamente, la
tarea asumida en el presente libro, que aspira a convertirse en un volumen
esencial para cualquier estudio contemporáneo o futuro de la sociedad peruana.
Esperemos que así sea.
De lo contrario, el autor
habrá perdido su tiempo como un pobre y triste cojudo”. Los cojudos, Lima 1976,
pp. 13-14-15